Coré, Datán y Abiram
Por instrucción de Dios se habían confiado honores especiales a estos hombres. Habían pertenecido a ese grupo que, con los setenta ancianos, subieron con Moisés al monte y contemplaron la gloria de Dios. Vieron la luz gloriosa que cubría la forma divina de Cristo. La base de esta nube tenía una apariencia semejante a “un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando está sereno”. Éxodo 24:10. Estos hombres estuvieron en la presencia de la gloria del Señor y comieron y bebieron sin ser destruidos por la pureza y la gloria no superada que se reflejaba sobre ellos. Pero se había producido un cambio. Habían albergado una tentación, insignificante al principio; y al ser estimulada, se había fortalecido hasta que la imaginación fue controlada por el poder de Satanás. Estos hombres, en base a la excusa más frívola, se atrevieron a llevar adelante su obra de deslealtad. Al principio insinuaron y expresaron dudas, que fueron acogidas con tanta facilidad por muchas mentes que se atrevieron a ir aún más lejos. Y al confirmarse más y más en sus sospechas por lo que decían unos y otros, cada uno expresando lo que pensaba de ciertas cosas que habían llegado a su conocimiento, estas almas engañadas realmente creyeron que tenían un celo por el Señor en el asunto y que no tendrían excusa a menos que cumplieran plenamente su propósito de hacerle ver y sentir a Moisés la absurda posición que ocupaba respecto a Israel. Un poco de levadura de desconfianza y disensión, envidia y celos estaba leudando el campamento de Israel.
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Coré, Datán y Abiram comenzaron primero su obra cruel con los hombres a quienes Dios había confiado responsabilidades sagradas. Tuvieron éxito en apartar de su lealtad a Dios a doscientos cincuenta príncipes que eran famosos en la congregación, hombres de renombre. Con estos hombres fuertes e influyentes de su lado, se sintieron seguros de que harían un cambio radical en el estado de cosas. Pensaron que podrían transformar el gobierno de Israel y mejorarlo grandemente respecto a su presente administración.
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Coré no estaba satisfecho con el puesto que ocupaba. Estaba vinculado con el servicio del tabernáculo, sin embargo deseaba ser exaltado al sacerdocio. Dios había establecido a Moisés como principal gobernador, y el sacerdocio fue dado a Aarón y sus hijos. Coré decidió forzar a Moisés a cambiar el estado de cosas, de modo que él pudiera ser elevado a la dignidad del sacerdocio. Para estar más seguro de lograr su propósito, atrajo a su rebelión a Datán y Abiram, descendientes de Rubén. Ellos razonaron que, siendo descendientes del hijo mayor de Jacob, la principal autoridad, que Moisés usurpó, les pertenecía a ellos; y con Coré, resolvieron obtener el oficio del sacerdocio. Estos tres trabajaron muy activamente en una obra maligna e influenciaron a doscientos cincuenta hombres de renombre, que también estaban decididos a tener una parte en el sacerdocio y el gobierno, para que se les unieran.
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Dios había honrado a los levitas para que prestaran servicio en el tabernáculo porque no tuvieron parte en hacer y adorar el becerro de oro y debido a su fidelidad en ejecutar la orden de Dios sobre los idólatras. También se les asignó a los levitas el oficio de erigir el tabernáculo y de acampar alrededor de él, mientras que las huestes de Israel armaban sus tiendas a una distancia del mismo. Y cuando viajaban, los levitas desarmaban el tabernáculo y lo transportaban junto con el arca y todos los artículos sagrados del mobiliario. Debido a que Dios honró así a los levitas, este grupo sintió ambición por un cargo todavía más elevado, a fin de poder tener mayor influencia sobre la congregación. “Y se juntaron contra Moisés y Aarón y les dijeron: ¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos son santos, y en medio de ellos está Jehová; ¿por qué, pues, os levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová?” Números 16:3.
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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
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