Manuscritos Inéditos Tomo 3 (Contiene los manuscritos 162-209)

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La cruz antes que la corona

Texto: «Entonces Jesús dijo a sus discípulos: “Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame, porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. ¿De qué le servirá al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? ¿O qué dará el hombre a cambio de su alma?, porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras”» (Mat. 16: 24-27). 3MI 85.3

Aquí tenemos la clara afirmación de Cristo de que, si lo seguimos, debemos tomar la cruz. La abnegación y la cruz se encuentran directamente en nuestra senda rumbo al cielo. En las palabras de mi texto se encuentra la consecuencia de rehuir la cruz: «Todo el que quiera salvar su vida, la perderá”. Se realizó el gran sacrificio infinito para que pudiéramos ser salvos. Viniendo del cielo a esta tierra, Cristo preparó una vía para nuestra huida. 3MI 85.4

Nuestro Salvador representó su primer advenimiento y el trato que recibió con la parábola de la viña. «Un hombre plantó una viña, la arrendó a labradores y se ausentó por mucho tiempo» (Luc. 20: 9). El relato prosigue en Lucas 20: 10-17. En primer lugar, Dios envió a sus profetas al antiguo Israel, pero su mensaje no fue atendido y, como último recurso, envió a su Hijo, para que el corazón de la gente pudiera ser alcanzado y tornarse a Dios; pero mataron a su Hijo. Esta fue la obra de Satanás mediante las manos de aquellos que ha reunido bajo su bandera. Cristo fue «despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en sufrimiento” (Isa. 53: 3). ¿Qué produjo tal dolor? No fue por su propia cuenta, sino por los pecados del pueblo. Él se dio cuenta de la condición de este, y esta fue la razón por la que sintió tal dolor cuando lloró sobre Jerusalén y pronunció las palabras de lamento: «¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, pero no quisiste! Vuestra casa os es dejada desierta» (Luc. 13: 34, 35). 3MI 86.1

No dice que no pudo, sino que no quiso. ¿Cómo podemos explicar el trato recibido por Aquel que nos amó hasta el punto de que depuso su vida por nosotros? Este trato fue motivo de asombro para los ángeles del cielo: ver al Creador de este mundo, a la Majestad del cielo, tratado con tal desprecio. Su condescendencia no tiene parangón. 3MI 86.2

El Hijo de Dios valora las almas de los hombres, y si no valoramos la vida eterna lo suficiente para hacer un sacrificio por ella, perderemos la vida eterna. ¿Qué es perder la vida? Es cuando la verdad es puesta claramente ante nosotros y rehusamos aceptarla porque conlleva una cruz. El Creador del cielo tiene derecho a las facultades que nos ha dado, y damos estas facultades a Dios y a su servicio precisamente por nuestro propio bien y para ventaja nuestra. 3MI 86.3

He aquí una responsabilidad que el hombre no puede dar a los demás, y en la cual cada persona tiene su propio trabajo que hacer. Es preciso que demos nuestro corazón a Dios. Para hacer esto nos toparemos con cruces. Nada debería interponerse en la senda del deber. Aunque se incurriera en pérdidas comerciales, ello no debería apartarnos del desempeño de nuestro deber. Nuestro propósito debería ser obedecer a Dios para que la muerte de Cristo por nosotros no sea en vano. Debemos tener la misma integridad y los mismos principios que se hallaron en José y Daniel. José estaba tan arraigado en los principios que pudo resistir la gran tentación que le sobrevino, porque había decidido obedecer a Dios. 3MI 86.4

Daniel fue llevado a una prueba y él se propuso en su corazón que adoraría al Dios verdadero, a pesar del decreto. Vio que aquí estaban en juego los principios, y por su integridad fue echado al foso de los leones. Pero aquí Dios no se olvidó de él. Todo el cielo había estado observando su caso para ver si sería fiel a su Dios. Cuando llegó la prueba, los ángeles fueron sus compañeros. Detuvieron la boca de los leones y lo libraron. Cuando el rey vio el objetivo real de los sabios —despojar a Daniel de su poder—, el rey se enfureció y destruyó a los enemigos de Daniel. 3MI 87.1

Igual ocurrió con sus tres compañeros. Fueron probados al negarse a adorar la gran imagen que el rey había erigido. Aquellos tres jóvenes no temieron al rey, y le dijeron sencillamente que no podían violar su conciencia adorando un falso dios. Esto hizo que el rey se enfureciera, y ordenó que calentaran el horno con una intensidad siete veces mayor de la acostumbrada, y mandó que aquellos hijos temerosos de Dios fueran arrojados a él. Pero Dios no los abandonó, y los que el rey les había ordenado ejecutar sus exigencias para poner ante ellos el castigo por la desobediencia fueron consumidos por el fuego. Allí, a plena vista del rey, vio en aquel fuego a los que había lanzado a su interior andando en medio del fuego, y también vio la cuarta forma como el Hijo de Dios. Así que puede verse que el rey no era ignorante de Dios y de su Hijo. Aquellos tres jóvenes hebreos habían sido una brillante luz en Babilonia. Esto tuvo su peso y su influencia, y cuando el rey vio que el Dios que habían adorado fue capaz de protegerlos incluso en un horno tan avivado, los mandó a salir y en su ropa no había ni olor a humo. Entonces contaron al rey cómo se produjo su liberación. 3MI 87.2

