Sermones Escogidos Tomo 2

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25—La promulgación de la ley

«HABLÓ DIOS todas estas palabras: “Yo soy Jehová, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas ni las honrarás, porque yo soy Jehová, tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia por millares a los que me aman y guardan mis mandamientos. No tomarás el nombre de Jehová, tu Dios, en vano, porque no dará por inocente Jehová al que tome su nombre en vano. Acuérdate del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero el séptimo día es de reposo para Jehová, tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni el extranjero que está dentro de SE2 229.1

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Manuscrito 126, 1901. tus puertas, porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el sábado y lo santificó. Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová, tu Dios, te da. No matarás. No cometerás adulterio. No hurtarás. No dirás contra tu prójimo falso testimonio. No codiciarás la casa de tu prójimo: no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo”» (Éxo. 20: 1-17).

Adán debía prestar una perfecta obediencia a Dios, no solamente para su beneficio, sino también para beneficio de su posteridad. Dios le prometió que si superaba la prueba de la tentación, manteniendo su fidelidad al Creador durante la gran prueba a la que sería sometido, su obediencia aseguraría la aceptación y aprobación de parte de Dios. En ese caso él hubieras sido afirmado para siempre, en santidad y felicidad y esas bendiciones se habrían extendido a toda su descendencia. Pero Adán fracasó al enfrentar la prueba y, debido a que se rebeló contra de la ley de Dios, todos sus descendientes son pecadores. SE2 230.1

La ley de Dios fue escrita una vez en los corazones de los hombres y las mujeres. Sin embargo, su pecados favoritos oscurecieron y prácticamente borraron esa impronta. Los efectos provocados por el pecado fueron erosionando paulatinamente los establecidos por la ley. SE2 230.2

El Señor obró maravillosamente al liberar a los israelitas de Egipto. El se reveló a ellos como el Dios viviente, el Legislador. SE2 230.3

El tabernáculo, que era la morada de Dios en la tierra, estaba dividido en dos secciones. Un velo separaba el lugar santo del lugar santísimo. Allí Dios después de la caída se encontraba con el hombre. Allí se escuchaba a menudo la voz de Dios. SE2 230.4

La nube que guiaba a Israel permanecía encima del tabernáculo. La gloria de la nube emanaba de Jesucristo, que habló con Moisés desde la gloria, del mismo modo que había hablado con él desde la zarza ardiente. El resplandor de la presencia de Dios estaba rodeado por la oscuridad de la nube que él convirtió en su pabellón, para que la gente pudiera mirar a la nube como si estuviera viendo al Invisible. Ese era el plan de Dios mediante el cual podía acercarse al hombre. SE2 230.5

«Y Jehová le dijo: “Ve al pueblo, y santifícalos hoy y mañana. Que laven sus vestidos”» [Éxo. 19: 10]. Se les ordenó que lavaran sus vestidos. La santificación no permite desaliño o suciedad alguna en el cuerpo o en la ropa. Se afirma respecto a aquellos que están comprometidos en el servicio a Dios: «Luego dijo Moisés a Aarón: “Esto es lo que Jehová afirmó cuando dijo: ‘En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado’”» [Lev. 10: 3]. «Y estén preparados para el tercer día, porque al tercer día Jehová descenderá a la vista de todo el pueblo sobre el monte Sinaí. Señalarás límites alrededor del pueblo, y dirás: “Guardaos, no subáis al monte ni toquéis sus límites; cualquiera que toque el monte, de seguro morirá”. No lo tocará mano alguna, porque será apedreado o muerto a flechazos; sea animal o sea hombre, no quedará con vida. Cuando resuene la bocina, subirán al monte” [Éxo. 19: 11-13]. SE2 230.6

El Señor dio instrucciones concretas a los israelitas respecto a los preparativos que debían hacer para aquella ocasión cuando él hablaría al hombre. Él ordenó expresamente que se cuidaran de no traspasaran la barrera colocada alrededor del monte con el fin de que el pueblo se llenara de temor y reconociera la santidad de las declaraciones que Dios les iba a dirigir. SE2 231.1

Si el monte donde el Señor manifestó su gloria y majestad, desde cuya cima se mostró la magnificencia del Señor, era tan sagrado que cualquiera que lo tocara sería castigado con la muerte, ¡cuánto más sagrada debe haber sido la ley que los israelitas se aprestaban a escuchar, mientras era proclamada desde el monte Sinaí! ¡Como puede alguien tratarla livianamente! ¿Será pisoteada, criticada y despreciada? SE2 231.2

