Testimonios para la Iglesia, Tomo 4

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Las reuniones campestres

Cuando eran cerca de las ocho de la tarde del viernes llegamos a Boston. A la mañana siguiente tomaríamos el primer tren hacia Groveland. Cuando llegamos al campamento, literalmente, diluviaba. El hermano Haskell había trabajado incesantemente hasta ese momento y se esperaban unas reuniones magníficas. En el campamento había cuarenta y siete tiendas, además de tres grandes carpas, una de las cuales estaba destinada a la congregación y tenía unas dimensiones de veinticinco por treinta y ocho metros. Las reuniones del sábado eran del máximo interés. La iglesia revivía y se fortalecía y los pecadores y los que se habían apartado se hacían conscientes del peligro que corrían. 4TPI 274.1

El domingo por la mañana el cielo todavía estaba nublado; pero antes de que llegara la hora para que las personas se reunieran, salió el sol. Los barcos y los trenes vertieron en el campamento su carga viviente de millares. El hermano [Urías] Smith habló por la mañana sobre la Cuestión Oriental.1 El tema era de especial interés y la audiencia prestó una viva atención. Por la tarde me fue difícil abrirme paso para alcanzar el estrado entre la multitud de personas que se agolpaban. Cuando lo alcancé, ante mí se abría un mar de cabezas. La carpa estaba llena y miles se habían quedado fuera, formando un muro viviente de varios metros de grosor. Los pulmones y la garganta me afligían mucho, aunque creía que Dios me ayudaría en una ocasión tan importante como esa. Cuando empecé a hablar, me olvidé de mis dolores y fatiga porque me di cuenta de que me dirigía a unas personas que no consideraban que mis palabras fuesen historias ociosas. El discurso duró más de una hora sin que la atención decayera un instante. Cuando se hubo cantado el himno de clausura, los dirigentes del Club de Reforma y Temperancia de Haverhill me solicitaron, como también me solicitaron el año anterior, que hablara ante su Asociación el lunes por la tarde. Me vi obligada a declinar la invitación porque ya me había comprometido a hablar en Danvers. 4TPI 274.2

El lunes por la mañana tuvimos una sesión de oración en la tienda para interceder por mi esposo. Presentamos su caso al gran Médico. Fue una sesión maravillosa y la paz del cielo descendió sobre nosotros. A mi mente acudieron estas palabras: “Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe”. 1 Juan 5:4. Todos sentimos la bendición de Dios que descendía sobre nosotros. Luego nos reunimos en la gran tienda; mi esposo se nos unió y habló durante un corto espacio de tiempo, pronunciando preciosas palabras que provenían de su corazón, suavizado e iluminado por un profundo sentimiento de la misericordia y la bondad de Dios. Se esforzó por hacer que los creyentes de la verdad se dieran cuenta de que recibir la seguridad de la gracia de Dios en el corazón es un privilegio y que las grandes verdades que creemos deben santificar la vida, ennoblecer el carácter y ejercer una influencia salvífica en el mundo. Los ojos llenos de lágrimas de los oyentes mostraban que sus consejos habían tocado e impregnado sus corazones. 4TPI 275.1

Después retomamos el trabajo en el punto en que lo habíamos dejado el sábado y la mañana transcurrió dedicada al trabajo especial en favor de los pecadores y los que se habían apartado, de los cuales doscientos habían avanzado para orar; sus edades iban desde niños de diez años hasta hombres y mujeres de cabeza plateada. Más de una veintena ponían por primera vez los pies en la senda de la vida. Por la tarde se bautizaron treinta y ocho personas y un gran número demoraron el bautismo hasta su regreso a sus casas. 4TPI 276.1

