Testimonios Selectos Tomo 4

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Capítulo 31—El amor por los que yerran

Cristo vino a poner la salvación al alcance de todos. Sobre la cruz del Calvario pagó el precio infinito de la redención de un mundo perdido. Su abnegación y sacrificio propio, su labor altruísta, su humillación, sobre todo la ofrenda de su vida, dan testimonio de la profundidad de su amor por el hombre caído. Vino a esta tierra a buscar y salvar a los perdidos. Su misión estaba destinada a los pecadores: pecadores de todo grado, de toda lengua y nación. Pagó el precio para todos, para rescatarlos, y conseguir que se uniesen y simpatizasen con él. Los que más yerran, los más pecaminosos, no fueron pasados por alto; sus labores estaban especialmente dedicadas a aquellos que más necesitaban la salvación que él había venido a traer. Cuanto mayores eran sus necesidades de reforma, más profundo era su interés, mayor su simpatía, y más fervientes sus labores. Su gran corazón de amor se conmovió hasta sus profundidades en favor de aquellos cuya condición era más desesperada, de aquellos que más necesitaban su gracia transformadora. 4TS 199.1

En la parábola de la oveja perdida se representa el maravilloso amor de Cristo por los que yerran, los vagabundos. No prefiere quedar con aquellos que aceptan su salvación, otorgándoles todos sus esfuerzos y recibiendo su gratitud y amor. El verdadero pastor abandona el rebaño que le ama, y va al desierto, soportando penurias y arrostrando peligros y muerte, a fin de buscar y salvar la oveja que se ha extraviado del redil, y que va a perecer si no se la trae de vuelta. Cuando después de diligente búsqueda halla a la oveja perdida, el pastor, aunque cansado, dolorido y hambriento, no la deja seguir en su debilidad, no la arrea, sino que ¡oh amor asombroso! la recoge tiernamente en sus brazos, y poniéndola sobre sus hombros, la lleva de vuelta al redil. Luego invita a sus vecinos a regocijarse con él por haber recobrado la oveja perdida. 4TS 199.2

La parábola del hijo pródigo y la de la dracma perdida, enseñan la misma lección. Cada alma que está especialmente en peligro por haber caído en la tentación causa pena al corazón de Cristo, y obtiene su más tierna simpatía y labor más ferviente. Por cada pecador que se arrepiente, su gozo es mayor que por los noventa y nueve que no necesitan arrepentimiento. 4TS 200.1

Estas lecciones son para beneficio nuestro. Cristo ha ordenado a sus discípulos que cooperen con él en su obra, y que se amen unos a otros como él los ha amado. La agonía que sufrió en la cruz testifica del valor que atribuye al alma humana. Todos los que aceptan esta gran salvación, se comprometen a ser colaboradores con él. Nadie ha de considerarse como favorito especial del cielo, y concentrar su interés y atención en sí mismo. Todos los que se han alistado en el servicio de Cristo, han de trabajar como él trabajó, y han de amar a aquellos que están en ignorancia y pecado, como él los amó. 4TS 200.2

Pero hay entre nosotros como pueblo una falta de simpatía profunda y ferviente, que conmueve el alma, y de amor por los tentados y los que yerran. Muchos han manifestado gran frialdad, y la negligencia pecaminosa que Cristo representó por el hombre que pasó al otro lado; se han mantenido tan alejados como podían de aquellos que necesitan ayuda. El alma recién convertida tiene con frecuencia fieros conflictos con costumbres arraigadas, o con alguna forma especial de tentación, y, siendo vencida por alguna pasión o tendencia dominante, es a veces culpable de indiscreción o de un verdadero mal. Entonces es cuando se requieren energía, tacto y sabiduría de parte de sus hermanos, a fin de que pueda serle restaurada la salud espiritual. A tales casos se aplican las instrucciones de la Palabra de Dios: “Hermanos, si alguno fuere tomado en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restaurad al tal con el espíritu de mansedumbre; considerándote a ti mismo, porque tú no seas también tentado.” “Así que, los que somos más firmes debemos sobrellevar las flaquezas de los flacos, y no agradarnos a nosotros mismos.” 1 ¡Pero cuán poca de la compasiva ternura de Cristo manifiestan los que profesan seguirle! Cuando uno yerra, con frecuencia los otros se sienten con libertad para hacer aparecer el caso tan malo como sea posible. Los que son tal vez culpables de pecados tan grandes en otra dirección, tratan a su hermano con severidad cruel. Los errores cometidos por ignorancia, irreflexión o debilidad, son exagerados hasta presentarse como pecado voluntario y premeditado. Al ver a las almas extraviarse, algunos cruzan las manos y dicen: “Ya le dije. Sabía que no se podía fiar en ellas.” Así adoptan la actitud de Satanás, regocijándose en espíritu de que sus malas sospechas resultasen correctas. 4TS 200.3

