Obreros Evangélicos

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Pablo, el apóstol a los gentiles

Entre aquellos que fueron llamados a predicar el Evangelio de Cristo, descuella el apóstol Pablo, y es para cada ministro un ejemplo de lealtad, consagración y esfuerzo incansable. Su experiencia y sus instrucciones acerca del carácter sagrado de la obra ministerial, son una fuente de ayuda e inspiración para aquellos que están empeñados en el ministerio evangélico. OE 59.1

Antes de su conversión, Pablo era un acérrimo perseguidor de los discípulos de Cristo. Pero ante las puertas de Damasco le habló una voz, resplandeció en su alma la luz del cielo, y en la revelación que recibió del Crucificado, contempló lo que cambió todo el curso de su vida. Desde entonces en adelante, el amor por el Señor de gloria, a quien había perseguido tan implacablemente en la persona de sus santos, lo superaba todo. Le había sido dado el ministerio de dar a conocer el “misterio encubierto desde tiempos eternos.”1 “Instrumento escogido me es éste—declaró el Angel que le apareció a Ananías,—para que lleve mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel.”2 OE 59.2

Y durante todo su largo servicio, Pablo no vaciló nunca en su lealtad al Salvador. “No hago cuenta de haberlo ya alcanzado—escribió a los filipenses;—pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo al blanco, al premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús.”3 OE 59.3

La vida de Pablo fué una vida de actividades intensas y variadas. De ciudad en ciudad, y de país en país, él viajaba, contando la historia de la cruz, ganando conversos para el Evangelio y estableciendo iglesias. Sentía una solicitud constante por estas iglesias, y les escribió muchas cartas de instrucción. A veces trabajaba en su oficio para ganar su pan cotidiano. Pero en toda la atareada actividad de su vida, nunca perdió de vista el gran propósito, el de proseguir hacia el blanco de su alta vocación. OE 60.1

Pablo llevaba consigo la atmósfera del cielo. Todos los que se asociaban con él sentían la influencia de su unión con Cristo. El hecho de que su propia vida ejemplificara la verdad que él proclamaba, daba poder convincente a su predicación. En esto reside la fuerza de la verdad. La influencia natural e inconsciente de una vida santa es el sermón más convincente que pueda predicarse en favor del cristianismo. Los argumentos, aun cuando sean incontestables, pueden provocar tan sólo oposición; mientras que un ejemplo piadoso tiene un poder al cual es imposible resistir completamente. OE 60.2

El corazón del apóstol ardía de amor por los pecadores, y él dedicaba todas sus energías a la obra de ganar almas. Nunca vivió obrero más abnegado y perseverante. Las bendiciones que recibía las apreciaba como otras tantas ventajas que debía emplear para beneficio de otros. El no perdía oportunidad de hablar del Salvador o de ayudar a quienes estuviesen en dificultades. Dondequiera que pudiese encontrar auditorio, trataba de contrarrestar el mal y encaminar los pies de hombres y mujeres por la senda de justicia. OE 60.3

Pablo no se olvidaba nunca de la responsabilidad que pesaba sobre él como ministro de Cristo; ni de que si se perdían almas por infidelidad de su parte, Dios lo tendría por responsable. “Yo os protesto el día de hoy—declaró,—que yo soy limpio de la sangre de todos.”4 “Del cual yo Pablo soy hecho ministro—dice hablando del Evangelio,—según la dispensación de Dios que me fué dada en orden a vosotros, para que cumpla la palabra de Dios, a saber, el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, mas ahora ha sido manifestado a sus santos: a los cuales quiso Dios hacer notorias las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros la esperanza de gloria: el cual nosotros anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando en toda sabiduría, para que presentemos a todo hombre perfecto en Cristo Jesús: en lo cual aun trabajo, combatiendo según la operación de él, la cual obra en mí poderosamente.”5 OE 60.4

Estas palabras presentan al que trabaja para Cristo una alta norma que alcanzar, la cual, sin embargo, puede ser alcanzada por todos aquellos que, poniéndose bajo la dirección del gran Maestro, aprenden diariamente en la escuela de Cristo. El poder de que dispone Dios es ilimitado; y el ministro que, en su gran necesidad, busca al Señor en la soledad, puede tener la seguridad de que recibirá aquello que será para sus oyentes sabor de vida para vida. OE 61.1

Los escritos de Pablo demuestran que el ministro evangélico debe ser un ejemplo de las verdades que enseña, “no dando a nadie ningún escándalo, porque el ministerio nuestro no sea vituperado.”6 A Tito escribió: “Exhorta asimismo a los mancebos a que sean comedidos; mostrándote en todo por ejemplo de buenas obras; en doctrina haciendo ver integridad, gravedad, palabra sana, e irreprensible; que el adversario se avergüence, no teniendo mal ninguno que decir de vosotros.”7 OE 61.2

Acerca de su propia obra, él nos ha dejado una descripción en su epístola a los creyentes corintios: “Habiéndonos en todas cosas como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias; en azotes, en cárceles, en alborotos, en trabajos, en vigilias, en ayunos; en castidad, en ciencia, en longanimidad, en bondad, en Espíritu Santo, en amor no fingido; en palabra de verdad, en potencia de Dios, en armas de justicia a diestro y siniestro; por honra y por deshonra, por infamia y por buena fama; como engañadores, mas hombres de verdad; como ignorados, mas conocidos; como muriendo, mas he aquí vivimos; como castigados, mas no muertos; como doloridos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos.”8 OE 62.1

El corazón de Pablo estaba lleno de un hondo y constante sentimiento de su responsabilidad; y él trabajaba en íntima comunión con Aquel que es la fuente de justicia, misericordia y verdad. Se aferraba a la cruz de Cristo como su única garantía de éxito. El amor del Salvador era el constante motivo que lo sostenía en sus conflictos con el yo y en su lucha contra el mal, a medida que en el servicio de Cristo avanzaba frente a la frialdad del mundo y a la oposición de sus enemigos. OE 62.2

Lo que la iglesia necesita en estos días de peligro, es un ejército de obreros que, como Pablo, se hayan educado para ser útiles, que tengan una experiencia profunda en las cosas de Dios, y que estén llenos de fervor y celo. Se necesitan hombres santificados, abnegados, valientes y fieles; hombres en cuyos corazones habite Cristo, “la esperanza de gloria,”9 y que con labios tocados por el fuego santo prediquen “la palabra.”10 Por falta de tales obreros, la causa de Dios languidece, y errores fatales, como un veneno mortífero, mancillan la moral y agostan las esperanzas de gran parte de la especie humana. OE 62.3

A medida que los fieles y cansados portaestandartes deponen sus vidas por la verdad, ¿quién se adelantará a reemplazarlos? ¿Aceptarán nuestros jóvenes el santo cargo de manos de sus padres? ¿Se están preparando para llenar las vacantes producidas por la muerte de los fieles? ¿Oirán la recomendación del apóstol, el llamado al deber, en medio de las incitaciones al egoísmo y a la ambición que seducen a la juventud? OE 63.1