Reina Valera 1989
Hechos 22
1 —Hermanos y padres, oíd ahora mi defensa ante vosotros.
2 Cuando oyeron que Pablo les hablaba en lengua hebrea, guardaron aun mayor silencio. Entonces dijo:
3 —Soy un hombre judío, nacido en Tarso de Cilicia pero criado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel en la estricta observancia de la ley de nuestros padres, siendo celoso de Dios como lo sois todos vosotros hoy.
4 Yo perseguí este Camino hasta la muerte, tomando presos y entregando a las cárceles a hombres y también a mujeres,
5 como aun el sumo sacerdote me es testigo, y todos los ancianos de quienes también recibí cartas para los hermanos. Y fui a Damasco para traer presos a Jerusalén a los que estaban allí, para que fuesen castigados.
6 Pero me sucedió, cuando viajaba y llegaba cerca de Damasco, como a mediodía, que de repente me rodeó de resplandor una gran luz del cielo.
7 Yo caí al suelo y oí una voz que me decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”
8 Entonces yo respondí: “¿Quién eres, Señor?” Y me dijo: “Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues.”
9 A la verdad, los que estaban conmigo vieron la luz, pero no entendieron la voz del que hablaba conmigo.
10 Yo dije: “¿Qué haré, Señor?” Y el Señor me dijo: “Levántate y vé a Damasco, y allí se te dirá todo lo que te está ordenado hacer.”
11 Como no podía ver a causa del resplandor de aquella luz, fui guiado de la mano por los que estaban conmigo, y entré en Damasco.
12 Entonces un tal Ananías, hombre piadoso conforme a la ley, que tenía buen testimonio de todos los judíos que moraban allí,
13 vino a mí y puesto de pie me dijo: “Hermano Saulo, recibe la vista.” Y yo le vi en aquel instante.
14 Y él me dijo: “El Dios de nuestros padres te ha designado de antemano para que conozcas su voluntad y veas al Justo, y oigas la voz de su boca.
15 Porque serás testigo suyo ante todos los hombres de lo que has visto y oído.
16 Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre.”
17 Entonces, cuando volví a Jerusalén, mientras oraba en el templo, sucedió que caí en éxtasis
18 y vi al Señor que me decía: “Date prisa y sal de inmediato de Jerusalén, porque no recibirán tu testimonio acerca de mí.”
19 Y yo dije: “Señor, ellos saben bien que yo andaba encarcelando y azotando a los que creían en ti en todas las sinagogas;
20 y cuando se derramaba la sangre de tu testigo Esteban, yo también estaba presente, aprobaba su muerte y guardaba la ropa de los que le mataban.”
21 Pero él me dijo: “Anda, porque yo te enviaré lejos, a los gentiles.”
22 Le escucharon hasta esta palabra. Entonces alzaron la voz diciendo: —¡Quita de la tierra a tal hombre, porque no conviene que viva!
23 Como ellos daban voces, arrojaban sus ropas y echaban polvo al aire,
24 el tribuno mandó que metieran a Pablo en la fortaleza y ordenó que le sometieran a interrogatorio mediante azotes, para saber por qué causa daban voces así contra él.
25 Pero apenas lo estiraron con las correas, Pablo dijo al centurión que estaba presente: —¿Os es lícito azotar a un ciudadano romano que no ha sido condenado?
26 Cuando el centurión oyó esto, fue e informó al tribuno diciendo: —¿Qué vas a hacer? Pues este hombre es romano.
27 Vino el tribuno y le dijo: —Dime, ¿eres tú romano? Y él dijo: —Sí.
28 El tribuno respondió: —Yo logré esta ciudadanía con una gran suma. Entonces Pablo dijo: —Pero yo la tengo por nacimiento.
29 Así que, en seguida se retiraron de él los que le iban a interrogar. También el tribuno tuvo temor cuando supo que Pablo era ciudadano romano y que le había tenido atado.
30 Al día siguiente, queriendo saber con certeza la verdadera razón por la que era acusado por los judíos, le desató y mandó reunir a todos los principales sacerdotes y a todo el Sanedrín de ellos. Y sacando a Pablo, lo presentó delante de ellos.