Primeros Escritos

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Prólogo histórico

Fiel a su nombre, Primeros Escritos presenta las primicias de lo que escribió la Sra. E. G. de White. Por lo tanto es para todos los adventistas del séptimo día una obra de interés especial y sostenido. Sin embargo, mientras sus mensajes conmuevan y alienten el corazón de sus lectores, éstos alcanzarán a apreciar tanto más hondamente las verdades presentadas si recuerdan con claridad las circunstancias de los tiempos históricos en que fueron escritos los tres libros abarcados por esta obra. Aquí y allí se usan expresiones alusivas a sucesos que, para ser comprendidos, deben encararse dentro del marco de las actividades a las que se dedicaban los adventistas del séptimo día entre 1840 y 1850. Por ejemplo, las referencias a los “adventistas nominales” podrían ser interpretadas por algunos lectores como designando a ciertos adventistas del séptimo día carentes de fervor, cuando en realidad aluden a quienes habían participado en el gran despertar de 1831-1844, pero no aceptaron luego la verdad del sábado y se contaban entre aquellos a quienes hoy llamaríamos “adventistas del primer día.” PE VII.1

Hacia el fin de esta obra hay tres capítulos que se titulan: “El Mensaje del Primer Angel,” “El Mensaje del Segundo Angel” y “El Mensaje del Tercer Angel.” Es posible que al consultar estos capítulos el lector piense encontrar una interpretación categórica de Apocalipsis 14 y la aplicación que corresponde a los mensajes dados por los tres ángeles; pero cuando uno recorre aquellos capítulos, penetra más bien en la experiencia de aquellos que participaron en la proclamación de los dos primeros mensajes e iniciaron la proclamación del tercero. La autora, Elena G. de White, participó ella misma en esa experiencia, y al escribir daba por sentado que el lector se había familiarizado con el comienzo y el desarrollo del despertar adventista, así como con el nacimiento y el progreso del movimiento adventista del séptimo día, que empezó después de 1844. PE VII.2

Hoy, más de un siglo nos separa de aquellos tiempos heroicos y ya no existe entre los adventistas del séptimo día un conocimiento tan cabal de lo experimentado entonces. Si el lector del precioso librito que es Primeros Escritos recuerda esto con claridad estará mejor capacitado para dar una aplicación correcta a las enseñanzas y al mensaje de este libro. PE VIII.1

Conviene, por lo tanto, señalar aquí algunos de los detalles sobresalientes de lo experimentado por los adventistas observadores del sábado durante la década anterior a la primera publicación de lo que aparece en Primeros Escritos. PE VIII.2

En los párrafos iniciales de este libro, la Sra. de White alude brevemente a su conversión y al comienzo de su experiencia cristiana. Explica también que asistió a conferencias explicativas de la doctrina bíblica relativa al advenimiento personal de Cristo, que se creía inminente. El gran despertar adventista al cual la autora se refiere en pocas palabras era un movimiento de alcance mundial. Se produjo como resultado del estudio cuidadoso que muchos dieron a las profecías bíblicas y también del hecho de que en todo el mundo muchísimos aceptaron la buena nueva relativa a la venida de Jesús. PE VIII.3

Pero fué en los Estados Unidos donde el mensaje adventista fué proclamado y aceptado por mayor número de personas. Como las profecías bíblicas referentes al retorno del Señor Jesús fueron aceptadas por hombres y mujeres capaces, pertenecientes a muchas iglesias, el resultado fué que el movimiento obtuvo muchos seguidores. Estos no crearon, sin embargo, una organización religiosa distinta y separada, sino que la esperanza adventista produjo profundos reavivamientos religiosos que beneficiaron a todas las iglesias protestantes, e indujo a muchos escépticos e incrédulos a confesar públicamente su fe en la Biblia y en Dios. PE VIII.4

Al acercarse el movimiento a su momento culminante, poco después de 1840, varios centenares de pastores participaban en la proclamación del mensaje. A la cabeza se hallaba Guillermo Miller. Este residía durante su edad madura en la frontera oriental del estado de Nueva York; es decir en la parte noreste de los Estados Unidos. Era un hombre que, si bien se sostenía con trabajos agrícolas, se destacaba en su comunidad. A pesar de haberse criado en un ambiente de piedad, durante su juventud se había vuelto escéptico. Había perdido la fe en la Palabra de Dios y adoptado opiniones deístas. Mientras estaba leyendo un sermón en la iglesia bautista un domingo, el Espíritu Santo conmovió su corazón y se sintió inducido a aceptar a Jesucristo como su Salvador. Se dedicó a estudiar la Palabra de Dios, resuelto a encontrar en ella una respuesta satisfactoria para todas sus preguntas y conocer las verdades presentadas en sus páginas. PE VIII.5

Durante dos años dedicó gran parte de su tiempo a un estudio de las Escrituras versículo por versículo. Estaba resuelto a no pasar a un nuevo texto antes de haber encontrado una explicación satisfactoria del anterior. Tenía delante de sí sólo su Biblia y una concordancia. Con el tiempo llegó a estudiar las profecías relativas a la segunda venida literal y personal de Cristo. También consideró las grandes profecías referentes a ciertos plazos de tiempo, particularmente la de Daniel 8 y 9 que menciona los 2300 días y que él vinculó con la profecía de Apocalipsis 14 y el mensaje del ángel encargado de proclamar la hora del juicio divino. Apocalipsis 14:6, 7. En Primeros Escritos, 229, la Sra. de White declara que “Dios envió a su ángel para que moviese el corazón” de Miller, “y lo indujese a escudriñar las profecías.” PE IX.1

En su infancia, la Sra. de White oyó a Miller dictar dos ciclos de conferencias en la ciudad de Portland, estado de Maine. Su corazón recibió impresiones profundas y duraderas. Permitámosle presentarnos los cálculos referentes a las profecías como el pastor Miller los exponía a sus auditorios, pues ella lo explica así en El Conflicto de los Siglos: PE IX.2

