La Segunda Venida y el Cielo

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Capítulo 19—La música del cielo

El nuevo canto que pronto se cantará—Hay un día que pronto ha de amanecer en que los misterios de Dios serán comprendidos, y todos sus caminos vindicados; cuando la justicia, la misericordia y el amor serán los atributos de su trono. Cuando la guerra terrenal haya terminado, y los santos estén todos reunidos en el hogar, nuestro primer tema será el cántico de Moisés, el siervo de Dios. El segundo tema será el cántico del Cordero, el cántico de gracia y redención. Este canto será más alto, y se entonará en estrofas más sublimes, resonando por los atrios celestiales. Así se canta el cántico de la providencia de Dios, que relaciona las variadas dispensaciones; porque todo se ve ahora sin que haya un velo entre lo legal, lo profético y el evangelio. SVC 169.1

La historia de la iglesia en la tierra y la iglesia redimida en el cielo tienen su centro en la cruz del Calvario. Este es el tema, éste es el canto—Cristo el todo y en todo—, en antífonas y alabanzas que resuenan por los cielos entonadas por millares y por diez mil veces diez mil, y una innumerable compañía de la hueste de los redimidos. Todos se unen en este cántico de Moisés y del Cordero. Es un cántico nuevo, porque nunca antes se ha entonado en el cielo.—Testimonios para los Ministros, 440. SVC 169.2

Los ángeles reciben al Rey y sus redimidos con un canto de triunfo—En aquel día los redimidos resplandecerán en la gloria del Padre y del Hijo. Tocando sus arpas de oro, los ángeles darán la bienvenida al Rey y a los trofeos de su victoria: los que fueron lavados y emblanquecidos en la sangre del Cordero. Se elevará un canto de triunfo que llenará todo el cielo. Cristo habrá vencido. Entrará en los atrios celestiales acompañado por sus redimidos, testimonios de que su misión de sufrimiento y sacrificio no fue en vano.—Joyas de los Testimonios 3:432. SVC 170.1

Música celestial—El profeta percibe allí sonido de música y de canto, cual no ha sido oído por oído mortal alguno ni concebido por mente humana alguna, a no ser en visiones de Dios. “Y los redimidos de Jehová volverán, y vendrán a Sión con alegría; y gozo perpetuo será sobre sus cabezas: y retendrán el gozo y alegría, y huirá la tristeza y el gemido”. “Hallarse ha en ella alegría y gozo, alabanza y voz de cantar”. “Y habrá cantores con músicos de flautas”. (V.M.) “Estos alzarán su voz, cantarán gozosos en la grandeza de Jehová” Isaías 35:10; 51:3; Salmos 87:7; Isaías 24:14.—La Historia de Profetas y Reyes, 539. SVC 170.2

¡Qué canto será aquel cuando los rescatados del Señor se encuentren en las puertas de la Santa Ciudad, que girarán sobre sus resplandecientes goznes, y las gentes que hayan guardado su Palabra—sus mandamientos—entrarán en la ciudad, cuando la corona del vencedor sea colocada sobre la cabeza de cada uno y sean puestas arpas de oro en sus manos! Todo el cielo resonará con preciosa música y cantos de alabanza al Cordero. ¡Salvados, eternamente salvados en el reino de la gloria! Tener una vida que se mide con la vida de Dios: esa es la recompensa.—Comentario Bíblico Adventista 7:993. SVC 170.3

