Testimonios Selectos Tomo 4

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Capítulo 15—“Alabad a Dios”

“Todo lo que respira alabe a Jah.” ¿Hemos considerado alguno de nosotros de cuántas cosas debemos estar agradecidos? ¿Recordamos que las misericordias del Señor se renuevan cada mañana, y que su fidelidad es inagotable? ¿Reconocemos que dependemos de él, y expresamos gratitud por todos sus favores? Por el contrario, con demasiada frecuencia nos olvidamos de que “toda buena dádiva y todo don perfecto es de lo alto, que desciende del Padre de las luces.” 1 4TS 77.1

Cuán a menudo los que gozan de salud se olvidan de las admirables mercedes que les son concedidas continuamente día tras día y año tras año. No rinden tributo de alabanza a Dios por todos sus beneficios. Pero cuando viene la enfermedad, se acuerdan de Dios. El intenso deseo de recuperar la salud los induce a orar fervientemente; y eso está bien. Dios es nuestro refugio en la enfermedad como en la salud. Pero muchos no le confían su caso; estimulan la debilidad y la enfermedad acongojándose acerca de sí mismos. Si dejasen de quejarse, y se elevasen por encima de la depresión y la lobreguez, su restablecimiento sería más seguro. Deben recordar con gratitud cuánto han disfrutado de la bendición de la salud; y si este precioso don les es devuelto, no deben olvidar que tienen una renovada obligación hacia su Creador. Cuando los diez leprosos fueron sanados, únicamente uno volvió para buscar a Jesús y darle gloria. No seamos como los nueve ingratos, cuyo corazón no fué conmovido por la misericordia de Dios. 4TS 77.2

Dios es amor. El cuida de las criaturas que formó. “Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen.” “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios.” 2 ¡Cuán precioso privilegio es éste, que seamos hijos e hijas del Altísimo, herederos de Dios y coherederos con Jesucristo! No nos lamentemos, pues, porque en esta vida no estemos libres de desilusiones y aflicción. Si, en la providencia de Dios, somos llamados a soportar pruebas, aceptemos la cruz, y bebamos la copa amarga, recordando que es la mano de un Padre la que la ofrece a nuestros labios. Confiemos en él, en las tinieblas como en el día. ¿No podemos creer que nos dará todo lo que fuere para nuestro bien? “El que aun a su propio Hijo no perdonó, antes le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” 3 Aun en la noche de aflicción, ¿cómo podemos negarnos a elevar el corazón y la voz en agradecida alabanza, cuando recordamos el amor a nosotros expresado por la cruz del Calvario? 4TS 77.3

¡Qué tema de meditación nos resulta el sacrificio que hizo Jesús por los pecadores perdidos! “Mas él herido fué por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados: el castigo de nuestra paz sobre él; y por su llaga fuimos nosotros curados.” 4 ¿Cuánto debemos estimar las bendiciones así puestas a nuestro alcance? ¿Podía Jesús haber sufrido más? ¿Podría haber comprado para nosotros más ricas bendiciones? ¿No debiera esto enternecer el corazón más duro, cuando recordamos que por causa nuestra dejó la felicidad y la gloria del cielo, y sufrió pobreza y vergüenza, cruel aflicción y una muerte terrible? Si por su muerte y resurrección él no hubiese abierto para nosotros la puerta de la esperanza, no habríamos conocido más que los horrores de las tinieblas y las miserias de la desesperación. En nuestro estado actual, favorecidos y bendecidos como estamos, no podemos darnos cuenta de qué profundidades hemos sido rescatados. No podemos medir cuánto más profundas habrían sido nuestras aflicciones, cuánto mayores nuestras desgracias, si Jesús no nos hubiese rodeado con su brazo humano de simpatía y amor, para levantarnos. 4TS 78.1

Podemos regocijarnos en la esperanza. Nuestro Abogado está en el santuario celestial intercediendo por nosotros. Por sus méritos tenemos perdón y paz. Murió para poder lavar nuestros pecados, revestirnos de su justicia, y hacernos idóneos para la sociedad del cielo, donde podremos morar para siempre en la luz. Amado hermano, amada hermana, cuando Satanás quiera llenar vuestra mente de abatimiento, lobreguez y duda, resistid sus sugestiones. Habladle de la sangre de Jesús, que limpia de todo pecado. No podéis salvaros del poder del tentador; pero él tiembla y huye cuando se insiste en los méritos de aquella preciosa sangre. ¿No aceptaréis, pues, agradecidos, las bendiciones que Jesús concede? ¿No tomaréis la copa de la salvación que él ofrece, e invocaréis el nombre del Señor? No manifestéis desconfianza en Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su luz admirable. No causéis por un momento, mediante vuestra incredulidad, dolor al corazón del Salvador compasivo. El vigila con el interés más intenso vuestro progreso en el camino celestial; él ve vuestros esfuerzos fervientes; nota vuestros descensos y vuestros restablecimientos, vuestras esperanzas y vuestros temores, vuestros conflictos y vuestras victorias. 4TS 78.2

