Manuscritos Inéditos Tomo 3 (Contiene los manuscritos 162-209)

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La ley de Dios, la norma del carácter

Texto: «Pero a la mitad de la fiesta subió Jesús al templo, y enseñaba. Y se admiraban los judíos, diciendo: “¿Cómo sabe este letras sin haber estudiado?”. Jesús les respondió y dijo: “Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió. El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios o si yo hablo por mi propia cuenta”» (Juan 7: 14-17). 3MI 89.4

Ahora queremos conocer y entender cuál es la voluntad de Dios. Esta voluntad se expresa en los Diez Mandamientos, y si los obedecemos conoceremos que la doctrina es de Dios. El Señor Dios del cielo tiene un reino y este reino está controlado por leyes, y es de gran importancia que estas leyes sean obedecidas. Dios es el gobernante del universo y está como cabeza, y todos deberían respetarlo como tal y obedecer sus mandatos. Un padre está a la cabeza de su familia y requiere que sus leyes, que regulan a su familia, sean obedecidas. Si la familia respeta sus requerimientos, se ve orden y felicidad en esa familia, pero si es de otro modo habrá confusión. Así será en el gobierno de Dios. 3MI 90.1

Algunos nos dirán que la Palabra de Dios es como un violín y que a este se le puede dar cualquier interpretación. Esta creencia se debe al rechazo de la ley de Dios, y la consecuencia es la confusión. Si se guardara la ley, no podría realizarse esa declaración. Pero cuando los hombres derriban los mandamientos, ¿cómo pueden conocer la voluntad de Dios? La ley fue dada en la fundación del mundo, y existirá a lo largo de todas las generaciones; pero cuando el hombre se olvida de Dios por la desobediencia, se sitúa en un punto en el que no conoce la doctrina. 3MI 90.2

Cuando los hijos de Israel estaban en Egipto, rodeados por la idolatría, Dios vio que era necesario sacarlos de Egipto para volver a promulgarles su ley. 3MI 90.3

Cuando nos demos cuenta de que la obediencia constituye la mejor manera de responder a las peticiones de Dios, entonces tendremos una norma. Si cada persona reconociera la ley, se pondría fin a la confusión. Debemos hacer la voluntad de Dios. Los que no aceptan la ley se erigen una norma propia; y, dado que hay muchas mentes, diversas unas de otras, habría muchas normas, y esto establecerá muchas doctrinas. En esta época vemos esfuerzos decididos por ignorar la ley de Dios y, en consecuencia, no se entenderá la doctrina. Pero si conocemos y hacemos la voluntad de Dios, él no nos dejará en la oscuridad, sino que nos llevará a conocer la doctrina y eso traerá felicidad. La obediencia es el único rumbo que debe tomarse. Cuando Cristo enseñaba a sus discípulos, les mostró la magnitud de la ley aplicándola a todos nuestros actos, y después mostró nuestro deber hacia nuestro prójimo. Los escribas y los fariseos murmuraban contra la enseñanza de Cristo y lo acusaban de suprimir la ley de su Padre. ¡Con cuánto asombro deben de haber oído de sus labios: «No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolir, sino a cumplir”. Cristo prosiguió: «Porque de cierto os digo que antes que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la Ley, hasta que todo se haya cumplido. De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; pero cualquiera que los cumpla y los enseñe, este será llamado grande en el reino de los cielos. Por tanto, os digo que si vuestra justicia no fuera mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos» (Mat. 5: 17-20). Dirige estas palabras a sus discípulos, y ellas se aplicarán en todo el devenir de la historia. 3MI 90.4

El sermón predicado por Cristo en el monte tiene mucho que ver con nuestra vida cotidiana. Los mandamientos son tan amplios que alcanzan incluso a nuestros pensamientos. Pero, ¡cuán pocos prestan atención a las palabras de nuestro Salvador! En consecuencia, tendremos que afrontar objeciones. Algunos afirmarán que están guiados enteramente por el Espíritu y que, por tanto, ni la ley de Dios ni ninguna otra porción de la Palabra de Dios les sirve de gran cosa. Los que afirman tener gran luz y no están santificados por la verdad son personas peligrosas, pero pueden ser evaluadas fácilmente. «¡A la ley y al testimonio! Si no dicen conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Isa. 8: 20). Queremos estar en aquella condición en la que podamos discernir entre la luz y las tinieblas. 3MI 91.1

Cristo dijo: «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos” (Mat. 7: 15-17). 3MI 91.2