Los 144.000 cantan sobre su experiencia—Sobre el mar de cristal ese mar de vidrio que parece revuelto con fuego por lo mucho que resplandece con la gloria de Dios—hállase reunida la compañía de los que salieron victoriosos “de la bestia, y de su imagen, y de su señal, y del número de su nombre”. Con el Cordero en el monte de Sion, “teniendo las arpas de Dios”, están en pie los ciento cuarenta y cuatro mil que fueron redimidos de entre los hombres; se oye una voz, como el estruendo de muchas aguas y como el estruendo de un gran trueno, “una voz de tañedores de arpas que tañían con sus arpas”. Cantan “un cántico nuevo” delante del trono, un cántico que nadie podía aprender sino aquellos ciento cuarenta y cuatro mil. Es el cántico de Moisés y del Cordero, un canto de liberación. Ninguno sino los ciento cuarenta y cuatro mil pueden aprender aquel cántico, pues es el cántico de su experiencia—una experiencia que ninguna otra compañía ha conocido jamás. Son “éstos, los que siguen al Cordero por donde quiera que fuere”. Habiendo sido trasladados de la tierra, de entre los vivos, son contados por “primicias para Dios y para el Cordero”. Apocalipsis 15:2, 3; 14:1-5.—El Conflicto de los Siglos, 706, 707. SVC 171.1

“En su templo todo proclama su gloria”, el canto que cantarán los redimidos, el canto de su experiencia, declarará la gloria de Dios: “Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos. ¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? Pues sólo tú eres santo”.—La Educación, 308, 309. SVC 171.2

Pasaron para siempre los días de sufrimiento y llanto. El Rey de gloria ha secado las lágrimas de todos los semblantes; toda causa de pesar ha sido alejada. Mientras agitan las palmas, dejan oír un canto de alabanza, claro, dulce y armonioso; cada voz se une a la melodía, hasta que entre las bóvedas del cielo repercute el clamor.—El Conflicto de los Siglos, 708. SVC 171.3

Cuando las naciones de los salvos miren a su Redentor y vean la gloria eterna del Padre brillar en su rostro; cuando contemplen su trono, que es desde la eternidad hasta la eternidad, y sepan que su reino no tendrá fin, entonces prorrumpirán en un cántico de júbilo: “¡Digno, digno es el Cordero que fue inmolado, y nos ha redimido para Dios con su propia preciosísima sangre!”—El Conflicto de los Siglos, 709, 710. SVC 172.1

Los redimidos tocarán hermosa música en el cielo—Vi después un gran número de ángeles que traían de la ciudad brillantes coronas, una para cada santo, cuyo nombre estaba inscrito en ella. A medida que Jesús pedía las coronas, los ángeles se las presentaban y con su propia diestra el amable Jesús las ponía en la cabeza de los santos. Asimismo los ángeles trajeron arpas y Jesús las presentó a los santos. Los caudillos de los ángeles preludiaban la nota del cántico que era luego entonado por todas las voces en agradecida y dichosa alabanza. Todas las manos pulsaban hábilmente las cuerdas del arpa y dejaban oír melodiosa música en fuertes y perfectos acordes. Después vi que Jesús conducía a los redimidos a la puerta de la ciudad; y al llegar a ella la hizo girar sobre sus goznes relumbrantes y mandó que entraran todas las gentes que hubiesen guardado la verdad. Dentro de la ciudad había todo lo que pudiese agradar a la vista. Por doquiera los redimidos contemplaban abundante gloria. Jesús miró entonces a sus redimidos santos, cuyo semblante irradiaba gloria, y fijando en ellos sus ojos bondadosos les dijo con voz rica y musical: “Contemplo el trabajo de mi alma, y estoy satisfecho. Vuestra es esta excelsa gloria para que la disfrutéis eternamente. Terminaron vuestros pesares. No habrá más muerte ni llanto ni pesar ni dolor”. Vi que la hueste de los redimidos se postraba y echaba sus brillantes coronas a los pies de Jesús, y cuando su bondadosa mano los alzó del suelo, pulsaron sus áureas arpas y llenaron el cielo con su deleitosa música y cánticos al Cordero.—Primeros Escritos, 288. SVC 172.2

