La Segunda Venida y el Cielo

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Capítulo 15—La tierra renovada

Más glorioso de lo que podemos imaginar—El león, al que tanto tememos aquí, se acostará con el cordero, todo en la tierra nueva será paz y armonía. Los árboles serán derechos y elevados, y no tendrán ninguna deformidad. SVC 127.1

Los santos ceñirán coronas de gloria sobre sus cabezas y tendrán arpas de oro en las manos. Tañirán esas arpas de oro, cantarán acerca del amor redentor y elevarán melodías a Dios. Olvidarán las pruebas y los sufrimientos que tuvieron en este mundo, que desaparecerán en medio de las glorias de la tierra nueva. SVC 127.2

Todo lo que hay de bello en nuestro hogar terrenal tendría que hacernos pensar en el río de cristal y los verdes prados, los árboles cimbreantes y las fuentes vivas, la ciudad resplandeciente y los cantores vestidos de blanco de nuestro hogar celestial, mundo de hermosura que ningún artista puede representar en el lienzo, y que ninguna lengua mortal puede describir. Represéntese vuestra imaginación la morada de los justos; y recordad que será más gloriosa que cuanto pueda figurarse la más brillante imaginación. SVC 127.3

El lenguaje humano es incapaz de describir la recompensa de los justos. La conocerán sólo los que la vean.—Maranata: El Senor Viene, 353. SVC 127.4

El temor de hacer aparecer la futura herencia de los santos demasiado material ha inducido a muchos a espiritualizar aquellas verdades que nos hacen considerar la tierra como nuestra morada. Cristo aseguró a sus discípulos que iba a preparar mansiones para ellos en la casa de su Padre. Los que aceptan las enseñanzas de la Palabra de Dios no ignorarán por completo lo que se refiere a la patria celestial. Y sin embargo son “cosas que ojo no vio, ni oído oyó, y que jamás entraron en pensamiento humano las cosas grandes que ha preparado Dios para los que le aman”. 1 Corintios 2:9 (VM). El lenguaje humano no alcanza a describir la recompensa de los justos. Sólo la conocerán quienes la contemplen. Ninguna inteligencia limitada puede comprender la gloria del paraíso de Dios.—El Conflicto de los Siglos, 654. SVC 128.1

El jardín del Edén restaurado—El huerto del Edén permaneció en la tierra mucho tiempo después que el hombre fuera expulsado de sus agradables senderos. Durante mucho tiempo después, se le permitió a la raza caída contemplar de lejos el hogar de la inocencia, cuya entrada estaba vedada por los vigilantes ángeles. En la puerta del paraíso, custodiada por querubines, se revelaba la gloria divina. Allí iban Adán y sus hijos a adorar a Dios. Allí renovaban sus votos de obediencia a aquella ley cuya transgresión los había arrojado del Edén. Cuando la ola de iniquidad cubrió al mundo, y la maldad de los hombres trajo su destrucción por medio del diluvio, la mano que había plantado el Edén lo quitó de la tierra. Pero en la final restitución, cuando haya “un cielo nuevo, y una tierra nueva”, ha de ser restaurado más gloriosamente embellecido que al principio. SVC 128.2

Entonces los que hayan guardado los mandamientos de Dios respirarán llenos de inmortal vigor bajo el árbol de la vida; y a través de las edades sin fin los habitantes de los mundos sin pecado contemplarán en aquel huerto de delicias un modelo de la perfecta obra de la creación de Dios, incólume de la maldición del pecado, una muestra de lo que toda la tierra hubiera llegado a ser si el hombre hubiera cumplido el glorioso plan de Dios.—El Hogar Cristiano, 488. SVC 129.1

Los redimidos crecerán hasta alcanzar la “estatura perfecta”—Todas las imperfecciones y deformidades quedan en la tumba. Reintegrados en su derecho al árbol de la vida, en el desde tanto tiempo perdido Edén, los redimidos crecerán hasta alcanzar la estatura perfecta de la raza humana en su gloria primitiva. Las últimas señales de la maldición del pecado serán quitadas, y los fieles discípulos de Cristo aparecerán en “la hermosura de Jehová nuestro Dios”, reflejando en espíritu, cuerpo y alma la imagen perfecta de su Señor. ¡Oh maravillosa redención, tan descrita y tan esperada, contemplada con anticipación febril, pero jamás enteramente comprendida!—El Conflicto de los Siglos, 703. SVC 129.2