“La profecía que parecía revelar con la mayor claridad el tiempo del segundo advenimiento, era la de (Daniel 8:14, VM): ‘Hasta dos mil y trescientas tardes y mañanas; entonces será purificado el Santuario.’ Siguiendo la regla que se había impuesto, de dejar que las Sagradas Escrituras se interpretasen a sí mismas, Miller llegó a saber que un día en la profecía simbólica representa un año (Números 14:34; Ezequiel 4:6); vió que el período de los 2.300 días proféticos, o años literales, se extendía mucho más allá del fin de la era judaica, y que por consiguiente no podía referirse al santuario de aquella economía. Miller aceptaba la creencia general de que durante la era cristiana la tierra es el santuario, y dedujo por consiguiente que la purificación del santuario predicha en (Daniel 8:14) representaba la purificación de la tierra con fuego en el segundo advenimiento de Cristo. Llegó pues a la conclusión de que si se podía encontrar el punto de partida de los 2.300 días, sería fácil fijar el tiempo del segundo advenimiento. Así quedaría revelado el tiempo de aquella gran consumación, ‘el tiempo en que concluiría el presente estado de cosas, con todo su orgullo y poder, su pompa y vanidad, su maldad y opresión,... el tiempo en que la tierra dejaría de ser maldita, en que la muerte sería destruida y se daría el galardón a los siervos de Dios, a los profetas y santos, y a todos los que temen su nombre, el tiempo en que serían destruidos los que destruyen la tierra.’—[Bliss, pág. 76.] PE X.1

“Miller siguió escudriñando las profecías con más empeño y fervor que nunca, dedicando noches y días enteros al estudio de lo que resultaba entonces de tan inmensa importancia y absorbente interés. En el capítulo octavo de Daniel no pudo encontrar guía para el punto de partida de los 2.300 días. Aunque se le mandó que hiciera comprender la visión a Daniel, el ángel Gabriel sólo le dió a éste una explicación parcial. Cuando el profeta vió las terribles persecuciones que sobrevendrían a la iglesia, desfallecieron sus fuerzas físicas. No pudo soportar más, y el ángel le dejó por algún tiempo. Daniel quedó ‘sin fuerzas,’ y estuvo ‘enfermo algunos días.’ ‘Estaba asombrado de la visión—dice;—mas no hubo quien la explicase.’ PE X.2

“Y sin embargo Dios había mandado a su mensajero: ‘Haz que éste entienda la visión.’ Esa orden debía ser ejecutada. En obedecimiento a ella, el ángel, poco tiempo después, volvió hacia Daniel, diciendo: ‘Ahora he salido para hacerte sabio de entendimiento;’ ‘entiende pues la palabra, y alcanza inteligencia de la visión.’ [Daniel 8:27, 16; 9:22, 23, VM] Había un punto importante en la visión del capítulo octavo, que no había sido explicado, a saber, el que se refería al tiempo: el período de los 2.300 días; por consiguiente, el ángel, reanudando su explicación, se espacia en la cuestión del tiempo: PE XI.1

“ ‘Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad... Sepas pues y entiendas, que desde la salida de la palabra para restaurar y edificar a Jerusalem hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas; tornaráse a edificar la plaza y el muro en tiempos angustiosos. Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, y no por sí... Y en otra semana confirmará el pacto a muchos, y a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda.’. [Daniel 9:24-27.] PE XI.2

“El ángel había sido enviado a Daniel con el objeto expreso de que le explicara el punto que no había logrado comprender en la visión del capítulo octavo, el dato relativo al tiempo: ‘Hasta dos mil y trescientas tardes y mañanas; entonces será purificado el Santuario.’ Después de mandar a Daniel que ‘entienda’ ‘la palabra’ y que alcance inteligencia de ‘la visión,’ las primeras palabras del ángel son: ‘Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad.’ La palabra traducida aquí por ‘determinadas,’ significa literalmente ‘descontadas.’ El ángel declara que setenta semanas, que representaban 490 años, debían ser descontadas por pertenecer especialmente a los judíos. ¿Pero de dónde fueron descontadas? Como los 2.300 días son el único período de tiempo mencionado en el capítulo octavo, deben constituir el período del que fueron descontadas las setenta semanas; las setenta semanas deben por consiguiente formar parte de los 2.300 días, y ambos períodos deben comenzar juntos. El ángel declaró que las setenta semanas datan del momento en que salió el edicto para reedificar a Jerusalén. Si se puede encontrar la fecha de aquel edicto, queda fijado el punto de partida del gran período de los 2.300 días. PE XI.3

“Ese decreto se encuentra en el capítulo séptimo de Esdras. [Vers. 12-26.] Fué expedido en su forma más completa por Artajerjes, rey de Persia, en el año 457 ant. de J.C. Pero en [Esdras 6:14] se dice que la casa del Señor fué edificada en Jerusalén ‘por mandamiento de Ciro, y de Darío y de Artajerjes rey de Persia.’ Estos tres reyes, al expedir el decreto y al confirmarlo y completarlo, lo pusieron en la condición requerida por la profecía para que marcase el principio de los 2.300 años. Tomando el año 457 ant. de J.C. en que el decreto fué completado, como fecha de la orden, se comprobó que cada especificación de la profecía referente a las setenta semanas se había cumplido. PE XII.1

“ ‘Desde la salida de la palabra para restaurar y edificar a Jerusalem hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas’—es decir sesenta y nueve semanas, o sea 483 años. El decreto de Artajerjes fué puesto en vigencia en el otoño del año 457 ant. de J.C. Partiendo de esta fecha, los 483 años alcanzan al otoño del año 27 de J.C. Entonces fué cuando esta profecía se cumplió. La palabra ‘Mesías’ significa ‘el ungido.’ En el otoño del año 27 de J.C., Cristo fué bautizado por Juan y recibió la unción del Espíritu Santo. El apóstol Pedro testifica que ‘a Jesús de Nazaret: ... Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder.’ [Hechos 10:38, VM] Y el mismo Salvador declara: ‘El Espíritu del Señor está sobre mí; por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres.’ Después de su bautismo, Jesús volvió a Galilea, ‘predicando el evangelio de Dios, y diciendo: Se ha cumplido el tiempo.’ [Lucas 4:18; Marcos 1:14, 15, VM] PE XII.2

