Profetas y Reyes
Capítulo 49—En tiempos de la reina Ester
Gracias al favor con que los miraba Ciro, casi cincuenta mil de los hijos del cautiverio se habían valido del decreto que les permitía regresar. Sin embargo, representaban tan sólo un residuo en comparación con los centenares de miles que estaban dispersos en las provincias de Medo-Persia. La gran mayoría de los israelitas había preferido quedar en la tierra de su destierro, antes que arrostrar las penurias del regreso y del restablecimiento de sus ciudades y casas desoladas. PR 440.1
Habían transcurrido veinte años o más cuando un segundo decreto, tan favorable como el primero, fué promulgado por Darío Histaspes, el monarca de aquel entonces. Así proveyó Dios en su misericordia otra oportunidad para que los judíos del reino medo-persa regresaran a la tierra de sus padres. El Señor preveía los tiempos dificultosos que iban a seguir durante el reinado de Jerjes, el Asuero del libro de Ester, y no sólo obró un cambio en los sentimientos de los hombres que ejercían autoridad, sino que inspiró también a Zacarías para que instase a los desterrados a que regresasen. PR 440.2
El mensaje dado a las tribus dispersas de Israel que se habían establecido en muchas tierras distantes de su antigua patria fué: “Eh, eh, huid de la tierra del aquilón, dice Jehová, pues por los cuatro vientos de los cielos os esparcí, dice Jehová. Oh Sión, la que moras con la hija de Babilonia, escápate. Porque así ha dicho Jehová de los ejércitos: Después de la gloria me enviará él a las gentes que os despojaron: porque el que os toca, toca a la niña de su ojo. Porque he aquí yo alzo mi mano sobre ellos, y serán despojo a sus siervos, y sabréis que Jehová de los ejércitos me envió.” Zacarías 2:6-9. PR 440.3
Seguía siendo propósito del Señor, como lo había sido desde el principio, que su pueblo le honrase en la tierra, y tributase gloria a su nombre. Durante los largos años de su destierro, les había dado muchas oportunidades de volver a serle fieles. Algunos habían decidido escuchar y aprender; algunos habían hallado salvación en medio de la aflicción. Muchos de éstos iban a contarse entre el residuo que volvería. La inspiración los comparó al “cogollo de aquel alto cedro,” que sería plantado “sobre el monte alto y sublime; en el monte alto de Israel.” Ezequiel 17:22, 23. PR 441.1
Aquellos “cuyo espíritu despertó Dios” (Esdras 1:5), eran los que habían regresado bajo el decreto de Ciro. Pero Dios no dejó de interceder con los que voluntariamente habían permanecido en el destierro; y mediante múltiples instrumentos les hizo posible el regreso. Sin embargo, los más de aquellos que no respondieron al decreto de Ciro no se dejaron impresionar tampoco por las influencias ulteriores; y aun cuando Zacarías les amonestó a huir de Babilonia sin demora, no escucharon la invitación. PR 441.2
Mientras tanto las condiciones estaban cambiando rápidamente en el Imperio Medo-Persa. Darío Histaspes, durante cuyo reinado los judíos habían sido notablemente favorecidos, tuvo por sucesor a Jerjes el Grande. Fué durante su reinado cuando los judíos que no habían escuchado la invitación de huir fueron llamados a arrostrar una terrible crisis. Habiéndose negado a valerse de la vía de escape que Dios había provisto, se encontraron de repente frente a frente con la muerte. PR 441.3
Mediante el agageo Amán, hombre sin escrúpulos que ejercía mucha autoridad en Medo-Persia, Satanás obró en ese tiempo para contrarrestar los propósitos de Dios. Amán albergaba acerba malicia contra Mardoqueo, judío que no le había hecho ningún daño, sino que se había negado simplemente a manifestarle reverencia al punto de adorarle. No conformándose con “meter mano en solo Mardocheo,” Amán maquinó la destrucción de “todos los Judíos que había en el reino de Assuero, al pueblo de Mardocheo.” Ester 3:6. PR 441.4
Engañado por las falsas declaraciones de Amán, Jerjes fué inducido a promulgar un decreto que ordenaba la matanza de todos los judíos, “pueblo esparcido y dividido entre los pueblos en todas las provincias” del Imperio Medo-Persa. Vers. 8. Se designó un día en el cual los judíos debían ser muertos y su propiedad confiscada. Poco comprendía el rey los resultados abarcantes que habrían acompañado la ejecución completa de este decreto. Satanás mismo, instigador oculto del plan, estaba procurando quitar de la tierra a los que conservaban el conocimiento del Dios verdadero. PR 442.1
“Y en cada provincia y lugar donde el mandamiento del rey y su decreto llegaba, tenían los Judíos grande luto, y ayuno, y lloro, y lamentación: saco y ceniza era la cama de muchos.” Ester 4:3. El decreto de los medos y persas no podía revocarse; aparentemente no quedaba esperanza alguna y todos los israelitas estaban condenados a morir. PR 442.2
Pero las maquinaciones del enemigo fueron derrotadas por un Poder que reina sobre los hijos de los hombres. En la providencia de Dios, la joven judía Ester, quien temía al Altísimo, había sido hecha reina de los dominios medo-persas. Mardoqueo era pariente cercano de ella. En su necesidad extrema, decidió apelar a Jerjes en favor de su pueblo. Ester iba a presentarse a él como intercesora. Dijo Mardoqueo: “¿Y quién sabe si para esta hora te han hecho llegar al reino?” Vers. 14. PR 442.3
