La Gran Esperanza
10—El gran rescate
Cuando la protección de las leyes humanas les sea negada a los que honran la ley de Dios, habrá en diferentes países un movimiento simultáneo con el propósito de destruirlos. Cuando el tiempo señalado por el decreto esté cerca, la gente conspirará para asestar, en una determinada noche, un golpe decisivo que silenciará a disidentes y a réprobos. GE 76.1
El pueblo de Dios -algunos en las celdas de las cárceles, otros en los bosques y las montañasruega por la protección divina. Hombres armados, instigados por los malos ángeles, se están preparando para la obra de muerte. Ahora, en la hora de máximo rigor, Dios se interpondrá: “Vuestros cánticos resonarán como en la noche en que se celebra Pascua, y tendréis alegría de corazón, como la del que va... al monte de Jehová, al Fuerte de Israel. Y Jehová hará oír su potente voz, y hará ver cómo descarga su brazo, con furor en su rostro y llama de fuego consumidor, con torbellino, tempestad y piedras de granizo” (Isaías 30:29, 30). GE 76.2
Multitudes de hombres malvados están a punto de arrojarse sobre su presa, cuando densas tinieblas, más oscuras que la noche, descienden sobre la Tierra. Entonces un arco iris se extiende de un lado al otro del cielo y parece circuir a cada grupo que está orando. Las encolerizadas multitudes son contenidas. Olvidan a los objetos de su furia. Fijan la mirada en el símbolo del pacto de Dios y anhelan ser protegidos de su brillo. GE 76.3
El pueblo de Dios oye una voz que dice: “¡Miren hacia arriba!” A semejanza de Esteban, el primer mártir cristiano, miran hacia arriba y observan la gloria de Dios y del Hijo del Hombre sobre su Trono (ver Hechos 7:55, 56). Luego disciernen las marcas de su humillación y escuchan su pedido: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo esté, también ellos estén conmigo” (S. Juan 17:24). Entonces se oye una voz que dice: “¡Que vengan! ¡Que vengan!, santos, inocentes e inmaculados. Guardaron la palabra de mi paciencia”. GE 77.1
¡Llega la liberación! - A medianoche, Dios manifiesta su poder en favor de la liberación de su pueblo. El sol aparece brillando con toda su fuerza. Siguen señales y milagros. Los malvados observan con terror la escena, mientras los justos contemplan las prendas de su liberación. En medio del cielo conmovido aparece un espacio claro de gloria indescriptible desde donde viene la voz de Dios, como el sonido de muchas aguas, que dice: “¡Ya está hecho!” (Apocalipsis 16:17). GE 77.2
Esa voz conmueve los cielos y la Tierra. Ocurre un terrible terremo-to, “cual no lo hubo jamás desde que los hombres existen sobre la tierra” (Apocalipsis 16:18). Las rocas partidas se esparcen para todos lados. El mar es azotado con furia. Se escucha el rugido de un huracán como voz de demonios. La superficie de la Tierra es quebrantada. Parece que sus mismos fundamentos ceden. Puertos marítimos que han llegado a ser como Sodoma por su impiedad son tragados por las aguas agitadas. “La gran Babilonia vino en memoria delante de Dios, para darle el cáliz del vino del ardor de su ira” (Apocalipsis 16:19). Grandes piedras de granizo hacen su obra de destrucción. Ciudades orgullosas resultan abatidas. Palacios señoriales, en los cuales los hombres han malgastado su riqueza, se transforman en escombros ante su vista. Los muros de las cárceles se parten de arriba abajo, y el pueblo de Dios es liberado. GE 77.3
Se abren las tumbas, y “muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados: unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua”. “Los que lo traspasaron”, los que se mofaron de las agonías del Cristo moribundo, y los más violentos opositores de su verdad, son resucitados para observar el honor que se tributa a los leales y obedientes (Daniel 12:2; Apocalipsis 1:7). GE 77.4
Fieros relámpagos envuelven la Tierra en un círculo de fuego. Por encima del trueno, voces misteriosas y terribles declaran la condenación de los depravados. Los que estaban jactanciosos y desafiantes, crueles con el pueblo que guarda los mandamientos de Dios, ahora se estremecen de terror. Los demonios tiemblan, en tanto que los hombres claman por misericordia. GE 78.1