La visión de la Señora White de la tierra nueva—Con Jesús al frente, descendimos todos de la ciudad a la tierra, y nos posamos sobre una gran montaña que, incapaz de sostener a Jesús, se partió en dos, de modo que quedó hecha una vasta llanura. Miramos entonces y vimos la gran ciudad con doce cimientos y doce puertas, tres en cada uno de sus cuatro lados y un ángel en cada puerta. Todos exclamamos: “¡La ciudad! ¡la gran ciudad! ¡ya baja, ya baja de Dios, del cielo”. Descendió, pues, la ciudad, y se asentó en el lugar donde estábamos. SVC 129.3

Comenzamos entonces a mirar las espléndidas afueras de la ciudad. Allí vi bellísimas casas que parecían de plata, sostenidas por cuatro columnas engastadas de preciosas perlas muy admirables a la vista. Estaban destinadas a ser residencias de los santos. En cada una había un anaquel de oro. Vi a muchos santos que entraban en las casas y, quitándose las resplandecientes coronas, las colocaban sobre el anaquel. Después salían al campo contiguo a las casas para hacer algo con la tierra, aunque no en modo alguno como para cultivarla como hacemos ahora. Una gloriosa luz circundaba sus cabezas, y estaban continuamente alabando a Dios. SVC 129.4

Vi otro campo lleno de toda clase de flores, y al cortarlas, exclamé: “No se marchitarán”. Después vi un campo de alta hierba, cuyo hermosísimo aspecto causaba admiración. Era de color verde vivo, y tenía reflejos de plata y oro al ondular gallardamente para gloria del Rey Jesús. Luego entramos en un campo lleno de toda clase de animales: el león, el cordero, el leopardo y el lobo, todos vivían allí juntos en perfecta unión. Pasamos por en medio de ellos, y nos siguieron mansamente. De allí fuimos a un bosque, no sombrío como los de la tierra actual, sino esplendente y glorioso en todo. Las ramas de los árboles se mecían de uno a otro lado, y exclamamos todos: “Moraremos seguros en el desierto y dormiremos en los bosques”. Atravesamos los bosques en camino hacia el monte de Sion... SVC 130.1

En el trayecto encontramos a un grupo que también contemplaba la hermosura del paraje. Advertí que el borde de sus vestiduras era rojo; llevaban mantos de un blanco purísimo y muy brillantes coronas. Cuando los saludamos pregunté a Jesús quiénes eran, y me respondió que eran mártires que habían sido muertos por su nombre. Los acompañaba una innúmera hueste de pequeñuelos que también tenían un ribete rojo en sus vestiduras. El monte de Sion estaba delante de nosotros, y sobre el monte había un hermoso templo. Lo rodeaban otros siete montes donde crecían rosas y lirios. Los pequeñuelos trepaban por los montes o, si lo preferían, usaban sus alitas para volar hasta la cumbre de ellos y recoger inmarcesibles flores. Toda clase de árboles hermoseaban los alrededores del templo: el boj, el pino, el abeto, el olivo, el mirto, el granado y la higuera doblegada bajo el peso de sus maduros higos, todos embellecían aquel paraje. Cuando íbamos a entrar en el santo templo, Jesús alzó su melodiosa voz y dijo: “Únicamente los 144.000 entran en este lugar”. Y exclamamos: “¡Aleluya!” SVC 130.2

Este templo estaba sostenido por siete columnas de oro transparente, con engastes de hermosísimas perlas. No me es posible describir las maravillas que vi. ¡Oh, si yo supiera el idioma de Canaán ¡Entonces podría contar algo de la gloria del mundo mejor! Vi tablas de piedra en que estaban esculpidos en letras de oro los nombres de los 144.000. Después de admirar la gloria del templo, salimos y Jesús nos dejó para ir a la ciudad. Pronto oímos su amable voz que decía: “Venid, pueblo mío; habéis salido de una gran tribulación y hecho mi voluntad. Sufristeis por mí. Venid a la cena, que yo me ceñiré para serviros”. Nosotros exclamamos: “¡Aleluya! ¡Gloria!” y entramos en la ciudad. Vi una mesa de plata pura, de muchos kilómetros de longitud y sin embargo nuestra vista la abarcaba toda. Vi el fruto del árbol de la vida, el maná, almendras, higos, granadas, uvas y muchas otras especies de frutas. Le rogué a Jesús que me permitiese comer del fruto y respondió: “Todavía no. Quienes comen del fruto de este lugar ya no vuelven a la tierra. Pero si eres fiel, no tardarás en comer del fruto del árbol de la vida y beber del agua del manantial”. Y añadió: “Debes volver de nuevo a la tierra y referir a otros lo que se te ha revelado”. Entonces un ángel me transportó suavemente a este oscuro mundo.—Primeros Escritos, 17-19. SVC 131.1

