La Segunda Venida y el Cielo

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Capítulo 1—El camino al cielo

Solamente por Jesús—“No se turbe vuestro corazón—dijo—; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere, y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis. Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino”. Juan 14:1-4. Por causa vuestra vine al mundo. Estoy trabajando en vuestro favor. Cuando me vaya, seguiré trabajando anhelosamente por vosotros. Vine al mundo a revelarme a vosotros, para que creyeseis. Voy al Padre para cooperar con él en vuestro favor. SVC 11.1

El objeto de la partida de Cristo era lo opuesto de lo que temían los discípulos. No significaba una separación final. Iba a prepararles lugar, a fin de volver aquí mismo a buscarlos. Mientras les estuviese edificando mansiones, ellos habían de edificar un carácter conforme a la semejanza divina. SVC 11.2

Los discípulos estaban perplejos aún. Tomás, siempre acosado por las dudas, dijo: “Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto”. Juan 14:5-7. SVC 11.3

No hay muchos caminos que llevan al cielo. No puede cada uno escoger el suyo. Cristo dice: “Yo soy el camino... nadie viene al Padre, sino por mí”. Desde que fue predicado el primer sermón evangélico, cuando en el Edén se declaró que la simiente de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente, Cristo ha sido enaltecido como el camino, la verdad y la vida. Él era el camino cuando Adán vivía, cuando Abel ofreció a Dios la sangre del cordero muerto, que representaba la sangre del Redentor. Cristo fue el camino por el cual los patriarcas y los profetas fueron salvos. Él es el único camino por el cual podemos tener acceso a Dios.—El Deseado de Todas las Gentes, 617, 618. SVC 12.1

Seguridad de nuestra liberación—Por su humanidad, Cristo tocaba a la humanidad; por su divinidad, se asía del trono de Dios. Como Hijo del hombre, nos dio un ejemplo de obediencia; como Hijo de Dios, nos imparte poder para obedecer. Fue Cristo quien habló a Moisés desde la zarza del monte Horeb diciendo: “YO SOY EL QUE SOY... Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros”. Éxodo 3:14. Tal era la garantía de la liberación de Israel. Asimismo cuando vino “en semejanza de los hombres”, se declaró el YO SOY. El Niño de Belén, el manso y humilde Salvador, es Dios, “manifestado en carne”. Y a nosotros nos dice: “YO SOY el buen pastor”. “YO SOY el pan vivo”. “YO SOY el camino, y la verdad, y la vida”. “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra”. “YO SOY la seguridad de toda promesa”. “YO SOY; no tengáis miedo”. “Dios con nosotros” es la seguridad de nuestra liberación del pecado, la garantía de nuestro poder para obedecer la ley del cielo.—El Deseado de Todas las Gentes, 16. SVC 12.2

Llevar a otros a Jesús, el Camino—Cristo se entregó a sí mismo para padecer una muerte de vergüenza y angustia, poniendo así de manifiesto el gran sufrimiento de su alma por la salvación de los que estaban a punto de perecer. Cristo puede, desea y anhela salvar a todos los que acuden a él. Hablad a las almas que están en peligro e inducidlas a contemplar a Jesús en la cruz, mientras muere para poder perdonar. Hablad al pecador con el corazón rebosante del tierno y compasivo amor de Cristo. Haya profundo fervor, pero no se oiga una sola nota áspera o estridente de parte del que está tratando de ganar al alma para que mire y viva. SVC 13.1

Consagrad primero vuestra propia alma a Dios. Al contemplar a vuestro Intercesor en el cielo, permitid que se quebrante vuestro corazón. Entonces, enternecidos y subyugados, podréis dirigiros a los pecadores que se arrepienten como quienes han experimentado el poder del amor redentor. Orad con esas almas, llevándolas por fe al pie de la cruz; elevad sus mentes junto con la vuestra, para que contemplen con el ojo de la fe lo que vosotros miráis, es decir, a Jesús, el Portador del pecado. Apartad sus miradas de su pobre yo pecaminoso para que miren al Salvador, y la victoria estará ganada. Contemplarán entonces por sí mismos al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Verán el Camino, la Verdad y la Vida. El Sol de Justicia derramará sus refulgentes rayos en su corazón. La fuerte corriente del amor redentor inundará el alma reseca y sedienta, y el pecador será salvo para Jesucristo. SVC 13.2

Cristo crucificado: Hablad, orad, cantad acerca de él, y él quebrantará y ganará corazones. Este es el poder y la sabiduría de Dios para conquistar almas para Cristo. Las frases hechas, formales, la presentación de asuntos meramente argumentativos, harán poco bien. Cuando el enternecedor amor de Dios se encuentra en los corazones de los obreros, aquellos por quienes ellos trabajan lo perciben. Las almas están sedientas del agua de la vida. No seáis cisternas vacías. Si les reveláis el amor de Cristo, podréis guiar a las almas hambrientas y sedientas a Jesús, y él les dará el pan de vida y el agua de salvación.—Maranata: El Senor Viene, 103. SVC 13.3

El verdadero camino que lleva al cielo—Muchos se extravían porque piensan que deben trepar hasta el cielo, que deben hacer algo para merecer el favor de Dios. Procuran mejorar mediante sus propios esfuerzos, sin ayuda. Esto nunca lo pueden realizar. Cristo ha abierto el camino al morir como nuestro sacrificio, al vivir como nuestro ejemplo, al llegar a ser nuestro gran Sumo Sacerdote. Él declara: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida”. Juan 14:6. Si mediante algún esfuerzo propio pudiéramos avanzar un paso hacia la escalera, las palabras de Cristo no serían verdaderas. Pero cuando aceptemos a Cristo, aparecerán las buenas obras como fructífera evidencia de que estamos en el camino de la vida, de que Cristo es nuestro camino y de que estamos recorriendo el verdadero sendero que conduce al cielo.—Fe y Obras, 105. SVC 14.1