Reina Valera 1989
Hechos 5
1 Pero cierto hombre llamado Ananías, juntamente con Safira su mujer, vendió una posesión.
2 Con el conocimiento de su mujer, sustrajo del precio; y llevando una parte, la puso a los pies de los apóstoles.
3 Y Pedro dijo: —Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para mentir al Espíritu Santo y sustraer del precio del campo?
4 Reteniéndolo, ¿acaso no seguía siendo tuyo? Y una vez vendido, ¿no estaba bajo tu autoridad? ¿Por qué propusiste en tu corazón hacer esto? No has mentido a los hombres, sino a Dios.
5 Entonces Ananías, oyendo estas palabras, cayó y expiró. Y gran temor sobrevino a todos los que lo oían.
6 Luego se levantaron los jóvenes y le envolvieron. Y sacándole fuera, lo sepultaron.
7 Después de un intervalo de unas tres horas, sucedió que entró su mujer, sin saber lo que había acontecido.
8 Entonces Pedro le preguntó: —Dime, ¿vendisteis en tanto el campo? Ella dijo: —Sí, en tanto.
9 Y Pedro le dijo: —¿Por qué os pusisteis de acuerdo para tentar al Espíritu del Señor? He aquí los pies de los que han sepultado a tu marido están a la puerta, y te sacarán a ti.
10 De inmediato, ella cayó a los pies de él y expiró. Cuando los jóvenes entraron, la hallaron muerta; la sacaron y la sepultaron junto a su marido.
11 Y gran temor sobrevino a la iglesia entera y a todos los que oían de estas cosas.
12 Por las manos de los apóstoles se hacían muchos milagros y prodigios entre el pueblo, y estaban todos de un solo ánimo en el pórtico de Salomón.
13 Pero ninguno de los demás se atrevía a juntarse con ellos, aunque el pueblo les tenía en gran estima.
14 Los que creían en el Señor aumentaban cada vez más, gran número así de hombres como de mujeres;
15 de modo que hasta sacaban los enfermos a las calles y los ponían en camillas y colchonetas, para que cuando Pedro pasara, por lo menos su sombra cayese sobre alguno de ellos.
16 También de las ciudades vecinas a Jerusalén, concurría una multitud trayendo enfermos y atormentados por espíritus impuros; y todos eran sanados.
17 Entonces se levantó el sumo sacerdote y todos los que estaban con él, esto es, la secta de los saduceos, y se llenaron de celos.
18 Echaron mano a los apóstoles y los pusieron en la cárcel pública.
19 Pero un ángel del Señor abrió de noche las puertas de la cárcel y al conducirlos fuera dijo:
20 “Id, y de pie en el templo, hablad al pueblo todas las palabras de esta vida.”
21 Habiendo oído esto, entraron en el templo al amanecer y enseñaban. Mientras tanto, el sumo sacerdote y los que estaban con él fueron y convocaron al Sanedrín con todos los ancianos de los hijos de Israel. Luego enviaron a la cárcel para que fuesen traídos.
22 Cuando los oficiales llegaron y no los hallaron en la cárcel, regresaron y dieron las noticias
23 diciendo: —Hallamos la cárcel cerrada con toda seguridad, y a los guardias de pie a las puertas. Pero cuando abrimos, no hallamos a nadie dentro.
24 Como oyeron estas palabras, el capitán de la guardia del templo y los principales sacerdotes quedaron perplejos en cuanto a ellos y en qué vendría a parar esto.
25 Pero vino alguien y les dio esta noticia: —He aquí los hombres que echasteis en la cárcel están de pie en el templo, enseñando al pueblo.
26 Entonces fue el capitán de la guardia del templo con los oficiales; y los llevaron, pero sin violencia, porque temían ser apedreados por el pueblo.
27 Cuando los trajeron, los presentaron al Sanedrín, y el sumo sacerdote les preguntó
28 diciendo: —¿No os mandamos estrictamente que no enseñaseis en este nombre? ¡Y he aquí habéis llenado a Jerusalén con vuestra doctrina y queréis echar sobre nosotros la sangre de este hombre!
29 Pero respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: —Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres.
30 El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero.
31 A éste, lo ha enaltecido Dios con su diestra como Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados.
32 Nosotros somos testigos de estas cosas, y también el Espíritu Santo que Dios ha dado a los que le obedecen.
33 Los que escuchaban se enfurecían y deseaban matarles.
34 Entonces se levantó en el Sanedrín cierto fariseo llamado Gamaliel, maestro de la ley, honrado por todo el pueblo, y mandó que sacasen a los hombres por un momento.
35 Entonces les dijo: —Hombres de Israel, cuidaos vosotros de lo que vais a hacer a estos hombres.
36 Porque antes de estos días se levantó Teudas, diciendo que él era alguien. A éste se unieron como cuatrocientos hombres. Pero él fue muerto, y todos los que le seguían fueron dispersados y reducidos a la nada.
37 Después de éste, se levantó Judas el galileo en los días del censo, y arrastró gente tras sí. Aquél también pereció, y todos los que le seguían fueron dispersados.
38 En el presente caso, os digo: Apartaos de estos hombres y dejadles ir. Porque si este consejo o esta obra es de los hombres, será destruida.
39 Pero si es de Dios, no podréis destruirles. ¡No sea que os encontréis luchando contra Dios!
40 Fueron persuadidos por Gamaliel. Y llamaron a los apóstoles, y después de azotarles les prohibieron hablar en el nombre de Jesús, y los dejaron libres.
41 Por lo tanto, ellos partieron de la presencia del Sanedrín, regocijándose porque habían sido considerados dignos de padecer afrenta por causa del Nombre.
42 Y todos los días, en el templo y de casa en casa, no cesaban de enseñar y anunciar la buena nueva de que Jesús es el Cristo.