En el cielo todo es pureza y paz—Solo a través de Cristo usted puede estar seguro del cielo, donde todo es pureza, santidad, paz y bienaventuranza, donde hay glorias que ningún labio mortal puede describir. Lo más cerca que podemos llegar a una descripción de la recompensa que aguarda al vencedor es decir que es un peso de gloria mucho más abundante y eterno. Será una eternidad de bienaventuranza, una bendita eternidad, revelando nuevas glorias por las edades sin fin.—Testimonies for the Church 8:131. SVC 132.1

No habrá árbol del bien y del mal en la tierra nueva—En la escuela de la vida futura no se hallarán todas las condiciones de la primera escuela del Edén. Ningún árbol del conocimiento del bien y del mal ofrecerá oportunidad a la tentación. No hay allí tentador ni posibilidad de injusticia. Todos los caracteres han resistido la prueba del mal, y han dejado de ser susceptibles a su poder.—La Educación, 291, 292. SVC 132.2

No habrá mar—El mar separa a los amigos; es una barrera entre nosotros y aquellos a quienes amamos. Nuestras relaciones son interrumpidas por el ancho e insondable océano. En la tierra nueva no habrá mar ni lugar por donde “andará galera de remos”. En lo pasado muchos que han amado y servido a Dios estuvieron atados a sus asientos en las galeras, obligados a servir a los propósitos de hombres crueles y despiadados. El Señor contempló su sufrimiento con simpatía y compasión. Gracias a Dios, en la tierra renovada no habrá torrentes impetuosos, ni profundos océanos, ni murmurantes olas que se mueven sin cesar.—Maranata: El Senor Viene, 349. SVC 132.3

No más lágrimas o funerales—Cuando entremos en el reino de Dios para pasar allí la eternidad, las pruebas, las dificultades y las perplejidades que tuvimos, se hundirán en la insignificancia. SVC 133.1

En el hogar de los redimidos no habrá lágrimas, ni cortejos fúnebres, ni indicios de luto. “No dirá el morador: Estoy enfermo: al pueblo que more en ella le será perdonada la iniquidad”. Isaías 33:24. Nos invadirá una grandiosa ola de felicidad que irá ahondándose a medida que transcurra la eternidad... Penetre nuestra fe a través de toda nube de tinieblas, y contemplemos a Aquel que murió por los pecados del mundo. Abrió las puertas del paraíso para todos los que reciban y crean en él. Les da la potestad de llegar a ser hijos e hijas de Dios. Permitamos que las aflicciones que tanto nos apenan y agravian sean lecciones instructivas, que nos enseñen a avanzar hacia la meta del premio de nuestra alta vocación en Cristo. Sintámonos alentados por el pensamiento de que el Señor vendrá pronto. Alegre nuestro corazón esta esperanza... SVC 133.2

Vamos hacia la patria. El que nos amó al punto de morir por nosotros, nos ha edificado una ciudad. La Nueva Jerusalén es nuestro lugar de descanso. No habrá tristeza en la ciudad de Dios. Nunca más se oirá el llanto ni la endecha de las esperanzas destrozadas y de los afectos tronchados. Pronto las vestiduras de pesar se trocarán por el manto de bodas. Pronto presenciaremos la coronación de nuestro Rey. Aquellos cuya vida quedó escondida con Cristo, aquellos que en esta tierra pelearon la buena batalla de la fe, resplandecerán con la gloria del Redentor en el reino de Dios.—Maranata: El Senor Viene, 363. SVC 133.3

