Obreros Evangélicos

119/234

La oración secreta

La oración en familia y la que se hace en público tienen su lugar; pero es la comunión secreta con Dios la que sostiene la vida del alma. Fué en el monte con Dios donde Moisés contempló el modelo de aquel edificio maravilloso que había de ser morada de la gloria divina. Es en el monte con Dios—el lugar secreto de comunión—donde hemos de contemplar su glorioso ideal para la humanidad. Así seremos habilitados para dirigir de tal manera la edificación de nuestro carácter que se realice para nosotros la promesa: “Habitaré y andaré en ellos; y seré el Dios de ellos, y ellos serán mi pueblo.”1 OE 267.1

Mientras atendemos a nuestros quehaceres diarios, deberíamos elevar el alma al cielo en oración. Estas peticiones silenciosas suben como incienso ante el trono de gracia; y los esfuerzos del enemigo quedan frustrados. El cristiano cuyo corazón se apoya así en Dios no puede ser vencido. No hay malas artes que puedan destruir su paz. Todas las promesas de la Palabra de Dios, todo el poder de la gracia divina, todos los recursos de Jehová, están puestos a contribución para asegurar su libramiento. Así fué como anduvo Enoc con Dios. Y Dios estaba con él, sirviéndole de fuerte auxilio en todo momento de necesidad. OE 267.2

Los ministros de Cristo deben velar en oración. Pueden presentarse confiadamente ante el trono de gracia, elevando manos santas sin ira ni dudas. Con fe pueden suplicar al Padre celestial para que les dé sabiduría y gracia, a fin de que sepan trabajar y tratar con las mentes. OE 267.3

La oración es el aliento del alma. Es el secreto del poder espiritual. No puede ser sustituída por ningún otro medio de gracia, y conservar, sin embargo, la salud del alma. La oración pone al corazón en inmediato contacto con la Fuente de la vida, y fortalece los tendones y músculos de la experiencia religiosa. Descuídese el ejercicio de la oración, u órese irregularmente, de vez en cuando, según parezca propio, y se perderá la fortaleza en Dios. Las facultades espirituales perderán su vitalidad, la experiencia religiosa carecerá de salud y vigor. OE 268.1

Es únicamente en el altar de Dios donde podemos encender nuestras antorchas con fuego divino. Será únicamente la luz divina la que revelará la pequeñez, la ineptitud de la capacidad humana, y la que dará una clara visión de la perfección y pureza de Cristo. Es únicamente contemplando a Jesús como llegamos a desear ser semejantes a él; es únicamente al ver su justicia, como sentimos hambre y sed de poseerla; y únicamente cuando pidamos en oración ferviente nos otorgará Dios el deseo de nuestro corazón. OE 268.2

Los mensajeros de Dios deben pasar mucho tiempo con él, si quieren tener éxito en su obra. Se cuenta lo siguiente acerca de una anciana del Lancashire que estaba escuchando las razones que sus vecinas daban para explicar el éxito de su pastor. Hablaban de sus dones, de su modo de hablar, de sus modales. Pero ella dijo: OE 268.3

—No; yo les voy a decir en qué consiste todo. Vuestro pastor pasa mucho tiempo con el Todopoderoso. OE 268.4

Cuando los hombres sean tan consagrados como Elías y posean la fe que él tenía, Dios se revelará como entonces. Cuando los hombres eleven súplicas al Señor como Jacob, se volverán a ver los resultados que se vieron entonces. Vendrá poder de Dios en respuesta a la oración de fe. OE 269.1

Porque la vida de Jesús fué una vida de confianza constante, sostenida por la comunión continua, su servicio para el cielo fué sin fracaso ni vacilación. Diariamente asediado por la tentación, constantemente contrariado por los dirigentes del pueblo, Cristo sabía que debía fortalecer su humanidad por la oración. A fin de ser útil a los hombres, debía comulgar con Dios, y obtener de él energía, perseverancia y constancia. OE 269.2

El Salvador amaba la soledad de la montaña para estar en comunión con su Padre. Durante el día trabajaba ardorosamente para salvar a los hombres de la destrucción. Sanaba a los enfermos, consolaba a los que lloraban, devolvía la vida a los muertos, e infundía esperanza y alegría a los que desesperaban. Terminada su labor del día, se apartaba, noche tras noche, de la confusión de la ciudad, y se postraba ante su Padre en oración. Con frecuencia seguía elevando sus peticiones durante toda la noche; pero salía de estos momentos de comunión vigorizado y refrigerado, fortalecido para el deber y la prueba. OE 269.3