“ ‘Y en otra semana confirmará el pacto a muchos.’ La semana de la cual se habla aquí es la última de las setenta. Son los siete últimos años del período concedido especialmente a los judíos. Durante ese plazo, que se extendió del año 27 al año 34 de J.C., Cristo, primero en persona y luego por intermedio de sus discípulos, presentó la invitación del Evangelio especialmente a los judíos. Cuando los apóstoles salieron para proclamar las buenas nuevas del reino, las instrucciones del Salvador fueron: ‘Por el camino de los Gentiles no iréis, y en ciudad de Samaritanos no entréis.’. [Mateo 10:5, 6.] PE XIII.1

“ ‘A la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda.’ En el año 31 de J.C., tres años y medio después de su bautismo, nuestro Señor fué crucificado. Con el gran sacrificio ofrecido en el Calvario, terminó aquel sistema de ofrendas que durante cuatro mil años había prefigurado al Cordero de Dios. El tipo se encontró en el antitipo, y todos los sacrificios y oblaciones del sistema ceremonial debían cesar. PE XIII.2

“Las setenta semanas, o 490 años concedidos a los judíos, terminaron, como lo vimos, en el año 34 de J.C. En dicha fecha, por auto del Sanedrín judaico, la nación selló su rechazamiento del Evangelio con el martirio de Esteban y la persecución de los discípulos de Cristo. Entonces el mensaje de salvación, no estando más reservado exclusivamente para el pueblo elegido, fué dado al mundo. Los discípulos, obligados por la persecución a huir de Jerusalén, ‘andaban por todas partes, predicando la Palabra.’ ‘Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les proclamó el Cristo.’ Pedro, guiado por Dios, dió a conocer el Evangelio al centurión de Cesarea, el piadoso Cornelio; el ardiente Pablo, ganado a la fe de Cristo, fué comisionado para llevar las alegres nuevas ‘lejos ...a los gentiles.’ [Hechos 8:4, 5; 22:21, VM] PE XIII.3

“Hasta aquí cada uno de los detalles de las profecías se ha cumplido de una manera sorprendente, y el principio de las setenta semanas queda establecido irrefutablemente en el año 457 ant. de J.C. y su fin en el año 34 de J.C. Partiendo de esta fecha no es difícil encontrar el término de los 2.300 días. Las setenta semanas—490 días—descontadas de los 2.300 días, quedaban 1.810 días. Concluidos los 490 días, quedaban aún por cumplirse los 1.810 días. Contando desde 34 de J.C., los 1.810 años alcanzan al año 1844. Por consiguiente los 2.300 días de [Daniel 8:14] terminaron en 1844. Al fin de este gran período profético, según el testimonio del ángel de Dios, ‘el santuario’ debía ser ‘purificado.’ De este modo la fecha de la purificación del santuario—la cual se creía casi universalmente que se verificaría en el segundo advenimiento de Cristo—quedó definitivamente establecida. PE XIII.4

“Miller y sus colaboradores creyeron primero que los 2.300 días terminarían en la primavera de 1844, mientras que la profecía señala el otoño de ese mismo año. La mala inteligencia de este punto fué causa de desengaño y perplejidad para los que habían fijado para la primavera de dicho año el tiempo de la venida del Señor. Pero esto no afectó en lo más mínimo la fuerza de la argumentación que demuestra que los 2.300 días terminaron en el año 1844 y que el gran acontecimiento representado por la purificación del santuario debía verificarse entonces. PE XIV.1

“Al empezar a estudiar las Sagradas Escrituras como lo hizo, para probar que son una revelación de Dios, Miller no tenía la menor idea de que llegaría a la conclusión a que había llegado. Apenas podía él mismo creer en los resultados de su investigación. Pero las pruebas de la Santa Escritura eran demasiado evidentes y concluyentes para rechazarlas. PE XIV.2

“Había dedicado dos años al estudio de la Biblia, cuando, en 1818, llegó a tener la solemne convicción de que unos veinticinco años después aparecería Cristo para redimir a su pueblo.”—[Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 371-377 (1954)] PE XIV.3

Los creyentes adventistas aguardaban con honda expectación el día en que su Señor iba a volver. Consideraban el otoño de 1844 como el momento señalado por la profecía de Daniel. Pero aquellos consagrados creyentes iban a sufrir un gran chasco. Así como los discípulos del tiempo de Cristo no comprendieron el carácter exacto de los acontecimientos que se iban a realizar en cumplimiento de la profecía relativa al primer advenimiento de Cristo, los adventistas de 1844 sufrieron un gran chasco en relación con la profecía que anunciaba la segunda venida de Cristo. Acerca de esto leemos: PE XIV.4

“Jesús no vino a la tierra, como lo esperaba la compañía que le aguardaba gozosa, para purificar el santuario, limpiando la tierra por fuego. Vi que era correcto su cálculo de los períodos proféticos; el tiempo profético había terminado en 1844, y Jesús entró en el lugar santísimo para purificar el santuario al fin de los días. La equivocación de ellos consistió en no comprender lo que era el santuario ni la naturaleza de su purificación.”—[Primeros Escritos, 243.] PE XV.1

Casi inmediatamente después del chasco de octubre, muchos creyentes y pastores que se habían adherido al mensaje adventista se apartaron de él. Otros fueron arrebatados por el fanatismo. Más o menos la mitad de los adventistas siguió creyendo que Cristo no tardaría en aparecer en las nubes del cielo. Al verse expuestos a las burlas del mundo, las consideraron como pruebas de que había pasado el tiempo de gracia para el mundo. Creían firmemente que el día del advenimiento se acercaba. Pero cuando los días se alargaron en semanas y el Señor no apareció, se produjo una división de opiniones en el grupo mencionado. Una parte, numéricamente grande, decidió que la profecía no se había cumplido en 1844 y que sin duda se había producido un error al calcular los períodos proféticos. Comenzaron nuevamente a fijar fechas. Otro grupo menor, que vino a ser el de los antecesores de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, hallaba certeras las evidencias de la obra del Espíritu Santo en el gran despertar, y consideraba imposible negar que el movimiento fuese obra de Dios, pues hacer esto habría sido despreciar al Espíritu de gracia. PE XV.2