Debemos esperar encontrar y tolerar grandes imperfecciones en aquellos que son jóvenes inexpertos. Cristo nos ha invitado a tratar de restaurar a los tales con espíritu de mansedumbre, y nos tiene por responsables si seguimos una conducta que los impulse al desaliento, a la desesperación y la ruina. A menos que cultivemos diariamente la preciosa planta del amor, estamos en peligro de volvernos estrechos y fanáticos, faltos de simpatía y criticones, estimándonos justos cuando distamos mucho de ser aprobados por Dios. Algunos son descorteses, bruscos y rudos. Son como erizos de castañas; pinchan cuando quiera que se los toque. Los tales causan un daño incalculable representando falsamente a nuestro amante Salvador. 4TS 201.1

Debemos alcanzar una norma más elevada o seremos indignos del nombre de cristianos. Debemos cultivar el espíritu con que Cristo trabajó para salvar a los que yerran. Ellos le son tan caros como nosotros. Son igualmente capaces de ser trofeos de su gracia, y herederos del reino. Pero están expuestos a las trampas del astuto enemigo, expuestos al peligro y a la contaminación, y sin la gracia salvadora de Cristo, a la ruina segura. Si nosotros considerásemos este asunto en su debida luz, ¡cómo se vivificaría nuestro celo, se multiplicarían nuestros esfuerzos fervientes y abnegados, a fin de acercarnos a aquellos que necesitan nuestra ayuda, nuestras oraciones, nuestras simpatías y nuestro amor! 4TS 201.2

Consideren aquellos que han sido remisos acerca de esta luz, la orden del gran mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” 2 Esta obligación recae sobre todos. Se requiere de todos que trabajen para disminuir los males y multiplicar las bendiciones de sus semejantes. Si somos fuertes para resistir la tentación estamos bajo mayor obligación de ayudar a los que son débiles y ceden a ella. Si tenemos conocimiento, debemos instruir al ignorante. Si Dios nos ha bendecido con bienes de este mundo, es nuestro deber socorrer a los pobres. Debemos trabajar para beneficio de los demás. Que todos los que están dentro de la esfera de nuestra influencia, sean partícipes de cualquier excelencia que poseamos. Nadie debe contentarse con alimentarse del pan de vida sin compartirlo con los que le rodean. 4TS 202.1

Viven tan sólo para Cristo y honran su nombre aquellos que son fieles a su Maestro, tratando de salvar lo que se había perdido. La piedad genuina manifestará ciertamente el anhelo profundo y la ferviente labor del Salvador crucificado para salvar a aquellos por quienes murió. Si nuestro corazón está enternecido y subyugado por la gracia de Cristo, si está iluminado con un sentido de la bondad y el amor de Dios, habrá un flujo natural de amor, de simpatía y ternura hacia los demás. La verdad ejemplificada en la vida ejercerá su poder, como la levadura oculta, en todos aquellos con quienes sea puesta en contacto. 4TS 202.2

Dios ha dispuesto que para crecer en la gracia y el conocimiento de Cristo, los hombres deban seguir su ejemplo, y trabajar como él trabajó. Ello requerirá con frecuencia una lucha para dominar nuestros propios sentimientos, y para refrenarnos de hablar de una manera que desaliente a los que están luchando bajo la tentación. Una vida de oración y alabanza diarias, una vida que derrame luz sobre la senda de los demás, no puede mantenerse sin esfuerzo ferviente. Pero un esfuerzo tal dará preciosos frutos, bendiciones no sólo para el receptor, sino para el dador. El espíritu de labor abnegada en favor de otros da al carácter profundidad, estabilidad y amabilidad como las de Cristo, y le infunde paz y felicidad a su poseedor. Las aspiraciones son elevadas. No hay cabida para la pereza o el egoísmo. Los que ejercitan las gracias cristianas crecerán. Tendrán nervios y músculos espirituales, serán fuertes para trabajar por Dios. Tendrán claras percepciones espirituales, una fe constante y creciente, y poder prevaleciente en la oración. Los que están velando por las almas, los que se consagran más plenamente a la salvación de los que yerran, están ciertamente obrando su propia salvación. 4TS 202.3

