Manuscritos Inéditos Tomo 1 (Contiene los manuscritos 19-96)
Manuscrito 31—Los pactos
El pacto de Dios con Israel. «Al tercer mes de haber salido los hijos de Israel de la tierra de Egipto, ese mismo día, llegaron al desierto de Sinaí. Habían salido de Refidim, y al llegar al desierto de Sinaí acamparon en el desierto. Israel acampó allí frente al monte, y Moisés subió a encontrarse con Dios. Jehová lo llamó desde el monte y le dijo: “Así dirás a la casa de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel: ‘Vosotros visteis lo que hice con los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águila y os he traído a mí. Ahora, pues, si dais oído a mi voz y guardáis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra. Vosotros me seréis un reino de sacerdotes y gente santa’. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel”» (Éxo. 19: 1-6). MI1 103.1
Aquí se encuentran los términos de un pacto que Dios quería hacer con los hijos de Israel. Si ellos cumplían el compromiso que les pedía, los bendeciría abundantemente. MI1 103.2
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Solicitado para su posible inclusión en un estudio sobre los pactos. Prometió honrarlos, manifestarles su amor y su poder y protegerlos en todo momento si cumplían las condiciones que les proponía. No habían de hacer una mera profesión de ser adoradores de Dios, sino que, verdaderamente, habían de obedecer su voz.
Aquí se revela el maravilloso amor de Dios por la humanidad. El cumplimiento de las promesas de este pacto implicaba la humillación y la muerte de Cristo por un mundo que perecía en el pecado. Pero para que los seres humanos reciban esas bendiciones es necesario que obedezcan la ley de Dios. Unicamente los que guardan sus mandamientos pueden cruzar las puertas de la ciudad de Dios. MI1 104.1
Este pacto es una manifestación de la bondad divina. El pueblo no lo había solicitado. No extendía las manos en pos de Dios; en cambio, Dios extendió misericordiosamente su brazo todopoderoso, invitándolos a unir sus brazos al suyo, para que él pudiera ser su baluarte. Escogió voluntariamente como heredad suya una nación que acababa de salir de la esclavitud egipcia, un pueblo que tenía que ser educado y corregido a cada paso. ¡Qué expresión de bondad y amor omnipotentes! MI1 104.2
El pueblo de Dios es de gran valor a su vista, y el Señor desea que reciba honra entre las naciones. «Porque tú eres pueblo santo para Jehová, tu Dios; Jehová, tu Dios, te ha escogido para que le seas un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra. No por ser vosotros el más numeroso de todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos, sino porque Jehová os amó y quiso guardar el juramento que hizo a vuestros padres; por eso os ha sacado Jehová con mano poderosa, y os ha rescatado de la servidumbre, de manos del faraón, rey de Egipto. [...] Guarda, por tanto, los mandamientos, estatutos y decretos que yo te mando hoy que cumplas. Por haber oído estos decretos, haberlos guardado y puesto por obra, Jehová, tu Dios, guardará contigo el pacto y la misericordia que juró a tus padres. [...] Bendito serás más que todos los pueblos [...]. Apartará Jehová de ti toda enfermedad, y ninguna de las malas plagas de Egipto que tú conoces hará caer sobre ti, sino que las hará caer sobre todos los que te aborrezcan» (Deut. 7: 6-15). MI1 104.3
El Señor vuelve a contar lo que ya ha hecho por su pueblo: «Vosotros visteis lo que hice con los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águila y os he traído a mí» (Éxo. 19: 4). Dios había librado a su pueblo de forma espectacular. Le había dado pruebas señaladas de su poder para que su fe en él pudiera aumentar. MI1 104.4
Una y otra vez, el Señor permitió que su pueblo pasara por dificultades para que, en su liberación, pudiera revelar su misericordia y su bondad. Si el pueblo elegía ahora no creer en él, tendría que poner en duda lo que estaba viendo con sus propios ojos. Había recibido prueba inconfundible de que era un Dios vivo, «misericordioso y piadoso; tardo para la ira y grande en misericordia y verdad» (Éxo. 34: 6). Había honrado a Israel a vista de todas las inteligencias celestiales. Los atrajo hacia sí en una relación de pacto y comunión con él. MI1 104.5
