Obreros Evangélicos

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Nuestra actitud en la oración

Tanto en el culto en público como en privado, es privilegio nuestro doblegar las rodillas ante el Señor cuando le ofrecemos nuestras peticiones. Jesús, nuestro modelo, “puesto de rodillas oró.”3 Acerca de sus discípulos está registrado que también oraban “puestos de rodillas.”4 Pablo declaró: “Doblo mis rodillas al Padre de nuestro Señor Jesucristo.”5 Al confesar ante Dios los pecados de Israel, Esdras estaba de rodillas.6 Daniel “hincábase de rodillas tres veces al día, y oraba, y confesaba delante de su Dios.”7 OE 187.2

La verdadera reverencia hacia Dios es inspirada por un sentimiento de su grandeza infinita y de su presencia. Y cada corazón debe quedar profundamente impresionado por este sentimiento de lo invisible. La hora y el lugar de oración son sagrados, porque Dios está allí; y al manifestarse la reverencia en la actitud y conducta, se ahondará el sentimiento que inspira. “Santo y terrible es su nombre,”8 declara el salmista. Los ángeles se velan el rostro cuando pronuncian su nombre. ¡Con qué reverencia, pues, deberíamos nosotros, que somos caídos y pecaminosos, tomarlo en los labios! OE 187.3

Sería bueno que jóvenes y ancianos meditasen en esas palabras de la Escritura que demuestran cómo debe ser considerado el lugar señalado por la presencia especial de Dios. “Quita tus zapatos de tus pies—ordenó a Moisés desde la zarza ardiente,—porque el lugar en que tú estás, tierra santa es.”9 Jacob, después de contemplar la visión de los ángeles, exclamó: “Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía.... No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo.”10 OE 188.1

“Jehová está en su santo templo: calle delante de él toda la tierra.”11 OE 188.2

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Las oraciones formales, en tono de sermón, no son necesarias ni oportunas en público. Una oración corta, ofrecida con fervor y fe, enternecerá los corazones de los oyentes; pero durante las oraciones largas, esperan con impaciencia, como deseosos de que cada palabra la acabe. Si el predicador que hace tal oración hubiese luchado con Dios en su gabinete secreto hasta sentir que su fe podía apropiarse la promesa: “Pedid, y se os dara,” llegaría en seguida al punto en su reunión pública, pidiendo con fervor y fe gracia para sí y para sus oyentes. OE 188.3