Manuscritos Inéditos Tomo 1 (Contiene los manuscritos 19-96)
Manuscrito 55—El espíritu que debería caracterizar a los médicos adventistas
Me siento alarmada por la situación tanto del sanatorio y de la editorial de Battle Creek como de nuestras instituciones en general. Se viene manifestando un espíritu, y se ha agudizado año tras año en las instituciones, que es de un carácter enteramente diferente del que el Señor ha revelado en su Palabra que debería caracterizar a los médicos y los obreros relacionados con nuestras instituciones de salud y con la obra de publicaciones. Se tiene la idea de que los médicos del Sanatorio y los hombres que ocupan posiciones de responsabilidad en la editorial no tienen la obligación de estar controlados por los principios de abnegación y sacrificio personal del cristianismo. Pero esta idea tiene su origen en los concilios de Satanás. Cuando los médicos ponen de manifiesto que piensan más en el salario que en la obra de la institución, demuestran que no son dignos de confianza como siervos de Cristo abnegados, temerosos de Dios y fieles en realizar la obra del Maestro. MI1 189.1
Los que estén controlados por deseos egoístas no deberían seguir relacionados con nuestras instituciones, y mejor sería que su forma de actuar quede al descubierto para que todas las iglesias adventistas del séptimo día pueda saber qué principios gobiernan a estos hombres. MI1 190.1
Esta sería una precaución sabia y justa, porque, a través de su profesión médica, esa clase se aprovecha de lo que la Asociación ha creado con mucho esfuerzo y mantenido con mucho gasto. Con el nombre de adventistas del séptimo día se establecen entre nuestro pueblo y declaran que trabajan por el bien de la causa. Son aceptados como médicos cristianos, y existe la necesidad de que hombres y mujeres acudan a esos lugares diversos y actúen como misioneros en calidad de médicos cristianos; pero deberían estar a las órdenes de la Asociación. La gente está tan deseosa de que se establezcan instituciones que anima a los hombres que aparecen en su medio para que acepten la responsabilidad de crear instituciones. MI1 190.2
Hay muchos, sin embargo, que son médicos en activo que no trabajan con vista únicamente a la gloria de Dios, sino por la propia ganancia. Cobran precios exorbitantes de aquellos que requieren sus servicios. Creen que no son responsables ante nadie y que no han de dárseles recomendaciones ni consejos, sino que se empeñan en seguir sus propios impulsos. En gran medida, trabajan por motivos egoístas. No son misioneros en su ejercicio de la medicina. Sus honorarios excesivos son anotados en los libros por el Testigo fiel, quien dice: «Yo conozco tus obras”. El dinero que los médicos cobran generalmente de los ricos y los pobres, por los servicios prestados, es en muchos casos excesivo, y el Dios del cielo lo considera, ni más ni menos, ganancia deshonesta. Exigen estos precios exorbitantes por su ayuda profesional simplemente porque pueden hacerlo; porque, cuando sufre, la gente debe recibir ayuda. Los principios de la verdad no son introducidos en el alma para que tengan una influencia santificadora en su vida y su carácter, a no ser que los hombres sean hacedores de las palabras de Cristo. MI1 190.3
Si las iglesias dan la bienvenida a estos hombres en su seno porque se atribuyen a sí el nombre de adventistas del séptimo día, descubrirán que, en vez de beneficio, cosecharán perjuicios al unirse con ellos. Cuanto pueda ser sacudido lo será. Cuando sean probados y examinados, estos hombres revelarán el espíritu poco cristiano que los mueve, haciendo manifiestos los rasgos de carácter que jamás pueden tener admisión por la puerta celestial. Siguen la inclinación de su propia mente y no los consejos de Dios. MI1 190.4
«De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3: 16). El cielo fue adquirido para los seres humanos a un precio infinito, y nadie entrará por los portales de la dicha que no haya demostrado mediante la abnegación y el sacrificio propio la calidad y la autenticidad de su vida para Cristo y la humanidad doliente. MI1 190.5
Dios requerirá un rédito de los hombres en proporción a la estimación que han puesto sobre sí mismos y sus servicios, porque serán juzgados de acuerdo con sus obras, y según una norma no inferior a la que ellos mismos han establecido. Si han considerado de tanto valor sus talentos y han tenido en tan elevada estima su capacidad, se requerirá de ellos que presten un servicio en armonía con su propia estimación y con sus exigencias. ¡Cuán pocos tienen familiaridad real con el Padre o con su Hijo Jesucristo! Si estuvieran imbuidos del espíritu de Cristo realizarían las obras de Cristo. «Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Fil. 2: 5). MI1 191.1
El que juzga con justicia dijo: «Separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15: 5). Todos los talentos, grandes o pequeños, han sido confiados a los hombres por Dios, para que los emplearan en su servicio, y cuando los seres humanos usan su capacidad simplemente en beneficio propio y no siente la más mínima inquietud por trabajar en armonía con los que ejercen la medicina que son de la misma fe. Así demuestran que son propensos a juzgar a estos hombres por sí mismos, y no buscando satisfacer el ruego de Cristo: «Que sean uno”, así como él es uno con el Padre (ver Juan 17: 11, 22). Cuando exigen remuneraciones exorbitantes por sus servicios, Dios, el juez de toda la tierra, les exigirá de acuerdo con la medida de su propia estimación exagerada, y requerirá de ellos que rindan cuenta de acuerdo con toda la medida del valor que se han atribuido a sí mismos. MI1 191.2
Así como ellos juzgan su valor desde el punto de vista monetario, Dios juzgará sus obras comparando sus servicios con la evaluación que han hecho de ellos. A menos que se convierta, ninguno de los que de este modo atribuye valor excesivo a su capacidad podrá entrar en el cielo, porque su influencia personal en el servicio de Cristo nunca equilibrará la escala de su estimación de sí mismo o de sus exigencias por el servicio que presta a los demás. El egoísmo y la glorificación propia se están convirtiendo en la maldición de nuestras instituciones y están leudando todo el campamento de Israel. Hemos llegado al punto en que Dios ha dicho: «Alto”, y ahora debemos investigar para que podamos conocer los motivos que llevan a la acción y conocer en quién se cumplen las palabras de Cristo. Jesús dijo: «Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mat. 16: 24). El yo ha de estar oculto en Cristo. MI1 191.3
