Reina Valera 1989

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Mateo 8

1 Cuando descendió del monte, le siguió mucha gente.

2 Y he aquí vino un leproso y se postró ante él diciendo: —¡Señor, si quieres, puedes limpiarme!

3 Jesús extendió la mano y le tocó diciendo: —Quiero. ¡Sé limpio! Y al instante quedó limpio de la lepra.

4 Entonces Jesús le dijo: —Mira, no lo digas a nadie; pero vé, muéstrate al sacerdote y ofrece la ofrenda que mandó Moisés, para testimonio a ellos.

5 Cuando Jesús entró en Capernaúm, vino a él un centurión y le rogó

6 diciendo: —Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, y sufre terribles dolores.

7 Y le dijo: —Yo iré y le sanaré.

8 Respondió el centurión y dijo: —Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo. Solamente di la palabra, y mi criado será sanado.

9 Porque yo también soy un hombre bajo autoridad y tengo soldados bajo mi mando. Si digo a éste: “Vé,” él va; si digo al otro: “Ven,” él viene; y si digo a mi siervo: “Haz esto,” él lo hace.

10 Cuando Jesús oyó esto, se maravilló y dijo a los que le seguían: —De cierto os digo que no he hallado tanta fe en ninguno en Israel.

11 Y os digo que muchos vendrán del oriente y del occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos,

12 pero los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera. Allí habrá llanto y crujir de dientes.

13 Entonces Jesús dijo al centurión: —Vé, y como creíste te sea hecho. Y su criado fue sanado en aquella hora.

14 Entró Jesús en la casa de Pedro, y vio que su suegra estaba postrada en cama con fiebre.

15 El le tocó la mano, y la fiebre la dejó. Luego ella se levantó y comenzó a servirle.

16 Al atardecer, trajeron a él muchos endemoniados. Con su palabra echó fuera a los espíritus y sanó a todos los enfermos,

17 de modo que se cumpliese lo dicho por medio del profeta Isaías, quien dijo: El mismo tomó nuestras debilidades y cargó con nuestras enfermedades.

18 Cuando se vio rodeado de una multitud, Jesús mandó que pasasen a la otra orilla.

19 Entonces se le acercó un escriba y le dijo: —Maestro, te seguiré a dondequiera que tú vayas.

20 Jesús le dijo: —Las zorras tienen cuevas, y las aves del cielo tienen nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza.

21 Otro de sus discípulos le dijo: —Señor, permíteme que primero vaya y entierre a mi padre.

22 Pero Jesús le dijo: —Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos.

23 El entró en la barca, y sus discípulos le siguieron.

24 Y de repente se levantó una tempestad tan grande en el mar que las olas cubrían la barca, pero él dormía.

25 Y acercándose, le despertaron diciendo: —¡Señor, sálvanos, que perecemos!

26 Y él les dijo: —¿Por qué estáis miedosos, hombres de poca fe? Entonces se levantó y reprendió a los vientos y al mar, y se hizo grande bonanza.

27 Los hombres se maravillaron y decían: —¿Qué clase de hombre es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?

28 Una vez llegado a la otra orilla, a la región de los gadarenos, le vinieron al encuentro dos endemoniados que habían salido de los sepulcros. Eran violentos en extremo, tanto que nadie podía pasar por aquel camino.

29 Y he aquí, ellos lanzaron gritos diciendo: —¿Qué tienes con nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?

30 Lejos de ellos estaba paciendo un gran hato de cerdos,

31 y los demonios le rogaron diciendo: —Si nos echas fuera, envíanos a aquel hato de cerdos.

32 El les dijo: —¡Id! Ellos salieron y se fueron a los cerdos, y he aquí todo el hato de cerdos se lanzó al mar por un despeñadero, y murieron en el agua.

33 Los que apacentaban los cerdos huyeron, se fueron a la ciudad y lo contaron todo, aun lo que había pasado a los endemoniados.

34 Y he aquí, toda la ciudad salió al encuentro de Jesús; y cuando le vieron, le rogaban que se fuera de sus territorios.