El Día del Señor - Dijo el profeta Isaías: “Aquel día arrojará el hombre a los topos y murciélagos sus ídolos de plata y sus ídolos de oro, que le hicieron para que adorara. Se meterá en las hendiduras de las rocas y en las cavernas de las peñas, a causa de la presencia formidable de Jehová y del resplandor de su majestad, cuando se levante para castigar la tierra’’ (Isaías 2:20, 21). GE 78.2
Los que lo han sacrificado todo por Cristo ahora están seguros. Ante la vista del mundo y desafiando la muerte, han demostrado su fidelidad al Ser que murió por ellos. Sus rostros, hasta hace poco pálidos y demacrados, ahora brillan de admiración. Sus voces se elevan en un cántico triunfante: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza” (Salmo 46:1-3). GE 78.3
Mientras estas palabras de santa confianza ascienden a Dios, la gloria de la ciudad celestial traspasa los portales abiertos. Luego aparece una mano en los cielos que sostiene dos tablas de piedra. Esa Ley santa, proclamada desde el Sinaí, ahora es revelada como la regla del juicio. Las palabras son tan claras que todos pueden leerlas. Se despierta la memoria. Se destierran de la mente la oscuridad de la superstición y la herejía. GE 78.4
Es imposible describir el horror y la desesperación de aquellos que han pisoteado la Ley de Dios. Para obtener el favor del mundo, ellos anularon sus preceptos y enseñaron a otros a transgredirlos. Ahora son condenados por la Ley que han despreciado; ven que están sin excusa. Los enemigos de la Ley de Dios tienen un nuevo concepto de la verdad y el deber. Ven, demasiado tarde, que el sábado es el sello del Dios vivo. Demasiado tarde ven el fundamento de arena sobre el cual han estado edificando. Han estado luchando contra Dios. Los maestros religiosos han conducido sus almas a la perdición mientras profesaban guiarlos al paraíso. ¡Cuán grande es la responsabilidad de los hombres que tienen un oficio sagrado, y cuán terribles los resultados de su infidelidad! GE 78.5
Aparece el Rey de reyes - Se oye la voz de Dios que declara el día y la hora de la venida de Jesús. El Israel de Dios escucha con los ojos elevados al cielo mientras su semblante resplandece con la gloria del Altísimo. Pronto aparece en el este una pequeña nube negra. GE 79.1
Es la nube que rodea al Salvador. En medio de un silencio solemne, los hijos de Dios la miran con atención mientras se acerca, hasta que se convierte en una gran nube blanca que tiene como base una gloria semejante a fuego consumidor y, como corona, el arco iris del pacto. Jesús está sentado en ella como poderoso conquistador, no como “varón de dolores”. Lo acompañan santos ángeles, una multitud inmensa e innumerable, “millones de millones y millares de millares”. Todos los ojos observan al Príncipe de la vida. Una diadema de gloria descansa sobre su frente. Su semblante brilla más que el sol del mediodía. Y “en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES” (Apocalipsis 19:16). GE 79.2
El Rey de reyes desciende en la nube, envuelto en llamas de fuego. La Tierra tiembla delante de él. “Vendrá nuestro Dios y no callará; fuego consumirá delante de él y tempestad poderosa le rodeará. Convocará a los cielos de arriba y a la tierra, para juzgar a su pueblo” (Salmo 50:3, 4). GE 79.3
“Los reyes de la tierra, los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, todo esclavo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes, y decían a los montes y a las peñas: ‘Caed sobre nosotros y escondednos del rostro de Aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero, porque el gran día de su ira ha llegado, y ¿quién podrá sostenerse en pie?’ ” (Apocalipsis 6:15-17). Cesan las bromas burlonas, callan los labios mentirosos. No se oye otra cosa que la voz de la oración y el sonido de la lamentación. Los malvados ruegan ser enterrados bajo las rocas antes que hacer frente al rostro del Ser a quien han traspasado. Conocen esa voz que penetra el oído de los muertos. ¡Cuán a menudo los había llamado, con tonos cariñosos, al arrepentimiento! ¡Cuán a menudo fue oída su voz en la invitación de un amigo, un hermano, un Redentor! Esa voz despierta los recuerdos de advertencias despreciadas e invitaciones rechazadas. GE 79.4