¿Consistirán nuestros ejercicios de devoción en pedir y recibir? ¿Estaremos siempre pensando en nuestras necesidades, y nunca en los beneficios que recibimos? ¿Recibiremos sus mercedes, y nunca expresaremos nuestra gratitud a Dios, nunca le alabaremos por lo que ha hecho por nosotros? No oramos demasiado, pero somos demasiado parsimoniosos en cuanto a dar las gracias. Si la bondad amante de Dios provocase más agradecimiento y alabanza, tendríamos más poder en la oración. Abundaríamos más y más en el amor de Dios, y él nos proporcionaría más dádivas por las cuales alabarle. Vosotros que os quejáis que Dios no oye vuestras oraciones, cambiad el orden actual, y mezclad la alabanza con vuestras peticiones. Cuando consideréis su bondad y misericordia, hallaréis que él considera vuestras necesidades. 4TS 79.1

Orad, orad fervientemente y sin cesar, pero no os olvidéis de alabar a Dios. Incumbe a todo hijo de Dios vindicar su carácter. Podéis ensalzar a Jehová; podéis mostrar el poder de la gracia sostenedora. Hay multitudes que no aprecian el gran amor de Dios ni la compasión divina de Jesús. Miles consideran con desdén la gracia sin par manifestada en el plan de redención. Todos los que participan de esa gran salvación no son inocentes al respecto. No cultivan corazones agradecidos. Pero el tema de la redención es un tema que los ángeles desean escudriñar; será la ciencia y el canto de los redimidos a través de las edades sin fin de la eternidad. ¿No es digno de reflexión y estudio cuidadosos ahora? ¿No alabaremos a Dios con corazón, alma y voz por sus “maravillas para con los hijos de los hombres”? 5 4TS 79.2

Alabemos al Señor en la congregación de su pueblo. Cuando la palabra del Señor fué dirigida antiguamente a los hebreos, la orden fué: “Y diga todo el pueblo, Amén.” Cuando el arca del pacto fué traída a la ciudad de David, y se cantó un salmo de gozo y triunfo, “dijo todo el pueblo, Amén: y alabó a Jehová.” 6 Esta ferviente respuesta era evidencia de que comprendían la palabra hablada, y participaban en el culto de Dios. 4TS 80.1

Hay demasiado formalismo en nuestros servicios religiosos. El Señor quisiera que sus ministros predicasen la palabra vivificada por su Espíritu Santo; y los hermanos que oyen no deben permanecer sentados en indiferencia soñolienta, o mirar vagamente en el vacío, sin responder a lo dicho. La impresión que ello da al que no es creyente, es desfavorable para la religión de Cristo. Estos profesos cristianos negligentes no están destituídos de ambiciones y celo cuando se dedican a negocios mundanales; pero las cosas de importancia eterna no los mueven profundamente. La voz de Dios, expresada por medio de sus mensajeros, puede ser un canto agradable; pero sus sagradas amonestaciones, reprensiones y estímulos son desoídos. El espíritu del mundo los ha paralizado. Las verdades de la Palabra de Dios son dirigidas a oídos de plomo y corazones duros, sobre los que no pueden hacer impresión. Debiera haber iglesias despiertas y activas para animar y sostener a los ministros de Cristo, y para ayudarles en la obra de salvar almas. Donde la iglesia ande en la luz, habrá siempre alegres y cordiales respuestas, y palabras de alabanza gozosa. 4TS 80.2

Nuestro Dios, el Creador de los cielos y de la tierra, declara: “El que sacrifica alabanza me honrará.” 7 Todo el cielo se une para alabar a Dios. Aprendamos el canto de los ángeles ahora, para que podamos cantarlo cuando nos unamos a sus resplandecientes filas. Digamos con el salmista: “Alabaré a Jehová en mi vida: Cantaré salmos a mi Dios mientras viviere.” “Alábente los pueblos, oh Dios; alábente los pueblos todos.” 8 4TS 81.1

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En las palabras que dirigimos a la gente y en las oraciones que ofrecemos, Dios desea que demos evidencia inequívoca de que poseemos vida espiritual. No disfrutamos la plenitud de la bendición que el Señor ha preparado para nosotros, porque no pedimos con fe. Si ejercitásemos fe en la Palabra del Dios viviente, tendríamos las más ricas bendiciones. Deshonramos a Dios por nuestra falta de fe; por lo tanto no podemos impartir vida a otros, dando un testimonio viviente y elevador. No podemos dar lo que no poseemos.—Testimonies for the Church 6:63 4TS 81.2