Pero ¡tanto ha sido descuidada esta obra! Si los pensamientos y los afectos fuesen dedicados completamente a Dios ¿pensáis que se abandonarían sin cuidado ni sentimiento, como ha sucedido, las almas que están en el error, bajo las tentaciones de Satanás? ¿No se harían mayores esfuerzos, con el amor y la sencillez de Cristo, para salvar a los que vagan perdidos? Todos los que están verdaderamente consagrados a Dios se dedicarán con el mayor celo a la obra por la cual él ha hecho más, por la cual ha hecho un sacrificio infinito: la obra de salvar a las almas. Tal es la obra especial que ha de ser apreciada y sostenida, sin dejarla nunca flaquear. 4TS 203.1

Dios llama a sus hijos a despertar, y a salir de la atmósfera helada en la cual han estado viviendo, a sacudir las impresiones e ideas que han helado los impulsos del amor, y los han mantenido en inactividad egoísta. Los invita a elevarse por encima de su nivel bajo y terrenal, y respirar en la clara y asoleada atmósfera del cielo. 4TS 203.2

Nuestras reuniones de culto deben ser ocasiones sagradas y preciosas. La reunión de oración no es un lugar donde los hermanos han de censurarse y condenarse unos a otros, donde haya de haber sentimientos desprovistos de bondad, y discursos duros. Cristo será ahuyentado de las asambleas donde este espíritu se manifieste, y Satanás vendrá para dirigir. No debe dejarse penetrar nada que sepa a un espíritu anticristiano, falto de amor, porque ¿no nos congregamos para pedir misericordia y perdón del Señor? Y el Salvador ha dicho claramente: “Con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados; y con la medida con que medís, os volverán a medir.” 3 ¿Quién puede subsistir delante de Dios, y presentar un carácter sin defecto, una vida sin mancha? ¿Cómo puede, pues, atreverse alguno a criticar y condenar a sus hermanos? Aquellos que pueden esperar salvación únicamente por los méritos de Cristo, que deben buscar perdón por la virtud de su sangre, están bajo la más solemne obligación de manifestar amor, piedad y perdón hacia sus compañeros en el pecado. 4TS 204.1

Hermanos, a menos que aprendáis a respetar el lugar de devoción, no recibiréis bendición de Dios. Podéis adorarle en la forma, pero no será un servicio espiritual. “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre—dice Jesús,—allí estoy en medio de ellos.” 4 Todos deben sentir que están en la presencia divina, y en vez de espaciarse en las faltas y errores de los demás, deben escudriñar diligentemente su propio corazón. Si tenéis que confesar vuestros propios pecados, cumplid con vuestro deber, y dejad a los demás hacer el suyo. 4TS 204.2

Cuando seguís vuestra propia dureza de carácter, manifestando un espíritu rudo e insensible, estáis repeliendo a los mismos que debierais ganar. Vuestra dureza destruye su amor por la congregación, y con demasiada frecuencia termina por ahuyentarlos de la verdad. Debierais daros cuenta de que vosotros mismos estáis bajo la reprensión de Dios. Mientras condenáis a otros, el Señor os condena a vosotros. Tenéis que cumplir el deber de confesar vuestra conducta anticristiana. Obre el Señor en los corazones de los miembros individuales de la iglesia, hasta que su gracia transformadora se revele en la vida y el carácter. Entonces, cuando os congreguéis, no será para criticaros unos a otros, sino para hablar de Jesús y su amor. 4TS 204.3

Nuestras reuniones deben hacerse intensamente interesantes. Deben estar impregnadas por la misma atmósfera del cielo. No haya largos y áridos discursos, y oraciones formales simplemente a fin de ocupar el tiempo. Todos deben estar listos para hacer su parte con prontitud, y cuando han hecho su deber, la reunión debe clausurarse. Así el interés será mantenido hasta el final. Esto es ofrecer a Dios un culto aceptable. Su servicio debe ser hecho interesante y atrayente, y no dejarse que degenere en una forma árida. Debemos vivir por Cristo minuto tras minuto, hora tras hora y día tras día; entonces Cristo morará en nosotros, y cuando nos reunamos, su amor estará en nuestro corazón, brotando como un manantial en el desierto, refrescando a todos y haciendo ávidos de beber de las aguas de vida a aquellos que están por perecer. 4TS 205.1

