Testimonios para la Iglesia, Tomo 7

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El poder concedido a los apóstoles

En el día del Pentecostés el Infinito se reveló a la iglesia poderosamente. Descendió de las alturas de los cielos mediante su Santo Espíritu y entró como un viento poderoso en el aposento donde los discípulos se hallaban reunidos. Parecía como si esta influencia hubiera estado restringida durante siglos y ahora el cielo se regocijara en derramar sobre la iglesia las riquezas del poder del Espíritu. Y, bajo la influencia del Espíritu, se mezclaron las palabras de penitencia y confesión con los cánticos de alabanzas por los pecados perdonados. Se oyeron palabras de profecía y acciones de gracia. Todo el cielo se inclinó para contemplar y adorar la sabiduría del amor incomparable e imposible de comprender. Maravillados, los apóstoles y los discípulos exclamaron: “En esto consiste el amor”. 1 Juan 4:10. Recibieron el don que se les había impartido. ¿Y cuál fue el resultado? Miles se convirtieron en un día. La espada del Espíritu, afilada con poder y bañada en los relámpagos del cielo, se abrió camino en medio de la incredulidad. 7TPI 32.3

Los corazones de los discípulos se hallaban embargados de una benevolencia tan plena, tan profunda, de tan amplio alcance que los impulsó a viajar hasta los confines de la tierra para testificar: “No permita Dios que nos gloriemos sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”. Los embargaba el intenso deseo de que se agregaran a la iglesia los que debían ser salvos. Instaron a los creyentes a que se levantaran e hicieran su parte para que todas las naciones pudieran escuchar la verdad y la tierra fuera alumbrada con la gloria del Señor. 7TPI 33.1