Están también los que se mofaron de Cristo en su humillación. Él declaró: “Desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios y viniendo en las nubes del cielo” (S. Mateo 26:64). Ahora lo contemplan en su gloria; y aun han de verlo sentado a la diestra del poder de Dios. Allí está el altivo Herodes, quien se burló de su título real. Ahí están los hombres que colocaron sobre su frente la corona de espinas y en su mano el cetro burlesco, los que se arrodillaron delante de él con burlas blasfemas, los que escupieron el rostro del Príncipe de la vida. Tratan de huir de su presencia. Los que atravesaron sus manos y sus pies con los clavos contemplan esas marcas con terror y remordimiento. GE 80.1
Con aterradora claridad, los sacerdotes y los gobernantes recuerdan los sucesos del Calvario y cómo, meneando sus cabezas con regocijo satánico, exclamaron: “A otros salvó, pero a sí mismo no se puede salvar” (S. Mateo 27:42). Con un sonido más alto que el clamor que resonara en Jerusalén -“¡Crucifícale, crucifícale!”se eleva el clamor de la desesperación: “¡Es el Hijo de Dios!” Tratan de huir de la presencia del Rey de reyes. GE 80.2
En la vida de todos los que rechazan la verdad hay momentos cuando la conciencia despierta, cuando el alma es acosada por vanos remordimientos. Pero ¡qué son estas cosas comparadas con el remordimiento de aquel día! En medio del terror oyen las voces de los santos que exclaman: “¡He aquí, este es nuestro Dios! Lo hemos esperado, y nos salvará” (Isaías 25:9). GE 80.3
Resurrección del pueblo de Dios - La voz del Hijo de Dios llama a los santos que duermen. Por toda la Tierra los muertos oirán esa voz, y los que la oigan vivirán. Formarán un gran ejército constituido por gente de toda nación, tribu, lengua y pueblo. Desde la cárcel de la muerte salen revestidos de una gloria inmortal y exclamando: “¿Dónde está, muerte, tu aguijón? ¿Dónde, sepulcro, tu victoria?” (1 Corintios 15:55). GE 80.4
Cada uno sale de la tumba teniendo la misma estatura que cuando entró en ella. Pero todos se levantan con la frescura y el vigor de la juventud eterna. Cristo vino a restaurar lo que se había perdido. Él cambiará nuestros cuerpos viles y los transformará a la semejanza de su cuerpo glorioso. GE 81.1
La forma mortal y corruptible, una vez mancillada por el pecado, llega a ser perfecta, hermosa e inmortal. Las manchas y las deformidades quedan en la tumba. Los últimos rastros de la maldición del pecado son quitados, y los redimidos crecerán hasta la estatura plena de la raza humana en su gloria primigenia. Los fieles de Cristo reflejarán en la mente, el alma y el cuerpo la imagen perfecta de su Señor. GE 81.2
Los justos vivos son cambiados “en un momento, en un abrir y cerrar de ojos”. A la voz de Dios, son hechos inmortales y, junto con los santos resucitados, son arrebatados para encontrar al Señor en el aire. Ángeles “juntarán a sus escogidos de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro” (1 Corintios 15:52; S. Mateo 24:31). Los niños pequeños son entregados en los brazos de sus madres. Amigos separados por largo tiempo por causa de la muerte resultan reunidos, para no separarse más, y con cánticos de alegría ascienden juntos a la Ciudad de Dios. GE 81.3
En la Santa Ciudad - A lo largo de la innumerable hueste de los redimidos, toda mirada está fija en Jesús. Todo ojo contempla su gloria y ese rostro que fue desfigurado más que cualquier hombre, y ven su hermosura más que la de los hijos de los hombres (ver Isaías 52:14). Jesús coloca la corona de gloria sobre las cabezas de los vencedores. Para cada uno hay una corona que lleva su propio “nombre nuevo” (Apocalipsis 2:17) y la inscripción: “Santidad a Jehová”. En la mano de todos se coloca la palma de la victoria y el arpa brillante. Entonces, cuando el ángel director da la nota, todas las manos pulsan las cuerdas con hábiles dedos y prorrumpen en estrofas de rica melodía. Todas las voces se elevan en agradecida acción de gracias: “Al que nos ama, nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre, a él sea gloria e imperio por los siglos de siglos” (Apocalipsis 1:5, 6). GE 81.4