En relación con los servicios religiosos y con nuestra adoración de Dios, deberíamos considerar las instrucciones que él impartió a los israelitas. Todos los que acuden a su presencia deberían prestar especial atención al cuerpo y a la vestimenta. El cielo es un lugar limpio y santo. Dios es puro y santo. Todos los que acuden a su presencia deberían prestar atención a sus instrucciones y tener su cuerpo y vestimenta en una condición pura y limpia, mostrando de esa forma respeto por ellos mismos y por él. El corazón debe asimismo ser santificado. Los que hacen eso no deshonrarán su sagrado nombre al adorarlo con corazones contaminados y con una vestimenta desaliñada. Dios observa esas cosas. Él observa la preparación del corazón, los pensamientos, la limpieza en la apariencia de aquellos que lo adoran. SE2 231.3

Los Diez Mandamientos fueron proclamados desde el Monte Sinaí. El Rey de reyes, el Dios infinito, promulgo con gran magnificencia su ley, reclamando que fuera obedecida. Las indicaciones de lo que hay que hacer o no hacer son claras y contundentes. Él, que ha dado la vida y conserva la vida, tiene derecho a ordenar y controlar a aquellos que dependen de él para cada bocanada de aire que respiran. SE2 231.4

Las primeras palabras que Dios habló fueron: «Yo soy Jehová, tu Dios». Mediante esta declaración él reafirma su autoridad para presentar sus requerimientos ante el pueblo. Él los había libertado de su esclavitud y en consecuencia tenían que prestarle servicio. SE2 232.1

El primer mandamiento es un requisito relacionado con la adoración del ser humano. SE2 232.2

El segundo mandamiento prohíbe que se adore al Dios verdadero por medio de alguna criatura o imagen. Prohíbe la hechura de cualquier imagen que intente asemejarse al Creador. Asimismo prohíbe la confección de una imagen de cualquier criatura para representar a Dios, o para asociarla en cualquier forma con la adoración de él. SE2 232.3

«¿A qué, pues, haréis semejante a Dios o qué imagen le compondréis? El artífice prepara la imagen de talla, el platero le extiende el oro y le funde cadenas de plata. El pobre escoge, para ofrecerle, madera que no se apolille; se busca un maestro sabio, que le haga una imagen de talla que no se mueva. ¿No sabéis? ¿No habéis oído? ¿No os lo han dicho desde el principio? ¿No habéis sido enseñados desde que la tierra se fundó? Él está sentado sobre el círculo de la tierra, cuyos moradores son como langostas; él extiende los cielos como una cortina, los despliega como una tienda para morar. Él convierte en nada a los poderosos, y a los que gobiernan la tierra hace como cosa vana. Como si nunca eran sido plantados, como si nunca hubieran sido sembrados, como si nunca su tronco hubiera tenido raíz en la tierra; tan pronto como sopla en ellos, se secan, y el torbellino los lleva como hojarasca. ¿A qué, pues, me haréis semejante o me compararéis? dice el Santo. Levantad en alto vuestros ojos y mirad quién creó estas cosas; él saca y cuenta su ejército; a todas llama por sus nombres y ninguna faltará. ¡Tal es la grandeza de su fuerza y el poder de su dominio! ¿Por qué dices, Jacob, y hablas tú, Israel: “Mi camino está escondido de Jehová, y de mi Dios pasó mi juicio”? ¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance” [Isa. 40: 18-28]. SE2 232.4

El Señor enfatiza su supremacía. Sin embargo, Satanás sabe perfectamente muy bien que la adoración del Dios vivo eleva, ennoblece y dignifica a todo un pueblo. El diablo sabe asimismo que la adoración de ídolos no mejora, sino más bien degrada las ideas humanas al asociarlas con una adoración que es común y corrupta. Así que maquina en forma constante con el fin de alejar la mente del Dios vivo y verdadero, y lleva a los hombres a darle honor y gloria a objetos hechos por manos humanas, o a criaturas irracionales. Los egipcios y otras naciones paganas tenían muchos dioses absurdos, surgidos de su fértil imaginación. SE2 232.5

