Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
El descuido de la reforma pro salud
Queridos hermanos I,
El Señor me ha mostrado algunas cosas con respecto a ustedes que me siento en el deber de escribir. Se encuentran entre los que se me presentaron como remisos a poner en práctica la reforma pro salud. La luz ha resplandecido sobre la senda que transita el pueblo de Dios, no obstante lo cual no todos avanzan de acuerdo con ella, ni siguen tan rápidamente como lo indican las providencias de Dios al abrir caminos delante de ellos. Mientras no lo hagan, estarán en tinieblas. Si Dios ha hablado a este pueblo, quiere que oiga y obedezca su voz. El sábado pasado, mientras hablaba, vi nítidamente delante de mí los rostros pálidos de ustedes tal como me fueron mostrados. Vi el estado de salud de ustedes, y las enfermedades que han padecido por tanto tiempo. Se me mostró que no han vivido en forma sana. Sus apetitos han sido malsanos, y han complacido el gusto a expensas del estómago. Han introducido en él sustancias a partir de las cuales es imposible producir buena sangre. Esto ha sobrecargado el hígado, porque los órganos digestivos se han desajustado. Los dos tienen hígados enfermos. La reforma pro salud sería de gran beneficio para ambos, si la pusieran en práctica estrictamente. Ustedes no han hecho esto. El apetito de ustedes es morboso, y como no les gusta un régimen sencillo, compuesto por harina integral, frutas y verduras preparadas sin condimentos ni grasa, están transgrediendo continuamente las leyes que Dios ha establecido para su organismo. Mientras lo hagan, tendrán que sufrir las consecuencias; porque para cada transgresión hay una sanción establecida. ¡Y ustedes se asombran de que permanentemente padecen de mala salud! 2TPI 61.2
Tengan la seguridad de que Dios no va a realizar un milagro para salvarlos de las consecuencias de su propia conducta. Ustedes no han dispuesto de una cantidad de aire suficiente. El Hno. I ha trabajado en su negocio, dedicándose intensamente a su trabajo, respirando muy poco aire y haciendo muy poco ejercicio. Su sangre circula lentamente. Al respirar, el aire sólo llena la parte superior de los pulmones. Muy pocas veces ejercita los músculos abdominales al respirar. El estómago, el hígado, los pulmones y el cerebro están sufriendo por causa de la falta de una respiración profunda y plena, que de producirse electrificaría la sangre y le impartiría un color brillante y vivo, que es lo único que puede mantener pura la maquinaria humana, dándole tonicidad y vigor a cada uno de sus órganos. 2TPI 62.1
Ustedes mis queridos hermanos, podrían gozar de mucha mejor salud de la que actualmente tienen, y podrían evitarse muchísimos malestares, si solamente ejercieran temperancia en todas las cosas: en el trabajo, en el comer y en el beber. Las bebidas calientes debilitan el estómago. Jamás se debiera comer queso. La harina refinada no puede proporcionar al organismo el alimento que existe en el pan integral. El uso constante de pan hecho con harina refinada no puede mantener el organismo en buenas condiciones de salud. Ustedes dos tienen hígados perezosos. El consumo de harina refinada agrava las dificultades en medio de las cuales ustedes están trabajando. 2TPI 62.2
No hay tratamiento que pueda aliviar las dificultades por las cuales están pasando actualmente mientras sigan comiendo y bebiendo como lo hacen. Pueden hacer por sí mismos lo que el más experimentado de los médicos no podría hacer jamás. Modifiquen su régimen de alimentación. Para complacer el gusto, a menudo ustedes someten los órganos de la digestión a un trabajo excesivo al introducir en el estómago alimentos que no son los más sanos, y en ocasiones en cantidades inmoderadas. Esto cansa el estómago, y lo descalifica para recibir aun los alimentos más sanos. Cada uno de ustedes mantiene su estómago permanentemente debilitado como consecuencia de su mala manera de alimentarse. Los alimentos que ustedes preparan son demasiado sustanciosos. No los preparan en forma sencilla y natural, sino que son totalmente inadecuados para el estómago, puesto que ustedes los han preparado para complacer sus gustos. El organismo se sobrecarga, y trata de resistir los esfuerzos que ustedes hacen para malograrlo. Los escalofríos y la fiebre son los resultados de esos intentos de librarse de la carga que ustedes depositan sobre él. Tienen que sufrir el castigo que corresponde a la violación de las leyes de la naturaleza. Dios ha establecido leyes que gobiernan el organismo que ustedes no pueden violar sin sufrir el castigo correspondiente. Se han sometido a sus gustos sin preocuparse de la salud. Han hecho algunos cambios; pero apenas han dado los primeros pasos en la reforma del régimen alimentario. Dios requiere de nosotros temperancia en todas las cosas. “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”. 1 Corintios 10:31. 2TPI 63.1