Tenemos necesidad de sentimos alarmados, porque el egoísmo y la codicia se están convirtiendo en un poder dominante entre nosotros, y el Señor está disgustado. La conciencia de muchos es elástica. Los hombres pueden comprarse y venderse al mayor postor. Cuando tales hombres son pesados en la balanza del santuario, son hallados faltos, porque faltan la diligencia, el honor, la integridad y la fidelidad. El pecado del soborno se está volviendo tan común que el sentido moral de muchos se pervierte por esta práctica impía. El tiempo de la prueba está ante nosotros, y muchos mantienen la verdad en la injusticia. No se sitúan donde mejor puedan glorificar a Dios, sino donde mejor puedan complacerse y glorificarse a sí mismos. Cuando sirve a sus fines, son los defensores más celosos de la verdad; pero cuando viene sobre ellos el examen de la prueba, retroceden ante la vara divina de medir. Malaquías describe el proceso de la prueba que capacitará al pueblo de Dios para seguir en pie el día de su venida: «¿Pero quién podrá soportar el tiempo de su venida? o ¿quién podrá estar en pie cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador y como jabón de lavadores. Èl se sentará para afinar y limpiar la plata: limpiará a los hijos de Leví, los afinará como a oro y como a plata, y traerán a Jehová ofrenda en justicia» (Mal. 3: 2, 3). Esta es la obra que el Señor hará en todas nuestras ins-tituciones. Y que nadie se interponga en este importante trabajo; porque las almas son puestas en peligro y deben ser limpiadas, afinadas y purificadas como la plata en el crisol. MI1 192.1
El que es egoísta y codicioso, ansiando apoderarse de hasta el último dólar que pueda de nuestras instituciones por sus servicios, está limitando la obra de Dios. Ciertamente ya ha tenido su recompensa. No puede ser considerado digno de que se le confíe la recompensa eterna y celestial en las mansiones que Cristo ha ido a preparar para los que se niegan a sí mismos, toman la cruz y lo siguen. La idoneidad de los hombres para entrar en la herencia comprada con sangre es puesta a prueba durante este tiempo de prueba. Los que poseen el espíritu de abnegación manifestado por Cristo cuando se entregó a sí mismo para la salvación de la humanidad caída son los que beberán de la copa y serán bautizados con el bautismo, y compartirán la gloria del Redentor. Los que pongan de manifiesto que el amor de Cristo controla su espíritu e impulsa su servicio serán considerados miembros aptos para la familia celestial. Todos hemos de ser puestos a prueba aquí en esta vida para demostrar si, admitidos en el cielo, repetiremos la misma línea de conducta que Satanás manifestó allí. Pero si el carácter que desarrollemos durante nuestro tiempo de prueba es conforme al Modelo divino, seremos idóneos para recibir la bienvenida: «Bien, buen siervo y fiel [...]. Entra en el gozo de tu Señor” (Mateo 25:21). Pero, por otra parte, los que desean ser demasiado valorados entre los demás, buscando las posiciones más encumbradas, y en esta vida exigen una remuneración los más elevada que puedan conseguir, tendrán precisamente esos caracteres en la vida futura. Todo el cielo los declarará inhabilitados para el reino, incapacitados para cualquier posición de confianza en la gran obra de Dios en los atrios celestiales. Nuestras instituciones son medios ordenados por Dios, y en ellas deben mantenerse con fidelidad los principios de equidad, justicia e integridad. La obra en la que estamos inmersos debe ser realizada por hombres que hayan sido llamados por Dios como lo fue Cristo, para avanzar con espíritu de sacrificio por la salvación de un mundo perdido. Este es el espíritu que debería caracterizar el trabajo médico misionero siempre y en todo lugar. MI1 192.2
Los que son participantes de la naturaleza divina cooperan en todas las cosas con el capitán de su salvación. El propio Jesucristo dejó a un lado su gloria; por nosotros se hizo pobre para que por su pobreza pudiéramos nosotros ser enriquecidos; y los que tienen su espíritu participan en su humillación, en su abnegación, en su sacrificio; ponen de manifiesto su mansedumbre y la humildad del corazón de Jesús y se entregan a la obra que vino a lograr a favor de la humanidad que perece. La aceptación de la doctrina, por sólida y bíblica que sea, nunca servirá por sí misma para restaurar a nadie a la felicidad y a Dios. La iniquidad tiene que ser erradicada del corazón humano, porque es del carácter satánico que llevó la rebelión al cielo. A no ser que se produzca esta transformación del corazón, ningún ser humano podrá gozar de la aprobación del Señor, y junto a su nombre se escribirá: «Siervo infiel”. MI1 193.1
Cuando el Señor me mostró la gran falta de unidad entre los médicos me he sentido angustiada. Actúan como si la oración de Cristo no los incluyera, y no buscan la unidad. Los médicos deberían trabajar en solidario amor y unidad. Ninguno debería tener envidia ni celos de sus hermanos médicos. No debería permitirse que la práctica clínica sea causa de enemistad, desconfianza o enfrentamientos. La verdadera causa que subyace en los enfrentamientos es la estrechez de miras, el espíritu farisaico que se introduce en la vida. Que los médicos den evidencia de que son cristianos, diciendo: «Somos hermanos, que hemos de estar en las mismas mansiones dentro de poco. Nos fortaleceremos mutuamente en Dios». MI1 193.2
En toda institución nuestra, y en cada rama y cada departamento de la obra, Dios pone a prueba el espíritu que mueve al obrero. ¿Tiene la mente de Cristo, el espíritu dispuesto y la devoción ferviente, la pureza y el amor que deberían caracterizar a quien trabaja para Dios? ¿Da los frutos de abnegación que se veían en la vida de nuestro divino Señor? Se requiere en los que trabajan en la causa que el corazón esté comprometido en el proyecto, para que puedan dar su servicio no meramente por un salario, ni por los honores, sino para la gloria de Dios y la salvación de los perdidos. MI1 193.3