¿Están los ministros de Cristo tentados y fieramente azotados por Satanás? Así también lo fué Aquel que no conoció pecado. En la hora de angustia se volvía hacia su Padre. Siendo él mismo una fuente de bendición y fuerza, podía sanar a los enfermos y resucitar a los muertos; podía dar órdenes a la tempestad y ésta le obedecía; sin embargo, oraba, muchas veces con fuerte llanto y lágrimas. Oraba por sus discípulos y por sí mismo, identificándose así con los seres humanos. El era poderoso en la oración. Como Príncipe de la vida, tenía poder con Dios, y prevalecía. OE 269.4

Los predicadores que sean verdaderamente representantes de Cristo serán hombres de oración. Con un fervor y una fe innegables, pedirán a Dios que los fortalezca para el servicio, y santifique sus labios por el toque del carbón vivo, a fin de que sepan hablar sus palabras a la gente. OE 270.1

La oración es el acto de abrir el corazón a Dios como a un amigo. El ojo de la fe discernirá a Dios muy cerca, y el suplicante puede obtener preciosa evidencia del amor y cuidado de Dios hacia él. La oración que Natanael elevara provenía de un corazón sincero, y fué oída y contestada por el Maestro. El Señor lee los corazones de todos, y “la oración de los rectos es su gozo.”2 El no tardará en oír a aquellos que le abran sus corazones, sin exaltar al yo, más sintiendo sinceramente su debilidad e indignidad. OE 270.2

Se necesita de la oración, de la oración fervorosa, agonizante, tal como la ofreciera David cuando exclamó: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía.” “He codiciado tus mandamientos.” “Deseado he tu salud.” “Codicia y aun ardientemente desea mi alma los atrios de Jehová: mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo.”3 OE 270.3

Los que enseñan y predican más eficazmente son aquellos que esperan humildemente en Dios, y tienen hambre de dirección y gracia. Velar, orar, trabajar, tal es la consigna del cristiano. La vida de un verdadero cristiano es una vida de oración constante. El sabe que la luz y fuerza de un día no bastan para las pruebas y conflictos del siguiente. Satanás está de continuo cambiando sus tentaciones. Cada día nos veremos colocados en circunstancias diferentes; y en las escenas desconocidas que nos aguardan, estaremos rodeados de nuevos peligros, y constantemente asaltados por tentaciones nuevas e inesperadas. Es únicamente por la fuerza y gracia recibidas del cielo como podemos esperar vencer las tentaciones y cumplir los deberes que se nos presentan. OE 270.4

Es algo maravilloso que podamos orar eficazmente; que seres mortales indignos y sujetos a yerro posean la facultad de presentar sus peticiones a Dios. ¿Qué facultad más elevada podría desear el hombre que la de estar unido con el Dios infinito? El hombre débil y pecaminoso tiene el privilegio de hablar a su Hacedor. Podemos pronunciar palabras que alcanzan el trono del Monarca del universo. Podemos hablar con Jesús mientras andamos por el camino, y él dice: Estoy a tu diestra.4 OE 271.1

Podemos comulgar con Dios en nuestros corazones; podemos andar en compañerismo con Cristo. Mientras atendemos a nuestro trabajo diario, podemos exhalar el deseo de nuestro corazón, sin que lo oiga oído humano alguno; pero aquella palabra no puede perderse en el silencio, ni puede caer en el olvido. Nada puede ahogar el deseo del alma. Se eleva por encima del trajín de la calle, por encima del ruido de la maquinaria. Es a Dios a quien hablamos, y él oye nuestra oración. OE 271.2

Pedid, pues; pedid y recibiréis. Pedid humildad, sabiduría, valor, aumento de fe. Cada oración sincera recibirá una contestación. Tal vez no llegue ésta exactamente como deseáis, o cuando la esperéis; pero llegará de la manera y en la ocasión que mejor cuadren a vuestra necesidad. Las oraciones que elevéis en la soledad, en el cansancio, en la prueba, Dios las contestará, no siempre según lo esperabais, pero siempre para vuestro bien OE 271.3

*****

Juan no pasaba su vida en ociosidad, en lobreguez ascética, o en egoísta aislamiento. De vez en cuando salía a tratar con los hombres; y era siempre un interesado observador de lo que acontecía en el mundo. Desde su tranquilo retiro, vigilaba el desarrollo de los acontecimientos. Con visión iluminada por el Espíritu divino, estudiaba el carácter de los hombres a fin de poder saber cómo alcanzar sus corazones con el mensaje del cielo. Pesaba sobre él la carga de su misión. En la soledad, por la meditación y la oración, trataba de fortalecer su alma para la obra que estaba llamado a cumplir. OE 272.1