Obreros Evangélicos

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La fidelidad en el servicio

El ministro que sea colaborador con Cristo deberá poseer una profunda comprensión del carácter sagrado de su obra, y del trabajo y sacrificio requeridos para hacerla con éxito. No procurará su comodidad o conveniencia. Se olvidará de sí mismo. En su búsqueda de las ovejas perdidas, no se percatará de que él mismo está cansado ni de que tiene hambre y frío. Tendrá sólo un objeto en vista,—la salvación de los perdidos. OE 16.1

El que sirve bajo el estandarte ensangrentado de Emmanuel tiene a menudo que vérselas con llamados que exigen esfuerzos heroicos y paciente perseverancia. Pero el soldado de la cruz resiste intrépidamente en el frente de batalla. Cuando el enemigo lo apremia en su ataque, él se vuelve hacia la Fortaleza para recibir ayuda; y al clamar al Señor por el cumplimiento de las promesas de la Palabra, queda fortalecido para los deberes de la hora. Siente su necesidad de ayuda de lo alto. Las victorias que obtiene no le inducen a exaltarse, sino a apoyarse más y más plenamente en el Todopoderoso. Fiando en ese poder estará capacitado para presentar el mensaje de salvación con tal fuerza que haga vibrar en otras mentes una cuerda de respuesta. OE 16.2

El Señor envía sus ministros a presentar la palabra de vida, a predicar, no “filosofías y vanas sutilezas,” ni “la falsamente llamada ciencia,” sino el Evangelio, “potencia de Dios para salud.”2 “Requiero yo pues—escribió Pablo a Timoteo,—delante de Dios, y del Señor Jesucristo, que ha de juzgar a los vivos y los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina; antes, teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído, y se volverán a las fábulas. Pero tú vela en todo, soporta las aflicciones, haz la obra de evangelista, cumple tu ministerio.”3 En este encargo todo ministro tiene esbozada su obra,—una obra que él puede hacer únicamente por el cumplimiento de la promesa que hizo Jesús a sus discípulos: “He aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.”4 OE 16.3

Los ministros del Evangelio, como mensajeros de Dios a sus semejantes, no deben nunca perder de vista su misión ni sus responsabilidades. Si pierden su conexión con el cielo, están en mayor peligro que los demás, y pueden ejercer mayor influencia para mal. Satanás los vigila constantemente, esperando que se manifieste alguna debilidad, por medio de la cual pueda atacarlos con éxito. ¡Y cómo se regocija cuando tiene éxito! porque un embajador ce Cristo que no esté en guardia, permite al gran adversario arrebatar muchas almas. OE 17.1

El verdadero ministro no hará nada que empequeñezca su cargo sagrado. Se comportará con circunspección, y será prudente en su conducta. Obrará como obró Cristo; hará como Cristo. Empleará todas las facultades en la proclamación de las nuevas de salvación a quienes no las conocen. Llenará su corazón una intensa hambre de la justicia de Cristo. Sintiendo su necesidad, buscará con fervor el poder que debe recibir antes de poder presentar con sencillez, veracidad y humildad la verdad tal cual es en Jesús. OE 17.2