Obreros Evangélicos

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El predicador y el trabajo manual

Aunque Pablo tenía cuidado de presentar a sus conversos las sencillas enseñanzas de las Escrituras en cuanto al debido sostén de la obra de Dios, y aunque reclamaba, como ministro del Evangelio, la “potestad de no trabajar”1 en empleos seculares como medio de sostén propio, en diversas ocasiones durante su ministerio en los grandes centros de civilización, trabajaba en un oficio manual para mantenerse.... OE 247.1

Tesalónica es el primer lugar acerca del cual leemos que trabajó Pablo con sus manos para sostenerse mientras predicaba la Palabra. Escribiendo a la iglesia de creyentes de allí, les recordó que podría haberles sido “carga,” y añadió: “Hermanos, os acordáis de nuestro trabajo y fatiga: que trabajando de noche y de día por no ser gravosos a ninguno de vosotros, os predicamos el Evangelio de Dios.”2 Y de nuevo, en su segunda epístola a los Tesalonicenses, declaró que él y sus colaboradores, durante el tiempo que habían estado con ellos, no habían comido “el pan de ninguno de balde.” Noche y día trabajamos, escribió, “por no ser gravosos a ninguno de vosotros; no porque no tuviésemos potestad, sino por daros en nosotros un dechado, para que nos imitaseis.”3... OE 247.2

Cuando Pablo visitó por primera vez a Corinto, se encontró entre gente que desconfiaba de los motivos de los extranjeros. Los griegos de la costa del mar eran hábiles traficantes. Tanto tiempo habían seguido sus inescrupulosas prácticas comerciales, que habían llegado a creer que la granjería era piedad, y que el obtener dinero, fuera por medios limpios o sucios, era encomiable. Pablo estaba familiarizado con sus características, y no quería darles ocasión de que dijeran que él predicaba el Evangelio a fin de enriquecerse. Hubiera podido con justicia pedir sostén de sus oyentes corintios; pero estaba dispuesto a renunciar a este derecho, no fuera que su utilidad y éxito como ministro fueran perjudicados por la injusta sospecha de que predicaba el Evangelio por ganancia. Trataba de quitar toda ocasión de ser mal interpretado, para que la fuerza de su mensaje no se perdiera. OE 247.3

Poco después de llegar a Corinto, Pablo encontró “a un judío llamado Aquila, natural de Ponto, que hacía poco que había venido de Italia, y a Priscila su mujer.” Estos eran “de su oficio.” Desterrados por el decreto de Claudio, que ordenaba que todos los judíos abandonaran Roma, Aquila y Priscila habían ido a Corinto, donde establecieron un negocio como fabricantes de tiendas. Pablo averiguó en cuanto a ellos, y al descubrir que temían a Dios y trataban de evitar las contaminadoras influencias que los rodeaban, “posó con ellos, y trabajaba.... Y disputaba en la sinagoga todos los sábados, y persuadía a judíos y griegos....”4 OE 248.1

Durante el largo período de su ministerio en Efeso, donde por tres años realizó un agresivo esfuerzo evangélico en esa región, Pablo trabajó de nuevo en su oficio. En Efeso, como en Corinto, el apóstol fué alegrado por la presencia de Aquila y Priscila, quienes lo habían acompañado en su regreso al Asia al fin de su viaje misionero. OE 248.2

Había algunos que criticaban porque Pablo trabajaba con las manos, declarando que era incompatible con la obra del ministro evangélico. ¿Por qué Pablo, un ministro de la más elevada categoría, vinculaba así el trabajo mecánico con la predicación de la Palabra? ¿No era el obrero digno de su salario? ¿Por qué gastaba en hacer tiendas el tiempo que a todas luces podría dedicarse a algo mejor? OE 248.3

Pablo no consideraba perdido el tiempo así empleado. Mientras trabajaba con Aquila se mantenía en relación con el gran Maestro, sin perder ninguna oportunidad para testificar a favor del Salvador y ayudar a los necesitados. Su mente estaba constantemente en procura de conocimientos espirituales. El daba instrucción a sus colaboradores en las cosas espirituales, y ofrecía también un ejemplo de laboriosidad y trabajo cabal. Era un obrero rápido y hábil, diligente en los negocios, ardiente “en espíritu; sirviendo al Señor.”5 Mientras trabajaba en su oficio, el apóstol tenía acceso a una clase de gente que de otra manera no hubiera podido alcanzar. Mostraba a sus asociados que la habilidad en las artes comunes es un don de Dios, quien provee tanto el don como la sabiduría para usarlos correctamente. Enseñaba que aun en el trabajo de cada día, ha de honrarse a Dios. Sus manos encallecidas por el trabajo no menoscababan en nada la fuerza de sus patéticos llamamientos como ministro cristiano. OE 249.1

