Obreros Evangélicos

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La experiencia de Enoc

Acerca de Enoc fué escrito que vivió sesenta y cinco años y engendró un hijo; después de lo cual anduvo con Dios trescientos años. Durante aquellos primeros años, Enoc había amado y temido a Dios y guardado sus mandamientos. Después del nacimiento de su primer hijo, alcanzó una experiencia más elevada; fué atraído en relación más íntima con Dios. Al notar el amor del niño por su padre, su sencilla confianza en la protección de él; al sentir la profunda y anhelante ternura de su corazón hacia aquel hijo primogénito, aprendió una preciosa lección del prodigioso amor de Dios hacia el hombre en el don de su Hijo, y la confianza que los hijos de Dios pueden depositar en su Padre celestial. El amor infinito, insondable, de Dios por Cristo, vino a ser el tema de sus meditaciones día y noche. Con todo el fervor de su alma trató de revelar aquel amor a la gente entre la cual vivía. OE 52.2

El andar de Enoc con Dios no era en éxtasis o visión, sino en todos los deberes de su vida diaria. No se hizo ermitaño, ni se separó completamente del mundo; porque tenía, en este mundo, una obra que hacer para Dios. En la familia y en su trato con los hombres, como esposo y padre, como amigo y ciudadano, fué el leal y firme siervo de Dios. OE 52.3

En medio de una vida de labor activa, Enoc mantuvo constantemente su comunión con Dios. Cuanto mayores y más apremiantes eran sus labores, tanto más constantes y fervientes eran sus oraciones. El seguía excluyéndose de toda sociedad en ciertos períodos. Después de permanecer por un tiempo entre la gente, trabajando para beneficiarla por su instrucción y ejemplo, se retiraba, para pasar un tiempo en la soledad, con hambre y sed de aquel conocimiento divino que sólo Dios puede impartir. OE 53.1

Al comulgar así con Dios, Enoc llegó a reflejar más y más la imagen divina. Su rostro irradiaba una santa luz, la luz que brilla en el rostro de Jesús. Al terminar estos períodos de comunión divina, hasta los impíos contemplaban con reverente temor el sello que el cielo había puesto sobre su rostro. OE 53.2

Su fe se volvía más fuerte, su amor más ardiente, con el transcurso de los siglos. Para él la oración era como el aliento del alma. Vivía en la atmósfera del cielo. OE 53.3

Al serle presentadas las escenas del futuro, Enoc se hizo predicador de la justicia, para dar el mensaje de Dios a todos los que quisieran oír las palabras de amonestación. En la tierra donde Caín había tratado de huir de la presencia divina, el profeta de Dios dió a conocer las maravillosas escenas que habian pasado ante su visión. “He aquí—declaraba,—el Señor es venido con sus santos millares, a hacer juicio contra todos, y a convencer a todos los impíos de entre ellos tocante a todas sus obras de impiedad.”1 OE 53.4

El poder de Dios que obraba con su siervo era sentido por aquellos que oían. Algunos prestaban oído a la amonestación y dejaban sus pecados; pero las multitudes se burlaban del solemne mensaje. Los siervos de Dios han de proclamar un mensaje similar al mundo en los últimos días, y también será recibido por la mayoría con incredulidad y burla. OE 54.1

A medida que transcurría año tras año, más y más caudalosa se volvía la corriente de la culpabilidad humana, más y más sombríos eran los nubarrones del juicio divino que se amontonaban. Sin embargo, Enoc, el testigo de la fe, proseguía su camino, amonestando, intercediendo y enseñando, esforzándose por rechazar el flujo de culpabilidad y detener los rayos de la venganza. OE 54.2

Los hombres de aquella generación se burlaban de la locura de aquel que no trataba de allegar oro o plata, ni amontonar posesiones en esta tierra. Pero el corazón de Enoc estaba puesto en los tesoros eternos. El había contemplado la ciudad celestial. Había visto al Rey en su gloria en medio de Sión. Cuanto mayor era la iniquidad existente, tanto más ferviente era su anhelo por el hogar de Dios. Mientras estaba todavía en la tierra, él moraba por la fe en las regiones de luz. OE 54.3

“Bienaventurados los de limpio corazón: porque ellos verán a Dios.”2 Durante trescientos años Enoc había estado buscando la pureza de corazón, a fin de estar en armonía con el cielo. Durante tres siglos había andado con Dios. Día tras día había anhelado una unión más íntima; la comunión se había vuelto más y más cercana, hasta que Dios lo tomó a sí mismo. El había estado en los umbrales del mundo eterno, había mediado tan sólo un paso entre él y la tierra de los bienaventurados; y ahora se abrieron los portales; el andar con Dios, tanto tiempo seguido en la tierra, continuó, y él pasó por las puertas de la santa ciudad,—el primer hombre que entrase allí. OE 54.4

“Por la fe Enoc fué traspuesto para no ver muerte; ... antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios.”3 OE 55.1

Dios nos llama a una comunión tal. Como fué la de Enoc debe ser la santidad de carácter de aquellos que serán redimidos de entre los hombres en la segunda venida del Señor. OE 55.2