Obreros Evangélicos

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La oración en público

Las oraciones ofrecidas en público deben ser cortas y directas. Dios no requiere de nosotros que hagamos tediosos los momentos de culto con largas peticiones. Cristo no impuso a sus discípulos cansadoras ceremonias ni largas oraciones. “Cuando oras—dijo él,—no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en las sinagogas, y en los cantones de las calles en pie, para ser vistos de los hombres.”1 OE 184.1

Los fariseos tenían horas fijas para la oración; y cuando, como acontecía a menudo, estaban afuera a la hora señalada, se detenían, dondequiera que estuviesen, tal vez en la calle o en la plaza, en medio de apresuradas muchedumbres de hombres, y allí recitaban en alta voz sus oraciones formales. Un culto tal, ofrecido meramente para la glorificación propia, atrajo la reprensión inexorable de Jesús. Sin embargo, él no denigró la oración en público; porque él mismo oraba con sus discípulos y con la multitud. Pero grabó en sus discípulos el pensamiento de que sus oraciones en público debían ser cortas. OE 184.2

Algunos minutos son suficientes para una petición común en público. Pueden darse casos en que la súplica esté inspirada de una manera especial por el Espíritu de Dios. El alma anhelante llega a sentir como una agonía, y gime en busca de Dios. El espíritu lucha como luchó Jacob, y no quiere descansar sin haber tenido la manifestación especial del poder de Dios. En tales ocasiones puede ser conveniente que la súplica tenga mayor duración. OE 184.3

Se ofrecen muchas oraciones tediosas, que se parecen más a un discurso dado a Dios que a la presentación de una petición a él dirigida. Sería mejor para los que ofrecen tales oraciones que se limitasen a la que Cristo enseñó a sus discípulos. Las oraciones largas son cansadoras para los que escuchan, y no preparan a la gente para las instrucciones que han de seguir. OE 185.1

A menudo el hecho de que se ofrezcan largas y tediosas oraciones en público se debe a que la oración secreta fué descuidada. No repasen los predicadores en sus peticiones una semana de deberes descuidados, con la esperanza de expiar su negligencia y apaciguar su conciencia. Las tales oraciones obran con frecuencia en detrimento del nivel espiritual de los demás. OE 185.2

Antes de subir al púlpito, el predicador debe buscar a Dios en su gabinete, y ponerse en íntima relación con él. Allí puede elevar su sedienta alma a Dios, y ser refrescado por el rocío de la gracia. Luego, con una unción del Espíritu Santo que le haga sentir preocupación por las almas, no despedirá una congregaciór sin presentarle a Jesucristo, el único refugio del pecador. Al darse cuenta de que tal vez no vuelva a ver estos oyentes, les dirigirá llamados que alcancen sus corazones. Y el Maestro, quien conoce los corazones de los hombres, le dará expresión, y le ayudará a decir las palabras que deberá hablar en el tiempo oportuno y con poder. OE 185.3