Palabras de Vida del Gran Maestro

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Capítulo 15—La esperanza de la vida

Este capítulo está basado en Lucas 15:1-10.

Cuando los “publicanos y pecadores” se reunían alrededor de Cristo, los rabinos expresaban su descontento. “Este a los pecadores recibe—decían—, y con ellos come”. PVGM 144.1

Con esta acusación insinuaban que a Cristo le gustaba asociarse con los pecadores y los viles, y que era insensible a su iniquidad. Los rabinos se habían desilusionado con Jesús. ¿Por qué él, que pretendía tener un carácter tan elevado, no se juntaba con ellos y seguía sus métodos de enseñanza? ¿Por qué se portaba tan modestamente, trabajando entre los hombres de todas las clases? Si fuese un profeta verdadero, decían, estaría de acuerdo con nosotros, y trataría a los publicanos y pecadores con la indiferencia que merecen. Encolerizaba a esos guardianes de la sociedad el que Aquel con quien estaban continuamente en disputa, pero cuya pureza de vida los aterrorizaba y condenaba, se juntara, con una simpatía tan visible, con los parias de la sociedad. No aprobaban sus métodos. Se consideraban a sí mismos como educados, refinados y preeminentemente religiosos; pero el ejemplo de Cristo presentaba al desnudo su egoísmo. PVGM 144.2

También los encolerizaba el hecho de que los que mostraban sólo desprecio por los rabinos, los que nunca eran vistos en las sinagogas, acudieran a Jesús, y escucharan con arrobada atención sus palabras. Los escribas y fariseos sentían sólo condenación ante aquella presencia pura; ¿cómo era, entonces, que los publicanos y pecadores resultaban atraídos a Jesús? PVGM 144.3

No sabían que la explicación residía en las mismas palabras que habían pronunciado como una acusación despectiva: “Este a los pecadores recibe”. Los que acudían a Jesús sentían en su presencia que, aun para ellos, había escape del hoyo del pecado. Los fariseos habían tenido sólo desprecio y condenación para ellos; pero Cristo los saludaba como a hijos de Dios, indudablemente apartados de la casa del Padre, pero no olvidados por el corazón del Padre. Y su misma desgracia y pecado los convertía en mayor grado en el objeto de su compasión. Cuanto más se habían alejado de él, tanto más ferviente era el anhelo y mayor el sacrificio hecho para su rescate. PVGM 145.1

Todo esto podrían haberlo aprendido los maestros de Israel de los sagrados rollos de que se enorgullecían de ser guardianes y expositores. ¿No había escrito David, ese David que había caído en un pecado mortal: “Yo anduve errante como oveja extraviada; busca a tu siervo”?1 ¿No había revelado Miqueas el amor de Dios hacia los pecadores diciendo: “¿Qué Dios como tú, que perdonas la maldad, y olvidas el pecado del resto de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque es amador de misericordia”.2 PVGM 145.2