No debemos ser guiados por el impulso. La Biblia es nuestra guía para conducimos al cielo. No queremos que nadie acepte nuestra palabra, sino que acuda a las Escrituras en busca de luz, porque no podemos confiar en el hombre finito. Esto es para mí una realidad viviente. 3MI 91.3

Hemos de esperar ser asaltados por los poderes de las tinieblas, pero si resistimos con éxito habrá júbilo en el cielo. Las almas de los hombres son valoradas por la hueste celestial. Conocen el gran sacrificio que se hizo por el hombre. Cuando Satanás ve un alma que lucha para obtener luz, redobla sus esfuerzos por devolverla bajo su bandera. Satanás juega la partida de la vida. Me siento angustiada cuando me doy cuenta de las pruebas que sobrevendrán a los que deseen la vida; pero estas cosas vendrán, y la pregunta es: ¿Quiénes estarán del lado del Señor? Serán los que acudan a la Norma en busca de consejo. 3MI 91.4

No debemos estar bajo la bandera de nadie, salvo la de Cristo. El gran Maestro nos ha dado su testimonio de que ni una jota ni una tilde pasará en modo alguno. El pecado y el sufrimiento nos rodean por doquier, por la desobediencia. Si la ley de Dios fuera obedecida, veríamos una sociedad muy diferente de la que ahora vemos en las familias. 3MI 92.1

Se necesita seguir a Cristo en la abnegación y en la carga de la cruz. Necesitamos que la ternura de su espíritu gobierne nuestro corazón, y entonces satisfaremos los requerimientos y entraremos por las puertas de la ciudad. Si fracasamos, seremos clasificados con los que estén fuera de la ciudad. «Pero los perros estarán afuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras y todo aquel que ama y practica la mentira” (Apoc. 22: 15). 3MI 92.2

«Después me mostró un río limpio, de agua de vida, resplandeciente como cristal, que fluía del trono de Dios y del Cordero. En medio de la calle de la ciudad y a uno y otro lado del río estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones. Y no habrá más maldición. El trono de Dios y del Cordero estará en ella, sus siervos lo servirán, verán su rostro y su nombre estará en sus frentes. Allí no habrá más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará y reinarán por los siglos de los siglos» (Apoc. 22: 1-5). 3MI 92.3

Queridos amigos, deseo recibir la recompensa que aguarda a los fieles. Quiero un lugar en la gloria, y esto podemos obtenerlo todos si guardamos los mandamientos de Dios y la fe de Jesús. Aunque hay tantos engaños, permítanme convencerlos para que pongan los pies en la Palabra de Dios; y cuando se recibe luz, uno es responsable de permitir que brille, y el propio ejemplo lo declarará; pero no se puede esperar tener buena voluntad de los que están en tinieblas. 3MI 92.4

¿Pueden decirme por qué vino a morir por nosotros el Hijo de Dios? Fue por la transgresión de Adán. En ella este perdió todo derecho al cielo. El ser humano se separó entonces de Dios, pero el amor de Cristo por nosotros hizo que viniera a esta tierra, y revistió su divinidad de humanidad para que pudiéramos ser reconciliados con el Padre y puesto de nuevo bajo su ley. Cristo dice que no vino a destruir la ley, sino que vino a honrarla, a darle dignidad. Abrió su seno para sufrir por la transgresión. 3MI 92.5

Satanás nos dirá que Cristo lo hizo todo por nosotros. Esto debemos contrastarlo con la Palabra de Dios. Si Satanás dice la verdad, no habría sido necesario que Cristo realizara el sacrificio. Pero podemos acudir a Dios a través de Cristo precisamente mediante el cumplimiento de los mandamientos. Y él pagó la deuda por las transgresiones pasadas. Cristo fue aceptado como nuestro sacrificio, y a orillas del Jordán el Padre declaró: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia» (Mat. 3: 17). Aquí se abrió el cielo para el hombre, y el cielo y la tierra fueron unidos nuevamente. 3MI 92.6

Ahora permitamos que el amor de Dios fluya de nuestro corazón por el don de su Hijo. Es nuestra labor salir de las tinieblas y captar los rayos de luz que siguen alumbrando nuestro camino, y así permitir, a su vez, que alumbren el camino de otros. Tenemos gran luz. ¿Se establecerá en Nimes? Aferrémonos del brazo poderoso de Jesús por la fe y la obediencia, y estando firmes en la verdad, y entonces conoceremos que la doctrina es de Dios.— Manuscrito 45, 1886, pp. 1-5 («God’s Law the Standard of Character” [La ley de Dios, la norma del carácter], sermón en Nimes, Francia, 23 de octubre de 1886). 3MI 93.1