Si resulta evidente que el corazón humano no está bien dispuesto, no ofrezcan beneficios especiales ni incentivos desmesurados, para obtener el servicio de ningún médico; ofrezcan lo que sea razonable, lo que se corresponda con los principios que el Señor ha establecido para le creación de nuestras instituciones, no más. Satanás, que reivindica ser el príncipe de este mundo, se presenta como alguien muy rico, y puede fácilmente presentar una mejor oferta que ustedes, y cuanto mayor sea el soborno de ustedes, mayor hará él el suyo. El mundo es el instrumento de Satanás para hacer su obra. Ustedes sabrán si un hombre es cristiano o no, porque obras son amores y no buenas razones o profesiones de fe. El espíritu que caracteriza la obra representa al hombre, y la obra estará en consonancia con el molde que él le dé. Dios hará que resulte manifiesto por prueba y error quién se encontrará unido a Cristo al fin en el gran plan de salvación. Hemos de actuar como reformadores en todos los ámbitos de nuestra obra; porque entonces Cristo actúa con nosotros. MI1 194.1
Cristo nos adquirió a un coste infinito, y hoy levanta su mano y pro-nuncia nuestro nombre como pronunció el nombre de Mateo cuando este se sentaba en el banco de los tributos. Jesús dijo: «Sígueme» (Mat. 9: 9). Mateo «lo dejó todo» —todas sus ganancias— y siguió a su Señor. No exigió ni esperó una suma que igualara la cantidad que recibía en su ocupación anterior antes de prestar sus servicios; sino que, sin preguntar, se levantó y siguió a Jesús. En la dificultad y la prueba, muchos cristianos profesos aún deben poner de manifiesto si han sometido los rasgos de la naturaleza carnal, o si son como un sepulcro blanqueado, hermosos en apariencia, pero por dentro llenos de impureza y corrupción. MI1 194.2
Una profesión de cristianismo no es suficiente para hacernos cristianos. Todos hemos de manifestar el carácter de nuestro Modelo divino. La Palabra de Dios debe ser la regla de nuestra vida, la guía de nuestras prácticas; debe ponerse de manifiesto que la abnegación, el sacrificio, la santidad, la compasión, la verdad y el amor son los frutos de nuestra fe en Cristo. Cuando el cristianismo ocupa su lugar en el corazón, no puede ser ocultado; se verá impreso en el alma y se evidenciará en el desarrollo de la vida práctica. A no ser que el cristianismo se manifieste en la vida cotidiana, en la forma de trabajar, en el cumplimiento de todos los deberes, no representamos a Jesús. Un cristiano manifestará el cristianismo en el mercado, al comprar y vender, en su profesión, en su ocupación y en su vida, en su conducta generosa hacia todos con los que se relacione. Pero, de todos los hombres a los que recurriríamos en busca de una manifestación del espíritu de Cristo, es del todo apropiado que nos fijemos expectantes en el médico cristiano. Pero en la profesión médica debe elevarse el estandarte; porque está muy bajo y los principios están corrompidos en aras de la ganancia. MI1 194.3
El médico cristiano no puede sentirse con derecho a seguir los usos del mundo, cediendo a amoldarse ellos para obtener el patrocinio o la alabanza de los impíos. No debería aceptar un salario exorbitante por sus servicios profesionales, porque la recompensa aguarda a los fieles y verdaderos. No tiene más derecho a servir a los demás exigiendo una gran remuneración que el ministro del evangelio a valorar su labor con un valor monetario elevado, sino únicamente según la rectitud, la misericordia y el valor de su trabajo. Está claro que, a no ser que el cristianismo esté implantado en el corazón, no controlará la vida. La profesión de fe no tiene valor alguno, a no ser que el espíritu y la vida testifiquen que es de carácter genuino. Limpiar el exterior de la copa nunca ha logrado elevar el alma, haciéndola pura y celestial. La verdad de Dios es de valor para el receptor únicamente en la medida en que se le permita que ejerza una influencia restrictiva en su espíritu y su práctica. No hay ninguna añagaza tan sutil, tan constante y cargada de peligro para el profeso seguidor de Cristo como la conformidad con el mundo. El llamamiento de Dios es: «Salid de en medio de ellos y apartaos» (2 Cor. 6: 17). MI1 195.1
Sabemos que la mente y la voluntad de Dios no tienen control sobre el mundo en su conjunto. Se disfruta de las incontables misericordias de Dios, hay apropiación de sus beneficios, y no hay, por parte del mundano, ningún reconocimiento al Dador, ninguna expresión de gratitud por la multiforme bondad de Dios. Esto se debe a que el principio de la verdad está ausente del corazón; no está entretejido en el carácter, porque no se comprende la pureza de sus principios. El apóstol dice: «Con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Rom. 10: 10). Entonces, ¿cuál es la diferencia entre un cristiano y un alguien cuyo corazón no esté puesto bajo la influencia controladora del Espíritu de Dios? Uno cae sobre la Roca y es quebrantado; el yo muere y Jesús vive en él y lo moldea y lo conforma según su propia imagen divina. Su conexión con Dios se manifiesta en sus transacciones comerciales y en todos los asuntos de la vida, sean grandes o pequeños; porque guarda el camino del Señor. Sus afectos y sus esperanzas no se centran en las cosas de esta vida, sino que están puestos en las cosas de arriba. El egoísta vive para sí, y busca honra mundanal, ganancia mundanal; manifestará que sus esperanzas se centran en las cosas de la tierra. Acaparará egoístamente cuanto pueda de alguna manera administrar para sí mismo, como ha hecho Satanás. Hay muchos que no tienen buena conciencia. MI1 195.2
El corazón es la ciudadela del hombre, y, mientras no se creen por el poder de Cristo nuevos afectos, nuevos gustos morales, el enemigo encuentra su baluarte en el corazón. Precisamente en el corazón el hombre establece sus ídolos, y ningún poder en la tierra puede desalojar al enemigo cuando los seres humanos están satisfechos de vivir separados de Dios. Cuando el corazón no es poseído por un Salvador que more en su interior, se revelarán en la vida los deseos carnales, los gustos, la mente del gran engañador, y aunque algunos puedan hacer profesión de cristianismo, sus obras testificarán que ellos no conocen a Dios; aunque admitan la verdad, su lugar en el corazón está ocupado por un espíritu engañoso. El amor del Salvador no está ahí. El amor de Cristo era un amor desinteresado, que lo llevaba a buscar y salvar lo que estaba perdido. Los que piensan demasiado en su remuneración por sus servicios revelan el hecho de que no han puesto los cimientos de su vida espiritual en la Roca segura, o de que han perdido el espíritu de la verdad y han olvidado que han sido liberados de la vieja levadura con la valiosísima sangre del Hijo de Dios. Han quedado tan desprovistos de discernimiento espiritual que ponen lo sagrado y lo común en el mismo nivel. No se honra al Señor en su corazón, y los principios de la religión de Cristo no están entretejidos en su carácter. Cumplen un servicio frío y formal que llaman religión; pero Cristo no está formado en su interior como la esperanza de gloria. MI1 196.1