Los hijos de Israel llevaban tres meses en su recorrido desde Egipto y ahora estaban acampados ante el monte Sinaí, donde, en medio de una imponente grandeza, el Señor les dio a conocer su ley. No se manifestó en grandiosos edificios hechos con manos de hombres, estructuras de factura humana. Dio a conocer en un escarpado monte un templo de su propia creación. La cumbre del monte Sinaí se elevaba por encima de todos los demás en una cadena montañosa en el estéril desierto. Dios eligió esa montaña como el lugar en el que se daría a conocer a su pueblo. MI1 105.1
Se les apareció en medio de una imponente grandeza y habló con voz audible. Allí se reveló a su pueblo como nunca lo ha hecho nunca antes, mostrando con ello la importancia de la ley para todas las épocas. Dios exige hoy que guardemos sus mandamientos. MI1 105.2
Dios dio su mensaje a Moisés como portavoz suyo; y Moisés mostró fielmente a los hijos de Israel las ventajas de las que gozarían si seguían las instrucciones que Dios les había dado. Les señaló cuidadosamente la diferencia entre el bien y el mal. Luego dejó en sus manos la decisión de si querían acatar las condiciones de las promesas divinas. Aceptaron las palabras de Dios y dijeron: «Haremos todo lo que Jehová ha dicho” (Éxo. 19: 8). MI1 105.3
«Así ha dicho Jehová, Dios de Israel: “Maldito el que no obedezca las palabras de este pacto, el cual mandé a vuestros padres el día que los saqué de la tierra de Egipto, del homo de hierro, diciéndoles: ‘Oíd mi voz y cumplid mis palabras conforme a todo lo que os mando. Entonces vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios. Así confirmaré el juramento que hice a vuestros padres, que les daría la tierra que fluye leche y miel, como en este día’. [...] Solemnemente advertí a vuestros padres el día que los hice subir de la tierra de Egipto, amonestándolos sin cesar, desde el principio hasta el día de hoy, diciendo: ‘¡Escuchad mi voz!’. Pero no escucharon ni inclinaron su oído; antes bien, se fueron cada uno tras la imaginación de su malvado corazón”» (Jer. 11: 3-8). MI1 105.4
El pueblo no cumplió su promesa y, por lo tanto, no recibió las bendiciones que Dios deseaba otorgarle. Siguiendo sus propios impulsos, siguió un curso que lo descalificaba para ser reconocido como el especial tesoro de Dios. MI1 105.5
«Pero esto les mandé, diciendo: “Escuchad mi voz, y yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo; y andad en todo camino que os mande, para que os vaya bien”. Pero no escucharon ni inclinaron su oído, antes caminaron en sus propios consejos, en la dureza de su corazón malvado. Fueron hacia atrás y no hacia adelante, desde el día que vuestros padres salieron de la tierra de Egipto hasta hoy. Os envié todos los profetas, mis siervos; los envié desde el principio y sin cesar” (Jer. 7: 23-25). MI1 106.1
¿Por qué les envió Dios tantos mensajes y advertencias? Porque sabía que el enemigo estaba completamente despierto y activo en su empeño de engañar a los hombres y apartarlos de la ley de Dios e introducirlos en sus engaños. Satanás siempre busca hacer que los hombres se desvíen de su obediencia a Dios. MI1 106.2
El pacto con nosotros. El pacto que Dios hizo en Sinaí es para el Israel de Dios de todos los tiempos. En esto se revela el propósito de Dios para nosotros si tan solo cooperamos con él. El Señor Jesús quiere reunir hoy a su pueblo como «la gallina junta a sus polluelos debajo de sus alas» (Mat. 23: 37) si tan solo acuden a él. MI1 106.3
Si acatamos las condiciones que Dios impuso a Israel, si nos presentamos ante Dios en la belleza de la santidad, y lo adoramos en Espíritu y en verdad, recibiremos las bendiciones que Dios le prometió a Israel. Dios envía su Palabra para aseguramos que, si le somos obedientes, nos reconocerá como miembros de su familia real. Honrará sobre todas las naciones a su pueblo elegido. «Gloria será esto para todos sus santos» (Sal. 149:9). MI1 106.4
Los mensajeros de Dios . Moisés fue elegido por Dios como mensajero de su pacto. El Señor lo llamó a subir a la cumbre del monte a recibir las palabras de Dios para Israel. Hoy Dios elige hombres, como escogió a Moisés, para que sean sus mensajeros. No han de ser mediadores. Han de señalar a Cristo como Mediador suficiente en sí mismo. Han de recibir instrucción, en primer lugar, de los oráculos vivientes de Dios, luego han de impartir el conocimiento que han recibido, «renglón tras renglón, línea tras línea, un poquito aquí, un poquito allá» (Isa. 28: 10). Cada palabra que pronunciemos tiene que ser veraz. Dios requerirá la vida de los que transformen la verdad de Dios en una mentira y enseñen falsedades. Su ejemplo llevará a otros a falsear, pero los que así pervierten la verdad de Dios nunca llegarán a ser miembros de la familia real. Ahora resulta peligroso ser incapaz de discernir la verdad. Los que quieran ser ministros de la Palabra de Dios deben ser hombres que conozcan su voluntad; tienen que ser cuidadosos, no vaya a ser que interpreten indebidamente la Palabra de Dios y cometan errores que precisen rectificación. MI1 106.5
