La Historia de la Redención

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Capítulo 59—El fin del tiempo de prueba

Se me señalo el momento cuando terminaría el mensaje del tercer ángel. El poder de Dios había reposado sobre sus hijos; habían terminado su obra y estaban preparados para la hora de prueba que les aguardaba. Habían recibido la lluvia tardía o refrigerio de la presencia del Señor, y el testimonio viviente se había reavivado en ellos. Por todas partes había resonado la postrera gran amonestación, agitando y enfureciendo a los moradores de la tierra que no habían querido recibir el mensaje. HR 422.1

Vi ángeles que iban presurosos de un lado al otro en el cielo. Un ángel con tintero de escribano en la cintura regresó de la tierra y comunicó a Jesús que había cumplido su encargo, y que los santos estaban sellados y numerados. Entonces vi a Jesús, que había estado oficiando ante el arca que contiene los Diez Mandamientos, cuando volcó el incensario. Levantó entonces las manos y en alta voz exclamó: “Consumado es”. Y toda la hueste angélica depuso sus coronas cuando Jesús formuló esta solemne declaración: “El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía”. Apocalipsis 22:11. HR 422.2

Cada caso había sido decidido ya para vida o para muerte. Mientras Jesús oficiaba en el santuario, había proseguido el juicio de los justos muertos y luego el de los justos vivos. Cristo había recibido su reino, puesto que había hecho expiación por su pueblo y había borrado sus pecados. Estaba completo el número de súbditos del reino. Se habían consumado las bodas del Cordero. Y el reino y el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo fueron dados a Jesús y a los herederos de la salvación, y el Señor había de reinar como Rey de reyes y Señor de señores. HR 423.1

Cuando Jesús salió del lugar santísimo, oí el tintineo de las campanillas de su túnica, y al salir, una nube tenebrosa envolvió a los habitantes de la tierra. Ya no había mediador entre el hombre culpable y un Dios ofendido. Mientras Jesús se interpuso entre Dios y el pecador, la gente tenía un freno; pero cuando dejó de interponerse entre el hombre y el Padre, el freno desapareció y Satanás ejerció un dominio completo sobre los que finalmente quedaron impenitentes. HR 423.2

Era imposible que las plagas fueran derramadas mientras Jesús oficiaba en el santuario; pero cuando terminó su obra allí y cesó su intercesión, nada detuvo ya la ira de Dios que descendió furiosamente sobre las desamparadas cabezas de los culpables pecadores, que descuidaron la salvación y aborrecieron las reprensiones. En ese terrible momento, después que terminó la mediación de Jesús, los santos tuvieron que vivir sin intercesor en presencia del Dios santo. Cada caso ya estaba decidido y cada joya numerada. Jesús se detuvo un momento en la parte exterior del santuario celestial, y los pecados que habían sido confesados mientras estaba en el lugar santísimo fueron depositados sobre Satanás, originador del pecado, que debe sufrir su castigo.* HR 423.3

Entonces vi que Jesús se despojaba de sus vestiduras sacerdotales y se revestía de sus más regias galas. Llevaba en la cabeza muchas coronas, una corona dentro de otra. Rodeado de la hueste angélica, dejó el cielo. Las plagas estaban cayendo sobre los moradores de la tierra. Algunos acusaban a Dios y lo maldecían. Otros acudían presurosos al pueblo de Dios para suplicarle que les enseñara cómo escapar de los juicios divinos. Pero los santos no tenían nada que decirles. La última lágrima había sido derramada en favor de los pecadores, había sido ofrecida la última angustiosa oración, se había soportado la última carga y se había dado el postrer aviso. La dulce voz de la misericordia ya no había de invitarlos. Cuando los santos y el cielo entero se interesaban por su salvación, ellos no se habían interesado en sí mismos. La vida y la muerte estuvieron frente a ellos. Muchos deseaban la vida, pero no se esforzaron por obtenerla. No escogieron la vida, y ya no había sangre expiatoria para purificar a los culpables ni Salvador compasivo que abogara por ellos y exclamase: “¡Dale al pecador un poco de tiempo todavía!” Todo el cielo se unió a Jesús cuando oyó estas palabras: “Hecho está. Consumado es”. El plan de salvación se había cumplido, pero pocos habían querido aceptarlo. Y cuando se silenció la dulce voz de la misericordia, el miedo y el horror invadieron a los malvados. Con terrible claridad oyeron estas palabras: “¡Demasiado tarde! ¡Demasiado tarde!” HR 424.1

Los que no habían apreciado la Palabra de Dios corrían azorados de un lado a otro, errantes de mar a mar y de norte a oriente en busca de la Palabra del Señor. Dijo el ángel: “No la hallarán. Hay hambre en la tierra; no hambre de pan ni sed de agua, sino de oír las palabras del Señor. ¡Qué no darían por una palabra de aprobación de parte de Dios! Pero no; han de seguir hambrientos y sedientos. Día tras día descuidaron la salvación, estimando más las riquezas y los placeres de la tierra que los tesoros y alicientes del cielo. Rechazaron a Jesús y menospreciaron a sus santos. Los inmundos seguirán siendo inmundos para siempre”. HR 425.1

Muchos de los impíos se enfurecieron en gran manera al sufrir los efectos de las plagas. Ofrecían el espectáculo de una terrible agonía. Los padres recriminaban amargamente a sus hijos y los hijos a sus padres. Los hermanos a sus hermanas y las hermanas a sus hermanos. Por todas partes se oían estos lamentos y clamores: “¡Tú me impediste recibir la verdad que me hubiera salvado de este terrible momento!” La gente se volvía contra sus ministros con acerbo odio y los reconvenía diciendo: “No nos advirtieron. Nos dijeron que el mundo entero se iba a convertir, y clamaron: ‘¡Paz, paz!’ para disipar nuestros temores. No nos hablaron de esta hora, y de los que nos amonestaban dijeron que eran fanáticos y malvados que querían nuestra ruina”. Pero vi que los ministros no se librarían de la ira de Dios. Sus sufrimientos serán diez veces mayores que los de sus feligreses. HR 425.2