La tarde del lunes, en compañía del hermano Canright y otros, viajé a Danvers. Mi esposo no pudo acompañarme. Cuando desapareció la presión de la reunión de campo me di cuenta de que estaba enferma y apenas tenía fuerzas a pesar de que los coches nos llevaban rápidamente a mi cita en Danvers. Allí me recibirían personas completamente desconocidas cuyas mentes estaban sesgadas por falsos informes y perversas difamaciones. Pensé que si era capaz de recuperar la fuerza de mis pulmones y la claridad de la voz, si podía liberarme del dolor que me oprimía el pecho, estaría muy agradecida a Dios. Me guardé esos pensamientos y, llena de angustia, invoqué a Dios. Estaba demasiado fatigada para poner mis pensamientos en palabras que tuvieran sentido; pero sentía que necesitaba ayuda y la pedí de todo corazón. Pedí la fuerza física y mental que debía tener si esa noche tenía que hablar. Una y otra vez repetí mi oración silenciosa: “Pongo mi desvalida alma en ti, oh Dios, que eres mi Libertador. No me abandones en esta hora de necesidad”. 4TPI 276.2

A medida que transcurría el tiempo antes de la reunión, mi espíritu luchaba en una agonía de oración, pidiendo la fuerza y la energía de Dios. Mientras se cantaba el último himno, subí al estrado. Me mantuve en pie con gran esfuerzo, sabiendo que si con mi labor conseguía algún éxito, éste se debería a la fuerza del Todopoderoso. El Espíritu del Señor descendió sobre mí cuando comencé a hablar. Sentí como una descarga eléctrica en el corazón y todo el dolor desapareció al instante. Mis nervios también habían sufrido mucho para centrar la mente; ese sufrimiento también desapareció. Sentí cómo se aliviaban mi garganta irritada y mis pulmones cargados. Había perdido casi por completo el gobierno del brazo izquierdo a causa del dolor de pecho, pero en ese momento las sensaciones naturales se habían restaurado. Tenía la mente clara; mi alma estaba llena de luz y amor de Dios. Parecía que tenía a los ángeles del cielo formando un muro de fuego a mi alrededor. 4TPI 276.3

La tienda estaba llena; alrededor de doscientas personas permanecían fuera de la lona porque no pudieron encontrar lugar en el interior. Hablé de las palabras de Cristo en respuesta al escriba, al respecto de cuál era el mayor mandamiento de la ley: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”. Mateo 22:37. La bendición de Dios descendió sobre mí y el dolor y la debilidad desaparecieron. Ante mí estaban unas personas con las que nunca más me volvería a encontrar hasta el día del juicio; el deseo de su salvación me impulsó a hablar con sinceridad y temor de Dios, de modo que su sangre no recayera sobre mí. Mis esfuerzos alcanzaron gran libertad y se prolongaron durante una hora y diez minutos. Jesús me ayudó, para su nombre sea la gloria. El público estaba muy atento. 4TPI 277.1

El martes regresamos a Groveland para clausurar la acampada porque ya se estaban desmontando las tiendas y los hermanos se despedían, prontos a subir a los coches para regresar a sus hogares. Fue una de las mejores reuniones de campo a las que jamás había asistido. Antes de abandonar el campamento, los hermanos Canright y Haskell, mi esposo, la hermana Ings y yo buscamos un lugar apartado y nos unimos en oración para pedir abundante bendición de salud y la gracia de Dios para mi esposo. Todos sentíamos la profunda necesidad de ayuda de mi esposo ya que de todas partes nos llegaban urgentes llamadas para predicar. Esa sesión de oración fue preciosa y la dulce paz y el gozo que invadieron nuestros corazones fue la confirmación de que Dios había escuchado nuestras peticiones. Por la tarde, el hermano Haskell nos llevó en su carruaje hasta su casa en South Lancaster para que reposáramos durante un tiempo. Preferimos esa forma de viajar porque creímos que sería beneficioso para nuestra salud. 4TPI 277.2