De todas las familias que conozco, ninguna necesita tanto de los beneficios de la reforma pro salud como la de ustedes. Gimen bajo dolores y postraciones a los que no pueden hacer frente, y tratan de someterse a ellos con la mejor de las actitudes, creyendo que la aflicción es lo que les ha tocado en suerte, y que ha sido establecida por la Providencia. Si se abrieran sus ojos, y pudieran ver los pasos que dieron en su vida pasada, que los han traído directamente a la situación de mala salud en la cual se encuentran actualmente, se asombrarían de la ceguera que les ha impedido ver antes la realidad de las cosas. Los apetitos que ustedes han cultivado son anormales, y no obtienen ni la mitad de la satisfacción que podrían obtener de los alimentos que ingieren, si no hubieran usado mal su apetito. Han pervertido la naturaleza, y han estado sufriendo las consecuencias que ciertamente han sido dolorosas. 2TPI 63.2
La naturaleza soporta los abusos tanto como puede sin ofrecer resistencia, después de lo cual se levanta y ejerce un poderoso esfuerzo para librarse de los obstáculos que se le oponen, y del mal trato a que se la somete. Entonces se producen dolores de cabeza, escalofríos, fiebres, nerviosidad, parálisis y otros males demasiado numerosos para mencionarlos. Una mala manera de comer y beber destruye la salud, y con ello la dulzura de la vida. ¡Oh, cuántas veces han comprado ustedes lo que consideraban una buena comida a expensas de un organismo afiebrado, de la pérdida del apetito y de la falta de sueño! La incapacidad para disfrutar de los alimentos, una noche de insomnio, horas de sufrimiento, ¡todo por una comida que se ingirió para satisfacer el apetito! Miles han complacido sus apetitos pervertidos, han comido lo que consideraban una buena comida, y como resultado de ello han sufrido de fiebre, o de alguna enfermedad aguda y hasta de una muerte segura. Esa fue, por cierto, una satisfacción adquirida a un costo exhorbitante. Muchos han hecho precisamente esto, y estos suicidas han sido elogiados por sus amigos y el pastor, y han sido enviados directamente al cielo en ocasión de su muerte. ¡Qué pensamiento! ¡Glotones en el Cielo! No, no; los tales jamás transpondrán las puertas de perla de la dorada ciudad de Dios. Los tales jamás serán exaltados a la diestra de Jesús, el precioso Salvador, el sufriente Hombre del Calvario. Su vida fue de constante abnegación y sacrificio. Hay un lugar señalado para cada uno de ellos entre los indignos, que no pueden participar de la vida mejor, de la herencia inmortal. 2TPI 64.1
Dios requiere de todos los hombres que le ofrezcan sus cuerpos como sacrificio vivo, no un sacrificio muerto o moribundo, un sacrificio cuya propia conducta ha debilitado, llenándolo de impurezas y debilidad. Dios pide un sacrificio vivo. El cuerpo, según nos dice, es el templo del Espíritu Santo, la morada del Espíritu, y requiere de todos los que llevan su imagen que cuiden de sus cuerpos para servirlo y glorificarlo. “No sois vuestros -dice el apóstol inspirado-. Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”. 1 Corintios 6:19-20. Para lograrlo, añadan a la virtud ciencia, y a la ciencia templanza, y a la templanza paciencia. Tenemos el deber de saber cómo preservar el cuerpo en la mejor condición de salud posible, y tenemos el sagrado deber de vivir a la altura de la luz que Dios nos ha dado tan generosamente. Si cerramos los ojos a la luz por temor de que nos permita ver nuestros errores, que no estamos dispuestos a abandonar, nuestros pecados no disminuirán, sino que aumentarán. Si no se toma en cuenta la luz referente a un asunto, también se la dejará a un lado cuando se refiera a otros. Es tan pecado violar las leyes que rigen nuestro ser, como quebrantar uno de los diez mandamientos, porque no se puede hacer ninguna de las dos cosas sin quebrantar la ley de Dios. No podemos amar al Señor con todo nuestro corazón, nuestra mente, nuestra alma y nuestra fuerza, mientras amamos nuestros apetitos y nuestros gustos mucho más de lo que amamos al Señor. Cada día estamos disminuyendo nuestra capacidad de glorificar a Dios, en circunstancias que él requiere toda nuestra fortaleza, toda nuestra mente. Como consecuencia de nuestros hábitos nos estamos aferrando cada vez menos a la vida, mientras profesamos ser seguidores de Cristo y que nos estamos preparando para los toques finales de la inmortalidad. 2TPI 64.2
Mis hermanos: ustedes tienen que hacer una obra que nadie puede hacer por ustedes. Despierten de su letargo y Cristo les dará vida. Modifiquen su manera de vivir, de comer, de beber, y de trabajar. Mientras continúen con la conducta que han proseguido durante tantos años, no podrán distinguir claramente las cosas sagradas y eternas. La sensibilidad de ustedes está em botada; sus intelectos están envueltos en una niebla. No han estado creciendo en la gracia ni en el conocimiento de la verdad como era privilegio de ustedes hacerlo. No han estado creciendo en espiritualidad, sino que se han estado entenebreciendo cada vez más. Se han apresurado a adquirir propiedades, y han estado en peligro de ser deshonestos, procurando defender sus propios intereses sin tomar en consideración a los demás, como quisieran que se consideraran los de ustedes. Han fomentado el egoísmo en ustedes, en circunstancias que lo deberían haber vencido. Examinen detenidamente sus corazones, e imiten en sus vidas al Modelo perfecto, y todo les saldrá bien. Mantengan una concien- cia limpia delante de Dios. Glorifiquen su nombre en todo. Despójense del egoísmo. 2TPI 65.1
