Consejos para los Maestros

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Al testificar por Cristo

Dios nos ha dado el don del habla para que podamos relatar a otros cómo él nos trata, para que su amor y compasión pueda conmover a otros corazones, y que de otras almas puedan elevarse también alabanzas a Aquel que nos ha llamado de las tinieblas a su luz admirable. El Señor ha dicho: “Vosotros sois mis testigos”. Isaías 43:10. Pero todos los que son llamados a testificar por Cristo, deben aprender de él a fin de ser testigos eficientes. Como hijos del Rey celestial, deben educarse para dar testimonio en voz clara y distinta, y de tal manera que nadie pueda recibir la impresión de que les cuesta hablar de la misericordia del Señor. CM 230.2

En la reunión de testimonios, la plegaria debe elevarse de tal manera que todos puedan ser edificados; los que toman parte en este ejercicio deben seguir el ejemplo dado en la hermosa oración que hizo el Señor en favor del mundo. Esta oración es sencilla, clara y abarcante, y sin embargo, no es larga ni sin vida, como lo son a veces las oraciones ofrecidas en público. Sería mejor que estas oraciones sin vida no fuesen pronunciadas; porque son una mera forma, sin poder vital, y no bendicen ni edifican. CM 230.3

El apóstol Pablo escribe: “Ciertamente las cosas inanimadas que producen sonidos, como la flauta o la cítara, si no dieren distinción de voces, ¿cómo se sabrá lo que se toca con la flauta o con la cítara? Y si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla? Así también vosotros, si por la lengua no diereis palabra bien comprensible, ¿cómo se entenderá lo que decís? Porque hablaréis al aire. CM 230.4

“Tantas clases de idiomas hay, seguramente, en el mundo, y ninguno de ellos carece de significado. Pero si yo ignoro el valor de las palabras, seré como extranjero para el que habla, y el que habla será como extranjero para mí. Así también vosotros; pues que anheláis dones espirituales, procurad abundar en ellos para edificación de la iglesia”. 1 Corintios 14:7-12. CM 231.1

En todos nuestros servicios religiosos debemos procurar conducirnos de tal manera que ello edifique a los demás, obrando en la medida que esté a nuestro alcance para la perfección de la iglesia. “Por lo cual, el que habla en lengua extraña, pida en oración poder interpretarla. Porque si yo oro en lengua desconocida, mi espíritu ora, pero mi entendimiento queda sin fruto. ¿Qué, pues? Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento... Porque si bendices sólo con el espíritu, el que ocupa lugar de simple oyente, ¿cómo dirá el Amén a tu acción de gracias? pues no sabe lo que has dicho. Porque tú, a la verdad, bien das gracias; pero el otro no es edificado. CM 231.2

“Doy gracias a Dios que hablo en lenguas más que todos vosotros; pero en la iglesia prefiero hablar cinco palabras con mi entendimiento, para enseñar también a otros, que diez mil palabras en lengua desconocida”. 1 Corintios 14:13-19. CM 231.3

El principio presentado por Pablo acerca del don de lenguas, se aplica igualmente al uso de la voz en la oración y en la reunión de testimonios. No quisiéramos que una persona deficiente en este respecto deje de ofrecer oración en público, o deje de testificar acerca del poder y el amor de Cristo. CM 231.4

No escribo estas cosas para haceros callar, porque ya hay demasiado silencio en nuestras reuniones; sino para que consagréis vuestra voz a Aquel que os la dio, y podáis comprender la necesidad de cultivarla para que podáis edificar a la iglesia mediante lo que digáis. Si habéis adquirido el hábito de hablar en voz baja e indistinta, debéis considerarlo como un defecto, y hacer esfuerzos fervientes para vencerlo, a fin de que podáis honrar a Dios y edificar a sus hijos. CM 231.5

En las reuniones de devoción, nuestras voces deben expresar por la oración y alabanza nuestra adoración al Padre celestial, a fin de que todos puedan saber que adoramos a Dios con sencillez y verdad, y en la belleza de la santidad. Precioso es, en verdad, en este mundo de pecado e ignorancia, el don del habla, la melodía de la voz humana, cuando se dedica a alabar a Aquel que nos amó y se dio por nosotros. CM 232.1