Mente, Cáracter y Personalidad 1

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Capítulo 17—Herencia y ambiente

El poder de la herencia—Consideremos la fuerza de la herencia, la influencia de las malas compañías, el poder de los malos hábitos. ¿Qué tiene de extraño que bajo semejantes influencias muchos se degraden? ¿Debe sorprendernos que no se apresuren a corresponder a los esfuerzos que se hacen para levantarlos?—El Ministerio de Curación, 125, 126 (1905). 1MCP89 146.1

Los niños a menudo heredan disposiciones—Generalmente los niños heredan la disposición y las tendencias de sus padres, e imitan su ejemplo; de manera que los pecados de los padres son cometidos por los hijos de generación en generación. Así la vileza y la irreverencia de Cam se reprodujeron en su posteridad y le acarrearon maldición durante muchas generaciones... 1MCP89 146.2

Por otro lado, ¡cuán ricamente fue premiado el respeto de Sem hacia su padre; y qué ilustre serie de hombres santos se ve en su posteridad!—Historia de los Patriarcas y Profetas, 111 (1890). 1MCP89 146.3

Las madres debieran informarse de las leyes de la herencia—Si las madres pertenecientes a generaciones pasadas se hubiesen informado acerca de las leyes de su organismo, habrían comprendido que sus fuerzas físicas tanto como su tono moral y sus facultades mentales, estarían representadas en gran medida en sus hijos. Su ignorancia acerca de este tema, que tiene tantas implicaciones, es criminal.—Mensajes Selectos 2:495 (1865). 1MCP89 146.4

La enfermedad es trasmitida de padres a hijos—A través de sucesivas generaciones desde la caída, la tendencia ha sido siempre hacia abajo. La enfermedad se ha transmitido de padres a hijos, generación tras generación. Aun los infantes en la cuna sufren de aflicciones causadas por los pecados de sus padres. 1MCP89 147.1

Moisés, el primer historiador, presenta un relato bien definido de la vida social e individual de los primeros días de la historia del mundo, pero no encontramos ningún caso en que un infante hubiera nacido ciego, mudo, lisiado o imbécil. No se registra un solo caso de muerte natural en la infancia, en la niñez o al comienzo de la edad adulta... Era tan raro que un hijo muriera antes que su padre, que un hecho tal era considerado digno de ser registrado: “Murió Harán antes que su padre Taré”. Los patriarcas desde Adán hasta Noé, con pocas excepciones, vivieron casi mil años. Desde entonces el promedio de la vida ha estado decreciendo. 1MCP89 147.2

En el tiempo de la primera venida de Cristo, la raza humana había degenerado tanto, que no solamente ancianos, sino también personas de edad media y jóvenes eran llevados desde todas las ciudades al Salvador, para ser sanados de sus enfermedades. Muchos trabajaban bajo una increíble carga de miseria.—CRA 139, 140 (1890). 1MCP89 147.3

Los niños han de evitar los malos hábitos de sus padres—La enfermedad no sobreviene nunca sin causa. Descuidando las leyes de la salud se le prepara el camino y se la invita a venir. Muchos sufren las consecuencias de las transgresiones de sus padres. Si bien no son responsables de lo que hicieron éstos, es, sin embargo, su deber averiguar lo que son o no son las violaciones de las leyes de la salud. Deberían evitar los hábitos malos de sus padres, y por medio de una vida correcta ponerse en mejores condiciones.—El Ministerio de Curación, 179 (1905). 1MCP89 147.4

Los pecados de los antepasados llenaron el mundo con enfermedad—Nuestros antepasados nos han legado costumbres y apetitos que están llenando el mundo con enfermedad. Los pecados de los padres, mediante el apetito pervertido, están cayendo con terrible poder sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generaciónes. La mala alimentación de muchas generaciones, los hábitos de glotonería y desenfreno de la gente, están llenando nuestros asilos, nuestras prisiones y nuestros manicomios. La intemperancia manifestada al beber te y café, vino, cerveza, ron y aguardiente, y al usar tabaco, opio y otros narcóticos ha producido gran degeneración mental y física, y esta degeneración está en constante aumento.—The Review and Herald, 29 de julio de 1884; Counsels on Health, 49. 1MCP89 148.1

Herencia del apetito por los estimulantes—Para algunas personas no es de ninguna manera seguro tener vino o sidra en la casa. Han heredado el apetito por los estimulantes que Satanás está continuamente tratando de inducirlos a complacer. Si ceden a sus tentaciones, no se detienen; el apetito exige que se lo complazca y se complace para su ruina. El cerebro se entorpece y se nubla; la razón ya no tiene las riendas, sino las ha cedido a la concupiscencia.—Testimonies for the Church 5:356, 357 (1885). 1MCP89 148.2