Un hombre cuyo corazón esté tocado con gran amor por las almas por las que Cristo murió no hará de sí mismo un centro. No buscará absorberlo todo sin impartir nada, sino que su labor será movida por la fe y el amor. Se dará cuenta de que está tratando con almas compradas con la sangre de Cristo, y no permitirá que nada le haga perder de vista las realidades eternas. Tendrá presente el hecho de que todo lo que tiene relación con su vida y su carácter está cargado con responsabilidades sagradas y, mediante una conexión viviente con Dios, su influencia puede tener un poder leudante sobre aquellos con los que se relaciona. No podemos conocer la belleza ni las riquezas de la gracia de Cristo hasta que hayamos hecho una aplicación práctica de la verdad a nuestro propio corazón. Doctores, además de la preparación y la formación de ustedes, necesitan el sentir que hubo en Jesucristo. Este será su justicia y su san-tificación. En el corazón del médico que recibe a Cristo como huésped al que se da honra no puede existir ninguna fibra de la raíz del egoísmo. Cuando uno se vacía del yo, Cristo suplirá el vacío, y es impulsado por el mismo espíritu, movido por el mismo interés desinteresado, que se manifestó en la obra de Cristo por las almas de los que perecían. MI1 196.2
Entonces ustedes no pensarán en el cobro de precios exorbitantes por sus servicios, porque sea costumbre de los médicos del mundo hacerlo, más de lo que pensarían en deshonrar y traicionar a su Señor. Su alma estará absorta en el poder dador de vida del Sol de justicia e inconscientemente desprenderán una influencia que será una bendición para los que los rodeen. Trabajarán no como meros negociantes, considerando su trabajo desde un punto de vista terrenal, sino como médicos cristianos; prestarán servicio sin tomar de nadie más de lo que honradamente les corresponda. Usted tendrá en vista únicamente la gloria de Dios, e, independientemente de cuáles puedan ser las consecuencias para usted, su primera consideración será cómo poder manifestar el poder y la majestad de la verdad. MI1 197.1
Los que así practiquen la verdad sabrán que hay un amor más intenso, más profundo, con mayores motivos, que el amor natural de una madre hacia su hijo: es el amor del Salvador por los salvos, y el amor de estos hacia él en reciprocidad. La verdad ocupa la ciudadela del alma, y si el Salvador acudiera a registrar el templo, no encontraría compradores ni vendedores a los que condenar; porque Dios está entronizado en el corazón. El Señor ha prometido: «Pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros. Quitaré de vosotros el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. [...] Haré que andéis en mis estatutos y que guardéis mis preceptos [...]. Y vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios» (Eze. 36: 26-28). MI1 197.2
Muchos de los médicos que hoy afirman creer la verdad presente son presentados ante mí en una condición espiritual no mejor que la que tenían los sacerdotes y los gobernantes en la época de Cristo; porque su religión es como de goma, susceptible de estirarse para amoldarse a las circunstancias en diferentes momentos y en diferentes ocasiones. Se exigían precios exorbitantes a los que deseaban animales para el sacrificio en el templo, pero Jesús reprendió ese tráfico impío. La divinidad brilló a través de la humanidad cuando entró en el templo de Dios «y [...] volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas [...]. Y les enseñaba, diciendo: “¿No está escrito: ‘Mi casa será llamada casa de oración [.. .]’? Pero vosotros la habéis hecho cueva de ladrones”» (Marcos 11: 15-17). MI1 197.3
Las mismas palabras son aplicables a muchos médicos en activo que se dicen cristianos. La profesión médica no está menos bajo la jurisdicción del Señor, bajo el gobierno de la norma de justicia, que el agricultor, el comerciante o el ministro del evangelio. El médico tiene tanta obligación de representar la religión pura y sin contaminar en los aspectos pecuniarios como cualquier otro en su profesión. Se requiere de él que ame a Dios y lo obedezca, que, por amor de Cristo, alivie a los enfermos y a los afligidos. El amor y la compasión de Cristo deben impregnar el alma, y el médico que tenga el temor del Señor ante sus ojos tratará con ternura a los pobres de Cristo, y con justicia a todo el mundo; porque se dará cuenta que debe enfrentarse al registro de las obras realizadas en el cuerpo ante el tribunal de Dios. Toda labor realizada por amor de Cristo desinteresadamente conseguirá un reconocimiento, alcanzará un éxito, que están más allá de toda compensación terrenal; porque se imputará a tal obrero la justicia de Cristo. Cada médico debería sentirse inspirado por el amor de Cristo, para que su labor pueda tener sobre sí la mano modeladora del gran Médico. En Cristo contemplamos las características del verdadero médico. MI1 198.1
Lleva tiempo ignorándose la cuestión de si la profesión médica ha de estar controlada por principios cristianos en lo referente a la compensación o por la norma egoísta del mundo, pero ya no puede seguir siendo ignorada. ¿Se ejemplificarán en la vida del médico los puros principios ennoblecedores del cristianismo? ¿Se pondrá el ejercicio de su profesión bajo el gobierno y la supervisión de la iglesia? ¿Practicará la abnegación por amor de Cristo o lo de seguir las huellas de Jesús es solo para algunos hombres de ocupación más común, mientras que los comerciantes, los abogados y los profesionales liberales tienen libertad de seguir la inclinación de una voluntad egoísta? ¿No ha de ver el mundo ningún representante del cristianismo en la profesión médica ni en los hombres que ocupan cargos de confianza en nuestras instituciones? MI1 198.2
Se me mostró que la verdad debe entrar en el corazón de cada médico entre nosotros para que pueda tener una influencia santificadora en su vida; pero, por lo general, nuestros médicos no saben qué significa la religión del corazón. Con la luz de la redención brillando por doquier, el alma perece por desconocimiento de lo sagrado y de lo divino. El corazón está desolado y triste, aunque el Espíritu de Dios, a través de su Palabra, invita a todos los seres humanos a reposar en la esperanza de la gloria de Dios. MI1 198.3