Tienen que ser hombres de conocimiento, capaces de instruir a otros. ¿Cómo pueden hablar con claridad e inteligencia si no disponen de tiempo ni de oportunidad para estar en comunión con Dios, para buscarlo en ferviente oración? Es preciso que obtegan su sabiduría de Dios. Han de instar «a tiempo y fuera de tiempo» (2 Tim. 4: 2), siempre prestos a realizar cualquier cosa que puedan ser llamados. MI1 107.1
«Los labios del sacerdote han de guardar la sabiduría, y de su boca el pueblo buscará la ley; porque es mensajero de Jehová de los ejércitos” (Mal. 2: 7). El pueblo debía buscar el consejo del sacerdote, como mensajero designado por Dios. No tenía que oír únicamente, sino debía formular preguntas, para tener un claro conocimiento de la verdad. No tenía que guardarse sus conocimientos sin comunicárselos al pueblo, sino que tenía que conservarlos como un legado sagrado para ser impartidos a otros. MI1 107.2
El sacerdote debe guardar el conocimiento no solo en su memoria, sino que sus «labios [...] han de guardar la sabiduría”; ha de tenerla a flor de labios. Siempre debe estar listo para hablar de las cosas buenas y hermosas de Dios. MI1 107.3
Los mensajeros de Dios deben hacer de su cerebro un cofre de tesoros, de donde poder sacar un «Así dice el Señor” siempre que la ocasión lo demande. Han de presentar cosas nuevas y viejas. Deben sustentar continuamente el pacto de paz entre Dios y el hombre que él estableció con su pueblo Israel.— Ms 64, 1903, pp. 1-7 («God’s Covenant with Israel» [El pacto de Dios con Israel], 2 de julio de 1903). MI1 107.4
Pacto entre Dios y Cristo. Los principios que rigen el trono de Dios son la justicia y la misericordia. Se lo denomina «trono de la gracia» (Heb. 4: 16). ¿Quieren ustedes tener iluminación divina? Acudan al trono de la gracia. Recibirán la respuesta desde el propiciatorio. El Padre y el Hijo acordaron un pacto para salvar al mundo por medio de Cristo, quien se dio a sí mismo «para que todo aquel que en él crea no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3: 16). Ningún poder humano ni angélico podría establecer un pacto como este. El arcoíris sobre el trono es un símbolo de que Dios, a través de Cristo, se compromete a salvar a cuantos crean en él. El pacto es tan firme como el trono. Entonces, ¿por qué somos tan incrédulos, tan desconfiados?.— Ms 16 1890, pp. 25, 26 («Our Constant Need of Divine Enlightenment” [Nuestra constante necesidad de iluminación divina], 1890). MI1 107.5
El pacto abrahámico, el pacto de la gracia. Ahora bien, hermana mía, si no fuera posible para los seres humanos bajo el pacto abrahámico guardar los mandamientos de Dios, cada alma de nosotros está perdida. El pacto abrahámico es el pacto de la gracia. «Por gracia sois salvos» (Efe. 2: 5). «A lo suyo vino, pero los suyos no lo recibieron. Mas a todos los que lo recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios» (Juan 1: 11, 12). ¿Hijos desobedientes acaso? No, obedientes a todos sus mandamientos. Si no nos fuera posible ser observadores de los mandamientos, ¿por qué hace de la obediencia a sus mandamientos la prueba de que lo amamos?.— Carta 16, 1892, pp. 2, 3 (al hermano Holland y su esposa, 10 de noviembre de 1892). MI1 108.1
El pacto completado. El pueblo de Dios es justificado a través de la ad-ministración del «mejor pacto” (Heb. 8: 6), por medio de la justicia de Cristo. Un pacto es un acuerdo por el cual las partes se comprometen mutuamente al cumplimiento de ciertas condiciones; así, el instrumento humano llega a un acuerdo con Dios para cumplir las condiciones especificadas en su Palabra. Su conducta pone de manifiesto si respeta o no esas condiciones. MI1 108.2
El ser humano gana todo obedeciendo al Dios que cumple con el pacto. Los atributos de Dios nos son impartidos, capacitándonos para proceder con misericordia y compasión. El pacto de Dios nos da certeza del carácter inmutable del Señor. ¿Por qué, entonces, son los que pretenden creer en Dios inestables, volubles, indignos de confianza? ¿Por qué no rinden su servicio de todo corazón, como estando bajo la obligación de agradar y glorificar a Dios? MI1 108.3