Los males del tabaco trasmitidos a los hijos—Entre los niños y jóvenes el uso del tabaco hace un daño incalculable. Las prácticas malsanas de las generaciones pasadas afectan a los niños y jóvenes de hoy. La incapacidad mental, la debilidad física, las perturbaciones nerviosas y los deseos antinaturales se transmiten como un legado de padres a hijos. Y las mismas prácticas, seguidas por los hijos, aumentan y perpetúan los malos resultados. A esta causa se debe en gran parte la deterioración física, mental y moral que produce tanta alarma.—El Ministerio de Curación, 252 (1905). 1MCP89 148.3

Los niños heredan las inclinaciones—Los niños heredan las inclinaciones al mal, pero también tienen muchos hermosos rasgos de carácter. Estos deberían ser fortalecidos y desarrollados, mientras que las tendencias hacia el mal deberían ser cuidadosamente vigiladas y reprimidas. Los niños nunca deberían ser adulados, porque la adulación es veneno para ellos; pero los padres deberían mostrar un cuidado tierno y santificado por ellos, y así ganar su confianza y amor.—The Review and Herald, 24 de enero de 1907. 1MCP89 149.1

Palabras de alabanza apropiadas—Siempre que la madre pueda dar una palabra de alabanza por la buena conducta de sus hijos, debería hacerlo. Debería animarlos con palabras de aprobación y miradas de amor. Estas serán como la luz del sol para el corazón del niño y conducirán al cultivo del respeto propio y a la dignidad del carácter.—Testimonies for the Church 3:352 (1889). 1MCP89 149.2

El temperamento irritable a veces se hereda—Algunos han recibido como herencia el temperamento irritable, y su educación en la niñez no les ha enseñado el autocontrol. Con frecuencia a este temperamento fogoso, se unen la envidia y los celos.—Testimonies for the Church 2:74 (1868). 1MCP89 149.3

Satanás se aprovecha de las debilidades heredadas—En nuestra propia fortaleza, nos es imposible negarnos a los clamores de nuestra naturaleza caída. Por su medio, Satanás nos presentará tentaciones. Cristo sabía que el enemigo se acercaría a todo ser humano para aprovecharse de las debilidades hereditarias y entrampar, mediante sus falsas insinuaciones, a todos aquellos que no confían en Dios. Y recorriendo el terreno que el hombre debe recorrer, nuestro Señor ha preparado el camino para que venzamos. No es su voluntad que seamos puestos en desventaja en el conflicto con Satanás. No quiere que nos intimiden ni desalienten los asaltos de la serpiente. “Tened buen ánimo—dice;—yo he vencido al mundo”. Juan 16:33.—El Deseado de Todas las Gentes, 98 (1898). 1MCP89 149.4

La conversión cambia las tendencias heredadas—Una conversión genuina cambia las tendencias hacia el mal heredadas y cultivadas. La religión de Dios es un tejido firme, compuesto de innumerables hilos, entrelazados con tacto y habilidad. Sólo la sabiduría que viene de Dios puede completar este tejido. Hay una gran variedad de telas que al principio tienen una buena apariencia, pero no pueden soportar la prueba. Se destiñen. Los colores no son firmes. Bajo el calor del verano se destiñen y se pierden. La tela no puede soportar un trato rudo.—Carta 105, 1893; The S.D.A. Bible Commentary 6:1101. 1MCP89 150.1

No han de ser esclavizados por la herencia—La pregunta que debemos considerar es ésta: ¿Tenemos los atributos de Cristo? Las excusas no tienen valor. Todas las circunstancias, todos los apetitos y pasiones, han de ser siervos del hombre que teme a Dios, y no sus amos. El cristiano no ha de ser esclavizado por ningún hábito o tendencia heredada o cultivada.—Testimonios para los Ministros, 421 (1897). 1MCP89 150.2

Los ángeles ayudan a luchar contra estas tendencias—Los ángeles están siempre presentes donde más se los necesita. Están junto a los que deben librar las batallas más recias, junto a los que deben luchar contra las inclinaciones y tendencias hereditarias, junto a los seres cuyos hogares son de mal ambiente.—The Review and Herald, 16 de abril de 1895; MeM 312. 1MCP89 150.3

La fe purifica las imperfecciones heredadas—Los que, por una inteligente comprensión de las Escrituras, consideran debidamente la cruz, los que creen verdaderamente en Jesús, tienen un seguro fundamento para su fe. Tienen esa fe que obra por el amor y purifica el alma de todas sus imperfecciones hereditarias y cultivadas.—Testimonios Selectos 4:328 (1900). 1MCP89 150.4

