Obreros Evangélicos

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La prueba de una nueva luz

Nuestros hermanos deben estar dispuestos a investigar con sinceridad todo punto de controversia. Si un hermano está enseñando un error, los que ocupan puestos de responsabilidad deben saberlo. Y si él enseña la verdad, deben tomar posición a su lado. Todos deberíamos saber lo que se enseña entre nosotros; porque si es verdad, lo necesitamos. Nos hallamos todos bajo obligación para con Dios de conocer lo que él nos envía. El ha dado indicaciones por las cuales podemos probar toda doctrina: “¡A la ley y al testimonio! si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido.”4 Si la luz presentada soporta esa prueba, no debemos negarnos a aceptarla porque no concuerde con nuestras ideas. OE 315.4

Nadie ha dicho que hayamos de encontrar la perfección en las investigaciones de algún hombre; pero sé que nuestras iglesias mueren por falta de enseñanza acerca de la justicia por la fe y otras verdades. OE 316.1

No importa por medio de quién sea enviada la verdad, debemos abrir nuestros corazones para recibirla con la mansedumbre de Cristo. Pero muchos no obran así. Cuando se presenta un punto controvertido, formulan objeción tras objeción, sin admitir un punto que esté bien sostenido. ¡Ojalá obremos como hombres que desean la luz! ¡Ojalá nos dé Dios su Espíritu Santo día tras día, y haga resplandecer sobre nosotros la luz de su rostro, para que aprendamos en la escuela de Cristo! OE 316.2

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Cuando se presenta una doctrina que no concuerde con nuestras opiniones, debemos acudir a la Palabra de Dios, buscar al Señor en oración, y no permitir al enemigo que se presente con sospechas y prejuicios. Nunca debemos permitir que se manifieste en nosotros el espíritu que alistó a los sacerdotes y príncipes contra el Redentor del mundo. Ellos se quejaban de que él perturbaba al pueblo, y deseaban que lo hubiese dejado en paz; porque causaba perplejidad y disensión. El Señor nos envía luz para probar qué clase de espíritu tenemos. No debemos engañarnos a nosotros mismos. OE 316.3

En 1844, siempre que llegaba a nuestra atención algo que no comprendíamos, nos arrodillábamos y pedíamos a Dios que nos ayudase a asumir la actitud debida; y entonces podíamos llegar a una correcta comprensión y a ver unánimemente. No había disensión ni enemistad, ni malas sospechas, ni falsos juicios acerca de nuestros hermanos. Si sólo conociésemos el mal que causa el espíritu de intolerancia, ¡cuán cuidadosamente lo rehuiríamos! OE 317.1

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Hemos de afirmarnos en la fe, en la luz de la verdad que nos fué dada en nuestra primera experiencia. En aquel tiempo, se nos presentaba un error tras otro; ministros y doctores traían nuevas doctrinas. Solíamos escudriñar las Escrituras con mucha oración, y el Espíritu Santo revelaba la verdad a nuestra mente. A veces dedicábamos noches enteras a escudriñar las Escrituras y a solicitar fervorosamente la dirección de Dios. Se reunían con este propósito compañías de hombres y mujeres piadosos. El poder de Dios bajaba sobre mí, y yo recibía capacidad para definir claramente lo que es verdad y lo que es error. OE 317.2

Al ser así delineados los puntos de nuestra fe, nuestros pies se asentaron sobre un fundamento sólido. Aceptamos la verdad punto por punto, bajo la demostración del Espíritu Santo. Yo solía quedar arrobada en visión, y me eran dadas explicaciones. Me fueron dadas ilustraciones de las cosas celestiales, y del santuario, de manera que fuimos colocados donde la luz resplandecía sobre nosotros con rayos claros y distintos. OE 317.3

Sé que la cuestión del santuario, tal cual la hemos sostenido durante tantos años, está basada en justicia y verdad. El enemigo es quien desvía las mentes. Le agrada cuando los que conocen la verdad se dedican a coleccionar textos para amontonarlos en derredor de teorías erróneas, que no tienen fundamento de verdad. Los pasajes de la Escritura así empleados están mal aplicados; no fueron dados para sostener el error sino para fortalecer la verdad. OE 318.1

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Debemos aprender que los demás tienen tantos derechos como nosotros. Cuando un hermano recibe nueva luz acerca de las Escrituras, debe exponer francamente su opinión, y cada predicador debe escudriñar las Escrituras con espíritu sincero para ver si los puntos presentados pueden ser sostenidos por la Palabra inspirada. “El siervo del Señor no debe ser litigioso, sino manso para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen: si quizá Dios les dé que se arrepientan para conocer la verdad.”5 OE 318.2

Cada alma debe mirar a Dios con contrición y humildad, para que él la guíe, conduzca y bendiga. No debemos confiar a otros la obra de escudriñar las Escrituras en lugar nuestro. Con frecuencia, algunos de nuestros hermanos dirigentes se han colocado del lado equivocado; y si Dios mandase un mensaje y aguardase a que estos hermanos más antiguos preparasen su progreso, nunca llegaría a la gente. Estos hermanos se hallarán en tal posición hasta que lleguen a ser participantes de la naturaleza divina en un grado más extenso de lo que han gozado en lo pasado. OE 318.3

La ceguera espiritual de muchos de nuestros hermanos causa tristeza en el cielo. Nuestros predicadores más jóvenes, que ocupan puestos menos importantes, deben hacer esfuerzos decididos para ir a la luz, para cavar siempre más hondo el pozo en la mina de la verdad. OE 319.1

La reprensión del Señor reposará sobre los que quieran obstruir el camino a fin de que la gente no reciba luz más clara. Una gran obra ha de ser hecha, y Dios ve que nuestros dirigentes necesitan más luz, para unirse con los mensajeros que él envía a hacer la obra que él se propone sea hecha. El Señor ha suscitado mensajeros, los ha dotado de su Espíritu, y les ha dicho: “Clama a voz en cuello, no te detengas; alza tu voz como trompeta, y anuncia a mi pueblo su rebelión, y a la casa de Jacob su pecado.”6 No corra nadie el riesgo de interponerse entre el pueblo y el mensaje del cielo. Este mensaje llegará a la gente; y si no hubiese voz entre los hombres para darlo, las mismas piedras clamarían. OE 319.2

Invito a todo predicador a buscar al Señor, a hacer a un lado el orgullo y la lucha por la supremacía, y a humillar su corazón delante de Dios. Es la frialdad del corazón, la incredulidad de los que debieran tener fe, lo que mantiene débiles a las iglesias. OE 319.3