Para este grupo, la obra que debían hacer y lo que experimentaban estaba descrito en los últimos versículos de Apocalipsis 10. Debían reavivar la expectación. Dios los había conducido y seguía conduciéndolos. En sus filas militaba una joven llamada Elena Harmon, quien recibió de Dios, en diciembre de 1844, una revelación profética. En esa visión el Señor le mostró la peregrinación del pueblo adventista hacia la áurea ciudad. La visión no explicaba el motivo del chasco, si bien la explicación podía obtenerse del estudio de la Biblia, como sucedió. Sobre todo hizo comprender a los fieles que Dios los estaba guiando y continuaría conduciéndolos mientras viajasen hacia la ciudad celestial. PE XVI.1

Al pie de la senda simbólica mostrada a la joven Elena, había una luz brillante, que el ángel designó como el clamor de media noche, expresión vinculada con la predicación de un inminente advenimiento durante el verano y el otoño de 1844. En aquella visión, se discernía a Cristo conduciendo al pueblo a la ciudad de Dios. La conversación oída indicaba que el viaje iba a resultar más largo de lo que se había esperado. Algunos perdieron de vista a Jesús, y cayeron de la senda, pero los que mantuvieron los ojos fijos en Jesús y en la ciudad llegaron con bien a su destino. Esto es lo que se nos presenta, bajo el título “Mi primera visión,” en las páginas 13-20 de este libro. PE XVI.2

Eran muy pocos los que constituían aquel grupo que avanzaba en la luz. En 1846, eran como cincuenta. El grupo mayor, que abandonó la esperanza de que la profecía se hubiese cumplido en 1844, contaba tal vez con 30.000 personas. En 1845 se reunieron para reexaminar sus opiniones en una conferencia que se celebró en Albany, estado de Nueva York, del 29 de abril al 1 de mayo. Decidieron entonces formalmente denunciar a quienes aseverasen tener “iluminación especial” y a los que enseñasen “fábulas judaicas.” (Advent Herald, 14 de mayo de 1845.) Véase Messenger to the Remnant (Mensajera enviada al residuo), pág. 31, columna 2. PE XVI.3

Cerraron así la puerta para no dejar penetrar la luz referente al sábado y al Espíritu de Profecía. Creían que la profecía no se había cumplido en 1844, y algunos fijaron para una fecha ulterior la terminación de los 2.300 días. Fueron fijadas varias fechas, pero una tras otra pasaron. Al principio, este grupo, unido por la influencia cohesiva de la esperanza adventista, marchaba en unidades vinculadas entre sí pero con bastante elasticidad, pues entre todas sostenían una gran variedad de doctrinas. Algunos de estos grupos no tardaron en dispersarse. El que sobrevivió algunas décadas llegó a ser la Iglesia Cristiana Adventista, cuyos miembros son llamados, en nuestras primeras publicaciones, “Adventistas del Primer Día” o “Adventistas Nominales.” PE XVII.1

Pero debemos dedicar ahora nuestra atención al pequeño grupo que se aferró tenazmente a su creencia de que la profecía se había cumplido el 22 de octubre de 1844 y aceptó con sinceridad la doctrina del sábado y la verdad del santuario como luz celestial que iluminara su senda. Quienes formaban este grupo no se hallaban reunidos en un lugar, sino que eran creyentes individuales aislados, o grupos muy pequeños dispersos en la parte noreste de los Estados Unidos. PE XVII.2

Hiram Edson, quien pertenecía a uno de esos grupos, vivía en la parte central del estado de Nueva York, en Port Gibson. Era director espiritual de los adventistas que había en ese lugar, y los creyentes se reunieron en su casa el 22 de octubre de 1844, para aguardar con él la venida del Señor. Pero cuando llegó la media noche, comprendieron que el Señor no vendría tan pronto como lo habían esperado. Sufrieron un gran chasco, pero temprano por la mañana siguiente, Hiram Edson y algunos otros fueron a la granja del primero para orar. Mientras oraban, el nombrado sintió la seguridad de que recibirían luz. PE XVII.3

Un poco más tarde, mientras Edson, en compañía de un amigo, cruzaba un maizal en dirección al domicilio de unos adventistas, le pareció que una mano le tocaba el hombro. Alzó los ojos y vió, como en una visión, los cielos abiertos y a Cristo en el santuario entrando en el lugar santísimo para comenzar su ministerio de intercesión en favor de su pueblo, en vez de salir del santuario para purificar el mundo por fuego, como ellos habían enseñado que iba a suceder. Un estudio cuidadoso de la Biblia, que realizaron Hiram Edson, el médico F. B. Hahn y el maestro O. R. L. Crozier, reveló que el santuario que debía ser purificado al fin de los 2.300 años no era la tierra, sino el santuario celestial, y que esa purificación se haría mientras Cristo intercediese por nosotros en el lugar santísimo. Esta obra o ministerio de Cristo correspondía al mensaje referente a “la hora de su juicio” [de Dios], proclamado por el primer ángel de [Apocalipsis 14:6, 7]. El Sr. Crozier escribió las conclusiones del grupo, y las publicó, primero en hojas locales, y luego en forma más amplia en un periódico adventista, el Day-Star, que se editaba en Cincinnati, Ohío. Un número especial, del 7 de febrero de 1846, se dedicó entero a este estudio del santuario. PE XVII.4

Mientras se realizaba este estudio, Elena de White no lo sabía. Ni siquiera conocía al grupo mencionado, pues ella vivía lejos de Port Gibson, a saber, muy al este, en Portland, Maine. En tales circunstancias, recibió una visión en la cual le fué mostrado el traslado del ministerio de Cristo del lugar santo al santísimo, al fin de los 2.300 años. El relato de esa visión se halla en [Primeros Escritos, 54-56]. PE XVIII.1