Los efectos de largo alcance del ambiente—Estamos viviendo en una atmósfera de hechizos satánicos. El enemigo entretejerá un ensalmo de licencia alrededor de toda alma que no haya logrado parapetarse en la gracia de Cristo. Vendrán tentaciones; pero si velamos contra el enemigo, si mantenemos el equilibrio del dominio propio y la pureza, los espíritus seductores no tendrán influencia sobre nosotros. Los que nada hacen para estimular la tentación tendrán fuerza para resistirla cuando venga; pero los que se mantienen en una atmósfera de mal, ellos mismos tendrán la culpa si son vencidos y caen. En lo futuro, se verán buenos motivos por los que se han dado amonestaciones acerca de los espíritus seductores. Entonces se verá la fuerza de las palabras de Cristo: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. Mateo 5:48.—Consejos para los Maestros Padres y Alumnos, 244; 197. 1MCP89 151.1

Las hijas de Lot arruinadas por el ambiente—Lot habitó poco tiempo en Zoar. La impiedad reinaba allí como en Sodoma, y tuvo miedo de quedarse, por temor a que la ciudad fuese destruida. Poco después Zoar fue destruida, tal como Dios lo había proyectado. Lot se fue a los montes y vivió en una caverna, privado de todas las cosas por las cuales se había atrevido a exponer a su familia a la influencia de una ciudad impía. Pero hasta allá le siguió la maldición de Sodoma. La infame conducta de sus hijas fue la consecuencia de las malas compañías que habían tenido en aquel vil lugar. La depravación moral de Sodoma se había filtrado de tal manera en su carácter, que ellas no podían distinguir entre lo bueno y lo malo. Los únicos descendientes de Lot, los moabitas y amonitas, fueron tribus viles e idólatras, rebeldes contra Dios, y acérrimos enemigos de su pueblo.—Historia de los Patriarcas y Profetas, 164 (1890). 1MCP89 151.2

Evitemos las malas compañías—Pocos comprenden la importancia que tiene el rehuir, hasta donde sea posible, todas las compañías que no favorecen la vida religiosa. Al elegir su ambiente, pocos son los que dan la primera consideración a la prosperidad espiritual. 1MCP89 151.3

Los padres acuden con sus familias a las ciudades, porque se imaginan que allí es más fácil ganarse la vida que en el campo. Los hijos, no teniendo qué hacer cuando no están en la escuela, se educan en la calle. De las malas compañías adquieren hábitos de vicio y disipación. Los padres ven todo esto, pero la corrección de su error requeriría un sacrificio y permanecen donde están, hasta que Satanás obtiene pleno dominio de sus hijos. Mejor es sacrificar cualesquiera consideraciones mundanales, o aun todas ellas, antes que poner en peligro las almas preciosas confiadas a vuestro cuidado.—Joyas de los Testimonios 2:74 (1882). 1MCP89 152.1

Vivir en la atmósfera del cielo—Debemos guiarnos por la teología verdadera y el sentido común. Nuestras almas deben estar rodeadas por la atmósfera del cielo. Los hombres y las mujeres tienen que vigilarse; han de estar constantemente en guardia, no permitiéndose palabra o acto que podría ser causa de que se hablase mal de su conducta. El que profesa seguir a Cristo debe vigilarse, mantenerse puro y sin contaminación en sus pensamientos, palabras y actos. Su influencia sobre los demás debe ser elevadora. Su vida ha de reflejar los brillantes rayos del Sol de Justicia.—Consejos para los Maestros Padres y Alumnos, 244; 197 (1913). 1MCP89 152.2

La influencia sobre la niñez modela el destino—Desde una edad muy tierna, los niños están al alcance de influencias desmoralizadoras, pero los padres que profesan ser cristianos no parecen discernir el mal de su propio proceder. ¡Ojalá comprendieran que la influencia que se ejerce sobre un niño en sus más tiernos años imprime una tendencia a su carácter y modela su destino para la vida eterna o la muerte eterna! Los niños reciben las impresiones morales y espirituales, y los que son sabiamente educados en la niñez quizá yerren a veces, pero no irán lejos en su descarrío.—Conducción del Niño, 182, 183 (1896). 1MCP89 152.3

Los padres son responsables en gran medida—Los padres son en gran medida responsables por la forma dada al carácter de sus hijos. Deberían apuntar hacia la simetría y la proporción. Hay pocas mentes bien equilibradas porque los padres son inicuamente negligentes de su deber de estimular los rasgos débiles y reprimir los malos. No recuerdan que están bajo la obligación más solemne de vigilar las tendencias de cada niño, que es su deber adiestrar a sus hijos en los hábitos correctos y en la forma correcta de pensar.—Testimonies for the Church 5:319 (1885). 1MCP89 153.1