No basta con que tengamos una idea general de los requerimientos de Dios. Debemos conocer por nosotros mismos cuáles son sus requerimientos y cuáles nuestras obligaciones. Las condiciones del pacto de Dios son: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo” (Luc. 10: 27). Estas son las condiciones de la vida. «Haz esto”, dijo Cristo, «y vivirás” (vers. 28). MI1 108.4
La muerte y la resurrección de Cristo completaron su pacto. Hasta entonces él se había revelado por medio de símbolos y sombras, que señalaban hacia la gran ofrenda que sería hecha por el Redentor del mundo, y que se realizaba a modo de promesa por los pecados del mundo. Los creyentes eran salvos en la antigüedad por el mismo Salvador que ahora, pero era un Dios velado. Veían la misericordia de Dios en símbolos. La promesa hecha a Adán y Eva en el Edén era el evangelio para una raza caída. Se dio la promesa de que la Simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente, y que esta le heriría su talón. El sacrificio de Cristo es el glorioso cumplimiento de toda la economía judía. Ha salido el Sol de justicia. Cristo nuestra justicia brilla esplendorosamente sobre nosotros. MI1 108.5
Dios no aminoró su reivindicación sobre los hombres para salvarlos. Cuando Cristo inclinó la cabeza y murió como una ofrenda sin pecado, cuando el velo del templo fue rasgado en dos por la mano invisible del Omnipotente, se abrió un camino nuevo y vivo. Ahora todos podemos llegar hasta Dios por los méritos de Cristo. Precisamente porque se rasgó el velo, los seres humanos podemos aproximamos a Dios. No necesitamos depender de un sacerdote ni de un sacrificio ceremonial. A todos se nos da la libertad de ir directamente a Dios a través de un Salvador personal.— Ms 148, 1897, pp. 7, 8 («The Christian Life» [La vida cristiana], 5 de diciembre de 1897). MI1 109.1
Por mil generaciones. «Conoce, pues, que Jehová, tu Dios, es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta por mil generaciones» (Deut. 7: 9). Mil generaciones nos trasladan por todas las pruebas de esta vida hasta el victorioso final, cuando se dará la recompensa al pueblo de Dios que guarda sus mandamientos. «Por haber oído estos decretos, haberlos guardado y puesto por obra, Jehová, tu Dios, guardará contigo el pacto y la misericordia que juró a tus padres. Te amará, te bendecirá y te multiplicará, bendecirá el fruto de tu vientre y el fruto de tu tierra, tu grano, tu mosto, tu aceite, la cría de tus vacas y los rebaños de tus ovejas, en la tierra que juró a tus padres que te daría [...]. Apartará Jehová de ti toda enfermedad, y ninguna de las malas plagas de Egipto que tú conoces hará caer sobre ti, sino que las hará caer sobre todos los que te aborrezcan» (Deut. 7: 12-15). MI1 109.2
¿No enseñaremos entonces a nuestros hijos que la obediencia voluntaria a la voluntad de Dios demuestra si los que dicen ser cristianos lo son realmente? El Señor dice en serio cada palabra que pronuncia. Cristo murió para que el transgresor de la ley de Dios pudiera volver a serle fiel, guardando los mandamientos de Dios y su ley como la niña de sus ojos, y así vivir. Dios no puede introducir rebeldes en su reino; por lo tanto, hace de la obediencia a sus requerimientos un requisito determinante. Los padres deberían enseñar diligentemente a sus hijos lo que Dios dice. Entonces Dios mostrará a los ángeles y a los seres humanos que construirá una protección alrededor de su pueblo. Los padres deberían ser conscientes de que hay una obra misionera de un carácter muy sagrado que ha de llevarse a cabo en el propio hogar, en el seno de la familia, para que todos sus miembros puedan convertirse en misioñeros en el sentido más pleno de la palabra.— Ms 64, 1899, pp. 3, 4 («Words to Parents” [Unas palabras a los padres], 25 de abril de 1899). MI1 109.3