Los judíos, después de su largo cautiverio, no volvieron a hacerse nunca más imágenes, y consideraban una abominación la imagen colocada en las banderas o estandartes romanos, especialmente cuando eran colocados en un lugar prominente para que fueran homenajeados. Para los judíos aquello era una violación al segundo mandamiento. Cuando la enseña romana fue colocada en el lugar santo del templo, lo consideraron una abominación. SE2 233.1

El uso de imágenes por la Iglesia Católica Romana es anticristiano. Quienes las adoran son violadores de los mandamientos. La adoración de imágenes se opone a los positivos mandatos de Dios. El segundo mandamiento se opone directamente a dichas prácticas. Sin embargo, los papas han alterado los mandamientos. El segundo man-damiento ha sido omitido de todos los catecismos que se ponen al alcance del pueblo. El tercero, ellos lo denominan segundo; el cuarto lo llaman tercero; y el décimo lo han dividido en dos. De esa forma, en lugar de adaptar sus prácticas a los mandatos divinos, han alterado los mandamientos de Dios para que armonicen con sus prácticas. Para acomodar su adoración le han quitado y le han añadido a la Palabra de Dios. SE2 233.2

Con el tratamiento que le han dado a la Palabra de Dios, los papas se han colocado por encima del Dios del cielo. De ahí que en la profecía el poder papal sea denominado «el hombre de pecado”. Satanás es el originador del pecado. El poder que motiva el cambio de uno de los santos mandatos de Dios, es el hombre de pecado. Es precisamene por las indicaciones de Satanás que el poder papal ha hecho esos cambios. Aunque los que están al frente del papado afirman que tienen un gran amor por Dios, él los considera como personas que lo odian. Ellos han convertido la verdad de Dios en una mentira. Modificar los mandamientos de Dios, colocando en su lugar tradiciones humanas es la obra de Satanás que apartará al mundo religioso de Dios. El Señor declara: «Yo soy Jehová, tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los pa-dres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen». Dios cumple esa promesa. «Todo lo que el hombre siembre, eso también segará» (Gál. 6: 7). El faraón fue una persona obstinada que sembró y cosechó obstinación. Él mismo sembró esa semilla en la tierra. No había más necesidad de que Dios interviniera en ese crecimiento, que la necesidad que habría de intervenir en el crecimiento de un grano de maíz. Todo lo que necesita una semilla es que se la deje germinar y brotar para que produzca frutos según su variedad. La cosecha revela la semilla que se ha sembrado. SE2 233.3

Cuando la luz de Dios, fuerte y convincente, surgió para revelar al gran «Yo soy», el faraón se vio obligado a ceder. Pero tan pronto como desapareció la presión, su incredulidad reapareció y contrarrestó la gran luz que Dios le había dado. Cuando rechazó la evidencia del primer milagro, él sembró la semilla de infidelidad que, dejada a su curso natural, produjo una cosecha de acuerdo con su naturaleza. Después de eso el rey no cambió de parecer a pesar de todas las manifestaciones del poder de Dios. El monarca endureció su corazón y fue subiendo de un peldaño de incredulidad a otro, hasta que a lo largo y ancho del extenso territorio de Egipto los primogénitos, el orgullo de cada familia, fueron abatidos. Después el faraón se apresuró a perseguir a Israel acompañado de su ejército. Intentó traer de vuelta a un pueblo que había sido liberado por el brazo del Omnipotente. Sin embargo, el faraón estaba luchando contra un poder mayor que cualquier poder humano, y con sus huestes pereció en las aguas del Mar Rojo. SE2 234.1

Los que desprecian la ley de Dios están cometiendo el mismo pecado que el faraón, están endureciendo sus corazones; la voz de Dios es sustituida por las teorías humanas, por las sugerencias e ilusiones satánicas. Al oponerse al Espíritu Santo y dejarlo de lado, las iniquidades de los padres recaen sobre los hijos. Así que las semillas que los padres siembran por ejemplo y precepto se reproducen en sus hijos. SE2 234.2

El Espíritu de Dios mantiene a la maldad bajo el control de la conciencia. Cuando el ser humano se exalta por encima de la influencia del Espíritu, segará una cosecha de iniquidad. El Espíritu de Dios tiene cada vez menos y menos influencia sobre esa persona para impedir que siembre semillas de desobediencia. Las advertencias tendrán menos poder sobre ella. Gradualmente pierde su temor de Dios. El que siembra para la carne cosechará corrupción. La cosecha de la semilla que él ha sembrado irá madurando. Sentirá un rechazo por los santos mandamientos de Dios y su corazón de carne se convierte en un corazón de piedra. La resistencia a la verdad lo confirma en su iniquidad. La anarquía, el crimen y la violencia predominaban en el mundo an-tediluviano debido a que los hombres sembraron semillas de maldad. SE2 234.3