Antes de entrar en la ciudad de Dios, el Salvador confiere a sus discípulos los emblemas de la victoria, y los cubre con las insignias de su dignidad real. Las huestes resplandecientes son dispuestas en forma de un cuadrado hueco en derredor de su Rey, cuya majestuosa estatura sobrepasa en mucho a la de los santos y de los ángeles, y cuyo rostro irradia amor benigno sobre ellos. De un cabo a otro de la innumerable hueste de los redimidos, toda mirada está fija en él, todo ojo contempla la gloria de Aquel cuyo aspecto fue desfigurado “más que el de cualquier hombre, y su forma más que la de los hijos de Adán”. SVC 173.1

Sobre la cabeza de los vencedores, Jesús coloca con su propia diestra la corona de gloria. Cada cual recibe una corona que lleva su propio “nombre nuevo” (Apocalipsis 2:17), y la inscripción: “Santidad a Jehová”. A todos se les pone en la mano la palma de la victoria y el arpa brillante. Luego que los ángeles que mandan dan la nota, todas las manos tocan con maestría las cuerdas de las arpas, produciendo dulce música en ricos y melodiosos acordes. Dicha indecible estremece todos los corazones, y cada voz se eleva en alabanzas de agradecimiento. “Al que nos amó, y nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reyes y sacerdotes para Dios y su Padre; a él sea gloria e imperio para siempre jamás”. Apocalipsis 1:5, 6.—El Conflicto de los Siglos, 703, 704. SVC 173.2

La música perfecta del cielo—Se me ha mostrado el orden, el perfecto orden, en el cielo y he quedado extasiada escuchando la música perfecta de ese lugar. Después de salir de la visión, el canto de aquí me ha parecido muy áspero y discordante. He visto compañías de ángeles ubicados en una plaza baja, cada uno con una arpa de oro... Hay un ángel que siempre conduce, que siempre toca primero el arpa y da la nota, y luego todos se unen en la exquisita y perfecta música del cielo. No puedo describirla. Es una melodía celestial, divina, mientras cada rostro refleja la imagen de Jesús, con un fulgor de gloria inenarrable.—El Evangelismo, 378, 379. SVC 174.1

Un canto que se entona primero en la tierra—Los redimidos echan sus relucientes coronas a los pies de Jesús. El coro angelical hace resonar la nota de victoria y los ángeles de las dos columnas entonan el canto, y la hueste de los redimidos se une a él como si hubieran cantado el himno en la tierra, y así fue. SVC 174.2

¡Oh, qué música! No hay una sola nota discordante. Cada voz proclama: “El Cordero que fue inmolado es digno”. El ve la aflicción de su alma, y queda satisfecho. ¿Creéis que alguno empleará allí tiempo para contar sus pruebas y terribles dificultades? “De lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento”. “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos”.—Comentario Bíblico Adventista 6:1093. SVC 174.3

Cantemos aquí el canto del cielo—Jesús viene pronto, y nuestra posición debería caracterizarse por una actitud de espera y de vigilia en anticipación a su llegada. No deberíamos permitir que nada se interponga entre Jesús y nosotros. Aquí tenemos que aprender el cántico del cielo, para que cuando nuestra lucha haya concluido nos podamos unir al himno de los ángeles celestiales en la ciudad de Dios. ¿Cuál es ese canto? Es la alabanza, el honor y la gloria que se le rinden a Aquel que está sentado sobre el trono y al Cordero por los siglos de los siglos.—Exaltad a Jesús, 366. SVC 174.4

Todo acto de justicia, misericordia y benevolencia, produce melodía en el cielo.—Servicio Cristiano Eficaz, 234. SVC 175.1

Al abrir vuestra puerta a los menesterosos y dolientes hijos de Cristo, estáis dando la bienvenida a ángeles invisibles. Invitáis la compañía de los seres celestiales. Ellos traen una sagrada atmósfera de gozo y paz. Vienen con alabanzas en los labios, y una nota de respuesta se oye en el cielo. Cada hecho de misericordia produce música allí. Desde su trono, el Padre cuenta entre sus más preciosos tesoros a los que trabajan abnegadamente.—El Deseado de Todas las Gentes, 594. SVC 175.2