¡Qué pacto tan extraordinario! En una ocasión, volviéndose a sus discípulos, que habían de padecer por su causa, empeñó la palabra que les dio diciendo: «En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16: 33). Ha declarado que es el Ayudador de cuantos se unen a sus filas para cooperar con él en la lucha contra enemigos visibles e invisibles. Ha prometido que todos seremos «herederos de Dios y coherederos con Cristo» (Rom. 8: 17), y que «nos has hecho para nuestro Dios un reino y sacerdotes, y reinaremos» con él, «sobre la tierra» (Apoc. 5: 10). ¡Qué pacto tan extraordinario! Los que acepten a Cristo, los dispuestos a compartir su humillación ante el mundo, se convertirán en miembros de la familia real, hijos del Rey celestial. Los que escojan padecer aflicción con el pueblo de Dios, en vez de disfrutar de los deleites del pecado durante un tiempo, serán partícipes con Cristo en su gloria. Les dará la dignidad de su nombre.— Carta 79, 1900, p. 7 (al Sr. William Kerr, 10 de mayo de 1900). MI1 110.1
Ratificación del pacto sinaítico. Una vez que Dios hubo transmitido a Moisés diversas leyes y normas, le indicó que descendiera al pueblo y lo familiarizara con esas leyes. Moisés recibió la instrucción de leerlas al pueblo. Mientras estuvo en el monte las había escrito tal como habían sido formuladas por el Hijo de Dios. «Moisés fue y le contó al pueblo todas las palabras de Jehová, y todas las leyes. Y todo el pueblo respondió a una voz: “Cumpliremos todas las palabras que Jehová ha dicho”» (Éxo. 24: 3). MI1 110.2
Se hicieron entonces preparativos para la ratificación del pacto, según las instrucciones de Dios. Moisés «edificó un altar y doce columnas al pie del monte, una por cada tribu de Israel. Luego envió jóvenes de los hijos de Israel, los cuales ofrecieron holocaustos y becerros como sacrificios de paz a Jehová. Moisés tomó la mitad de la sangre, la puso en tazones y esparció la otra mitad de la sangre sobre el altar. Después tomó el libro del pacto y lo leyó a oídos del pueblo, el cual dijo: “Obedeceremos y haremos todas las cosas que Jehová ha dicho”. Entonces Moisés tomó la sangre, la roció sobre el pueblo y dijo: “Esta es la sangre del pacto que Jehová ha hecho con vosotros sobre todas estas cosas”» (Éxo. 24: 4-8). MI1 110.3
Así el pueblo tuvo conocimiento de las condiciones del pacto. Hicieron un pacto solemne con Dios, tipificando el pacto hecho entre Dios y cada creyente en Jesucristo. Las condiciones fueron presentadas nítidamente ante el pueblo. No fueron dejadas para ser malinterpretadas. Cuando se les pidió que decidieran si aceptaban acceder a todas las condiciones establecidas, consintieron unánimemente en obedecerlas todas ellas. Ya habían consentido en obedecer los mandamientos de Dios. Los principios de la ley fueron entonces particularizados para que los israelitas pudieran saber cuánto había implicado en el compromiso de obedecer la ley; y aceptaron las especificaciones de la ley. MI1 111.1
Si los israelitas hubieran obedecido los requisitos de Dios, habrían sido cristianos prácticos. Habrían sido felices, porque habrían estado guardando los caminos de Dios y no siguiendo las inclinaciones de su propio corazón natural. Moisés no los dejó para que malinterpretaran las palabras del Señor ni que aplicaran indebidamente sus requerimientos. Escribió todas las palabras del Señor en un libro, al que pudieran ser remitidos con posterioridad. En el monte las había escrito tal como el propio Cristo las promulgó. MI1 111.2
Los israelitas pronunciaron con valentía las palabras que prometían obediencia al Señor tras oír su pacto leído a oídos del pueblo. Dijeron: «Obedeceremos y haremos todas las cosas que Jehová ha dicho” (Éxo. 24: 7). Entonces el pueblo quedó apartado y sellado para Dios. Se ofreció al Señor un sacrificio. Una porción de la sangre del sacrificio fue rociada sobre el altar. Esto significaba que el pueblo se había consagrado a Dios en cuerpo, mente y alma. Se roció una porción sobre el pueblo. Esto significaba que, a través de la sangre rociada de Cristo, Dios los aceptaba misericordiosamente como su especial tesoro. Los israelitas entraron así en un solemne pacto con Dios.— Ms 126, 1901, pp. 15-17 («The Giving of the Law” [La promulgación de la ley], 10 de diciembre de 1901). MI1 111.3
El quebrantamiento de nuestro pacto . «Pedid, y se os dará; buscad, y ha-llaréis; llamad, y se os abrirá» (Mat. 7:7). Nuestro deber es ponernos en estrecha comunión con Cristo mediante la oración ferviente y creyente. Somos responsables de nuestra parte en el compromiso. En cuanto al resto, hemos de confiar en Aquel que sabe y conoce todo, que nos ayudará de la forma más conveniente en nuestros esfuerzos por hacer su voluntad. MI1 111.4