Está el caso del apóstol Santiago, que fue decapitado cuando el rey vio que ello complacía a los judíos. Pedro fue arrestado y arrojado en prisión, pero Dios envió a su ángel para librarlo. Ante la presencia de este ángel poderoso, las puertas de la cárcel se abrieron de golpe. Se soltaron las cadenas de Pedro. Fue despertado cuando el ángel lo tocó y Pedro se asombró por la luz. No podía entenderlo, pero pensaba que veía una visión. El ángel le pidió que se ciñese y se pusiese las sandalias. Pedro estaba tan pasmado que no se había acordado de su vestimenta. Dios siempre cuida de los veraces y fieles, y envió a sus mensajeros del cielo y abrió las puertas y puso a su siervo en libertad. Se habían elevado oraciones por Pedro. Se imaginaban que tendría que padecer la muerte, y cuando oyeron su voz a la puerta quedaron asombrados. 3MI 87.3

En la historia del mundo ha habido un caso de esta naturaleza tras otro, y la prueba llegará a todos los que obedecen la verdad. El que busque salvar su vida, la perderá; pero, por otro lado, el que esté dispuesto a perder su vida por causa de la verdad, hallará la vida eterna. Queremos saber que el cielo está interesado en nuestro bienestar. Cristo y los ángeles observan con intenso interés para ver si las almas de los hombres aprecian el gran sacrificio hecho por ellos. Deberíamos con-siderar constantemente que estamos en presencia de ángeles santos. 3MI 88.1

Satanás también sopesa la probabilidad que tiene de descarriarnos. Presenta atracciones que apartan nuestra mente de Dios. Pero, ¿no veremos sus estratagemas y buscaremos constantemente la ayuda del Señor para guardamos de las tentaciones de Satanás? Debemos proseguir hacia la meta del supremo llamamiento de Dios en Jesús. No debemos desprendernos de la armadura ni por un momento. Ustedes oirán el lema: «Solo crean”. Satanás creía y temblaba. Debemos tener una fe que obre por el amor y purifique el corazón. Impera la idea de que Cristo lo ha hecho todo por nosotros, y que podemos seguir transgrediendo los mandamientos y no seremos tenidos responsables por ello. Este es el mayor engaño que el enemigo ha ideado. Debemos asumir la posición de que no violaremos los mandamientos a ningún precio y de estar en tal condición espiritual que podamos educar a otros en las cosas espirituales. 3MI 88.2

San Pablo no cejó en sus esfuerzos de ir de casa en casa advirtiendo a sus semejantes de su deber de amar a Dios, «testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios y de la fe en nuestro Señor Jesucristo» (Hech. 20: 21). ¿Arrepentimiento de qué? ¡Pues de violar los mandamientos!; y fe en nuestro Salvador, de que su sangre nos limpiará de todos nuestros pecados. 3MI 88.3

Nadie puede arrepentirse por nosotros. Cada persona tiene que hacerlo individualmente. Cristo no habría venido a esta tierra si los mandamientos no hubiesen sido quebrantados. Vino no para salvarnos en nuestros pecados, sino de nuestros pecados. No hay verdadera felicidad en la transgresión, sino en la obediencia. Nuestro mérito está en la sangre de Cristo. Pero los hombres piensan que pueden transgredir y rehuir la cruz y, pese a todo, entrar en la ciudad. 3MI 88.4

«Porque ¿de qué le aprovechará al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Mar. 8: 36, 37). «Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras” (Mat. 16: 27). La recompensa no será según su fe, sino según sus obras, y la vida será eterna con Jesús. Para obtener esto debemos ser obedientes, y no solamente poner todo nuestro empeño, sino, si es necesario, dar nuestra vida. 3MI 89.1

Satanás traerá sus tentaciones, y si hemos de resistirlo debemos orar a Dios en busca de liberación. Si alguna vez hubo un tiempo en que necesitáramos orar, es en estos últimos días. La Palabra de Dios no está más limitada de lo que estaba cuando Cristo estuvo en la tierra. Tendremos que combatir a Satanás y a hombres malos, pero también tendremos a mensajeros de luz para ayudamos. A nosotros corresponde juntar en nuestra senda todos los rayos de luz, y no escuchar el error, porque, si lo hacemos, nos apartaremos de la verdad. No tenemos tiempo de escuchar fábulas. La oración de Cristo fue: «Santifícalos en tu verdad: tu palabra es verdad» (Juan 17: 17). Queremos la verdad y queremos dar a Jesús todos nuestros poderes, para que cuando venga su bendición descanse en cada uno de nosotros y recibamos la recompensa. 3MI 89.2

Si hemos rehuido la verdad para salvar nuestra vida, perderemos la vida eterna. Tenemos un alma que salvar o perder. Debemos ocuparnos en nuestra salvación con temor y temblor. Debemos avanzar haciendo frente a las tinieblas y aferrarnos del brazo poderoso de Dios. Solo nos queda algo de tiempo para prepararnos para la eternidad. Que el Señor nos ayude a vencer y a ganar la corona y ver al Rey en su hermosura. Entonces no habremos vivido en vano.— Manuscrito 44, 1886, pp. 1-6 («The Cross Before the Crown” [La cruz antes que la corona], sermón en Nimes, Francia, 22 de octubre de 1886). 3MI 89.3