Todos deberíamos actuar con inteligencia respecto a los agentes que destruyen el alma. No es debido a algún decreto que Dios ha lanzado en contra del hombre. Él no hace que la gente se ciegue espiritualmente. Dios concede suficiente luz y evidencias para que todo ser humano pueda distinguir la verdad del error. Pero él no obliga a nadie a que acepte la verdad. Él nos deja en libertad para que escojamos el bien o el mal. Quien se resiste ante la evidencia que es suficiente para guiar su juicio en la dirección correcta, y escoge una primera vez el mal lo hará con mayor presteza la segunda vez. La tercera vez él se apartará de Dios con mayor rapidez y se pondrá del lado de Satanás, y en ese camino continuará hasta que esté entregado al mal y crea las mentiras que ha acariciado como si fueran verdad. Su resistencia habrá producido una cosecha, y con su ejemplo él guiará a otros para que sigan el mismo curso de oposición a Dios. SE2 234.4

Los que violan la ley de Dios están enseñando a sus hijos a no respetarla y a rebelarse contra del Legislador. Así colocan a sus hijos en las filas del enemigo, donde quedan desprovistos de las bendiciones del pacto de Dios y se ven sometidos a sus juicios. Si los padres mueren mientras están violando la ley de Dios, sus hijos se sentirán inclinados a actuar igual que ellos. Mediante preceptos y ejemplos los hijos de padres incrédulos son educados para hacer el mal. Cuando su límite de desobediencia y transgresión se completa, Dios se enfrenta a ellos. Tanto los padres como los hijos deben responder por su idolatría. El Señor soporta mucho su malvada oposición, pero es un hecho que castigará la iniquidad. SE2 235.1

Dios dice de sí mismo: «Hago misericordia por millares a los que me aman y guardan mis mandamientos”. SE2 235.2

Los que obedecen estos preceptos siembran para una abundante y gloriosa cosecha, ya que la misericordia de Dios se muestra a sus hijos, y los hijos de ellos, hasta la tercera y la cuarta generación. Este principio está tan vigente hoy como en el momento en que Dios habló desde el Monte Sinaí. El Señor ama y honra la obediencia hoy, tanto como cuando proclamó su ley. SE2 235.3

Toda falsa adoración es un adulterio espiritual. El segundo mandamiento que prohíbe la falsa adoración es también un mandato para adorar a Dios y servirlo en forma exclusiva. El Señor es un Dios celoso; no se puede jugar con él. Él nos ha indicado cómo debe ser adorado. El Señor odia la idolatría debido a que su influencia es corruptora. Rebaja el pensamiento y conduce a la sensualidad y a todo tipo de pecados. SE2 235.4

Hacer una imagen de Dios es algo que lo deshonra. Nadie debería incorporar a la adoración el poder de la imaginación que empequeñece a Dios en la mente y lo asocia a cosas comunes. Los que adoran a Dios deben adorarlo en espíritu y verdad; es necesario que ejerzan una fe viva. Su adoración será entonces controlada no por la imaginación, sino por una fe genuina. SE2 235.5

Los seres humanos deben adorar y servir a Dios el Señor, y a él únicamente. El orgullo egoísta no debe ser exaltado y servido como un dios. El dinero no debe ser convertido en un dios. Si la sensualidad no se mantiene bajo el control de los poderes superiores de la mente, las bajas pasiones predominarán. Cualquier cosa que se convierte en el centro de un indebido interés y admiración, absorbiendo la mente, es un dios colocado por encima del Señor. Dios escudriña los corazones y distingue entre un servicio sincero y la idolatría. SE2 236.1

«No tomarás el nombre de Jehová, tu Dios, en vano”. Aquellos que entran en una relación de pacto con Dios son conminados a hablar de él en la más respetuosa y reverente manera. Muchos se refieren a Dios y mencionan su nombre en sus conversaciones religiosas de la misma forma en que mencionan un caballo o cualquier otro animal común. Eso deshonra a Dios. Los padres deberían educar a sus hijos en este sentido mediante precepto y ejemplo, para que la irreverencia no aleje al Espíritu de Dios de sus corazones y de los corazones de sus hijos. SE2 236.2