Pongámonos en la línea de cooperación con Dios, haciéndole posible que responda a nuestras oraciones. Ha emitido sus pagarés al declarar: «Os daré un corazón nuevo” (ver Eze. 36: 26). Dice que será encontrado por quienes lo busquen de todo corazón. Cuando alguien pierde su asidero en Cristo, no es que el banco del cielo haya fallado, sino que ha quebrantado su pacto con Dios. El Señor no puede cubrir el pecado mientras se sigue en pecado, rehusando permitirle borrar la propia transgresión, porque se supone que, al desobedecer los mandamientos de Dios, uno se ha incapacitado para recibir ayuda. El Señor dice: «Si quiere que yo lo proteja, que haga las paces conmigo, sí, que haga las paces conmigo” (Isa. 27: 5, DHH).— Ms 56, 1903, pp. 1, 2 («A Present Help» [Pronto auxilio], 22 de mayo de 1903). MI1 112.1
La promesa para estos últimos días . «Todos los que [...] se aferren a mi pacto” (Isa. 56: 6, RVC). Este es el pacto del que se habla en el siguiente pasaje de las Escrituras: «Moisés subió a encontrarse con Dios. Jehová lo llamó desde el monte y le dijo: “Así dirás a la casa de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel: ‘Vosotros visteis lo que hice con los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águila y os he traído a mí. Ahora, pues, si dais oído a mi voz’”», en verdad, fervor y sinceridad, “‘“y guardáis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra. Vosotros me seréis un reino de sacerdotes y gente santa’. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel”. Entonces regresó Moisés, llamó a los ancianos del pueblo y expuso en su presencia todas estas palabras que Jehová le había mandado. Todo el pueblo respondió a una diciendo: “Haremos todo lo que Jehová ha dicho”» (Éxo. 19: 3-8). MI1 112.2
Esta es la promesa que el pueblo de Dios ha de hacer en estos últimos días. Su aceptación ante Dios depende de un fiel cumplimiento de los términos de su acuerdo con él. Dios incluyó en su pacto a todos los que le obedezcan. A todos los que hagan justicia y juicio, guardando su mano de hacer ningún mal, la promesa es: «Yo les daré lugar en mi casa y dentro de mis muros, y un nombre mejor que el de hijos e hijas. Les daré un nombre permanente, que nunca será olvidado» (Isa. 56: 5).— Carta 263, 1903, pp. 6, 7 («Be not Deceived» [No os engañéis], 12 de noviembre de 1903). MI1 112.3
Las condiciones para la salvación son las mismas. En el nuevo pacto, las condiciones por las cuales puede alcanzarse la vida eterna son las mismas que en el antiguo. Las condiciones se basan, y siempre se han basado, en la perfecta obediencia. En el antiguo pacto había muchas culpas de carácter osado e insolente para las cuales no había una expiación especificada por la ley. En el nuevo y mejor pacto Cristo ha cumplido la ley por los transgresores de la ley, si lo reciben por fe como Salvador personal. «A todos los que lo recibieron [...] les dio potestad de ser hechos hijos de Dios» (Juan 1: 12). La misericordia y el perdón son la recompensa de todos los que acuden a Cristo confiando en sus méritos para borrarles sus pecados. Somos limpiados del pecado por la sangre de Jesucristo, nuestro Salvador.— Carta 216, 1906, p. 2 (a «Mi querido hermano en Jesucristo», 2 de julio de 1906). MI1 113.1
El solemne voto bautismal. Nosotros, por nuestra parte, no debemos retener nuestro servicio ni nuestros medios si queremos cumplir nuestro pacto con Dios. «Jehová, tu Dios, te manda hoy que cumplas estos estatutos y decretos; cuida, pues, de ponerlos por obra con todo tu corazón y con toda tu alma» (Deut. 26: 16). El propósito de todos los mandamientos de Dios es revelar nuestro deber no solo hacia Dios sino también hacia nuestro prójimo. En esta última fase de la historia del mundo, debido al egoísmo de nuestro corazón, no hemos de cuestionar ni poner en duda el derecho de Dios a establecer esos requerimientos, o nos engañaremos a nosotros mismos y robaremos a nuestra alma las más ricas bendiciones de la gracia de Dios. El corazón, la mente y el alma han de fundirse en la voluntad de Dios. Entonces hallaremos deleite en el pacto forjado por los dictados de la sabiduría infinita y hecho obligatorio por el poder y la autoridad del Rey de reyes y Señor de señores. Dios no contenderá con nosotros en cuanto a la obligatoriedad de estos preceptos. Es suficiente que él haya dicho que la obediencia a sus estatutos y sus leyes constituye la vida y la prosperidad de su pueblo. MI1 113.2