La labor de la profesión médica necesita de hombres que amen y teman a Dios. La gente lleva mucho tiempo afligida con hombres incon- versos que han actuado independientemente de la iglesia y que han seguido su propio juicio no santificado, poniendo en peligro nuestras instituciones por la independencia no santificada. Nuestras instituciones, por no conocer una línea de acción mejor, no tienen por qué acepten personas no consagradas; porque se suscitarán médicos convertidos para ocupar su lugar en la obra. A no ser que los principios de la verdad divina controlen a los médicos como no lo han hecho hasta ahora, Dios quedará deshonrado, se perderán almas y la institución establecida para el beneficio de los enfermos y los que sufren no satisfarán la mente del Espíritu de Dios. MI1 198.4
Dios ha sido muy deshonrado por la línea de conducta de muchos de la profesión médica que afirman creer la verdad, porque en carácter no han sido representantes de Cristo. Debería considerarse que una vida inconsecuente carente de principios en un médico es un asunto de gran importancia, y debería ser abordado según la instrucción que Cristo dio a su iglesia para tratar a los desleales. Si alguno se niega a escuchar la admonición y no quiere cambiar su línea de actuación, debería ser separado de la comunión de la iglesia. Los que se ponen de parte del malhechor, simpatizan con él y le dan apoyo se ponen en una posición en la que son una ofensa a Dios. MI1 199.1
Hay algunas ocupaciones que no están abiertas para los cristianos. No son vocaciones legítimas para el siervo de Dios, y pueden ocuparse en ellas únicamente con peligro de su alma, porque a través de esas ocupaciones quedan expuestos a la perniciosa influencia del mundo. Dios desea que su pueblo no frecuente la compañía de explotadores y ventajistas, aunque puedan revestirse de una apariencia de santidad. Hay ocupaciones en las que es imposible efectuar una reforma, porque son perversas hasta el tuétano, y lo que puede decirse a los que siguen ocupándose en ellas es: «Váyanse, ladrones». Pero la profesión de la medicina es una vocación legítima, y hay un remedio para todos sus males. Cristo puede estar representado en el carácter y la acción de todo médico, y todos los que afirman ser cristianos deberían esperar trabajar como él lo hizo, recibiendo una remuneración justa por sus servicios, sin exigir nada más, aunque vean que podrían obtener más siguiendo los egoístas usos del mundo. Sería lo mismo que si el ministro del evangelio exigiera un salario excesivo por visitar a los enfermos, consolar a los desalentados, llevar paz y gozo a los oprimidos, que si el médico infla las facturas de sus honorarios por sus actuaciones profesionales. MI1 199.2
Ha de percibirse a simple vista en la obra del médico cristiano el sello de la abnegación, y no debe ofrecer ni la más mínima apariencia de fraude o extorsión. Ha llegado a ser generalizado entre los médicos que no tienen ante sí el temor de Dios ocultar lo que es claro y simple bajo el disfraz del misterio para poder tener más influencia entre la gente. Pero esto no sigue plan de Cristo. Solo Dios está velado en un misterio inasequible. Cuando abordamos la humanidad, Jesús aclaró a la comprensión de los hombres todo lo oculto, y prometió en su ascensión que enviaría al Consolador, cuya función sería revelar la verdad. En los atrios celestiales se considera el fraude y la extorsión del médico en los mismos términos que el fraude y la extorsión del comerciante o del mecánico. Los cobros abusivos por parte de un médico por prestar un simple servicio a un hermano desafortunado son tan asfixiantes para los pobres como cuando un abogado exige honorarios exorbitantes por su servicio o un comerciante pide un precio inaceptable por su mercancía. MI1 199.3
El carácter y el destino de la humanidad en el tiempo de gracia vienen determinados por los principios que controlan su acción. El egoísmo es un atributo de Satanás, y si gobierna la vida, se manifestará en cualquier profesión u ocupación, por noble o filantrópica que se quiera hacer pasar. Se ha cubierto una multitud de pecados bajo la profesión de la medicina, aunque ha habido un testigo de cada transacción impía, y se ha emitido un justo veredicto en la decisión de cada caso. Muchas cosas que en esta profesión se cree que son lícitas y correctas no lo son, y necesitan el azote de cuerdas en la mano de Cristo para que puedan ser expulsadas. Los médicos en activo han protagonizado muchas acciones buenas y misericordiosas, pero se me mostró que, por lo general, la profesión médica se ha convertido en una cueva de ladrones. En conexión con la causa de Dios, el trabajo del médico cristiano ha de ser adornado por la presencia de Cristo, que cooperará con el médico que profesa su nombre. Pero cuando los hombres se vuelven chantajistas, lo único que puede hacer es echarlos de sus atrios. MI1 200.1
Los que quieran entrar en la profesión médica deberían ser formados desde un punto de vista más elevado que el que se ofrece en las escuelas populares del país. No apreciamos el valor de la verdad sagrada que pro-fesamos creer hasta que vemos la necesidad de plasmarla en nuestra vida práctica. Solo cuando la integridad espiritual y moral llegan a ser una característica permanente, en todo momento y lugar, podemos dar la debida estimación de la sagrada fe que una vez fue dada a los santos. Además de la ciencia especial requerida para que alguien pueda ser un médico capaz, se precisa una formación diaria en la escuela de Cristo para que pueda aprender a trabajar como lo hizo Jesús: con pureza, con altruismo y con santidad ante Dios. Así, serán aptos para entrar en la es cuela superior de los patriarcas y los profetas, para asociarse con los re-dimidos y los santificados de todas las épocas. Hace falta un hombre según la divina medida de Dios para ser un médico de éxito que represente al gran Médico. Debe ser un alumno perpetuo, porque ningún estudioso está jamás preparado para dejar de estudiar, aunque haya recibido la titulación del curso de preparación más acreditado. MI1 200.2