No habrá casamientos ni nacimientos—Hay quienes hoy día expresan su creencia de que habrá casamientos y nacimientos en la tierra nueva, pero los que creen en las Escrituras no pueden aceptar tales doctrinas. La doctrina de que nacerán niños en la tierra nueva no es una parte de la “palabra profética más segura”. 2 Pedro 1:19. Las palabras de Cristo son demasiado claras para ser mal entendidas. Debieran resolver para siempre la cuestión de los casamientos y nacimientos en la tierra nueva. Ni los que serán levantados de los muertos ni los que serán trasladados sin ver la muerte se casarán o serán dados en casamiento. Serán como los ángeles de Dios, miembros de la familia real.—Maranata: El Senor Viene, 367. SVC 133.4

No más noche ni necesidad de descanso—En la ciudad de Dios “no habrá ya más noche”. Nadie necesitará ni deseará descanso. No habrá quien se canse haciendo la voluntad de Dios ni ofreciendo alabanzas a su nombre. Sentiremos siempre la frescura de la mañana, que nunca se agostará. “No necesitan luz de lámpara, ni luz del sol; porque el Señor Dios los alumbrará”. Apocalipsis 22:5 (VM). La luz del sol será sobrepujada por un brillo que sin deslumbrar la vista excederá sin medida la claridad de nuestro mediodía. La gloria de Dios y del Cordero inunda la ciudad santa con una luz que nunca se desvanece. Los redimidos andan en la luz gloriosa de un día eterno que no necesita sol.—El Conflicto de los Siglos, 655. SVC 134.1

No habrá templo, sino comunión cara a cara—“No vi templo en ella; porque el Señor Dios Todopoderoso, y el Cordero son el templo de ella”. Apocalipsis 21:22 (VM). El pueblo de Dios tiene el privilegio de tener comunión directa con el Padre y el Hijo. “Ahora vemos obscuramente, como por medio de un espejo”. 1 Corintios 13:12 (VM). Vemos la imagen de Dios reflejada como en un espejo en las obras de la naturaleza y en su modo de obrar para con los hombres; pero entonces le veremos cara a cara sin velo que nos lo oculte. Estaremos en su presencia y contemplaremos la gloria de su rostro.—El Conflicto de los Siglos, 735. SVC 134.2

No más dolor, enfermedad o muerte—Oh, cuánto anhelo que Jesús venga. Anhelo ese hogar en el reino de gloria donde no habrá enfermedad, ni tristeza, ni dolor, ni muerte.—Manuscript Releases 10:383. SVC 135.1

Ni contienda ni discordia—No hay voces de contienda que contaminen la dulce y perfecta paz del cielo. Sus habitantes no conocen tristeza, ni dolor, ni lágrimas. Todo está en perfecta armonía, en perfecto orden, y en perfecta bienaventuranza... SVC 135.2

El cielo es un lugar donde la simpatía mora en cada corazón y es expresada en cada mirada. Allí reina el amor. No hay elementos desagradables, ni discordia o contenciones o guerra de palabras.—Eventos de los Últimos Días, 300. SVC 135.3

El sábado continuará siendo observado en la tierra nueva—Se me mostró que la ley de Dios permanecerá inalterable por siempre y regirá en la nueva tierra por toda la eternidad. Cuando en la creación se echaron los cimientos de la tierra, los hijos de Dios contemplaron admirados la obra del Creador, y la hueste celestial prorrumpió en exclamaciones de júbilo. Entonces se echaron también los cimientos del sábado. Después de los seis días de la creación, Dios reposó el séptimo, de toda la obra que había hecho, y lo bendijo y santificó, porque en dicho día había reposado de toda su obra. El sábado fue instituido en el Edén antes de la caída, y lo observaron Adán y Eva y toda la hueste celestial. Dios reposó en el séptimo día, lo bendijo y lo santificó. Vi que el sábado nunca será abolido, sino que los santos redimidos y toda la hueste angélica lo observarán eternamente en honra del gran Creador.—Primeros Escritos, 217. SVC 135.4

El sábado no era para Israel solamente, sino para el mundo entero. Había sido dado a conocer al hombre en el Edén, y como los demás preceptos del Decálogo, es de obligación imperecedera. Acerca de aquella ley de la cual el cuarto mandamiento forma parte, Cristo declara: “Hasta que perezca el cielo y la tierra, ni una jota ni un tilde perecerá de la ley”. Así que mientras duren los cielos y la tierra, el sábado continuará siendo una señal del poder del Creador. Cuando el Edén vuelva a florecer en la tierra, el santo día de reposo de Dios será honrado por todos los que moren debajo del sol. “De sábado en sábado”, los habitantes de la tierra renovada y glorificada, subirán “a adorar delante de mí, dijo Jehová”.—El Deseado de Todas las Gentes, 249, 250. SVC 136.1