Las bendiciones del pacto de Dios son mutuas. «Jehová ha declarado hoy que tú eres pueblo suyo, de su exclusiva posesión, como te lo ha prometido, para que guardes todos sus mandamientos; a fin de exaltarte sobre todas las naciones que hizo, para loor, fama y gloria, y para que seas un pueblo consagrado a Jehová, tu Dios, como él ha dicho” (Deut. 26: 18, 19). Dios acepta a los que quieran trabajar para la gloria de su nombre, para hacer de su nombre una alabanza en un mundo de apostasía e idolatría. Será exaltado por su pueblo observador de los mandamientos para que pueda exaltarlo «sobre todas las naciones que hizo, para loor, fama y gloria”. MI1 113.3
Mediante nuestro voto bautismal reconocimos y confesamos solem-nemente al Señor Jehová como nuestro Gobernante. Tácitamente prestamos un solemne juramento —en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo— de que de allí en adelante nuestra vida sería una con la vida de estos tres grandes poderes, que la vida que viviéramos en la carne sería vivida en fiel obediencia a la sagrada ley de Dios. Nos declaramos muertos, y nuestra vida escondida con Cristo en Dios, para que de allí en adelante andemos con él en novedad de vida, como quienes han experimentado el nuevo nacimiento. Reconocimos el pacto de Dios con nosotros, y nos comprometimos a buscar las cosas de arriba, donde Cristo se sienta a la diestra de Dios. Por nuestra profesión de fe reconocimos al Señor como nuestro Dios, y consentimos en obedecer sus mandamientos. Por la obediencia a la Palabra de Dios damos testimonio delante de los ángeles y de los hombres que vivimos «de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mat. 4. 4).— Ms 67, 1907, pp. 4, 5 («God’s People to Be Living Epistles» [El pueblo de Dios ha de ser cartas vivas], 6 de julio de 1907). MI1 114.1
Las palabras van dirigidas a nosotros tanto como a Israel. «Al tercer mes de haber salido los hijos de Israel de la tierra de Egipto, ese mismo día, llegaron al desierto de Sinaí. Habían salido de Refidim, y al llegar al desierto de Sinaí acamparon en el desierto. Israel acampó allí frente al monte, y Moisés subió a encontrarse con Dios. Jehová lo llamó desde el monte y le dijo: “Así dirás a la casa de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel: ‘Vosotros visteis lo que hice con los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águila y os he traído a mí’”» (Exo. 19: 1-4). MI1 114.2
Esas palabras fueron registradas para nosotros tan ciertamente como lo fueron para los hijos de Israel. Dios debe atraernos a cada uno hacia sí antes de que pueda obrar a través de nosotros en la gran tarea de preparar un pueblo que se mantenga firme en el día del Señor. Es nuestro deber individual entender qué quiere decir Dios y hacer cualquier cosa que nos ordene. MI1 114.3
«‘“Ahora, pues, si dais oído a mi voz y guardáis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra. Vosotros me seréis un reino de sacerdotes y gente santa’. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel”. Entonces regresó Moisés, llamó a los ancianos del pueblo y expuso en su presencia todas estas palabras que Jehová le había mandado. Todo el pueblo respondió a una diciendo: “Haremos todo lo que Jehová ha dicho”. Moisés refirió a Jehová las palabras del pueblo» (Éxo. 19: 5-8). MI1 114.4
El Señor había dicho a Moisés que santificara al pueblo, porque iba a acercarse a él. Hoy requiere de su pueblo que se mantenga firme como pueblo escogido y peculiar, libre de todas las influencias mundanales. Ha de ser un pueblo singular para el Señor. Y entonces les dio sus mandamientos, prometiéndoles la vida si los guardaban. Y nosotros, si obedecemos los mandamientos, hallaremos entrada en el reino de nuestro Dios, donde seguiremos observando la ley de Dios. Que nadie ose tomar a la ligera los mandamientos de Dios.— Ms 71, 1907, pp. 1, 2 («Clear the King’s Highway” [Preparar el camino del Rey], predicado el sábado 16 de febrero de 1907). MI1 115.1
Con la mano alzada. «Entonces regresó Moisés, llamó a los ancianos del pueblo y expuso en su presencia todas estas palabras que Jehová le había mandado. Todo el pueblo respondió a una diciendo: “Haremos todo lo que Jehová ha dicho”. Moisés refirió a Jehová las palabras del pueblo» (Éxo. 19: 7, 8). MI1 115.2