No debemos depender de dos o tres miembros para hacer la obra de toda la iglesia. Deberíamos tener individualmente una fe fuerte y activa, llevando a cabo la obra que Dios nos ha dejado para hacer. Debe haber un interés vivo e intenso por inquirir de Dios: “¿Qué quieres que haga? ¿Cómo haré mi obra para este tiempo y la eternidad?” Debemos dedicar individualmente todas nuestras facultades a buscar la verdad, empleando todos los medios que estén a nuestro alcance que nos ayuden en una investigación diligente y con oración de las Escrituras; luego debemos ser santificados, a fin de salvar almas. 4TS 205.2

Debe hacerse en cada iglesia un ferviente esfuerzo para desechar la maledicencia y el espíritu de censura, como algunos de los pecados que producen los mayores males en la iglesia. La severidad y las críticas deben ser reprendidas como obras de Satanás. La confianza y el amor mutuo deben ser estimulados y fortalecidos en los miembros de la iglesia. Cierren todos, por temor de Dios y amor a sus hermanos, los oídos a los chismes y las censuras. Señalad al que lleva chismes las enseñanzas de la Palabra de Dios. Invitadle a obedecer las Escrituras, y a llevar sus quejas directamente a aquellos a quienes cree en el error. Esta acción unida traería un raudal de luz a la iglesia, y cerraría la puerta a un torrente de mal. Así quedaría Dios glorificado, y muchas almas se salvarían. 4TS 205.3

La amonestación del Testigo fiel a la iglesia de Sardis es: “Tienes nombre que vives, y estás muerto. Sé vigilante y confirma las otras cosas que están para morir; porque no he hallado tus obras perfectas delante de Dios. Acuérdate, pues, de lo que has recibido y has oído, y guárdalo, y arrepiéntete.” 5 El pecado especialmente imputado a esta iglesia es que sus miembros no habían fortalecido las cosas que quedaban, que estaban por perecer. ¿Se aplica esta amonestación a nosotros? Examinemos individualmente nuestro corazón a la luz de la Palabra de Dios, y sea nuestra primera obra poner nuestro corazón en orden por la ayuda de Cristo. 4TS 206.1

Dios ha hecho su parte de la obra de salvar a los hombres, y ahora pide la cooperación de la iglesia. Allí está la sangre de Cristo, la Palabra de verdad, el Espíritu Santo, por un lado, y por el otro las almas que perecen. Cada uno de los que siguen a Cristo tiene que hacer una parte para inducir a los hombres a aceptar las bendiciones que el cielo ha provisto. Examinémonos detenidamente a nosotros mismos, y veamos si hemos hecho esta obra. Indaguemos nuestros motivos, y cada acción de nuestra vida. ¿No hay muchos cuadros desagradables que cuelgan en las salas de la memoria? Con frecuencia habéis necesitado el perdón de Jesús. Habéis dependido constantemente de su compasión y amor. Sin embargo, ¿no habéis dejado de manifestar hacia otros el espíritu que Cristo manifestó hacia vosotros? ¿Habéis sentido preocupación por aquel a quien visteis aventurarse por sendas prohibidas? ¿Le habéis amonestado bondadosamente? ¿Habéis llorado por él y orado con y por él? ¿Habéis demostrado por vuestras palabras de ternura y actos bondadosos que le amabais, y deseabais salvarle? Mientras tratabais a aquellos que vacilaban y se tambaleaban bajo la carga de sus propias flaquezas de disposición y de sus hábitos defectuosos, ¿los habéis dejado pelear sus batallas solos, cuando podíais haberles ayudado? ¿No habéis pasado al otro lado del camino frente a estas almas fieramente tentadas, mientras que el mundo estaba listo para manifestarles simpatía, y para atraerlas a las redes de Satanás? ¿No habéis estado como Caín listos para decir: “¿Soy yo guarda de mi hermano?” 6 ¿Cómo debe considerar la obra de vuestra vida la gran Cabeza de la iglesia? ¿Cómo mira vuestra indiferencia para con los que se extravían del buen camino, Aquel para quien toda alma es preciosa, como comprada por su sangre? ¿No teméis que él os deje como los habéis dejado a ellos? Tened la seguridad de que el verdadero Centinela de la casa del Señor ha notado toda negligencia. 4TS 206.2