“No os conforméis a este siglo (mundo), sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. Romanos 12:2. Las costumbres y las prácticas de los hombres no debieran constituir el criterio de ustedes. Por más apremiantes que sean las circunstancias por las que tengan que pasar, nunca se permitan caer en la deshonestidad. Satanás está cerca de ustedes para tentarlos a hacer precisamente esto, y no los va a dejar descansar respecto de este asunto. Es posible que un comerciante sea cristiano y que conserve su integridad delante de Dios. Pero para lograrlo se necesita una constante vigilancia y fervientes súplicas a Dios para librarse de la mala tendencia de esta era degenerada de obtener ventajas para sí mismo en detrimento de los demás. Usted se encuentra en un lugar difícil para progresar en la vida divina. Tiene principios, pero no depende plenamente de Dios. Confía demasiado en su propia débil fuerza. Tiene una tremenda necesidad de la ayuda divina, un poder que no se encuentra en usted mismo. Hay alguien a quien puede acudir para conseguir consejo, cuya sabiduría es infinita. Lo ha invitado a acudir a él, porque va a suplir sus necesidades. Si por fe deposita todas sus preocupaciones sobre Aquel que sabe cuándo cae un gorrión, no habrá confiado en vano. Si confía en sus seguras promesas, y conserva su integridad, los ángeles de Dios lo rodearán. Persevere en las buenas obras, con fe, delante de Dios; entonces sus pisadas serán ordenadas por el Señor, y su mano prosperadora jamás se apartará de usted. 2TPI 66.1
Si se lo dejara decidir su propio camino, sus resoluciones serían muy pobres, y rápidamente su fe naufragaría. Lleve todas sus preocupaciones y sus cargas al Portador de cargas. Pero no permita que una sola mancha malogre su carácter cristiano. Nunca jamás mancille el registro de su vida que se lleva en el Cielo por causa del deseo de ganancias -puesto que ese registro está a la vista de las huestes angélicas y de su abnegado Redentor-, con avaricia, mezquindad, egoísmo y tratos deshonestos. Tal manera de proceder le producirá ganancias de acuerdo con el criterio del mundo, pero a la vista del Cielo será una pérdida inmensa e irreparable. “Jehová no mira lo que mira el hombre”. 1 Samuel 16:7. Si confiamos en Dios constantemente, estaremos seguros, sin ese temor permanente de futuros males. Terminarán esa preocupación y esa ansiedad que carecen de sentido. Tenemos un Padre celestial que cuida de sus hijos, y que pone a su disposición una medida suficiente de su gracia en cada momento de necesidad. Cuando tomamos en nuestras propias manos la administración de lo que nos concierne, y dependemos de nuestra propia sabiduría para lograr el éxito, muy bien podemos experimentar ansiedad y esperar peligros, porque ciertamente recaerán sobre nosotros. 2TPI 66.2
Se requiere de nosotros una completa consagración a Dios. Cuando el Redentor de los pecadores mortales trabajaba y sufría por nosotros, se negó a sí mismo, y su vida entera era una escena constante de trabajo y privaciones. Si así lo hubiera decidido, podría haber pasado sus días sobre la Tierra en medio del ocio y la abundancia, gozando de todos los placeres y satisfacciones de esta vida. Pero no lo hizo; no tomó en cuenta su propia conveniencia. Vivió no para gratificarse a sí mismo, sino para hacer el bien y para salvar a otros del sufrimiento, para ayudar a los que más lo necesitaban. Perseveró en esta actitud hasta el mismo fin. El castigo de nuestra paz recayó sobre él, y llevó las iniquidades de todos nosotros. Nosotros debimos beber esa amarga copa. Nuestros pecados fueron los ingredientes de esa mezcla. Pero nuestro querido Salvador la sacó de nuestros labios y la bebió él mismo, y en su lugar nos ofrece una copa de misericordia, bendición y salvación. ¡Oh, qué inmenso sacrificio se hizo en favor de la raza caída! ¡Qué amor, qué amor maravilloso e incomparable! Después de todas estas manifestaciones de amor, hechas precisamente con el fin de revelarnos su amor, ¿trataremos de evitar las pequeñas pruebas que tenemos que soportar? ¿Podemos amar a Cristo y al mismo tiempo no estar dispuestos a llevar la cruz? ¿Podemos querer participar de su gloria, pero no a seguirlo siquiera desde el tribunal hasta el Calvario? Si Cristo está en nosotros, la esperanza de gloria, caminaremos como él lo hizo; imitaremos su vida de sacrificio para bendecir a los demás; beberemos de su copa y seremos bautizados de su bautismo; daremos la bienvenida a una vida de devoción, pruebas, y abnegación por causa de Cristo. Por más sacrificios que hagamos para obtenerlo, el Cielo será demasiado barato. 2TPI 67.1
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