Reina Valera 1989

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Marcos 8

1 En aquellos días, ya que otra vez había una gran multitud y no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:

2 —Tengo compasión de la multitud, porque ya hace tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer.

3 Si les despido a sus casas en ayunas, se desmayarán en el camino; y algunos de ellos han venido de lejos.

4 Sus discípulos le respondieron: —¿De dónde podrá alguien saciar a éstos de pan, aquí en el desierto?

5 Y les preguntó: —¿Cuántos panes tenéis? Ellos dijeron: —Siete.

6 Entonces él mandó a la multitud recostarse en tierra. Tomó los siete panes, y habiendo dado gracias, los partió y daba a sus discípulos para que ellos los sirviesen. Y ellos los sirvieron a la multitud.

7 También tenían unos pocos pescaditos. Y después de bendecirlos, él mandó que también los sirviesen.

8 Comieron y se saciaron, y recogieron siete cestas de los pedazos que habían sobrado.

9 Y eran como cuatro mil. El los despidió;

10 y luego, entrando en la barca con sus discípulos, se fue a la región de Dalmanuta.

11 Salieron los fariseos y comenzaron a discutir con él, pidiéndole una señal del cielo, para probarle.

12 El suspiró profundamente en su espíritu y dijo: “¿Por qué pide esta generación una señal? De cierto os digo que a esta generación no se le dará ninguna señal.”

13 Y dejándolos, volvió a entrar en la barca y cruzó a la otra orilla.

14 Se habían olvidado de llevar pan, y no tenían consigo en la barca sino un solo pan.

15 Y él les mandó, diciendo: —Mirad; guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes.

16 Ellos discutían los unos con los otros, porque no tenían pan.

17 Como Jesús lo entendió, les dijo: —¿Por qué discutís? ¿Porque no tenéis pan? ¿Todavía no entendéis ni comprendéis? ¿Tenéis endurecido vuestro corazón?

18 Teniendo ojos, ¿no veis? Teniendo oídos, ¿no oís? ¿No os acordáis?

19 Cuando partí los cinco panes entre cinco mil, ¿cuántas canastas llenas de pedazos recogisteis? Ellos dijeron: —Doce.

20 —Y cuando repartí los siete panes entre los cuatro mil, ¿cuántas cestas llenas de pedazos recogisteis? Ellos dijeron: —Siete.

21 El les preguntó: —¿Todavía no comprendéis?

22 Jesús fue a Betsaida, y le trajeron un ciego y le rogaban que lo tocase.

23 Entonces tomando al ciego de la mano, le sacó fuera de la aldea. Después de mojarle los ojos con saliva e imponerle las manos, le preguntó: —¿Ves algo?

24 Al mirar, él decía: —Veo a los hombres, pero los veo como árboles que andan.

25 Luego puso otra vez las manos sobre sus ojos, y miró intensamente. Y fue restaurada su vista, y veía todo de lejos y claramente.

26 Entonces Jesús le envió a su casa, diciéndole: —No entres en la aldea.

27 Salieron Jesús y sus discípulos por las aldeas de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó a sus discípulos diciendo: —¿Quién dice la gente que soy yo?

28 Ellos respondieron: —Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; otros, uno de los profetas.

29 Entonces él les preguntó: —Pero vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Pedro le dijo: —¡Tú eres el Cristo!

30 El les mandó enérgicamente que no hablasen a nadie acerca de él.

31 Luego comenzó a enseñarles que era necesario que el Hijo del Hombre padeciese mucho, que fuese desechado por los ancianos, los principales sacerdotes y los escribas, y que fuese muerto y resucitado después de tres días.

32 Les decía esto claramente. Entonces Pedro le tomó aparte y comenzó a reprenderle.

33 Pero él se dio vuelta, y mirando a sus discípulos reprendió a Pedro diciéndole: —¡Quítate de delante de mí, Satanás! Porque no piensas en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.

34 Y llamó a sí a la gente, juntamente con sus discípulos, y les dijo: —Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.

35 Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará.

36 Pues, ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero y perder su alma?

37 Porque, ¿qué dará el hombre en rescate por su alma?

38 Pues el que se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.