El mensaje del primer ángel
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Vi que Dios estaba en la proclamación del tiempo en 1843. Era su propósito despertar a la gente y colocarla en un punto de prueba donde se decidiese en pro o en contra de la verdad. Algunos ministros se convencieron de la exactitud de los cálculos y las interpretaciones dadas a los períodos proféticos, y renunciando a su orgullo, a sus emolumentos y a sus parroquias, fueron de lugar en lugar para proclamar el mensaje. Pero como este mensaje del cielo sólo podía encontrar cabida en el corazón de algunos de los que se llamaban ministros de Cristo, la obra fué confiada a muchos que no eran predicadores. Algunos dejaron sus campos y otros sus tiendas y almacenes para proclamar el mensaje; y aun no faltaron profesionales de carrera liberal que abandonaron el ejercicio de su profesión para sumarse a la obra impopular de difundir el mensaje del primer ángel.
PE 232.1
Hubo ministros que desechando sus opiniones y sentimientos sectarios se unieron para proclamar la venida de Jesús. Doquiera se publicaba el mensaje, conmovíase el ánimo de la gente. Los pecadores se arrepentían, lloraban e impetraban perdón; y quienes habían cometido algún hurto o desfalco, anhelaban restituir la substracción. Los padres sentían profundísima solicitud por sus hijos. Los que recibían el mensaje exhortaban a los parientes y amigos todavía no convertidos, y con el alma doblegada bajo el peso del solemne mensaje, los amonestaban e invitaban a prepararse para la venida del Hijo del hombre. Eran personas de corazón muy empedernido las que no quisieron ceder al peso de las evidencias dadas por las cariñosas advertencias. Esta obra purificadora de las almas desviaba los afectos de las cosas mundanas y los conducía a una consagración no sentida hasta entonces.
PE 232.2
Millares de personas abrazaban la verdad predicada por Guillermo Miller, y se levantaban siervos de Dios con el espíritu y el poder de Elías para proclamar el mensaje. Como Juan, el precursor de Jesús, los que predicaban ese solemne mensaje se veían movidos a poner la segur a la raíz de los árboles, y exhortar a los hombres a que diesen frutos de arrepentimiento. Propendía su testimonio a influir poderosamente en las iglesias y manifestar su verdadero carácter. Al resonar la solemne amonestación de que huyesen de la ira venidera, muchos miembros de las iglesias recibieron el salutífero mensaje, y echando de ver sus apostasías lloraron amargas lágrimas de arrepentimiento, y con profunda angustia de ánimo se humillaron ante Dios. Cuando el Espíritu de Dios se posó sobre ellos, ayudaron a difundir el pregón: “Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado.”
PE 233.1
La predicación de una fecha definida para el advenimiento levantó violenta oposición en todas partes, desde el ministro en el púlpito hasta el más descuidado y empedernido pecador. El ministro hipócrita y el descarado burlón decían: “Pero del día y la hora nadie sabe.” Ni los unos ni los otros querían ser enseñados y corregidos por quienes señalaban el año en que creían que terminaban los períodos proféticos y llamaban la atención a las señales que indicaban que Cristo estaba cerca, a las puertas. Muchos pastores del rebaño, que aseguraban amar a Jesús, decían que no se oponían a la predicación de la venida de Cristo, sino al hecho de que se fijara una fecha para esa venida. Pero el omnividente ojo de Dios leía en sus corazones. No deseaban que Jesús estuviese cerca. Comprendían que su profana conducta no podría resistir la prueba, porque no andaban por el humilde sendero que trazara Cristo. Aquellos falsos pastores se interpusieron en el camino de la obra de Dios. La verdad predicada con poder convincente despertó a la gente, que como el carcelero empezó a preguntar: “¿Qué debo hacer para ser salvo?” Pero los malos pastores se interpusieron entre la verdad y los oyentes, predicando cosas halagadoras para apartarlos de la verdad. Se unieron con Satanás y sus ángeles para clamar: “Paz, paz,” cuando no había paz. Quienes amaban sus comodidades, y estaban contentos lejos de Dios, no quisieron que se los despertase de su carnal seguridad. Vi que los ángeles lo anotaban todo. Las vestiduras de aquellos profanos pastores estaban teñidas con la sangre de las almas.
PE 233.2
Los ministros que no querían aceptar este mensaje salvador, estorbaron a quienes lo hubieran recibido. La sangre de las almas está sobre ellos. Los predicadores y la gente se coligaron en oposición a este mensaje del cielo, para perseguir a Guillermo Miller y a quienes con él se unían en la obra. Se hicieron circular calumnias para perjudicar su influencia, y diferentes veces, después de declarar Miller el consejo de Dios e infundir contundentes verdades en el corazón del auditorio, se encendía violenta cólera contra él, y al salir del lugar de la reunión le acechaban algunos para quitarle la vida. Pero Dios envió ángeles para protegerlo, y le salvaron de manos de las enfurecidas turbas. Su obra no estaba aún terminada.