Comenzar en la infancia—La obra de los padres debe comenzar cuando su hijo está en la infancia, para que pueda recibir las correctas impresiones en su carácter antes de que el mundo coloque su sello sobre la mente y el corazón.—The Review and Herald, 30 de agosto de 1881; Conducción del Niño, 177. 1MCP89 153.2

La importancia de los tres primeros años de la vida—Madres, estad seguras de que disciplináis debidamente a vuestros hijos durante los primeros tres años de su vida. No les permitáis que formen sus deseos y apetencias. La madre debe ser la mente para su hijo. Los primeros tres años son el tiempo cuando se dobla la diminuta rama. Las madres debieran entender la importancia que existe en ese período. Entonces es cuando se establece el fundamento.—Conducción del Niño, 178 (1899). 1MCP89 153.3

Los primeros siete años tienen mucho que ver con la formación del carácter—No se puede exagerar la importancia de la educación precoz de los niños. Las lecciones que aprende el niño en los primeros siete años de vida tienen más que ver con la formación de su carácter que todo lo que aprende en los años futuros.—Conducción del Niño, 177 (1903). 1MCP89 153.4

Rara vez se olvidan las primeras lecciones—Las criaturas, niños y jóvenes no debieran oír una palabra impaciente del padre, la madre o cualquier miembro de la familia; porque reciben impresiones muy precoces en la vida, y lo que los padres los hacen hoy, ellos serán mañana, y al día siguiente y al siguiente. Rara vez se olvidan las lecciones impresas en la mente del niño... 1MCP89 153.5

Las impresiones dejadas precozmente en el corazón se ven en los años siguientes. Quizá queden sepultadas, pero rara vez son raídas.—Conducción del Niño, 178 (1897). 1MCP89 154.1

Primero el desarrollo físico—Durante los primeros seis o siete años de la vida del niño hay que prestar atención especial a su educación física antes que a su intelecto. Después de este período, si la constitución física es buena habría que atender a su educación física e intelectual. La infancia se extiende hasta la edad de seis o siete años. Durante ese período los niños deberían dejarse libres como los corderitos para que corran por los alrededores de la casa y los patios impulsados por la animación de su estado de ánimo, saltando y brincando, libres de toda preocupación y problema. 1MCP89 154.2

Los padres, y especialmente las madres, deberían ser los únicos maestros de las mentes de los niños en esa edad. No deberían educarlos basándose en los libros. Por regla general los niños son lo bastante curiosos como para aprender las cosas directamente de la naturaleza. Formularán preguntas acerca de las cosas que ven y que oyen, y los padres deberían aprovechar la oportunidad de instruirlos y de contestar pacientemente esas pequeñas preguntas. En esta forma pueden tomar ventaja al enemigo y fortalecer las mentes de sus hijos al sembrar buenas semillas en sus corazones sin dejar lugar para que arraigue el mal. Las amorosas instrucciones de las madres impartidas a una tierna edad es lo que los niños necesitan en la formación de su carácter.—Mensajes Selectos 2:501 (1865). 1MCP89 154.3

El primer hijo necesita cuidado especial—El primer hijo debería ser educado especialmente con mucho cuidado, porque él educará al resto. Los niños crecen de acuerdo con la influencia de los que los rodean. Si son manejados por aquellos que son ruidosos y turbulentos, ellos también se convierten en ruidosos y casi insoportables.—Conducción del Niño, 27 (1899). 1MCP89 154.4

Ambientes diferentes para diferentes niños—Algunos niños tienen mayor necesidad que otros de paciente disciplina y bondadosa educación. Han recibido como legado rasgos de carácter poco promisorios, y por eso tienen tanto mayor necesidad de simpatía y amor. Por sus esfuerzos perseverantes, se puede preparar a estos niños díscolos para que ocupen un lugar en la obra del Maestro. Poseen facultades sin desarrollarse que, una vez despiertas, los habilitarán para ocupar lugares mucho más destacados que los de aquellos de quienes se esperaba más.—Consejos para los Maestros Padres y Alumnos, 110; 89 (1913). 1MCP89 155.1

Los hábitos rara vez se cambian más tarde—Lo que el niño ve y oye está trazando profundas líneas en la tierna mente, que ninguna circunstancia posterior de la vida podrá borrar del todo. Entonces el intelecto está tomando forma y los afectos están recibiendo dirección y fortaleza. Los actos repetidos en cierto sentido se convierten en hábitos. Estos se pueden modificar mediante una severa educación, en la vida posterior, pero rara vez se cambian.—Conducción del Niño, 184, 185 (1880). 1MCP89 155.2

Influencia sanadora de la bondad—Bajo la influencia de la mansedumbre, la bondad y la amabilidad, se crea una atmósfera que sana y no destruye.—MeM 156 (1906). 1MCP89 155.3