La crisis que arrostró Ester exigía presta y fervorosa acción; pero tanto ella como Mardoqueo se daban cuenta de que a menos que Dios obrase poderosamente en su favor, de nada valdrían sus propios esfuerzos. De manera que Ester tomó tiempo para comulgar con Dios, fuente de su fuerza. Indicó a Mardoqueo: “Ve, y junta a todos los Judíos que se hallan en Susán, y ayunad por mí, y no comáis ni bebáis en tres días, noche ni día: yo también con mis doncellas ayunaré igualmente, y así entraré al rey, aunque no sea conforme a la ley; y si perezco, que perezca.” Vers. 16. PR 442.4
Los acontecimientos que se produjeron en rápida sucesión: la aparición de Ester ante el rey, el señalado favor que le manifestó, los banquetes del rey y de la reina con Amán como único huésped, el sueño perturbado del rey, los honores tributados en público a Mardoqueo y la humillación y caída de Amán al ser descubierta su perversa maquinación, son todas partes de una historia conocida. Dios obró admirablemente en favor de su pueblo penitente; y un contradecreto promulgado por el rey, para permitir a los judíos que pelearan por su vida, se comunicó rápidamente a todas partes del reino por correos montados, que “salieron apresurados y constreñidos por el mandamiento del rey... Y en cada provincia y en cada ciudad donde llegó el mandamiento del rey, los Judíos tuvieron alegría y gozo, banquete y día de placer. Y muchos de los pueblos de la tierra se hacían Judíos, porque el temor de los Judíos había caído sobre ellos.” Ester 8:14, 17. PR 443.1
En el día señalado para su destrucción, “los Judíos se juntaron en sus ciudades en todas las provincias del rey Assuero, para meter mano sobre los que habían procurado su mal: y nadie se puso delante de ellos, porque el temor de ellos había caído sobre todos los pueblos.” Angeles excelsos en fortaleza habían sido enviados por Dios para proteger a su pueblo mientras éste se aprestaba “en defensa de su vida.” Ester 9:2, 16. PR 443.2
Mardoqueo había sido elevado al puesto de honor que ocupara antes Amán. “Fué segundo después del rey Assuero, y grande entre los Judíos, y acepto a la multitud de sus hermanos” (Ester 10:3), pues procuró el bienestar de Israel. Así fué cómo Dios devolvió a su pueblo escogido el favor de la corte medo-persa, e hizo posible la ejecución de su propósito de devolverlos a su tierra. Pero transcurrieron todavía varios años, y fué solamente en el séptimo de Artajerjes I, sucesor de Jerjes el Grande, cuando un número considerable de judíos volvió a Jerusalén, bajo la dirección de Esdras. PR 443.3
Los momentos penosos que vivió el pueblo de Dios en tiempos de Ester no caracterizan sólo a esa época. El revelador, al mirar a través de los siglos hasta el fin del tiempo, declaró: “Entonces el dragón fué airado contra la mujer; y se fué a hacer guerra contra los otros de la simiente de ella, los cuales guardan los mandamientos de Dios, y tienen el testimonio de Jesucristo.” Apocalipsis 12:17. Algunos de los que viven hoy en la tierra verán cumplirse estas palabras. El mismo espíritu que en siglos pasados indujo a los hombres a perseguir la iglesia verdadera, los inducirá en el futuro a seguir una conducta similar para con aquellos que se mantienen leales a Dios. Aun ahora se están haciendo preparativos para ese último gran conflicto. PR 444.1
El decreto que se promulgará finalmente contra el pueblo remanente de Dios será muy semejante al que promulgó Asuero contra los judíos. Hoy los enemigos de la verdadera iglesia ven en el pequeño grupo que observa el mandamiento del sábado, un Mardoqueo a la puerta. La reverencia que el pueblo de Dios manifiesta hacia su ley, es una reprensión constante para aquellos que han desechado el temor del Señor y pisotean su sábado. PR 444.2
Satanás despertará indignación contra la minoría que se niega a aceptar las costumbres y tradiciones populares. Hombres encumbrados y célebres se unirán con los inicuos y los viles para concertarse contra el pueblo de Dios. Las riquezas, el genio y la educación se combinarán para cubrirlo de desprecio. Gobernantes, ministros y miembros de la iglesia, llenos de un espíritu perseguidor, conspirarán contra ellos. De viva voz y por la pluma, mediante jactancias, amenazas y el ridículo, procurarán destruir su fe. Por calumnias y apelando a la ira, algunos despertarán las pasiones del pueblo. No pudiendo presentar un “Así dicen las Escrituras” contra los que defienden el día de reposo bíblico, recurrirán a decretos opresivos para suplir la falta. A fin de obtener popularidad y apoyo, los legisladores cederán a la demanda por leyes dominicales. Pero los que temen a Dios no pueden aceptar una institución que viola un precepto del Decálogo. En este campo de batalla se peleará el último gran conflicto en la controversia entre la verdad y el error. Y no se nos deja en la duda en cuanto al resultado. Hoy, como en los días de Ester y Mardoqueo, el Señor vindicará su verdad y a su pueblo. PR 444.3