Ante las multitudes redimidas se eleva la Santa Ciudad. Jesús abre los portales, y las naciones que han guardado la verdad entran a ella. Luego se oye su voz mientras proclama: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” (S. Mateo 25:34). Cristo le presenta al Padre la compra hecha con su sangre y declara: “Aquí estoy yo con los hijos” que me has dado. “A los que me diste, yo los guardé” (Hebreos 2:13; S. Juan 17:12). ¡Oh, qué maravillosa es esa hora cuando el Padre infinito, al mirar a los redimidos, contemplará su imagen, de la cual ha sido removida la mancha del pecado, y a los seres humanos otra vez restaurados a la armonía con lo divino! GE 82.1
El gozo del Salvador consiste en ver, en el reino de la gloria, a las almas salvadas gracias a su agonía y humillación. Los redimidos compartirán su gozo: contemplan a los que ganaron a través de sus oraciones, trabajos y sacrificio amante. Su corazón se verá lleno de alegría cuando vean que este ha ganado a otros; y estos, a otros más. GE 82.2
Los dos adanes se encuentran - Cuando los redimidos reciben la bienvenida en la Ciudad de Dios, un grito exultante rasga los aires. Están por encontrarse los dos Adanes. El Hijo de Dios ha de recibir al padre de nuestra raza: aquel a quien creó, el que pecó, aquel por cuyo pecado existen las señales de la crucifixión en el cuerpo del Salvador. Cuando Adán discierne las marcas de los clavos, se arroja con humillación a los pies de Cristo. El Salvador lo levanta y le pide que de nuevo observe el hogar edénico del cual había sido exiliado por tanto tiempo. GE 82.3
La vida de Adán estuvo llena de dolor. Cada hoja que moría, cada víctima de un sacrifico, cada mancha que mancillaba la pureza del hombre, le era un recordativo de su pecado. Terrible fue la agonía de remordimiento cuando hizo frente a los reproches que se le hacían por causa del pecado. GE 82.4
Fielmente se arrepintió de su pecado, y murió en la esperanza de la resurrección. Ahora, a través de la expiación, Adán es reinstalado. GE 82.5
Transportado de gozo, contempla los árboles que una vez fueron su delicia, cuyo fruto él mismo había recogido en los días de su inocencia. Ve las viñas que sus propias manos cuidaron, las mismas flores que una vez amó cultivar. ¡Este es, en realidad, el Edén restaurado! GE 82.6
El Salvador lo lleva al árbol de la vida y lo invita a comer. Él observa a la multitud de su familia redimida. Y entonces arroja su corona a los pies de Jesús y abraza al Redentor. Pulsa el arpa, y los ámbitos del cielo repercuten con el eco de su cántico triunfal: “El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder’’ (Apocalipsis 5:12). La familia de Adán echa sus coronas a los pies del Salvador mientras se postra en adoración. Los ángeles, que lloraron cuando se produjo la caída de Adán y se regocijaron cuando Jesús abrió la tumba en favor de todos los que creyeran en su nombre, ahora contemplan la obra de la redención realizada y unen sus voces en alabanza. GE 83.1
Sobre el “mar de vidrio mezclado con fuego” se reúne el grupo de los que “habían alcanzado la victoria sobre la bestia y su imagen, sobre su marca y el número de su nombre”. Los 144.000 fueron redimidos de entre los hombres, y ellos cantan un cántico nuevo, el cántico de Moisés y del Cordero (Apocalipsis 15:2, 3). Ninguno fuera de los 144.000 puede aprender ese canto, porque es el cántico de una experiencia que ningún otro grupo ha tenido jamás. “Estos son los que... siguen al Cordero por dondequiera que va”. Estos, habiendo sido trasladados de entre los vivos, son las “primicias para Dios y para el Cordero” (Apocalipsis 14:4, 5). Pasaron por un tiempo de angustia tal como no lo hubo desde que existiera la humanidad; soportaron la angustia de Jacob; permanecieron en pie sin un Intercesor a través del derramamiento de los juicios de Dios. Ellos “han lavado sus ropas y las han blanqueado en la sangre del Cordero’’; “en sus bocas no fue ha-llada mentira, pues son sin mancha” delante de Dios; “no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno; porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida. Y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos” (Apocalipsis 7:14; 14:5; 7:16, 17). GE 83.2
