Elena De White: Mujer De Visión
ELENA HARMON RECIBE SU PRIMERA VISIÓN
Durante este período de incertidumbre y de amarga desilusión, la salud de Elena, ya deteriorada, empeoró rápidamente. Parecía que la tuberculosis le quitaría la vida. Sólo podía hablar en un susurro o con la voz quebrada. Su corazón estaba seriamente afectado. Le resultaba difícil respirar estando acostada y de noche era sostenida casi en una posición sentada. Frecuentemente se despertaba del sueño a causa de la tos y de una hemorragia en sus pulmones. MV 23.5
Estando en esta condición Elena respondió a una invitación de una amiga íntima, la Sra. Elizabeth Haines, apenas un poco mayor que ella, para que la visitase en su casa del otro lado de la carretera en el sur de Portland. Era diciembre y hacía frío, pero aun así Elena fue a pasar unos pocos días con ella. La Sra. Haines estaba perpleja a causa del aparente fracaso del cumplimiento de la profecía en octubre. Elena, también, ya no confiaba más en la validez de la fecha de octubre. Para ella y para sus compañeras de creencia, el 22 de octubre parecía no tener verdadero signi-ficado. Ahora consideraban que aun estaban en el futuro los eventos que habían esperado que ocurriesen el 22 de octubre (Carta 3, 1847; WLF, p. 22). MV 23.6
En el culto matutino de la familia otras tres jóvenes se les unieron a la Sra. Haines y a Elena. Comúnmente se cree que esta experiencia de adoración ocurrió en un cuarto del segundo piso de la casa ubicada en la esquina de las calles Ocean y C. No se sabe la fecha exacta, pero en 1847 Elena de White la ubicó en diciembre de 1844. Ella más tarde la recordó así: MV 24.1
Mientras estaba orando ante el altar de la familia, el Espíritu Santo descendió sobre mí, y me pareció que me elevaba más y más, muy por encima del tenebroso mundo. Miré hacia la tierra para buscar al pueblo adventista, pero no lo hallé en parte alguna, y entonces una voz me dijo: “Vuelve a mirar un poco más arriba”. MV 24.2
Alcé los ojos y vi un sendero recto y angosto trazado muy por encima del mundo. El pueblo adventista andaba por ese sendero, en dirección a la ciudad que se veía en su último extremo. En el comienzo del sendero, detrás de los que ya andaban, había una brillante luz, que, según me dijo un ángel, era el “clamor de medianoche”. Esta luz brillaba a todo lo largo del sendero, y alumbraba los pies de los caminantes para que no tropezaran. Delante de ellos iba Jesús guiándolos hacia la ciudad, y si no apartaban los ojos de él, iban seguros. MV 24.3
Pero no tardaron algunos en cansarse, diciendo que la ciudad estaba todavía muy lejos, y que contaban con haber llegado más pronto a ella. Entonces Jesús los alentaba levantando su glorioso brazo derecho, del cual dimanaba una luz que ondeaba sobre la hueste adventista, y exclamaban: “¡Aleluya!” MV 24.4
Otros negaron temerariamente la luz que brillaba tras ellos, diciendo que no era Dios quien los había guiado hasta allí. Pero entonces se extinguió para ellos la luz que estaba detrás y dejó sus pies en tinieblas, de modo que tropezaron y, perdiendo de vista el blanco y a Jesús, cayeron fuera del sendero abajo, en el mundo sombrío y perverso. Pronto oímos la voz de Dios, semejante al ruido de muchas aguas, que nos anunció el día y la hora de la venida de Jesús. Los 144.000 santos vivientes reconocieron y entendieron la voz; pero los malvados se figuraron que era fragor de truenos y de terremoto. Cuando Dios señaló el tiempo, derramó sobre nosotros el Espíritu Santo, y nuestros semblantes se iluminaron refulgentemente con la gloria de Dios, como le sucedió a Moisés al bajar del Sinaí. MV 24.5
Los 144.000 estaban todos sellados y perfectamente unidos. En su frente llevaban escritas estas palabras: “Dios, Nueva Jerusalén”, y además una brillante estrella con el nuevo nombre de Jesús. MV 24.6
Los impíos se enfurecieron al vemos en aquel santo y feliz estado, y querían apoderarse de nosotros para encarcelamos, cuando extendíamos la mano en el nombre del Señor y caían rendidos en el suelo. Entonces conoció la sinagoga de Satanás que Dios nos había amado, a nosotros que podíamos lavamos los pies unos a otros y saludamos fraternalmente con ósculo santo, y ellos adoraron a nuestras plantas. MV 24.7
Pronto se volvieron nuestros ojos hacia el oriente, donde había aparecido una nubecilla negra 2 del tamaño de la mitad de la mano de un hombre, que era, según todos comprendían, la señal del Hijo del hombre. En solemne silencio, contemplábamos cómo iba acercándose la nubecilla, volviéndose cada vez más esplendorosa hasta que se convirtió en una gran nube blanca cuya parte inferior parecía fúego. Sobre la nube lucía el arco iris y en tomo de ella aleteaban diez mil ángeles cantando un hermosísimo himno. En la nube estaba sentado el Hijo del hombre. Sus cabellos, blancos y rizados, le caían sobre los hombros; y llevaba muchas coronas en la cabeza. Sus pies parecían de fuego; en la mano derecha tenía una hoz aguda y en la izquierda llevaba una trompeta de plata. Sus ojos eran como llama de fuego, y escudriñaban a sus hijos hasta lo íntimo del ser. MV 25.1
Palidecieron entonces todos los semblantes y se tomaron negros los de aquellos a quienes Dios había rechazado. Todos nosotros exclamamos: “¿Quién podrá permanecer? ¿Está mi vestidura sin manchas?” Después cesaron de cantar los ángeles, y por un rato quedó todo en pavoroso silencio cuando Jesús dijo: “Quienes tengan las manos limpias y puro el corazón podrán subsistir. Bástaos mi gracia”. Al escuchor estas palabras, se iluminaron nuestros rostros y el gozó llenó todos los corazones. Los ángeles pulsaron una nota más alta y volvieron a cantar, mientras la nube se acercaba a la tierra. MV 25.2
Luego resonó la argentina trompeta de Jesús, a medida que él iba descendiendo en la nube, rodeado de llamas de fuego. Miró las tumbas de sus santos dormidos. Después alzó los ojos y las manos hacia el cielo, y exclamó: “¡Despertad! !Despertad! ¡Despertad los que dormís en el polvo, y levantaos!” Hubo entonces un formidable terremoto. Se abrieron los sepulcros y resucitaron los muertos revestidos de inmortalidad. Los 144.000 exclamaron: “¡Aleluya!” al reconocer a los amigos que la muerte había arrebatado de su lado, y en el mismo instante nosotros fuimos transformados y nos reunimos con ellos para encontrar al Señor en el aire. MV 25.3
Juntos entramos en la nube y durante siete días fuimos ascendiendo al mar de vidrio (PE, pp. 14-16 [ver también The Day-Star, 24 de enero, 1846]). MV 25.4