Obreros Evangélicos

178/234

El esmero

Descansa sobre los ministros de Cristo la solemne responsabilidad de hacer su obra con esmero. Deben dirigir a los jóvenes discípulos sabia y juiciosamente, paso a paso, hacia adelante y hacia arriba, hasta que les haya sido presentado todo punto esencial. No se les ha de privar de ninguno. Pero no todos los puntos de la verdad deben ser dados en las primeras reuniones. Gradual y prudentemente, con el corazón lleno del Espíritu de Dios, el maestro debe dar a sus oyentes alimento a su tiempo. OE 380.1

Los ministros no deben dar por terminada su obra antes de que aquellos que aceptaron la teoría de la verdad sientan realmente la influencia de su poder santificador, y estén verdaderamente convertidos. Cuando la Palabra de Dios, como aguda espada de dos filos, penetra hasta el corazón y despierta la conciencia, muchos suponen que es suficiente; pero la obra está entonces apenas principiada. Se han hecho buenas impresiones, pero a menos que estas impresiones sean profundizadas por un esfuerzo cuidadoso, hecho con oración, Satanás las contrarrestará. No queden los obreros satisfechos con lo que ha sido hecho. La reja de la verdad debe penetrar más hondo, y lo logrará, por cierto, si se hacen esfuerzos cabales para dirigir los pensamientos y confirmar las convicciones de los que estudian la verdad. OE 380.2

Demasiado a menudo, se deja la obra sin terminar; y en muchos casos tales, no sirve de nada. A veces, después que un grupo de personas aceptó la verdad, el predicador piensa que debe ir inmediatamente a un campo nuevo; y a veces, sin que se hagan las investigaciones debidas, se lo autoriza a ir. Esto es erróneo. El debiera terminar la obra empezada; porque al dejarla incompleta, resulta más daño que bien. Ningún campo es tan desfavorable como el que fué cultivado lo suficiente para dar a las malezas una lozanía más exuberante. Por este método de trabajo muchas almas han sido abandonadas al zarandeo de Satanás y a la oposición de miembros de otras iglesias que rechazaron la verdad; y muchos han sido arreados donde nunca se los podrá ya alcanzar. Sería mejor que un predicador no se dedicase a la obra si no puede hacerlo cabalmente. OE 380.3

Debe grabarse en la mente de todos los nuevos conversos la verdad de que el conocimiento permanente puede adquirirse únicamente por labor ferviente y estudio perseverante. Por lo común, los que se convierten a la verdad que predicamos no han sido antes estudiantes diligentes de las Escrituras; porque en las iglesias populares se realiza poco verdadero estudio de la Palabra de Dios. La gente espera que los predicadores escudriñen las Escrituras en su lugar y le expliquen lo que ellas enseñan. OE 381.1

Muchos aceptan la verdad sin cavar hondo para comprender sus principios fundamentales; y cuando ella encuentra oposición, se olvidan de los argumentos y pruebas que la sostienen. Han sido inducidos a creer la verdad, pero no han sido plenamente instruidos acerca de lo que es, ni han sido llevados de un punto a otro en el conocimiento de Cristo. Demasiado a menudo su piedad se vuelve formal, y cuando dejan de oír los llamamientos que los despertaron, se quedan espiritualmente muertos. A menos que los que reciben la verdad se conviertan cabalmente, a menos que haya un cambio radical en la vida y el carácter, a menos que el alma se aferre a la Roca eterna, no soportarán la prueba. Después que los deje el predicador, y la novedad desaparezca, la verdad perderá su poder de encanto, y ellos no ejercerán influencia más santa que antes. OE 381.2

La obra de Dios no ha de hacerse al tanteo y con descuido. Cuando un predicador entra en un campo, debe trabajarlo cabalmente. No debe contentarse con su éxito hasta poder, por labor ferviente y la bendición del Cielo, presentar al Señor conversos que tengan un verdadero sentimiento de su responsabilidad, y que harán la obra que les sea señalada. Si él ha instruido debidamente a los que están bajo su cuidado, cuando se vaya a otros campos de labor, la obra no se dispersará; quedará ligada tan firmemente que estará segura. OE 382.1