Los ministros del evangelio, al introducir el nombre de Dios en sus conversaciones podrían dar muestras de irreverencia. Al mezclar su santo nombre con asuntos comunes, ellos demuestran que no tienen inclinaciones religiosas, porque mezclan lo sagrado con lo común. No viven de acuerdo con los ideales de su sagrado ministerio. Mientras que afirman ser adoradores de Dios, ellos se comportan en forma contraria a su ley. SE2 236.3

Maldecir y proferir palabras en forma de juramento deshonra a Dios. El Señor ve, el Señor escucha, y él no tendrá por inocente al culpable. Él no será burlado. Los que han tomado en vano el nombre del Señor, encontrarán que es algo terrible caer en las manos del Dios vivo. SE2 236.4

De modo bien concreto los primeros cuatro mandamientos revelan la obligación de todo ser humano respecto al Creador. Esos cuatro mandamientos fueron escritos en la primera tabla de piedra. Los seres humanos dependemos de Dios como creador de nuestro ser, un Dios al que hemos de amar y obedecer de todo corazón, con todas nuestras fuerzas, nuestra alma y nuestros pensamientos. SE2 236.5

Los últimos seis mandamientos, consignados en la segunda tabla de piedra, señalan la obligación de todo ser humano hacia su prójimo. El que es fiel a su Dios, amándolo y obedeciéndolo, será fiel a su prójimo. Los que guardan los primeros cuatro mandamientos, guardarán los otros seis. SE2 236.6

Después de promulgar los Diez Mandamientos, el Señor abunda en ellos en forma explícita, estableciendo los principios que deberían aplicarse en la vida diaria. Esas especificaciones son denominadas juicios o estatutos, porque los magistrados debían emitir juicios basándose en ellos. Dios no se los comunicó a los israelitas en forma audible, sino que los dio a Moisés, quien a su vez los comunicó al pueblo. En varios casos difíciles ante los cuales Moisés no se sintió capacitado para emitir un juicio. Moisés le había suplicado al Señor que decidiera por él, por lo que Dios luego le dio a conocer normas generales que habrían de gobernar las decisiones relacionadas a aquellos mismos casos. SE2 237.1

El Señor desea preservar y cuidar los derechos de los siervos. Él les ordenó a los israelitas que fueran misericordiosos y que recordaran que ellos mismos habían sido siervos, advirtiéndoles que tuvieran en cuenta los derechos de sus siervos. Bajo ninguna circunstancia debían abusar de ellos. En su trato con ellos no debían ser abusivos, como los habían sido los capataces egipcios, sino que era necesario que manifestaran delicadeza y compasión al tratar a sus siervos. Dios deseaba que se pusieran en el lugar de sus siervos, y que los trataran del mismo modo que ellos desearían ser tratados en esas mismas circunstancias. SE2 237.2

Por causa de la pobreza, hubo quienes habían sido vendidos como siervos por sus padres. Algunos que habían sido condenados por sus delitos, fueron sentenciados por los magistrados a ser vendidos en servidumbre. El Señor especificó que incluso esas personas no debían ser mantenidas en servidumbre durante más de siete años. Al final de ese período todo siervo debía ser liberado; aunque si el siervo lo decidía, se le permitía permanecer con su amo. De esa forma Dios cuidaba del bienestar de los humildes y de los oprimidos. Así él favorecía un noble espíritu de generosidad, y estimulaba a que todos cultivaran el amor a la libertad, ya que el Señor los había liberado. Todo el que rehusaba la libertad en el momento en que le tocaba, era marcado. Aquello no era un distintivo honroso para él, sino una señal de desgracia. De esa manera Dios promovía el cultivo de un espíritu noble y elevado, en lugar de un espíritu de servidumbre y esclavitud. SE2 237.3

Dios desea que los cristianos respeten la libertad que él en una forma maravillosa les ha concedido. El derecho de propiedad de cada ser humano reside en Cristo. Nadie debe ser propiedad de otro ser humano. Dios ha comprado a todos los seres humanos. La mente y el poder de un ser humano no debería gobernar y controlar la conciencia de otra persona. Ante Dios, la riqueza o la posición no colocan a nadie por encima de los demás. Los seres humanos están en libertad de servir a Dios, de amar al Señor y de guardar todos sus mandamientos. SE2 237.4

