La Historia de la Redención

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La toma de Jericó

“Llamando, pues, Josué hijo de Nun a los sacerdotes, les dijo: Llevad el arca del pacto, y siete sacerdotes lleven bocinas de cuerno de carnero delante del arca de Jehová. Y dijo al pueblo: Pasad, y rodead la ciudad; y los que están armados pasarán delante del arca de Jehová. Y así que Josué hubo hablado al pueblo, los siete sacerdotes, llevando las siete bocinas de cuerno de carnero, pasaron delante del arca de Jehová y tocaron las bocinas; y el arca del pacto de Jehová los seguía. HR 183.2

“Y los hombres armados iban delante de los sacerdotes y tocaban las bocinas, y la guardia iba tras el arca, mientras las bocinas sonaban continuamente. Y Josué mandó al pueblo diciendo: Vosotros no gritaréis, ni se oirá vuestra voz, ni saldrá palabra de vuestra boca, hasta el día que yo os diga: Gritad; entonces gritaréis. Así que él hizo que el arca de Jehová diera una vuelta alrededor de la ciudad, y volvieron luego al campamento, y allí pasaron la noche”. HR 183.3

La hueste hebrea marchaba en perfecto orden. Primero iba un grupo selecto de hombres armados, revestidos de sus atuendos militares, no para manifestar su pericia con las armas, sino para creer y obedecer las órdenes que se les dieran. A continuación seguían siete sacerdotes con trompetas. Enseguida venía el arca de Jehová, de oro resplandeciente, con un halo de gloria que la envolvía, llevada por sacerdotes cubiertos de sus ricas vestimentas especiales que ponían de manifiesto su cargo sagrado. El vasto ejército de Israel seguía en perfecto orden, y cada tribu avanzaba bajo su respectivo estandarte. Así rodearon la ciudad con el arca de Dios. No se escuchaba ruido alguno a no ser las pisadas de la poderosa hueste, y el solemne sonido de las trompetas, cuyos ecos se extendían por las colinas y por toda la ciudad de Jericó. HR 183.4

Con asombro y alarma los vigías de la ciudad condenada observaban cada movimiento y lo comunicaban a los que ejercían autoridad. No podían decir qué significaba todo ese espectáculo. Algunos se burlaban de la idea de que la ciudad pudiera ser tomada de esa manera, pero otros estaban despavoridos al contemplar el esplendor del arca y el aspecto solemne y digno de los sacerdotes y del ejército de Israel que los seguía, con Josué al frente. Recordaban que cuarenta años antes el Mar Rojo se había partido en dos ante ellos, y que hacía poco se había abierto un camino para que pudieran cruzar el Jordán. Estaban demasiado aterrorizados para hacer bromas. Se esmeraban en mantener cerradas las puertas de la ciudad, y en poner a poderosos guerreros para que las gurdaran. HR 184.1

Durante seis días los ejércitos de Israel dieron vueltas en torno de la ciudad. En el séptimo día la rodearon siete veces. A la gente se le ordenó, como siempre, que guardara silencio. Solamente debía oírse el sonido de las trompetas. El pueblo debía estar atento, y cuando los trompetistas emitieran un sonido más prolongado, debían clamar a gran voz porque Dios les había entregado la ciudad. “Al séptimo día se levantaron al despuntar el alba, y dieron vuelta a la ciudad de la misma manera siete veces; solamente ese día dieron vuelta alrededor de ella siete veces. Y cuando los sacerdotes tocaron las bocinas la séptima vez, Josué dijo al pueblo: Gritad, porque Jehová os ha entregado la ciudad... Entonces el pueblo gritó, y los sacerdotes tocaron las bocinas; y aconteció que cuando el pueblo hubo oído el sonido de la bocina, gritó con gran vocerío, y el muro se derrumbó. El pueblo subió luego a la ciudad, cada uno derecho hacia adelante, y la tomaron”. HR 184.2

Dios quería demostrar a los israelitas que no podían atribuirse la conquista de Canaán. El Capitán de las huestes de Jehová venció a Jericó. El y sus ángeles estaban implicados en esa victoria. Cristo ordenó a los ejércitos del cielo que derribaran los muros de Jericó y prepararan así una entrada para Josué y los ejércitos de Israel. Dios, mediante este maravilloso milagro, no solamente fortaleció la fe de su pueblo en su capacidad de subyugar a sus enemigos, sino que los reprendió por su anterior incredulidad. HR 185.1

Jericó había desafiado a los ejércitos de Israel y al Dios del cielo. Y cuando contemplaron la hueste de Israel que marchaba alrededor de su ciudad cada día, sus habitantes se sintieron alarmados. Pero contemplaban sus poderosas defensas, sus muros elevados y sólidos, y se sentían seguros de que podrían resistir cualquier ataque. Pero cuando sus poderosos muros de repente se resquebrajaron y cayeron con un estrépito semejante al de un fortísimo trueno, quedaron paralizados de terror y no pudieron ofrecer resistencia. HR 185.2