Hay muchos advenedizos en la profesión médica, hombres que tienen un corazón malvado, que se aprovechan de su posición, y corrompen no solo el alma, sino también el cuerpo de aquellos que están bajo su cuidado. Su recompensa en el día del balance final será según sus obras. Solo la fe diaria en Cristo hará y mantendrá al médico puro ante Dios, porque Satanás estará junto al médico para tentarlo, para abrir vías para que practique la deshonestidad, para que cometa graves pecados bajo la capa de su profesión. Dios considera el corazón y entiende el espíritu, que ejecuta toda acción. Dentro de poco, el Juez de toda la tierra abrirá un gran libro en el que se conserva el registro de cada caso. Entonces se revelará que ha habido un testigo presente a la cabecera de los enfermos, que ha tomado nota de casa caso, de las circunstancias que rodean al individuo, del trato dado y se escribe la fidelidad o la infidelidad de cada médico. Que el médico cristiano alce su mirada en el dormitorio del enfermo y diga: «Dios está aquí; su mirada está puesta en mí. Lee todos mis pensamientos y observa todas mis acciones. Seré un fiel siervo de Jesucristo. Seré alguien que mantenga el honor, la honestidad y la verdad. Tendré la ternura, la compasión, la misericordia, la paciencia de Jesús. Consolaré a este doliente; seré bondadoso con él. Si Jesús quiere trabajar conmigo, seré un apoyo para los necesitados”. MI1 201.1
Oh, ¡qué médico puede ser aquel que sea un siervo de nuestro Señor Jesucristo! La luz de la gloria de Dios puede brillar sobre el hombre que, así, sea un colaborador de Dios. El cristianismo en la vida, en las transacciones comerciales, en las prácticas profesionales, será un poder en la tierra. Cristo dijo: «Vosotros sois la luz del mundo” (Mat. 5: 14). La levadura de la santificación y la santidad debe ser introducida en la vida y el carácter. En nuestra editorial, en nuestro sanatorio y en el colegio, deberíamos vigilar con sumo cuidado que no actuemos por motivos egoístas. La vida, en el mejor de los casos, es breve, y este corto período de tiempo de gracia debería ser puro, vivido con vista únicamente a la gloria de Dios. No deberíamos tener doble ánimo, ahora sirviendo al Señor y, después, sirviendo propósitos egoístas en todos nuestros planes y en nuestras acciones. El egoísmo, la desidia de espíritu que se manifiesta en lo referente a las palabras habladas, los hábitos consentidos, las máximas pronunciadas, siembran todos una semilla que producirá una cosecha funesta. MI1 201.2
Desde el corazón de la obra se transmite una influencia, incluso por parte de algunos a los que se llama misioneros al extranjero, que no complace a Dios. Muchos no están vacíos del yo, no son vasos de honra. Si nunca hubieran tenido relación con hombres no santificados, habrían realizado un trabajo mucho mejor; pero los principios que han entretejido en su carácter no resultan aceptables para Dios, y este no ministrará de su gracia al espíritu que acarician. Entonces, ¿cómo pueden ser luces para el mundo? ¿Cómo pueden ser colaboradores de Dios? ¿Cómo se los puede llamar portadores de luz? Las máximas del mundo han sido entretejidas con la preciosa verdad de Dios. Los hombres son engañados en cada departamento y cada ramo de la obra por sus propios deseos egoístas, sus planes egoístas, porque su corazón no se halla imbuido del espíritu de Cristo. Se pierde de vista el ejemplo de Cristo. Muchos son incapaces de distinguir claramente entre las verdades de Dios y los fraudes humanos, y ninguna parcela de su experiencia religiosa se encuentra libre por completo de la dañina cizaña del egoísmo. Muchos dicen buscar primero el reino de Dios y su justicia, pero, en realidad, los propósitos y los proyectos egoístas nublan la visión de las realidades eternas, y el mundo no tarda en discernir su propio rasero. Se me ha mostrado que muchos hacen profesión de piedad menospreciando las incoherencias demasiado evidentes, pero, a la vez, reafirmándose en sacar a Dios de su conocimiento, recurren al trueque y regatean para lograr una ventaja grande o pequeña, según las circunstancias, y, al obrar así, pierden en el trueque su aval para el reino de Dios. Valoran ese reino menos de lo que Judas valoraba a su Señor. MI1 202.1
Dios emplaza a los profesionales de la medicina a que no crean que han de situarse aparte de los miembros de la iglesia para poder llevar a cabo sus propios proyectos egoístas. Nuestra fe es tergiversada por hombres que están fuera de Cristo y muchas almas se descarrían. Hay que quitar del medio las piedras de tropiezo, o que quienes no se hayan sometido a la disciplina de la iglesia cambien de proceder. Si deciden dejar la comunión de la iglesia, que se dé la voz de alarma para que todos pueda saber que no están en armonía con los hermanos y que la iglesia no será responsable de su curso de acción ni cubrirá sus transgresiones. Así puede evitarse que muchos que sinceramente creen la verdad sean llevados a confiar en hombres cuya forma de actuar Dios desaprueba. MI1 202.2
Que nadie diga que sus pensamientos está, puestos en lo celestial mientras su yo se interpone entre ellos y Dios; porque sus ideas, sus obras, testifican todos que se arrastran en el polvo. Debe levantarse el estandarte. No abogamos por la inactividad; no quisiéramos que nada menos cabase sus actividades, sino únicamente que sean purificados sus proyectos de todo egoísmo, toda ambición, todo orgullo, toda exaltación del yo. Que la religión pura e inmaculada sea el poder controlador en todas nuestras instituciones, que sea practicada por cuantos están relacionados con la obra. Los que hacen profesión de piedad, pero tienen un corazón corrupto y sensual, se desarrollarán para poder ser conocidos por los que los rodean. El que intriga para sí obrará de manera que él se beneficie, mientras que es muy cuidadoso de todas las apariencias para comprobar que los demás en ningún caso se aprovechen de su lugar o su posición para cosechar beneficios que él mismo obtuvo. Este cuidado por su parte para excluir a los demás de una ventaja deshonesta tranquiliza su conciencia, porque cree que está protegiendo los intereses de la institución. MI1 202.3
Oh, hombre, los libros del cielo contienen el registro de tus hechos; porque de cada transacción ha habido un Testigo que no miente, y por tus obras serás justificado, y por tus obras serás condenado en el día en que cada caso sea juzgado, y ya sea demasiado tarde para reparar los daños cometidos. Se verá entonces que solo se salvan los que incorporaron a su vida las máximas de Jesús. MI1 203.1