Comunión con los fieles de todas las edades—Allí los redimidos conocerán como son conocidos. Los sentimientos de amor y simpatía que el mismo Dios implantó en el alma, se desahogarán del modo más completo y más dulce. El trato puro con seres santos, la vida social y armoniosa con los ángeles bienaventurados y con los fieles de todas las edades que lavaron sus vestiduras y las emblanquecieron en la sangre del Cordero, los lazos sagrados que unen a “toda la familia en los cielos, y en la tierra” (Efesios 3:15, VM)—todo eso constituye la dicha de los redimidos.—El Conflicto de los Siglos, 735, 736. SVC 136.2

La felicidad de los otros es el gozo de los redimidos—En el cielo todo es noble y elevado. Todos buscan el interés y la felicidad de otros. Ninguno se dedica a velar por sí mismo y a cuidarse a sí mismo. El principal gozo de todos los seres santos es presenciar el gozo y la felicidad de aquellos que los rodean.—Eventos de los Últimos Días, 300. SVC 136.3

El pueblo de Dios está en casa en la tierra nueva—En la Biblia se llama la herencia de los bienaventurados una patria. Hebreos 11:14-16. Allí conduce el divino Pastor a su rebaño a los manantiales de aguas vivas. El árbol de vida da su fruto cada mes, y las hojas del árbol son para el servicio de las naciones. Allí hay corrientes que manan eternamente, claras como el cristal, al lado de las cuales se mecen árboles que echan su sombra sobre los senderos preparados para los redimidos del Señor. Allí las vastas llanuras alternan con bellísimas colinas y las montañas de Dios elevan sus majestuosas cumbres. En aquellas pacíficas llanuras, al borde de aquellas corrientes vivas, es donde el pueblo de Dios que por tanto tiempo anduvo peregrino y errante, encontrará un hogar. SVC 137.1

“Mi pueblo habitará en mansión de paz, en moradas seguras, en descansaderos tranquilos”. “No se oirá más la violencia en tu tierra, la desolación ni la destrucción dentro de tus términos; sino que llamarás a tus muros Salvación, y a tus puertas Alabanza”. “Edificarán casas también, y habitarán en ellas; plantarán viñas, y comerán su fruto. No edificarán más para que otro habite, ni plantarán para que otro coma;... mis escogidos agotarán el usufructo de la obra de sus manos”. Isaías 32:18; 60:18; 65:21, 22 (VM). SVC 137.2

Allí “se alegrarán el desierto y el sequedal, y el yermo se regocijará y florecerá como la rosa”. “En vez del espino subirá el abeto, y en lugar de la zarza subirá el arrayán”. “Habitará el lobo con el cordero, y el leopardo sesteará junto con el cabrito;... y un niñito los conducirá”. “No dañarán, ni destruirán en todo mi santo monte”, dice el Señor. Isaías 35:1; 55:13; 11:6, 9 (VM).—El Conflicto de los Siglos, 733, 734. SVC 137.3

Los redimidos vivirán una vida activa y llena de propósito—En la tierra renovada, los redimidos participarán en las ocupaciones y los placeres que daban felicidad a Adán y Eva en el principio. Se vivirá la existencia del Edén, en huertos y campos. “Y edificarán casas, y morarán en ellas; plantarán viñas, y comerán el fruto de ellas. No edificarán, y otro morará; no plantarán y otro comerá: porque según los días de los árboles serán los días de mi pueblo, y mis escogidos perpetuarán las obras de sus manos”. SVC 138.1

Allí se desarrollará toda facultad y toda aptitud aumentará. Se llevarán adelante las mayores empresas, se lograrán las más elevadas aspiraciones y se realizarán las mayores ambiciones. Y aún se levantarán nuevas alturas a las cuales llegar, nuevas maravillas que admirar, nuevas verdades que comprender, nuevos objetos que despertarán las facultades del cuerpo, la mente y el alma.—El Hogar Cristiano, 497, 498. SVC 138.2