Notas biográficas de Elena G. de White

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Avanzando

Seguimos llevando a cabo nuestra obra en Rochester entre perplejidades y desalientos. El cólera atacó la ciudad, y durante la epidemia se oía toda la noche, por las calles, el rodar de las carrozas fúnebres que conducían los cadáveres al cementerio de Mount Hope. La epidemia no diezmaba únicamente a los pobres, sino que hizo víctimas de todas las clases. Los más hábiles médicos murieron y fueron llevados a Mount Hope. Al pasar nosotros por las calles de Rochester, encontrábamos casi en cada esquina furgones con ataúdes de pino basto, que trasportaban los cadáveres. NBEW 157.3

Nuestro pequeñuelo Edson cayó enfermo, y lo llevamos al gran Médico. Lo tomé en mis manos, y en el nombre de Jesús conjuré la enfermedad. En seguida encontró alivio, y al comenzar una hermana a orar al Señor para que lo curase, el pequeñuelo, que sólo tenía tres años, la miró asombrado, diciendo: “No hay necesidad de que oréis por mí, porque el Señor me ha sanado”. Estaba muy débil, pero la enfermedad no siguió adelante. Sin embargo, no cobraba fuerzas. Todavía iba a ponerse a prueba nuestra fe. En tres días Edson no probó alimento. NBEW 158.1

Teníamos compromisos para dos meses, que abarcaban desde Rochester, Nueva York, hasta Bangor, Maine; y este viaje lo haríamos en nuestro carruaje cubierto y con nuestro buen caballo Charlie, que nos fueron dados por los hermanos de Vermont. Casi no nos atrevíamos a dejar al niño en un estado tan crítico, pero decidimos ir, a menos que empeorara. Dentro de dos días debíamos comenzar nuestro viaje para llegar a tiempo a nuestra primera cita. Presentamos el caso delante del Señor, tomando como prueba, de que si el niño tenía apetito para comer, nosotros nos aventuraríamos. El primer día no hubo mejoría. El no podía tomar ningún alimento. Al día siguiente, cerca del mediodía pidió caldo, y esto lo fortaleció. NBEW 158.2

Comenzamos nuestro viaje esa tarde. Cerca de las cuatro de la tarde tomé a mi hijo enfermo sobre una almohada y viajamos 35 kilómetros. El parecía estar muy nervioso esa noche. No podía dormir, y yo lo tuve en mis brazos casi toda la noche. NBEW 158.3

A la mañana siguiente consultamos juntos si debíamos regresar a Rochester o continuar el viaje. La familia que nos había alojado nos dijo que si proseguíamos, tendríamos que enterrar al niño en el camino, lo cual parecía ser así. Pero no me atrevía a regresar a Rochester. Creíamos que la aflicción del niño era obra de Satanás, para impedirnos viajar. Y no cedimos ante él. Le dije a mi esposo: “Si regresamos puedo descontar que el niño morirá. Si seguimos viajando, lo más que puede ocurrir es que muera. Continuemos nuestro viaje, confiando en el Señor”. NBEW 158.4

Teníamos delante de nosotros un viaje de 160 kilómetros para hacer en dos días, pero creíamos que el Señor obraría en nuestro favor en ese tiempo de extrema necesidad. Yo estaba muy agotada, y temía dormirme y que el niño se me cayera de los brazos; de manera que lo apoyé en mi regazo, y lo até a mi cintura, y ambos dormimos aquel día durante gran parte del viaje. El niño revivió y continuó fortaleciéndose a través de toda la gira, y lo trajimos de vuelta a casa bien robusto. NBEW 159.1

El Señor nos bendijo mucho en nuestro viaje a Vermont. Mi esposo tenía mucha preocupación y trabajo. En las diferentes reuniones realizó la mayor parte de las predicaciones, vendió libros y trabajó para extender la circulación del periódico. Cuando terminaba una conferencia, nos apresurábamos a la próxima. A mediodía alimentábamos el caballo al lado del camino, y comíamos nuestra merienda. Entonces mi esposo, apoyando su papel de escribir sobre la caja en la que teníamos el almuerzo o en la parte superior de su sombrero, escribía artículos para la Review y el Instructor. NBEW 159.2