Con respecto a otra visión que le fué dada poco después de la que se acaba de mencionar, la Sra. E. G. de White dijo, en una declaración escrita en abril de 1847: “El Señor me mostró en visión, hace más de un año, que el Hno. Crozier tiene la luz verdadera acerca de la purificación del santuario, etc., y que su voluntad [de Dios] es que el Hno. Crozier escriba en detalle la opinión que nos dió en el número especial del Day-Star del 7 de febrero de 1846. Me siento plenamente autorizada por el Señor para recomendar ese número especial a todos los santos.”—E. G. de White, A Word to the Little Flock (Una palabra a la pequeña grey), pág. 12. De modo que las visiones de la mensajera de Dios confirmaron lo descubierto por los estudiosos de la Biblia. PE XVIII.2

En años subsiguientes, Elena G. de White escribió mucho con respecto a la verdad del santuario y su significado para nosotros, y son muchos los pasajes de Primeros Escritos que aluden a esto. Nótese especialmente el capítulo que principia en la página 250 y se titula “El santuario.” Al comprender el ministerio de Cristo en el santuario se obtuvo la clave del misterio que rodeaba al gran chasco. Pudo verse claramente que el anunció de que se acercaba la hora del juicio divino se cumplió en los sucesos de 1844, y se comprendió que debía ejercerse un ministerio en el lugar santísimo del santuario celestial antes que Cristo viniese a esta tierra. PE XIX.1

Durante la proclamación del mensaje adventista se había dado el mensaje del primer ángel y del segundo, y luego comenzó a proclamarse el mensaje del tercer ángel. Con esta proclamación empezó a comprenderse el significado del sábado como día de reposo. PE XIX.2

A fin de estudiar cómo principió entre los primeros adventistas la observancia del sábado, lleguémonos a una pequeña iglesia situada en la localidad de Wáshington, en el centro del estado de New Hampshire, entre el de Nueva York por un lado y el de Maine por el otro. Allí los miembros de una agrupación cristiana independiente oyeron, en 1843, el mensaje del advenimiento, y lo aceptaron. Era un grupo fervoroso, y a su seno llegó una hermana bautista del séptimo día, Raquel Oaks (más tarde Sra. de Preston), quien les dió folletos que recalcaban la vigencia del cuarto mandamiento. Algunos miembros comprendieron esa verdad, y uno de ellos, Guillermo Farnsworth, decidió guardar el sábado. En esto le acompañaron otras doce personas, que fueron los primeros adventistas del séptimo día. Federico Wheeler, el pastor de esa iglesia, tomó la misma decisión y fué el primer pastor adventista que guardara el sábado. Otro pastor de New Hampshire, T.M.Preble, aceptó también la verdad del sábado, y en febrero de 1845 publicó un artículo acerca de esa verdad en un periódico adventista, The Hope of Israel (La esperanza de Israel). PE XIX.3

José Bates, eminente pastor adventista que residía en Fairhaven, estado de Massachusetts, leyó el artículo de Preble y aceptó la vigencia del sábado. Poco después presentó el asunto en un folleto de 64 páginas, que salió de prensas en agosto de 1846. Un ejemplar llegó a las manos de Jaime White y su esposa Elena, poco después de su casamiento, celebrado a fines de agosto de 1846. Ellos también fueron convencidos por las pruebas bíblicas, y la señora escribió más tarde: “En el otoño de 1846 comenzamos a observar el día de reposo bíblico, y también a enseñarlo y defenderlo.”—[Testimonies for the Church 1:75]. PE XX.1

Jaime White y su esposa se habían decidido por las pruebas bíblicas presentadas en el librito de Bates. El primer sábado de abril, en 1847, siete meses después que ella y su esposo principiaran a guardar el sábado, el Señor dió a la Sra. de White, en Topsham, Maine, una visión en la cual se recalcó la importancia del sábado. Elena vió las tablas de la ley en el arca del santuario celestial, y notó que el cuarto mandamiento estaba rodeado de una aureola de luz. En [Primeros Escritos, 32-35], puede leerse el relato de esa visión que confirmó las conclusiones impuestas por el estudio de la Palabra de Dios. En visión profética, la Sra. de White fué trasladada al fin de los tiempos y vió que, por su actitud hacia la verdad del sábado, los hombres demostrarán si deciden servir a Dios o a una potencia apóstata. En 1874, ella escribió: “Creí la verdad acerca del sábado antes de haber visto cosa alguna en visión con referencia al día de reposo. Después que comencé a observar el sábado transcurrieron meses antes que se me mostrase su importancia y su lugar en el mensaje del tercer ángel.”—E. G. de W., carta 2, 1874. PE XX.2

Durante 1848, los varios pastores adventistas del séptimo día que se destacaban en la enseñanza de las verdades recién descubiertas estrecharon filas mediante cinco conferencias dedicadas a considerar el asunto del día de reposo. Con ayuno y oración, estudiaban la Palabra de Dios. El pastor Bates, que era el apóstol de la verdad sabática, encabezó el grupo y se distinguió por sus enseñanzas relativas a la vigencia del sábado. Hiram Edson y sus acompañantes, que asistieron a algunas de las conferencias, presentaron con energía el asunto del santuario. Jaime White, que estudiaba cuidadosamente las profecías, enfocaba su atención sobre los eventos que han de suceder antes que vuelva el Señor Jesús. En aquellas conferencias se fué reuniendo el haz de las doctrinas que hoy sostienen los adventistas del séptimo día. PE XX.3

Rememorando aquellos tiempos, Elena G. de White escribió: “Muchos de los nuestros no comprenden cuán firmemente se asentaron los cimientos de nuestra fe. Mi esposo, el pastor José Bates, el padre Pierce[*], el pastor Edson [Hiram], y otros hombres perspicaces, nobles y fieles, se contaron entre los que, después que transcurriera la fecha en 1844, buscaron la verdad como un tesoro escondido. Yo también asistía a sus reuniones. Estudiábamos y orábamos con fervor. A menudo permanecíamos congregados hasta tarde por la noche; a veces toda la noche, orando por luz y estudiando la Palabra. Vez tras vez aquellos hermanos se reunían para estudiar la Biblia, a fin de descubrir su significado y a fin de estar preparados para predicarlo con poder. Cuando en su estudio llegaban al punto de decir: ‘Nada más podemos hacer,’ el Espíritu del Señor descendía sobre mí; era arrebatada en visión y se me daba una clara explicación de los pasajes que habíamos estado estudiando, y también instrucciones acerca de cómo habíamos de trabajar y enseñar eficazmente. Así se nos daba luz que nos ayudaba a comprender las escrituras referentes a Cristo, su misión y su sacerdocio. Se me señaló con claridad una cadena de verdad que se extendía desde entonces hasta el tiempo en que entraremos en la ciudad de Dios, y yo transmitía a otros las instrucciones que el Señor me había dado. PE XXI.1