Así, con la mano alzada, el pueblo realizó un pacto solemne con el Señor; y se convirtió en su pueblo peculiar comprometido a obedecer todos sus mandamientos. Y el Señor dijo a Moisés: «“Yo vendré a ti en una nube espesa, para que el pueblo oiga mientras yo hablo contigo, y así te crean para siempre”. Moisés refirió las palabras del pueblo a Jehová» (Éxo. 19: 9).— Carta 198, 1908, p. 3 (a nuestros hermanos de Oakland, 16 de junio de 1908). MI1 115.3
El pacto eterno. «¡Venid, todos los sedientos, venid a las aguas! Aunque no tengáis dinero, ¡venid, comprad y comed! ¡Venid, comprad sin dinero y sin pagar, vino y leche! ¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan y vuestro trabajo en lo que no sacia? ¡Oídme atentamente: comed de lo mejor y se deleitará vuestra alma con manjares! Inclinad vuestro oído y venid a mí; escuchad y vivirá vuestra alma. Haré con vosotros un pacto eterno, las misericordias firmes a David. He aquí que yo lo di por testigo a los pueblos, por jefe y por maestro a las naciones. He aquí, llamarás a gente que no conociste y gentes que no te conocieron correrán a ti por causa de Jehová, tu Dios, y del Santo de Israel, que te ha honrado” (Isa. 55: 1-5). MI1 115.4
Este pacto eterno Dios lo hace con todos los que lo buscan de todo corazón y acatan las condiciones de la salvación.— Ms 93, 1909, p. 1 («Address to the Church Members at Salt Lake City» [Alocución a los miembros de la iglesia de Salt Lake City], 7 de septiembre de 1909). MI1 115.5
El mismo evangelio para Abraham y para nosotros. «Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el Espíritu de adopción, por el cual clamamos: “¡Abba, Padre!”» (Rom. 8: 15). El espíritu de esclavitud se engendra buscando vivir una religión legalista, luchando por cumplir las exigencias de la ley con nuestra propia fuerza. Solo hay esperanza para nosotros cuando aceptamos el pacto abrahámico, que es el pacto de la gracia por fe en Jesucristo. El evangelio predicado a Abraham, a través del cual tuvo esperanza, era el mismo evangelio que se nos predica hoy, a través del cual tenemos esperanza. Abraham contempló a Jesús, que es también el Autor y el Consumador de nuestra fe.— The Youth’s Instructor, 22 de septiembre de 1892, p. 304 («Words to the Young” [Palabras dirigidas a los jóvenes]). MI1 116.1
En cumplimiento del pacto entre el Padre y el Hijo. Cristo no estuvo solo en la realización de su gran sacrificio. Fue el cumplimiento del pacto realizado entre él y su Padre «antes de la fundación del mundo” (1 Ped. 1: 20). Con las manos estrechadas, habían convenido solemnemente que Cristo se convertiría en la garantía para la raza humana si esta era vencida por los sofismas satánicos.— The Youth’s Instructor, 14 de junio de 1900, p. 186 («The Price of our Redemption» [El precio de nuestra redención]). MI1 116.2
Muchos no son conscientes de nuestra relación pactual. Muchos de nosotros no se dan cuenta de la relación de pacto en la que nos encontramos ante Dios y su pueblo. Tenemos la más solemne obligación de representar a Dios y a Cristo. Hemos de guardamos de deshonrar a Dios profesando ser su pueblo y luego haciendo directamente lo contrario a su voluntad. Nos estamos preparando para ser trasladados. Entonces, actuemos como si fuéramos a serlo. Preparémonos para las mansiones que Cristo ha ido a preparar para los que lo aman. Situémonos donde podamos echar mano de realidades eternas e incorporémoslas a la vida cotidiana. Hemos de sentamos a los pies de Jesús y aprender de él.— General Conference Bulletin, lº de abril de 1903, p. 31 («Lessons from Josiah’s Reign” [Lecciones del reinado de Josías]). MI1 116.3
El pacto del Sinaí sigue vigente. El pacto que Dios hizo con su pueblo en Sinaí ha de ser nuestro refugio y nuestro baluarte. El Señor dijo a Moisés: «“Así dirás a la casa de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel: ‘Vosotros visteis lo que hice con los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águila y os he traído a mí. Ahora, pues, si dais oído a mi voz y guardáis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra. Vosotros me seréis un reino de sacerdotes y gente santa’ [...]”. Entonces regresó Moisés, llamó a los ancianos del pueblo y expuso en su presencia todas estas palabras. [...] Todo el pueblo respondió a una diciendo: “Haremos todo lo que Jehová ha dicho”» (Éxo. 19:3-8). MI1 116.4
Este pacto está hoy tan en vigor como lo estuvo cuando el Señor lo hizo con el antiguo Israel.— The Southern Watchman, 1º de marzo de 1904, p. 142 («Hold Fast the Faith” [Conserven la fe]). MI1 117.1
Patrimonio White, Washington, D. C.