¡Cuán cuidadosamente protege Dios los derechos de todo ser humano! Él ha señalado una condena para el asesinato premeditado: «El que derrame la sangre de un hombre, por otro hombre su sangre será derramada”. Si a un asesino se le permitiera estar libre de condena, él contagiaría a los demás mediante su influencia malsana y su cruel violencia. Eso resultaría en una situación similar a la que existía antes del diluvio. Dios debe castigar a los asesinos. Él da la vida, y el la quita si es que la misma se convierte en un terror y en una amenaza. La misericordia aplicada a un asesino que obró con plena conciencia de sus actos es una crueldad manifestada a sus semejantes. Si un asesino alevoso piensa que encontrará protección al huir hacia el altar de Dios, él será apartado del altar por la fuerza y ejecutado. Pero si un hombre mata en forma accidental, en ese caso Dios declara que proveerá un lugar de refugio adonde pueda huir. SE2 238.1

«Igualmente el que maldiga a su padre o a su madre, morirá» (Éxo. 21: 17). Así expresa Dios lo que siente respecto a los hijos rebeldes. Él decidió que maldecir o golpear a los padres era un crimen castigable con la muerte. Asimismo él castigará a los padres si no gobiernan y controlan a sus hijos. ¡Cuántos niños no se apartan de las buenas costumbres! ¡Cuántos no son abandonados al vicio y a la iniquidad! ¡Cuántos no maltratan a sus propios padres! SE2 238.2

El mismo Jesucristo fue quien dio esas instrucciones especiales a Israel. ¿Acaso dichas instrucciones hablan de una dispensación alejada de Cristo? ¿Es este grupo de normas inferior a las normas que se proponen en la actualidad? El Señor cuida del bienestar de su pueblo. Él presenta instrucciones concretas respecto a los pobres. ¡Qué imparciales son sus caminos! ¡Y qué sublimes son sus requerimientos! SE2 238.3

El Señor promulgó muchas otras normas o juicios, que debían ser obedecidos estrictamente. Los mismos están registrados en los capítulos 21, 22 y 23 de Éxodo. SE2 238.4

Dios también especificó las condiciones en las que su pueblo, los israelitas, recibirían la bendición prometida. «Yo envío mi ángel delante de ti, para que te guarde en el camino y te introduzca en el lugar que yo he preparado. Compórtate delante de él y oye su voz; no le seas rebelde, porque él no perdonará vuestra rebelión, pues mi nombre está en él. Pero si en verdad oyes su voz y haces todo lo que yo te diga, seré enemigo de tus enemigos y afligiré a los que te aflijan. Mi ángel irá delante de ti y te llevará a la tierra del amorreo, del heteo, del ferezeo, del cananeo, del heveo y del jebuseo, a los cuales yo haré destruir. No te inclinarás ante sus dioses ni los servirás, ni harás como ellos hacen, sino que los destruirás del todo y quebrarás totalmente sus estatuas. Pero serviréis a Jehová, vuestro Dios, y él bendecirá tu pan y tus aguas. Yo apartaré de ti toda enfermedad. En tu tierra no habrá mujer que aborte ni que sea estéril, y alargaré el número de tus días. Yo enviaré mi terror delante de ti; turbaré a todos los pueblos donde entres y haré que todos tus enemigos huyan delante de ti. Enviaré delante de ti la avispa, que eche de tu presencia al heveo, al cananeo y al heteo. No los expulsaré de tu presencia en un año, para que no quede la tierra desierta ni se multipliquen contra ti las fieras del campo. Poco a poco los echaré de tu presencia, hasta que te multipliques y tomes posesión de la tierra. Fijaré tus límites desde el Mar Rojo hasta el mar de los filisteos y desde el desierto hasta el Éufrates, porque pondré en tus manos a los habitantes de la tierra y tú los arrojarás de delante de ti. No harás alianza con ellos ni con sus dioses. En tu tierra no habitarán, no sea que te hagan pecar contra mí sirviendo a sus dioses, porque te será tropiezo» [Éxo. 23: 20-33]. SE2 238.5

Esas promesas fueron hechas condicionadas a la obediencia. Dios bendecirá y honrará a los que lo honren a él. El Dios vivo se compromete mediante promesas realizadas a los que él pone en sujeción a sí mismo. Su pueblo debe reconocerlo como su gobernante y obedecer las leyes de su gobierno. No solamente deben eximirse de adorar otros dioses, sino eliminarlos por entero, poniendo así de manifiesto su total rechazo de la idolatría. SE2 239.1

