Primeros Escritos

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El fin de los 2300 días

Vi un trono, y sobre él se sentaban el Padre y el Hijo. Me fijé en el rostro de Jesús y admiré su hermosa persona. No pude contemplar la persona del Padre, pues le cubría una nube de gloriosa luz. Pregunté a Jesús si su Padre tenía forma como él. Dijo que la tenía, pero que yo no podía contemplarla, porque, dijo: “Si llegases a contemplar la gloria de su persona, dejarías de existir.” Delante del trono vi al pueblo adventista—la iglesia y el mundo. Vi dos compañías, la una postrada ante el trono, profundamente interesada, mientras que la otra no manifestaba interés y permanecía de pie, indiferente. Los que estaban postrados delante del trono elevaban sus oraciones a Dios y miraban a Jesús; miraba él entonces a su Padre, y parecía interceder para con él. Una luz se transmitía del Padre al Hijo y de éste a la compañía que oraba. Entonces vi que una luz excesivamente brillante procedía del Padre hacia el Hijo, y desde el Hijo ondeaba sobre el pueblo que estaba delante del trono. Pero pocos recibían esta gran luz. Muchos salían de debajo de ella y la resistían inmediatamente; otros eran descuidados y no apreciaban la luz, y ésta se alejaba de ellos. Algunos la apreciaban, y se acercaban para postrarse con la pequeña compañía que oraba. Esta recibía la luz y se regocijaba en ella, y sus rostros brillaban con su gloria. PE 54.1

Vi al Padre levantarse del trono,1 y en un carro de llamas entró en el lugar santísimo, al interior del velo, y se sentó. Entonces Jesús se levantó del trono, y la mayoría de los que estaban prosternados se levantó con él. No vi un solo rayo de luz pasar de Jesús a la multitud indiferente después que él se levantó, y esa multitud fué dejada en perfectas tinieblas. Los que se levantaron cuando se levantó Jesús, tenían los ojos fijos en él mientras se alejaba del trono y los conducía un trecho. Alzó entonces su brazo derecho, y oímos su hermosa voz decir: “Aguardad aquí; voy a mi Padre para recibir el reino; mantened vuestras vestiduras inmaculadas, y dentro de poco volveré de las bodas y os recibiré a mí mismo.” PE 55.1

Después de eso, un carro de nubes, cuyas ruedas eran como llamas de fuego, llegó rodeado de ángeles, adonde estaba Jesús. El entró en el carro y fué llevado al lugar santísimo, donde el Padre estaba sentado. Allí contemplé a Jesús, el gran Sumo sacerdote, de pie delante del Padre. En la orla de su vestidura había una campana y una granada; luego otra campana y otra granada. Los que se levantaron con Jesús elevaban su fe hacia él en el lugar santísimo, y rogaban: “Padre mío, danos tu Espíritu.” Entonces Jesús soplaba sobre ellos el Espíritu Santo. En ese aliento había luz, poder y mucho amor, gozo y paz. PE 55.2

Me di vuelta para mirar la compañía que seguía postrada delante del trono y no sabía que Jesús la había dejado. Satanás parecía estar al lado del trono, procurando llevar adelante la obra de Dios. Vi a la compañía alzar las miradas hacia el trono, y orar: “Padre, danos tu Espíritu.” Satanás soplaba entonces sobre ella una influencia impía; en ella había luz y mucho poder, pero nada de dulce amor, gozo ni paz. El objeto de Satanás era mantenerla engañada, arrastrarla hacia atrás y seducir a los hijos de Dios. PE 55.3

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