Si los ministros sienten que están sufriendo durezas y privaciones en la causa de Cristo, visiten con la imaginación el taller donde Pablo trabajaba. Recuerden que mientras este hombre escogido por Dios confeccionaba las carpas, trabajaba por el pan que ya había ganado con justicia por sus labores como apóstol. OE 249.2

El trabajo es una bendición, no una maldición. Un espíritu de indolencia destruye la piedad y entristece al Espíritu de Dios. Un charco estancado es repulsivo, pero la corriente de agua pura esparce salud y alegría sobre la tierra. Pablo sabía que aquellos que descuidan el trabajo físico se debilitan rápidamente. Deseaba enseñar a los ministros jóvenes que, trabajando con sus manos y poniendo en ejercicio sus músculos y tendones, se fortalecerían para soportar las faenas y privaciones que los aguardaban en el campo evangélico. Y comprendía que en sus propias enseñanzas faltaría la vitalidad y la fuerza si no mantenía todas las partes de su organismo debidamente ejercitadas.... OE 250.1

No todos los que sienten que han sido llamados a predicar, deberían ser animados a depender inmediatamente ellos y sus familias de la iglesia para su continuo sostén financiero. Hay peligro de que algunos, de experiencia limitada, sean echados a perder por la adulación y por el imprudente aliento a esperar pleno sostén, independiente de todo serio esfuerzo de su parte. Los medios dedicados a la extensión de la obra de Dios no deberían ser consumidos por hombres que desean predicar solamente para recibir sostén, y satisfacer así la egoísta ambición de una vida fácil. OE 250.2

Los jóvenes que desean ejercer sus dones en la obra del ministerio, hallarán una lección útil en el ejemplo de Pablo en Tesalónica, Corinto, Efeso y otros lugares. Aunque era un elocuente orador y había sido escogido por Dios para hacer una obra especial, nunca desdeñó el trabajo, y nunca se cansó de sacrificarse por la causa que amaba. “Hasta esta hora—escribió a los corintios,—hambreamos y tenemos sed, y estamos desnudos, y somos heridos de golpes, y andamos vagabundos; y trabajamos obrando con nuestras manos; nos maldicen, y bendecimos: padecemos persecución, y sufrimos.”6 OE 250.3

Aunque era uno de los mayores maestros humanos, Pablo cumplía alegremente los más humildes tanto como los más elevados deberes. Cuando en su servicio por el Señor las circunstancias parecían requerirlo, trabajaba voluntariamente en su oficio. Sin embargo siempre se mantuvo dispuesto a abandonar su trabajo secular a fin de afrontar la oposición de los enemigos del Evangelio o aprovechar una oportunidad especial para ganar almas para Jesús. Su celo y laboriosidad son un reproche contra la indolencia y el deseo de comodidad.—Los Hechos de los Apóstoles, 251-257. OE 251.1

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Al hecho de que dejan de ejercitar todos los órganos del cuerpo de una manera proporcionada, deben algunos de nuestros predicadores el desgaste de algunos órganos y la debilidad de otros por falta de acción. Si se emplea casi exclusivamente un órgano o un juego de músculos, éste puede desgastarse en exceso y debilitarse grandemente. OE 251.2

Cada facultad de la mente y cada músculo tiene su oficio distinto, y todos deben ejercitarse igualmente a fin de desarrollarse debidamente y retener un sano vigor. Cada órgano tiene su obra que hacer en el organismo viviente. Cada rueda de la maquinaria debe ser una rueda viva, activa, que trabaje. Las facultades influyen unas sobre otras, y todas necesitan ser ejercitadas para desarrollarse debidamente.”—Testimonies for the Church 3:310. OE 251.3

El complacer el apetito anubla y traba la mente, y embota las santas emociones del alma. Las facultades mentales y morales de algunos de nuestros predicadores están debilitadas por el comer de una manera impropia y por falta de ejercicio físico. Los que anhelan comer grandes cantidades de alimentos, no deberían ceder al apetito, sino practicar la renunciación, y conservar la bendición de músculos activos y un cerebro despejado. El comer con exceso crea un sopor general de todo el cuerpo porque distrae las energías de los demás órganos para hacer la obra del estómago. OE 252.1