PE 234.1
Los más devotos recibían alegremente el mensaje. Sabían que dimanaba de Dios, y que había sido dado en tiempo oportuno. Los ángeles contemplaban con profundísimo interés el resultado del mensaje celestial, y cuando las iglesias se desviaban de él y lo rechazaban, consultaban ellos tristemente con Jesús, quién apartaba su rostro de las iglesias y ordenaba a sus ángeles que velasen fielmente sobre las preciosas almas que no rechazaban el testimonio, porque aún había de iluminarlas otra luz.
PE 234.2
Vi que si los que se llamaban cristianos hubiesen amado la aparición de su Salvador y hubiesen puesto en él sus afectos, convencidos de que nada en la tierra podía compararse con él, habrían escuchado gozosos la primera intimación de su advenimiento. Pero el desagrado que manifestaban al oír hablar de la venida de su Señor, era prueba concluyente de que no le amaban. Satanás y sus ángeles triunfaban echando en cara a Cristo y sus ángeles que quienes profesaban ser su pueblo tenían tan poco amor a Jesús que no deseaban su segundo advenimiento.
PE 235.1
Vi a los hijos de Dios que esperaban gozosamente a su Señor. Pero Dios quería probarlos. Su mano encubrió un error cometido al computar los períodos proféticos. Quienes esperaban a su Señor no advirtieron la equivocación ni tampoco la echaron de ver los hombres más eruditos que se oponían a la determinación de la fecha. Dios quiso que su pueblo tropezase con un desengaño. Pasó la fecha señalada, y quienes habían esperado con gozosa expectación a su Salvador quedaron tristes y descorazonados, mientras que quienes no habían amado la aparición de Jesús, pero por miedo habían aceptado el mensaje, se alegraron de que no viniese cuando se le esperaba. Su profesión de fe no había afectado su corazón ni purificado su conducta. El paso de la fecha estaba bien calculado para revelar el ánimo de los tales. Estos fueron los primeros en ponerse a ridiculizar a los entristecidos y descorazonados fieles que verdaderamente deseaban la aparición de su Salvador. Vi la sabiduría manifestada por Dios al probar a su pueblo y proporcionar el medio de descubrir quiénes se retirarían y volverían atrás en la hora de la prueba.
PE 235.2
Jesús y toda la hueste celestial miraban con simpatía y amor a quienes con dulce expectación habían anhelado ver a quien amaban. Los ángeles se cernían sobre ellos y los sostenían en la hora de su prueba. Los que habían rechazado el mensaje permanecieron en tinieblas, y la ira de Dios se encendió contra ellos por no haber recibido la luz que les había enviado desde el cielo. Pero los desalentados fieles que no podían comprender por qué no había venido su Señor no quedaron en tinieblas. Nuevamente se les indujo a escudriñar en la Biblia los períodos proféticos. La mano del Señor se apartó de las cifras, y echaron de ver el error. Advirtieron que los períodos proféticos alcanzaban hasta 1844, y que la misma prueba que habían aducido para demostrar que los períodos proféticos terminaban en 1843 demostraba que terminarían en 1844. La luz de la Palabra de Dios iluminó su situación y descubrieron que había un período de tardanza. “Aunque [la visión] tardare, espéralo.” En su amor a la inmediata venida de Cristo habían pasado por alto la demora de la visión, calculada para comprobar quiénes eran los que verdaderamente esperaban al Salvador. De nuevo señalaron una fecha. Sin embargo, yo vi que muchos de ellos no podían sobreponerse a su desaliento para llegar al grado de celo y energía que caracterizara su fe en 1843.
PE 236.1
Satanás y sus ángeles triunfaron sobre ellos, y los que no habían querido recibir el mensaje se congratulaban de la perspicacia y prudencia previsoras que habían revelado al no ceder a lo que llamaban engaño. No echaban de ver que estaban rechazando el consejo de Dios contra sí mismos y obrando unidos con Satanás y sus ángeles para poner en perplejidad al pueblo de Dios que vivía de acuerdo con el mensaje celestial.
PE 236.2
Los creyentes en este mensaje fueron oprimidos en las iglesias. Durante algún tiempo el miedo impidió, a quienes no querían recibir el mensaje, que actuaran de acuerdo con lo que sentían; pero al transcurrir la fecha revelaron sus verdaderos sentimientos. Deseaban acallar el testimonio que los que aguardaban se veían compelidos a dar, de que los períodos proféticos se extendían hasta 1844. Los creyentes explicaron con claridad su error y expusieron las razones por las cuales esperaban a su Señor en 1844. Sus adversarios no podían aducir argumentos contra las poderosas razones expuestas. Sin embargo, se encendió la ira de las iglesias, que estaban resueltas a no recibir la evidencia y a no permitir el testimonio en sus congregaciones a fin de que los demás no pudieran oírlo. Quienes no se avinieron a privar a los demás de la luz que Dios les había dado fueron expulsados de las iglesias; pero Jesús estaba con ellos y se regocijaban a la luz de su faz. Estaban dispuestos a recibir el mensaje del segundo ángel.
PE 236.3
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215
PE
Primeros Escritos
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