Muchos han engañado al mundo, traicionado la causa de Cristo y avergonzado abiertamente al Señor de la gloria al tergiversar su carácter. Mienten contra la verdad. Consienten y toleran prácticas que de ninguna manera se corresponden con la verdad de Dios. Muchos están dispuestos a beneficiarse a costa del perjuicio ajeno, y esto demuestra que la verdad no ha entrado en el santuario del alma, y que la ley de Dios es letra muerta para ellos. El mandamiento es «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón [. . .] y [. . .] a tu prójimo como a ti mismo” (Mat. 22: 37-39). No han llegado a aprender la lección del puro Hijo de Dios. El Testigo fiel dice: «Tengo contra ti que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, arrepiéntete y haz las primeras obras, pues si no te arrepientes, pronto vendré a ti y quitaré tu candelabro de su lugar” (Apoc. 2: 4, 5). MI1 203.2
Repítase: «Soy cristiano, y tengo que amar a mi prójimo como a mí mismo. Debo hacer a los demás como me gustaría que me hicieran a mí. No debo exaltarme como un personaje privilegiado y mirar a los demás por encima del hombro como si no tuvieran ningún valor. Soy cristiano, y mi estima por los demás debiera superar a la que siento por mí mismo. Soy cristiano, y no debo integrarme en ninguna asociación ni en ningún grupo que estén confabulados en el mal, con independencia de lo trivial que parezca la transgresión”. Fue una pequeña transgresión la que abrió sobre nuestro mundo las esclusas de la aflicción. El acto del pecado puede ser una acción de la que se diga que es común, y la ruina eterna será común. No es preciso que busquemos excusamos porque los personajes más valorados sean culpables de extrañas faltas, ni que pongamos el pecado en la luz indebida ante el mundo. La rectitud de cuantos hacen elevadas profesiones y practican la iniquidad es conocida como una simulación ante ese Dios cuya mirada discierne el corazón de todos. Tan pocos se encuentran que actúen según los principios de la Biblia que podemos, ciertamente, decir que muchos buscarán entrar y no podrán. MI1 203.3
Los que no hayan perdido su primer amor tendrán cuidado por las almas de aquellos con los que se relacionan; pero si se encuentra alguien en una posición de responsabilidad cuya moral ha quedado mancillada con deshonestidad o impureza, manténgase en guardia para que su espíritu y su ejemplo impíos no contaminen el alma de ustedes, y que así se propague el contagio del mal. Debe elevarse el tono moral de la piedad entre nosotros, y, para que esto pueda ocurrir, debemos dedicar tiempo al cultivo personal de la religión del corazón. Que cada uno admita: «Tengo que ser un ejemplo de paciencia. Tengo que hacer el bien, con independencia de que los demás aprecien o no mis motivos. No debo aliarme con el mal, ni ocultarlo bajo un manto de falsa caridad». La caridad de la Biblia no es sentimentalismo, sino amor en ejercicio activo. Se llama caridad a «curar la desgracia de mi pueblo como cosa leve, diciendo: ¡Paz, paz! cuando no hay paz” (Jer. 6: 14; 8: 11, NC). Se llama caridad a confabularse, a llamar al pecado santidad y verdad; pero es una falsificación. Lo falso y lo espurio están en el mundo, y deberíamos examinar a fondo nuestro corazón para saber si poseemos o no la caridad genuina. La caridad genuina no generará desconfianza ni malas acciones. No embotará la espada del espíritu para que no realice ejecución alguna. Los que quieren ocultar el mal bajo una falsa caridad dicen al pecador: «Te irá bien”. Gracias a Dios, hay una caridad que no se corromperá; hay una sabiduría que viene de lo alto, que es (fíjate bien), primeramente pura, después pacífica, y sin hipocresía, y el fruto de justicia se siembra para aquellos que hacen la paz. Esta es una descripción de la caridad nacida en el cielo, engendrada en el cielo. La caridad ama al pecador pero odia el pecado, y le advierte con fidelidad su peligro, señalándole el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. El pecado no ha de ser encubierto, sino quitado. MI1 204.1
El amor de origen celestial es un poder irresistible y puede ser obtenido únicamente mediante una conexión viviente con Dios. Si se quiere conmover el corazón de la gente, hay que entrar en contacto real con el Dios de amor. Dios debe, en primer lugar, influir en uno mismo si se quiere influir en los demás. Pero, en vez de desear tan exaltada posición como llegar a ser colaborador de Dios, pastores y médicos, los hombres de responsabilidad buscan la preeminencia entre sus hermanos, y luchan por obtener los salarios más elevados por sus servicios. El pecado siempre acompaña a tal ambición. ¡Qué tenue es la línea de demarcación entre la iglesia y el mundo! Pero, ¿por qué se iba a intentar mezclar el servicio de Dios con el de servir a Mamón? El Redentor del mundo declaró: «Ninguno puede servir a dos señores”. MI1 204.2
El pueblo de Dios puede estar unido únicamente a través del poder del Espíritu Santo, y esta es la unión que soportará la prueba. Cristo oró para que su pueblo fuera uno como él y el Padre eran uno; pero, ¿puede esta unión existir, puede mantenerse la vida espiritual, si uno deja de relacionarse con personas de una fe preciosa similar en estrecha comunión y devoción cristianas? Si uno cree que puede llevar una vida cristiana sin aprovecharse de los privilegios cristianos, está siendo engañado por el enemigo de su alma. Me tomo terriblemente en serio el pasaje: «¡Clama a voz en cuello, no te detengas, alza tu voz como una trompeta! ¡Anuncia a mi pueblo su rebelión y a la casa de Jacob su pecado!». MI1 205.1
Con independencia de la labor que se desempeñe, sea la de médico, comerciante o pastor, o que se trabaje en otros ámbitos, nadie tiene ningún derecho a sobrellevar cargas tan duras y pesadas, tan difíciles de sobrellevar, que se vea aplastado bajo muchas y variadas responsabilidades, hasta el punto de no disponer de tiempo para orar, y excusarse alegando que tiene mucho que hacer. Si se tiene mucho que hacer, ¡cuán esencial es lograr que el Señor, el Dios de Israel, esté al lado de uno, para compartir el yugo con Aquel que era manso y humilde de corazón! Cristo dice: «Separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5). Bien puede uno sentirse alarmado por su alma si permite que las cuitas suplanten la verdad de Dios en el corazón. Si sus colegas son gente mundana que lo adulan, que le dicen lo brillante que usted es y qué grandes cosas puede hacer, y a usted le complace toda esa palabrería no consagrada, dese cuenta de que se halla en peligro; porque su sensibilidad moral está pervertida, sus percepciones mermadas. Ha dejado las frescas aguas de las nieves del Líbano por aguas extrañas. No puede conservar su espiritualidad a no ser que se alimente de Cristo, comiendo su carne y bebiendo su sangre. Cada momento está cargado de responsabilidades eternas. MI1 205.2
