Manuscritos Inéditos Tomo 2 (Contiene los manuscritos 97-161)
Manuscrito 161—Los santos no dicen estar sin pecado
Juan dice, al hablar del engañador, que hace maravi llas, que hará una imagen de la bestia y hará que todos reciban su marca. ¿Lo tomarán, por favor, en cuenta? Escudriñen las Escrituras y compruébenlo. Habrá un poder obrador de milagros que surgirá, y lo hará cuando la gente pretenda consagración y santidad, elevándose cada vez más y haciendo alardes de sus personas. 2MI 333.1
Fíjense en Moisés y en los profetas, observen a Daniel, a José y a Elias. Analícenlo, y a ver si encuentran una sola frase donde ellos afirmen estar sin pecado. El alma que esté en una cercana relación con Cristo, al contemplar su pureza y excelencia, caerá avergonzada ante él. 2MI 333.2
Daniel fue un hombre a quien Dios concedió grandes talentos y enorme conocimiento, y cuando ayunó un ángel se le acercó y lo llamó: «Varón muy amado” [Dan. 10: 11]. 2MI 333.3
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Solicitado por profesores de la Universidad Andrews para su uso en clases. Luego Daniel cayó postrado a los pies del ángel. No dijo: «Señor, te he sido muy fiel y de mi parte he hecho todo para honrarte y para defender tu palabra y tu nombre. Señor, tú sabes lo fiel que fui en la mesa del rey, y conoces cómo mantuve mi integridad cuando me echaron en el foso de los leones». ¿Oró Daniel así a Dios? Oró y confesó sus pecados, diciendo: «Ahora, Señor, Dios grande, [...] hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos actuado impíamente, hemos sido rebeldes y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas» [Dan 9: 4, 5]. Cuando vio al ángel dijo: «mis fuerzas cambiaron en desfallecimiento» [Dan. 10: 8]. No podía mirar el rostro del ángel, ya que no tenía fuerzas; había quedado sin aliento. Por lo que el ángel se acercó a él y lo colocó sobre sus rodillas. No podía ni mirarlo. Después el ángel se le acercó bajo apariencia humana. Entonces pudo soportar la visión.
¿Por qué entonces tantos afirman ser santos y estar libre de pecado? Es debido a que están demasiado alejados de Cristo. Jamás me he atrevido yo a afirmar nada semejante. Desde que tenía catorce años, una vez que sabía cuál era la voluntad de Dios, me disponía a hacerla. Nadie me ha oído jamás decir que no soy pecadora. Jamás dirán eso los que reciben una vislumbre del amante y exaltado carácter de Jesucristo, que era santo «y sublime y sus faldas llenaban el templo» [Isa. 6: 1]. Sin embargo, cada vez más, todos los años, encontramos a algunos que hacen semejantes afirmaciones.— Manuscrito 5, 1885, pp. 89 («Hearing and Doing” [Oír y hacer], Sermón presentando en Santa Rosa, California, el 7 de marzo de 1885). 2MI 334.1
Patrimonio White, Washington D.C.,
mayo de 1964