“Durante todo ese tiempo yo no podía entender el razonamiento de los hermanos. Mi mente estaba, por así decirlo, trabada, y no podía comprender las escrituras que estábamos estudiando. Esto constituía uno de los mayores pesares de mi vida. Estuve en esa condición hasta que todos los puntos principales de nuestra fe se aclararon para nuestra mente, en armonía con la Palabra de Dios. Los hermanos sabían que cuando yo no estaba en visión no podía comprender esos asuntos, y aceptaban las revelaciones dadas como luz que provenía directamente del cielo.”—[Selected Messages 1:206, 207]. PE XXII.1

El fundamento doctrinal de la Iglesia Adventista del Séptimo Día se asentaba así sobre un fiel estudio de la Palabra de Dios, y cuando los hermanos no podían avanzar, Elena G. de White recibía luz que ayudaba a explicar la dificultad y despejaba el camino para que el estudio continuase. Además, las visiones confirmaban las conclusiones correctas. De manera que el don profético actuaba para corregir los errores y para confirmar la verdad. PE XXII.2

Poco después de la quinta de aquellas conferencias acerca del sábado que se celebraron en 1848, otra reunión fué convocada en la casa de Otis Nichols en Dorchester (cerca de Boston, Massachusetts). Los hermanos estudiaron y oraron acerca del deber que tenían de pregonar la verdad que el Señor había hecho brillar sobre su senda. Mientras estudiaban, E. G. de White fué arrobada en visión, y en esta revelación le fué mostrado que los hermanos debían publicar lo que sabían era la verdad. He aquí cómo relata ella el caso: PE XXII.3

“Al salir de la visión, dije a mi esposo: ‘Tengo un mensaje para ti. Debes comenzar a publicar una revistita y mandarla a la gente. Sea pequeña al principio; pero a medida que la gente la lea, te mandará recursos con que imprimirla, y tendrá éxito desde el principio. Se me mostró que de este humilde comienzo procedían raudales de luz que circuían el mundo.’ ”—[Life Sketches of Ellen G. White, 125]. PE XXII.4

Esta era una invitación a obrar. ¿Qué podía hacer Jaime White en respuesta? Tenía pocos bienes de este mundo, pero la visión era una directiva divina, y el pastor White se sintió compelido a avanzar por fe. Así que, con su Biblia de 75 centavos y su concordancia sin tapas, comenzó a preparar los artículos sobre el sábado y otras verdades afines que debían imprimirse. Todo esto requirió tiempo, pero finalmente los originales fueron llevados al impresor de Middletown, Connecticut, que estaba dispuesto a cumplir el pedido del pastor White y esperar el pago. Los artículos se compusieron, se leyeron las pruebas y se imprimieron mil ejemplares de la revista. El pastor White los transportó desde la imprenta hasta la casa de la familia Belden, donde él y Elena habían hallado refugio provisorio. El tamaño de la hojita era de 15 centímetros por 22, y contenía 8 páginas. Llevaba el título de The Present Truth (La verdad presente) y esta fecha: Julio de 1849. El montoncito de revistas se depositó en el suelo. Los hermanos y las hermanas se reunieron en derredor, y con lágrimas en los ojos, rogaron a Dios que bendijera el envío de las hojitas. Luego Jaime White las llevó al correo de Middletown, y así comenzó la obra de publicación de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. PE XXIII.1

Cuatro Números de La Verdad Presente fueron enviados así, con oraciones previas. Pronto comenzaron a llegar cartas provenientes de personas que habían principiado a guardar el sábado por haber leído las revistas. Algunas cartas traían dinero, y en septiembre Jaime White pudo abonar al impresor los $64,50 (dólares) que le debía por los cuatro Números. PE XXIII.2

Mientras el pastor White y su esposa viajaban de un lugar a otro, quedando unos meses aquí y otros meses allí, hicieron arreglos para publicar unos cuantos Números de la revista. Finalmente, el número undécimo y último de La Verdad Presente se publicó en París, Maine, en noviembre de 1850. Ese mismo mes, se celebró una conferencia en el mencionado pueblo de París, y los hermanos dieron estudio a la creciente obra de publicación. Se decidió que el periódico continuase, pero ampliado y bajo el nombre de The Second Advent Review and Sabbath Herald (Revista del segundo advenimiento y heraldo del sábado). Se ha publicado desde entonces como órgano oficial de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. PE XXIII.3

La Sra. de White colaboró con La Verdad Presente y escribió para ella unos cuantos artículos, la mayoría de los cuales pueden leerse en [Primeros Escritos, 36-54]. PE XXIV.1

En lo que se refiere a la Review and Herald, que comenzó a publicarse en noviembre de 1850, se imprimió unos meses en París, Maine, luego en Saratoga Springs, estado de Nueva York. Fué mientras vivía allí cuando el pastor White hizo arreglos, en agosto de 1851, para imprimir el primer libro de su esposa, un opúsculo de 64 páginas titulado Experiencia Cristiana y Visiones de Elena G. de White, cuyo contenido se lee ahora en [Primeros Escritos, 11-83]. PE XXIV.2

En la primavera de 1852, el pastor White y su esposa se trasladaron a Rochester, estado de Nueva York, y allí establecieron una imprenta donde pudieran hacer sus trabajos. Los hermanos respondieron generosamente a los pedidos de dinero y así se obtuvieron 600 dólares para comprar equipo. Durante un poco más de tres años, el pastor White y su esposa vivieron en Rochester y allí imprimieron el mensaje. En 1852 el pastor White había añadido a la Review el Youth’s Instructor (El Instructor de la Juventud.) Además, de vez en cuando se publicaban folletos. Fué mientras estaban en Rochester cuando, en enero de 1854, se imprimió la segunda obrita de la Sra. de White. Era el Suplemento del libro Experiencia Cristiana y Visiones, que se lee ahora en [Primeros Escritos, 85-127]. PE XXIV.3