Después que Dios le hubo dado a Moisés numerosas leyes y preceptos, ordenó que descendiera y familiarizara al pueblo con dichos requerimientos. A Moisés se le dijo que debía leerlos al pueblo. Mientras estaba en el monte él las había escrito según eran pronunciadas por el Hijo de Dios. «Moisés fue y le contó al pueblo todas las palabras de Jehová, y todas las leyes. Y todo el pueblo respondió a una voz: “Cumpliremos todas las palabras que Jehová ha dicho”» (Éxo. 24: 3). SE2 239.2

Entonces se hicieron los preparativos para ratificar el pacto, de acuerdo con las instrucciones de Dios. «Entonces Moisés escribió todas las palabras de Jehová, y levantándose de mañana edificó un altar y doce columnas al pie del monte, una por cada tribu de Israel. Luego envió jóvenes de los hijos de Israel, los cuales ofrecieron holocaustos y becerros como sacrificios de paz a Jehová. Moisés tomó la mitad de la sangre, la puso en tazones y esparció la otra mitad de la sangre sobre el altar. Después tomó el libro del pacto y lo leyó a oídos del pueblo, el cual dijo: “Obedeceremos y haremos todas las cosas que Jehová ha dicho”. Entonces Moisés tomó la sangre, la roció sobre el pueblo y dijo: “Esta es la sangre del pacto que Jehová ha hecho con vosotros sobre todas estas cosas”» [Éxo. 24: 4-8]. SE2 239.3

Luego el pueblo aceptó las condiciones del pacto. Hicieron un pacto solemne con Dios, que prefigura el pacto realizado entre Dios cada creyente en Jesucristo. Las condiciones fueron claramente expuestas ante el pueblo. No se dejó lugar para que las malinterpretaran. Cuando se les pidió que decidieran si estaban de acuerdo con todas las condiciones expresadas, todos unánimente dieron su asentimiento respecto a obedecer cada estipulación. Ellos ya habían manifestado que obedecerían los mandamientos de Dios. Los principios de la ley fueron luego detallados, con el fin de supieran todo lo que abarcaba prestar obediencia a la ley, aceptando los detalles de la ley correctamente definidos. SE2 240.1

Si los israelitas hubieran obedecido los requisitos divinos, habrían sido cristianos en la práctica. Habrían sido felices porque habrían guardado las normas de Dios, dejando a un lado las inclinaciones de sus propios corazones. Moisés no los abandonó para que interpretaran mal las palabras del Señor, o aplicaran incorrectamente sus mandatos, sino que escribió todas las palabras del Señor en un libro para que en el futuro pudieran consultarlo. En el monte él las había anotado según Cristo las dictaba. SE2 240.2

De manera decidida los israelitas pronunciaron frases que prometían obediencia al Señor, después de haber escuchado la lectura de su pacto en una reunión del pueblo. Dijeron: «Obedeceremos y haremos todas las cosas que Jehová ha dicho”. Luego el pueblo fue apartado y consagrado a Dios. Se ofreció un sacrificio al Señor. Una parte de la sangre del sacrificio fue rociada sobre el altar. Eso significaba que el pueblo se había consagrado a Dios en cuerpo, mente y alma. Otra parte fue rociada sobre el pueblo. Eso significaba que Dios los había aceptado como su pueblo en forma misericordiosa, gracias a la sangre asperjada de Cristo. De ese modo los israelitas entraron en un pacto solemne con Dios. SE2 240.3

Cristo, como representante de la raza caída, transitó por el mismo terreno en el que Adán tropezó y cayó. Mediante una vida de perfecta obediencia a la ley, Cristo nos redime de la condena que acarreaba la lamentable caída de Adán. El hombre ha violado la ley de Dios. La sangre de Cristo será de valor únicamente para los que regresen a la fidelidad a Dios, únicamente para los que obedezcan la ley que han vio-lado. Cristo jamás será cómplice del pecado. Al haber llevado la condena de la ley, Cristo le ha concedido otra oportunidad al pecador: una segunda prueba. Cristo nos proporciona el medio a través del cual los pecadores podemos ser restablecidos a la gracia de Dios. Él asume la condena por las pasadas transgresiones humanas y, al impartimos su justicia, hace posible que podamos guardar la santa ley de Dios. SE2 240.4