Obreros Evangélicos

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El Espíritu Santo

“Cuando viniere aquel Espíritu de verdad,” “redargüirá al mundo de pecado, y de justicia, y de juicio.”1 OE 301.1

La predicación de la Palabra no sirve de nada sin la presencia y ayuda del Espíritu Santo; porque este Espíritu es el único enseñador eficaz de la verdad divina. Únicamente cuando la verdad llegue al corazón acompañada por el Espíritu, vivificará la conciencia o transformará la vida. Puede un predicador ser capaz de presentar la letra de la Palabra de Dios; puede estar familiarizado con todos sus mandamientos y promesas; pero su siembra de la semilla evangélica no tendrá éxito a menos que esta semilla sea vivificada por el rocío celestial. Sin la cooperación del Espíritu de Dios, ninguna cantidad de educación, ninguna ventaja, por grandes que sean, pueden hacer de uno un conducto de luz. Antes de que se escribiera un libro del Nuevo Testamento, antes de que se predicase un sermón evangélico después de la ascensión de Cristo, descendió el Espíritu Santo sobre los discípulos mientras oraban. Después, el testimonio de sus enemigos fué: “Habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina.”2 OE 301.2