En octubre de 1855, los esposos White y sus ayudantes se trasladaron a Battle Creek, estado de Míchigan. La prensa y otras partes del equipo se instalaron en un edificio construído por varios de los adventistas observadores del sábado que habían facilitado el dinero para establecer nuestra propia imprenta. Al desarrollarse la obra de la iglesia en Battle Creek, esa pequeña ciudad llegó a ser la sede de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. PE XXV.1

No era fácil para el pastor White impulsar la obra de publicación. En aquellos tiempos los adventistas del séptimo día no estaban organizados en una iglesia, sino que la idea de organizarse les inspiraba temor. Muchos de ellos habían sido miembros de las iglesias protestantes que habían rechazado el mensaje del primer ángel, y les había tocado abandonar esas iglesias cuando se proclamó el mensaje del segundo ángel. Cuando se hablaba de organizar una iglesia tenían recelos de que el formalismo llegase a dominarlos y les hiciese perder el favor divino. De manera que, durante los primeros quince años de su existencia, el grupo adventista del séptimo día no estuvo unido estrechamente, aunque sus miembros reconocían como dirigentes espirituales a José Bates, Jaime White y algunos otros. PE XXV.2

Al estudiar el fondo histórico de Primeros Escritos debe notarse que los primeros adventistas observadores del sábado se preocupaban tan sólo de buscar a los que habían sido sus hermanos en el gran despertar adventista, es decir los que los habían acompañado durante la proclamación de los mensajes del primer ángel y del segundo, con el fin de comunicarles ahora el mensaje del tercer ángel. Durante unos siete años después de 1844, las labores de los adventistas observadores del sábado se limitaron mayormente a tratar de ganar a los adventistas que no se habían decidido por la verdad del sábado. PE XXV.3

Esto no es sorprendente. En el curso de los esfuerzos hechos para proclamar el mensaje adventista durante el verano de 1844, habían aplicado a su experiencia la parabóla de las diez vírgenes relatada en Mateo 25. Había habido un tiempo de tardanza. Luego se oyó el clamor: “¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!” Esto se llamaba comúnmente “el clamor de media noche.” En la primera visión de E. G. de White, ese clamor le fué mostrado como una luz brillante situada en alto detrás de los adventistas en el comienzo de la senda. En la parábola, leían que las vírgenes que estaban listas entraron a las bodas con el esposo, y luego la puerta se cerró. Véase Mateo 25:10. Concluían de esto que el 22 de octubre de 1844 la puerta de la misericordia se había cerrado para los que no habían aceptado el mensaje tan ampliamente proclamado. [Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 482], E. G. de White explica así lo experimentado entonces por los adventistas: PE XXV.4

“Después que transcurriera la fecha en que se esperaba al Salvador, siguieron creyendo que su venida estaba cercana; sostenían que habían llegado a una crisis importante y que había cesado la obra de Cristo como intercesor del hombre ante Dios. Les parecía que la Biblia enseñaba que el tiempo de gracia concedido al hombre terminaría poco antes de la venida misma del Señor en las nubes del cielo. Eso parecía desprenderse de los pasajes bíblicos que indican un tiempo en que los hombres buscarán, golpearán y llamarán a la puerta de la misericordia, sin que ésta se abra. Y se preguntaban si la fecha en que habían estado esperando la venida de Cristo no señalaba más bien el comienzo de ese período que debía preceder inmediatamente a su venida. Habiendo proclamado la proximidad del juicio, consideraban que habían terminado su labor para el mundo, y no sentían más la obligación de trabajar por la salvación de los pecadores, en tanto que las mofas atrevidas y blasfemas de los impíos les parecían una evidencia adicional de que el Espíritu de Dios se había retirado de los que rechazaran su misericordia. Todo esto les confirmaba en la creencia de que el tiempo de gracia había terminado, o, como decían ellos entonces, que ‘la puerta de la misericordia estaba cerrada.’ ” Y a continuación la Sra. de White explica cómo se comenzó a comprender el asunto: PE XXVI.1

“Pero una luz más viva surgió del estudio de la cuestión del santuario. Vieron entonces que tenían razón al creer que el fin de los 2.300 días, en 1844, había marcado una crisis importante. Pero si bien era cierto que se había cerrado la puerta de esperanza y de gracia por la cual los hombres habían encontrado durante mil ochocientos años acceso a Dios, otra puerta se les abría, y el perdón de los pecados era ofrecido a los hombres por la intercesión de Cristo en el lugar santísimo. Una parte de su obra había terminado tan sólo para dar lugar a otra. Había aún una ‘puerta abierta’ para entrar en el santuario celestial donde Cristo oficiaba en favor del pecador. PE XXVII.1

“Entonces comprendieron la aplicación de las palabras que Cristo dirigió en el Apocalipsis a la iglesia correspondiente al tiempo en que ellos mismos vivían: ‘Estas cosas dice el que es santo, el que es veraz, el que tiene la llave de David, el que abre, y ninguno cierra, y cierra, y ninguno abre: Yo conozco tus obras: he aquí he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie podrá cerrar.’ [Apocalipsis 3:7, 8, VM]. PE XXVII.2

“Son los que por fe siguen a Jesús en su gran obra de expiación, quienes reciben los beneficios de su mediación por ellos, mientras que a los que rechazan la luz que pone a la vista este ministerio, no les beneficia.”—[Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 482, 483]. PE XXVII.3

La Sra. de White habla luego de cómo los dos grupos de creyentes adventistas se relacionaron con esta experiencia: PE XXVII.4