¿No han sido eliminados de vuestra vida Cristo y su amor, hasta que una forma mecánica ha reemplazado el servicio del corazón? ¿Dónde está el ardor del alma que sentíais una vez al oír mencionar el nombre de Jesús? En la novedad de vuestra primera dedicación, ¡cuán ferviente era vuestro amor por las almas! ¡Con cuánto ardor tratabais de presentarles el amor del Salvador! La ausencia de este amor os ha hecho fríos, críticos, exigentes. Tratad de reconquistarlo, y de trabajar luego para traer almas a Cristo. Si os negáis a hacer eso, otros que tienen menos luz y experiencia, y menos oportunidades, surgirán y os reemplazarán, y harán aquello que vosotros descuidasteis; porque la obra de salvar a los tentados, a los probados y a los que perecen, debe ser hecha. Cristo ofrece el servicio a su iglesia; ¿quiénes lo aceptarán? 4TS 207.1

Dios no ha pasado por alto las buenas acciones, los actos de abnegación de la iglesia en lo pasado. Todo está registrado en el cielo. Pero estas cosas no bastan. No salvarán a la iglesia cuando ella deje de cumplir su misión. A menos que la cruel negligencia e indiferencia manifestadas en lo pasado cesen, la iglesia, en vez de ir de fuerza en fuerza, continuará degenerando hacia la debilidad y el formalismo. ¿Dejaremos que sea así? ¿Han de perpetuarse el embotado sopor, el lamentable deterioro del amor y del celo espiritual? ¿Es esta la condición en la cual Cristo ha de hallar a su iglesia? 4TS 208.1

Hermanos, vuestras lámparas habrán seguramente de vacilar y debilitarse hasta apagarse en las tinieblas a menos que hagáis esfuerzos decididos para reformaros. “Recuerda por tanto de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras.” La oportunidad que se presenta ahora puede ser corta. Si estos momentos de gracia y arrepentimiento pasan sin aprovecharse, se da la amonestación: “Pues si no, vendré presto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar.” 7 Estas palabras son pronunciadas por los labios del que es longánime y tolerante. Son una solemne advertencia a las iglesias y a las personas de que el que vela y nunca dormita está midiendo su conducta. Únicamente por su paciencia maravillosa no son cortados como estorbos del terreno. Pero su Espíritu no contenderá para siempre. Su paciencia aguardará tan sólo poco tiempo más. 4TS 208.2

Vuestra fe debe ser algo más de lo que ha sido, o seréis pesados en las balanzas y hallados faltos. En el último día, la decisión final del Juez de toda la tierra girará alrededor de nuestro interés por los necesitados, los oprimidos y los tentados, y nuestro trabajo práctico en su favor. No podéis siempre pasarlos por alto, y hallar vosotros mismos entrada en la ciudad de Dios como pecadores redimidos. “En cuanto no lo hicisteis a uno de estos pequeñitos—dice Cristo,—ni a mí lo hicisteis.” 8 4TS 208.3

No es todavía demasiado tarde para redimir la negligencia pasada. Reavívese el primer amor, el primer ardor. Buscad a aquellos que ahuyentasteis, vendad por la confesión las heridas que hicisteis. Acercaos al gran corazón de amor compasivo, y dejad que la corriente de esa compasión divina fluya a vuestro corazón, y de vosotros a los corazones ajenos. Vean en la ternura y misericordia que Jesús reveló en su preciosa vida un ejemplo de la manera en que nosotros debemos tratar a nuestros semejantes, especialmente a los que son nuestros hermanos en Cristo. Muchos que podrían haber sido fortalecidos hasta la victoria por una palabra de aliento y valor, han desmayado y se han desalentado en la gran lucha de la vida. Nunca seáis fríos, sin corazón y simpatía, ni dados a la censura. No perdáis nunca una oportunidad de decir una palabra que anime e inspire esperanza. No podemos decir cuánto alcance pueden tener nuestras palabras tiernas y bondadosas, nuestros esfuerzos semejantes a los de Cristo para aliviar alguna carga. Los que yerran no pueden ser restaurados de ninguna otra manera que por el espíritu de mansedumbre, amabilidad y tierno amor. 4TS 209.1