Los redimidos en la gloria - En todas las edades los escogidos del Salvador transitaron sendas estrechas. Fueron purificados en el horno de la aflicción. Por causa de Cristo soportaron el odio, la calumnia, la abnegación y amargos chascos. Conocieron el mal del pecado, su poder, su culpa, su aflicción; lo miraron coa aborrecimiento. Un sentido del infinito sacrificio hecho para curarlos los humilla y llena su corazón de gratitud. Aman mucho porque les ha sido perdonado mucho (ver S. Lucas 7:47). Habiendo sido participantes de los sufrimientos de Cristo, están preparados para participar de su gloria. GE 84.1
Los herederos de Dios vienen de buhardillas, chozas, cárceles, patíbulos, montañas, desiertos, cavernas. Fueron “pobres, angustiados, maltratados” (Hebreos 11:37). Millones descendieron a la tumba cargados de infamia porque rehusaron ceder a Satanás. Pero ahora ya no tienen ninguna aflicción, no están esparcidos ni oprimidos. Por tanto, se hallan revestidos de los mantos más ricos que los que usaron los hombres más honrados de la Tierra, coronados con las diademas más gloriosas que jamás se hayan colocado en la frente de los monarcas terrenales. El Rey de gloria ha limpiado las lágrimas de todos los rostros. Ellos prorrumpen en un cántico de alabanza claro, dulce y armonioso. Las antífonas resuenan en las bóvedas del cielo: “La salvación pertenece a nuestro Dios, que está sentado en el trono, y al Cordero”. Y todos responden: “Amén. La bendición, la gloria, la sabiduría, la acción de gracias, la honra, el poder y la fortaleza sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 7:10, 12). GE 84.2
En esta vida solo podemos comenzar a entender el tema maravilloso de la redención. Con nuestra comprensión finita podemos considerar con el máximo fervor la vergüenza y la gloria, la vida y la muerte, la justicia y la misericordia que se encuentran en la cruz; sin embargo, ni aun con nuestros más altos vuelos del pensamiento alcanzamos a abarcar su pleno significado. La longitud y la anchura, la profundidad y la altura del amor redentor se comprenden solo oscuramente. El plan de redención nunca será plenamente entendido, aunque los redimidos lleguen a ver como son vistos y a conocer como son conocidos; pero a través de las edades eternas continuarán desplegándose nuevas verdades a la mente admirada y deleitada. Aunque las angustias, los dolores y las tentaciones de la Tierra han terminado y su causa ha sido suprimida, el pueblo de Dios siempre tendrá un conocimiento inequívoco, inteligente, de lo que ha costado su salvación. GE 84.3
La cruz será el canto de los redimidos por toda la eternidad. En el Cristo glorificado contemplarán al Cristo crucificado. Nunca se olvidará que la Majestad del cielo se humilló a sí mismo para elevar al hombre caído; que soportó la culpa y la vergüenza del pecado y el ocultamiento del rostro de su Padre, hasta que la agonía de un mundo perdido quebrantó su corazón y terminó con su vida. El Hacedor de todos los mundos puso a un lado su gloria por amor al hombre; esto siempre excitará la admiración del universo. Cuando las naciones de los salvados contemplen a su Redentor y comprendan que su reino no tendrá fin, prorrumpirán en este cántico: “¡Digno, digno es el Cordero que fue inmolado, y nos ha redimido para Dios con su propia preciosísima sangre!” GE 85.1
El misterio de la cruz explica todos los misterios. Se verá que aquel que es infinito en sabiduría no podía idear otro plan para nuestra salvación fuera del sacrificio de su Hijo. La compensación por este sacrificio es el gozo que tendrá de poblar la Tierra con seres redimidos, santos, felices e inmortales. Tan grande es el valor del alma que el Padre está satisfecho con el precio pagado. Y Cristo mismo, contemplando los frutos de su gran sacrificio, también está satisfecho. GE 85.2