“Cuando pasó la fecha fijada para 1844, hubo un tiempo de gran prueba para los que conservaban aún la fe adventista. Su único alivio en lo concerniente a determinar su verdadera situación, fué la luz que dirigió su espíritu hacia el santuario celestial. Algunos dejaron de creer en la manera en que habían calculado antes los períodos proféticos, y atribuyeron a factores humanos o satánicos la poderosa influencia del Espíritu Santo que había acompañado al movimiento adventista. Otros creyeron firmemente que el Señor los había conducido en su vida pasada; y mientras esperaban, velaban y oraban para conocer la voluntad de Dios, llegaron a comprender que su gran Sumo Sacerdote había empezado a desempeñar otro ministerio y, siguiéndole con fe, fueron inducidos a ver además la obra final de la iglesia. Obtuvieron un conocimiento más claro de los mensajes de los primeros ángeles, y quedaron preparados para recibir y dar al mundo la solemne amonestación del tercer ángel de Apocalipsis 14.”—[Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 485]. PE XXVII.5

En las páginas 42-45 de Primeros Escritos se encontrarán ciertas referencias a la “puerta abierta” y a la “puerta cerrada.” Son expresiones que sólo pueden comprenderse correctamente si se tiene en cuenta lo que experimentaron nuestros primeros creyentes. PE XXVIII.1

Poco después del chasco se vió que si bien algunos, por haber rechazado definitivamente la luz, habían clausurado la puerta que les daba acceso a la salvación, eran muchos los que no habían oído el mensaje ni lo habían rechazado. Los tales podían valerse de las medidas dispuestas por Dios para salvar a los hombres. Alrededor del año 1850, estos detalles se destacaban con claridad. También en aquel entonces comenzó a haber oportunidades de presentar los mensajes de los tres ángeles. Los prejuicios se iban disipando. Elena de White, repasando lo que había sucedido después del chasco, escribió: PE XXVIII.2

“Era entonces casi imposible acercarse a los incrédulos. El chasco de 1844 había confundido a muchos, y ellos no querían oir explicación alguna con respecto al asunto.”—Review and Herald, 20 de noviembre de 1883. [Messenger to the Remnant, pág. 51]. PE XXVIII.3

Pero en 1851 el pastor White pudo dar este informe: “Ahora la puerta está abierta casi por doquiera para presentar la verdad, y muchos de los que antes no tenían interés en investigar están ahora listos para leer las publicaciones.”—Review and Herald, del 19 de agosto de 1851. [Messenger to the Remnant, pág. 51]. PE XXVIII.4

Sin embargo, al presentarse esas nuevas oportunidades y al aceptar el mensaje un número mayor de personas, comenzaron a entrar juntamente con ellas ciertos elementos discordantes. Si no se hubiese puesto dique a esto, la obra habría sufrido gran perjuicio. Afortunadamente, con respecto a esto vemos nuevamente que la providencia de Dios guiaba a su pueblo, pues la misma Sra. de White nos dice acerca de una visión que le fué dada el 24 de diciembre de 1850: PE XXIX.1

“Vi cuán grande y santo es Dios. Dijo el ángel: ‘Andad cuidadosamente delante de él, porque es alto y sublime, y la estela de su gloria llena el templo.’ Vi que en el cielo todo estaba en orden perfecto. Dijo el ángel: ‘¡Mirad! ¡Cristo es la cabeza; avanzad en orden! Haya sentido en todo.’ Dijo el ángel: ‘¡Contemplad y conoced cuán perfecto y hermoso es el orden en el cielo! ¡Seguidlo!’ ”—E. G. de White, manuscrito 11, 1850. [Messenger to the Remnant, pág. 45]. PE XXIX.2

Se necesitó tiempo para lograr que los creyentes en general apreciasen las necesidades y el valor que tiene el orden evangélico. Lo que les había sucedido antes en las iglesias protestantes de las cuales se habían separado los hacía muy cautelosos. Excepto en los lugares donde la necesidad práctica era muy evidente, el temor de atraer el formalismo impedía el avance que debiera haberse realizado en la organización de la iglesia. Todavía tuvo que transcurrir una década después de la visión de 1850 para que se dieran finalmente pasos juiciosos hacia la organización de la iglesia. Es indudable que un factor de primordial importancia para madurar aquellos esfuerzos lo constituyó un artículo abarcante que, bajo el título de “El orden evangélico,” se publicó en el Suplemento de Experiencia Cristiana y Visiones de Elena G. de White, y se encuentra ahora en [Primeros Escritos, 97-104]. PE XXIX.3

En 1860, al organizarse la obra de publicación, se eligió un nombre para la agrupación. Algunos pensaban que el nombre “Iglesia de Dios” resultaba apropiado, pero la sugestión mejor recibida fué la de elegir un nombre que hiciese resaltar nuestras enseñanzas características, y el nombre “Adventistas del Séptimo Día” fué aceptado para designar nuestra iglesia. Al año siguiente se organizó una asociación local, y antes de mucho existían varias asociaciones tales. Finalmente, en mayo de 1863, se organizó la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día. Esto nos lleva cinco años más allá que el tiempo de Primeros Escritos. PE XXX.1

Ya se mencionó el traslado de la imprenta de Rochester, estado de Nueva York, a Battle Creek, Míchigan, en octubre de 1855. Los esposos White establecieron su hogar en Battle Creek, y cuando la obra estuvo bien arraigada allí, pudieron reanudar sus viajes por el campo. En el curso de una gira en el estado de Ohío, durante febrero y marzo de 1858, fué cuando la importante visión del gran conflicto fué dada a la Sra. de White. En septiembre de 1858 se publicó el tomo primero de Los Dones Espirituales, o sea el librito titulado La Gran Controversia entre Cristo y Satanás, que constituye la tercera y última división de Primeros Escritos. En las páginas 129-132 se encuentran datos adicionales acerca de aquella visión y acerca de la mencionada parte tercera de Primeros Escritos. PE XXX.2

Las reducidas publicaciones de los primeros quince años del ministerio de la Sra. de White iban a ser seguidas por muchos libros mayores, que tratan un gran número de temas vitales para los que guardan los mandamientos de Dios y tienen la fe de nuestro Señor Jesucristo. PE XXX.3

Los Fideicomisarios de las Publicaciones de Elena G. de White

Wáshington, D. C.,

4 de enero de 1962.