En el trato con sus semejantes, puede que cada acción esté marcada por la más alta integridad; y, no obstante, aunque la justicia y la equidad caractericen sus transacciones mercantiles, no debe permitirse estar tan absorto con lo temporal que deje de prestar atención a las cosas de interés eterno. La mente y el cuerpo no deben ser tratados con indiscreción. No debe actuar con presunción, porque no se pertenece a usted mismo: has sido adquirido por precio y tiene la obligación de mantener la propiedad de Dios en buen estado. No se requiere de usted que se dedique a sus labores hasta que esté agotado y exhausto, y no pueda ocuparse en ejercitar el espíritu para la conservación de la salud espiritual. Cuando hace de su prosperidad espiritual algo de importancia secundaria, está haciendo mal uso de la propiedad de Dios. Mediante la devoción indebida al negocio defrauda al alma privándola de la oportunidad de darse un banquete de palabras de vida eterna e impidiendo que reciba el sustento y la inspiración necesarias para el mantenimiento de la salud espiritual. Así deja usted de ser luz para el mundo y no puede representar a su profeso Señor ante la gente con la que se relaciona. MI1 205.3
Es verdad que cada momento es precioso y que no debe desperdiciarse ninguno; pero precisamente cuando se obtiene la gracia del Espíritu Santo por la fe en Dios se está cualificado para el desempeño de los diversos deberes y se puede trabajar con vista únicamente a la gloria de Dios. Considere los días, las semanas y los meses del pasado y observe si su vida de servicio no ha sido un hurto largo y complicado contra Dios, porque ha dejado de acordarse de él y ha dejado la eternidad fuera de tus cálculos. Al descuidar las cosas espirituales, no solo ha robado a su propia alma, sino a las almas de su familia; porque, al buscar el enriquecimiento temporal con descuido de la iluminación celestial, no ha estado en condición física ni mental de educar y formar a sus hijos para que guarden el camino del Señor. MI1 206.1
¿Cuánto tiempo continuará este tipo de malversación por parte de hombres que dan una gran valoración a sus servicios y, no obstante, excluyen de su trabajo lo que hace aceptables a Dios sus labores: la devoción del corazón, la verdadera piedad? Descarta a Dios de sus pensamientos, apenas ora, y no obstante reivindica, por el ejercicio de su sabiduría finita, una gran compensación en dinero. Y, con todo, Cristo declara: «Separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15: 5). «¿De qué le aprovechará al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?” (Mar. 8:36). ¿Cambiará su esperanza celestial por la ganancia terrenal? Muchos hacen precisamente eso, porque Satanás ofreció su tentador soborno y aceptaron sus términos. Si se talara el árbol, yacería postrado en la tierra, perdido, perdido, ¡perdido eternamente! MI1 206.2
A menudo, se considera que el éxito terrenal, incluso cuando se obtiene con la pérdida de la vida espiritual, es una bendición de la Providencia; pero es desastre, es muerte. Mucho mejores serían la pobreza, la cruz, la abnegación, el sacrificio de uno mismo y las esperanzas terrenales hechas añicos. Mucho mejor sería recibir del mundo el veredicto de «pobre» que se escriba de nosotros «pobre» en los libros del cielo. Que se escriba en el cielo que uno es rico en gracias espirituales es de mucho mayor honor que sentarse con los príncipes en la tierra y renunciar al reino de Dios. Sea la ambición de quienes profesan creer la verdad presente que se escriba de ellos que son hombres cuya vida está escondida con Cristo en Dios, hombres que el oro no pueda comprar, que, aunque sean tentados como lo fue Moisés, como él, estimaron mayor riqueza el oprobio de Cristo que los tesoros de Egipto. MI1 206.3
Dios permite que los seres humanos pasen bajo el fuego de la tentación para que puedan ver que hay aleación en sus caracteres; porque no pueden heredar su herencia de la corona eterna a no ser que sean examinados y probados por el Señor. Tómense tiempo para vigilar y orar, para cerciorarse de que tienen la presencia de Jesús, y pueden pedir su consejo en lo referente a la obra que ha entregado en sus manos, como lo hizo Enoc en la antigüedad. ¡Cuánto necesitan a Jesús aquellos que ocupan cargos importantes de responsabilidad, cuánto precisan vigilar y orar para poder ser fervientes de espíritu, sirviendo al Señor! ¿Harán acopio de negocios para su alma y dejarán fuera a Cristo alegando que no tienen tiempo para estar en comunión con él? ¿Por qué violar la conciencia? ¿Por qué poner tal confianza en la propia fortaleza finita de ustedes? MI1 207.1
La tentación llegará a cada alma, y, si se acepta una tentación, seguirán otras más fuertes, y otros se verán influidos por el ejemplo de ustedes. El oro no es solo es un patrón monetario, sino también un patrón de carácter entre los hombres. Sin embargo, aunque el mundo juzgue por este patrón, diga el cristiano: «No estoy obligado a ser rico, pero tengo la obligación de ser justo y de representar a mi Redentor. No pondré mi alma en peligro exigiendo determinados ingresos. He propuesto en mi corazón que no daré a Satanás razón para triunfar sobre mí por haber puesto en peligro mi vida espiritual y haberme convertido en siervo del pecado. No cultivaré ni alentaré el egoísmo y la avaricia, porque es la ruina del mundo». MI1 207.2
Satanás fue derrotado cuando se acercó a Cristo con su insidiosa ten-tación del ofrecimiento de una vasta recompensa por el deslustre de la integridad del Hijo de Dios. Ahora busca, mediante el mundo, corromper la integridad de los que vencerían por la gracia de Cristo; pero diga cada seguidor profeso de Jesús: «Vete, Satanás, porque escrito está: “Al Señor tu Dios adorarás y a él solo servirás”» (Mat. 4: 10, RVC).— Carta 41, 1890, pp. 1-22 (al Dr. J. H. Kellogg, 24 de diciembre de 1890). MI1 207.3
Patrimonio White, Washington, D.C., 26 de agosto de 1953