El predicador no tiene sanción para limitar su labor al púlpito, dejando a sus oyentes sin la ayuda del esfuerzo personal. Debe tratar de comprender la naturaleza de las dificultades que se presentan en la mente de la gente. Debe hablar y orar con aquellos que están interesados, dándoles sabias instrucciones, a fin de poder presentar “a todo hombre perfecto en Cristo Jesús.”1 Su enseñanza bíblica debe tener un carácter directo y una fuerza que convencerá a la conciencia. La gente sabe tan poco de la Biblia que hay que darle lecciones prácticas y definidas acerca de la naturaleza del pecado y su remedio. OE 382.2

Un obrero no debe nunca dejar sin hacer alguna parte del trabajo porque no es agradable ejecutarla, pensando que el predicador que vendrá después la hará en su lugar. Cuando tal es el caso, si el segundo predicador sigue al primero y presenta los derechos que Dios tiene sobre su pueblo, algunos retroceden, diciendo: “El predicador que nos anunció la verdad no mencionó estas cosas,” y se ofenden a causa de la palabra. Algunos se niegan a aceptar el sistema del diezmo; se apartan y ya no andan más con los que creen y aman la verdad. Cuando se les presentan otros temas, contestan: “No nos enseñaron así,” y vacilan en progresar. ¡Cuánto mejor habría sido que el primer mensajero de la verdad educase fiel y cabalmente a estos conversos en todos los puntos esenciales, aunque fuese menor el número de personas añadidas a la iglesia por medio de sus labores! Dios preferiría que hubiese seis personas cabalmente convertidas a la verdad antes que sesenta que lo profesasen y no fuesen verdaderamente convertidas. OE 382.3

Es parte de la obra del predicador enseñar a los que aceptan la verdad por sus esfuerzos a traer el diezmo al alfolí, en reconocimiento de su dependencia de Dios. Los nuevos conversos deben ser plenamente instruídos acerca de su deber en cuanto a devolver al Señor lo que le pertenece. La orden de pagar el diezmo es tan clara que no hay ni sombra de excusa para violarla. El que descuida de dar instrucciones acerca de este punto, deja sin hacer una parte muy importante de su obra. OE 383.1

Los ministros deben también hacer sentir a la gente la importancia de llevar otras cargas en relación con la obra de Dios. Nadie está eximido de la obra de benevolencia. Debe enseñarse a la gente que cada departamento de la causa de Dios debe recibir su apoyo y atraer su interés. El gran campo misionero está abierto delante de nosotros, y este tema debe ser agitado y agitado, vez tras vez. Debe hacerse comprender a la gente que no son los oidores, sino los hacedores de la palabra, quienes obtendrán la vida eterna. Y se le ha de enseñar también que los que lleguen a ser participantes de la gracia de Cristo no sólo han de dar de su sustancia para el progreso de la verdad, sino que han de darse a sí mismos a Dios sin reserva. OE 383.2

Algunos predicadores se desvían fácilmente de su obra. Se desaniman, o son apartados por los vínculos familiares, y dejan morir por falta de atención un interés naciente. La pérdida que sufre la causa de esta manera, difícilmente puede estimarse. Cuando se hace un esfuerzo para proclamar la verdad, el predicador encargado de él debe sentir la responsabilidad de desempeñar su parte para llevarla fielmente a cabo. Si sus labores parecen infructuosas, por ferviente oración debe tratar de descubrir si son lo que debieran ser. Debe humillar su alma delante de Dios en un examen propio, y por la fe aferrarse a las promesas divinas, prosiguiendo humildemente sus esfuerzos hasta estar convencido de que cumplió fielmente su deber e hizo cuanto podía para obtener el resultado deseado. OE 384.1