Día tras día habíamos tenido conflictos con las potencias de las tinieblas pero no rendimos nuestra fe ni nos desalentamos en lo más mínimo. A causa de su enfermedad, mi esposo desmayaba y las tentaciones de Satanás parecían alterar grandemente su mente. Sin embargo, no tuvimos ningún pensamiento de haber sido vencidos por el enemigo. No menos de tres veces al día presentábamos su caso al gran Médico que puede curar cuerpo y alma. Cada sesión de oración era preciosa; en todas las ocasiones teníamos manifestaciones especiales de la luz y el amor de Dios. Una tarde, en casa del hermano Haskell, mientras suplicábamos en favor de mi esposo, pareció que el Señor mismo estaba entre nosotros. Fue una sesión que nunca olvidaré. La estancia parecía iluminada con la presencia de los ángeles. Alabamos al Señor con todo nuestro corazón y nuestra voz. Una hermana que era ciega dijo: “¿Es una visión? ¿Es esto el cielo?” Nuestros corazones estaban en comunión tan estrecha con Dios que creímos que las horas nocturnas eran demasiado sagradas para dormir. Nos retiramos para descansar, pero pasamos casi toda la noche conversando y meditando sobre la bondad y el amor de Dios, y glorificándolo con regocijo. 4TPI 277.3

Decidimos que emplearíamos un medio de transporte privado durante una parte del viaje a la reunión de campo de Vermont. Pensábamos que sería beneficioso para la salud de mi esposo. A mediodía nos detuvimos en la cuneta, encendimos una hoguera, preparamos el almuerzo y tuvimos una sesión de oración. Nunca olvidaré esas preciosas horas transcurridas junto al hermano y la hermana Haskell, la hermana Ings y la hermana Huntley. Nuestras oraciones ascendieron a Dios durante todo el viaje desde South Lancaster hasta Vermont. Al cabo de tres días, tomamos el ferrocarril y terminamos así nuesro viaje. 4TPI 278.1

Esa reunión fue especialmente beneficiosa para la causa en Vermont. El Señor me dio fuerzas para hablar a las personas al menos una vez al día. Cito la narración que el hermano Urias Smith hace de la reunión, publicada en la Review and Herald: 4TPI 278.2

“Para gran regocijo de los presentes, el hermano y la hermana White y el hermano Haskell asistieron a la reunión. En el campamento se observó, el sábado 8 de septiembre, el día de ayuno establecido con especial referencia al estado de salud del hermano White. Hubo libertad en la oración y tuvimos buenas muestras de que las oraciones no eran en vano. La bendición del Señor descendió sobre su pueblo en gran medida. La tarde del sábado, la hermana White habló con mucha libertad y efecto. Alrededor de cien personas se adelantaron para orar, manifestando un profundo sentimiento y un sincero propósito de buscar al Señor”. 4TPI 278.3

De Vermont fuimos directamente a la reunión de campo de Nueva York. El Señor me dio gran libertad para hablar al pueblo. Sin embargo, algunos no estaban preparados para recibir los beneficios de la reunión. No se dieron cuenta de su condición y no buscaron sinceramente al Señor, confesando sus transgresiones y dejando sus pecados. Uno de los grandes objetivos de las reuniones de campo es que nuestros hermanos sientan el peligro que corren al sobrecargarse con las preocupaciones de la vida. Cuando estos privilegios no se mejoran, se produce una gran pérdida. 4TPI 279.1

Regresamos a Míchigan y, al cabo de unos día fuimos a Lansing para asistir a la reunión de campo que se celebraba en ese lugar y continuó durante dos semanas. Allí trabajé muy intensamente y el Espíritu del Señor me sostuvo. Fui muy bendecida al hablar a los alumnos y trabajar para su salvación. Fue una reunión notable. El Espíritu de Dios estuvo presente desde el principio hasta el final. Ciento treinta personas fueron bautizadas como resultado de esa reunión. Después de pasar unas semanas en Battle Creek, decidimos cruzar las praderas y dirigirnos a California. 4TPI 279.2