Capítulo 37—El verbo hecho carne
La unión de la naturaleza divina con la humana es una de las verdades más preciosas y más misteriosas del plan de redención. De ella habla el apóstol Pablo cuando dice: “Sin contradicción, grande es el misterio de la piedad: Dios ha sido manifestado en carne.”
4TS 262.1
Esta verdad ha sido para muchos una causa de duda e incredulidad. Cuando Cristo vino al mundo—el Hijo de Dios y el Hijo del hombre—no fué comprendido por la gente de su tiempo. Cristo se rebajó hasta revestirse de la naturaleza humana, a fin de alcanzar a la especie caída y elevarla. Pero la mente de los hombres había sido obscurecida por el pecado, sus facultades estaban embotadas, y sus percepciones enturbiadas, de manera que no podían discernir su carácter divino debajo del manto de la humanidad. Esta falta de aprecio de su parte fué un obstáculo para la obra que él deseaba realizar por ellos; y a fin de dar fuerza a su enseñanza se vió con frecuencia en la necesidad de definir y defender su posición. Refiriéndose a su carácter misterioso y divino, trató de encauzar su mente hacia pensamientos que fuesen favorables al poder transformador de la verdad. Además, empleó las cosas de la naturaleza con las cuales estaban familiarizados, para ilustrar las verdades divinas. El terreno del corazón quedó así preparado para recibir la buena semilla. Hizo sentir a sus oyentes que sus intereses se identificaban con los suyos, que su corazón simpatizaba con ellos en sus goces y aflicciones. Al mismo tiempo vieron en él la manifestación de un poder y una excelencia que superaban en mucho a los que poseían los rabinos más honrados. Las enseñanzas de Cristo se caracterizaban por una sencillez, una dignidad, y un poder hasta entonces desconocidos para ellos, y exclamaron involuntariamente: “Nunca ha hablado hombre así como este hombre.” La gente le escuchaba gustosamente; pero los sacerdotes y príncipes—quienes eran infieles a su cometido como guardianes de la verdad—aborrecían a Cristo por la misma gracia que revelaba, que había apartado las multitudes de ellos atrayéndolas hacia la luz de la vida. Por su influencia, la nación judaica no pudo discernir el carácter divino del Redentor y le rechazó.
4TS 262.2
La unión de lo divino y lo humano, manifiesta en Cristo, existe también en la Biblia. Las verdades reveladas son todas inspiradas divinamente; pero están expresadas en las palabras de los hombres, y se adaptan a las necesidades humanas. Así puede decirse del Libro de Dios, como fué dicho de Cristo, que “aquel Verbo fué hecho carne, y habitó entre nosotros.” Este hecho, lejos de ser un argumento contra la Biblia, debe fortalecer la fe en ella como palabra de Dios. Los que se pronuncian sobre la inspiración de las Escrituras, aceptando ciertas porciones mientras que rechazan otras partes como humanas, pasan por alto el hecho de que Cristo, el divino, participó de nuestra naturaleza humana, a fin de que pudiese alcanzar a la humanidad. En la obra de Dios por la redención del hombre, se combinan la divinidad y la humanidad.
4TS 263.1
Hay muchos pasajes de la Escritura que los críticos escépticos han declarado no inspirados, pero que, en su tierna adaptación a las necesidades del hombre, son los mensajes de consuelo que Dios mismo dirige a sus hijos confiados. Una hermosa ilustración de esto se presenta en la historia del apóstol Pedro. Este estaba en la cárcel, esperando ser llevado a la muerte al día siguiente; estaba durmiendo de noche “entre dos soldados, preso con dos cadenas, y los guardas delante de la puerta, que guardaban la cárcel. Y he aquí, el ángel del Señor sobrevino, y una luz resplandeció en la cárcel; e hiriendo a Pedro en el lado, le despertó, diciendo: Levántate prestamente. Y las cadenas se le cayeron de las manos.” Pedro, despertando repentinamente, se asombró por el resplandor que inundaba su celda, y la hermosura celestial del mensajero divino. No comprendía la escena, pero sabía que estaba libre, y en su aturdimiento y gozo habría salido de la cárcel sin protegerse contra el frío aire nocturno. El ángel de Dios, notando todas las circunstancias, dijo, con tierno cuidado de la necesidad del apóstol: “Cíñete, y átate tus sandalias.” Pedro obedeció mecánicamente; pero estaba tan extasiado con la revelación de la gloria del cielo, que no se acordó de tomar su manto. Entonces el ángel le ordenó: “Rodéate tu ropa, y sígueme. Y saliendo, le seguía; y no sabía que era verdad lo que hacía el ángel, mas pensaba que veía visión. Y como pasaron la primera y la segunda guardia, vinieron a la puerta de hierro que va a la ciudad, la cual se les abrió de suyo: y salidos, pasaron una calle; y luego el ángel se apartó de él.” El apóstol se encontró en las calles de Jerusalén solo. “Entonces Pedro, volviendo en sí, dijo: Ahora entiendo verdaderamente—[no era sueño ni visión, sino un suceso real]—que el Señor ha enviado su ángel, y me ha librado de la mano de Herodes, y de todo el pueblo de los Judíos que me esperaba.”
4TS 263.2
Los escépticos pueden burlarse del pensamiento de que un glorioso ángel del cielo prestase atención a un asunto tan sin importancia como estas sencillas necesidades humanas, y pueden dudar de la inspiración de la narración. Pero por la sabiduría de Dios, estas cosas se registraron en la historia sagrada para beneficio, no de los ángeles sino de los hombres, a fin de que al hallarse en situaciones difíciles puedan encontrar consuelo en el pensamiento de que el Cielo lo sabe todo. Jesús declaró a sus discípulos que ni un pajarillo cae al suelo sin que lo note el Padre celestial, y que si Dios puede tener presentes las necesidades de los pájaros del aire, con más razón cuidará de aquellos que lleguen a ser súbditos de su reino, y por la fe en él, herederos de la inmortalidad. ¡Oh, si tan sólo pudiese la mente humana comprender—en la medida en que el plan de la redención puede ser comprendido por la mente finita—la obra de Jesús al tomar sobre sí la naturaleza humana, y lo que ha de obtener para nosotros por su condescendencia maravillosa, los corazones humanos quedarían enternecidos de gratitud por el gran amor de Dios, y con humildad adorarían la sabiduría divina que planeó el misterio de la gracia!
4TS 264.1
*****
Dios derrama sus bendiciones sobre todos. “Hace que su sol salga sobre malos y buenos, y llueve sobre justos e injustos.” El “es benigno para con los ingratos y malos.” Nos invita a ser como él. “Bendecid a los que os maldicen—dijo Cristo,—haced bien a los que os aborrecen, ... para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos.” Tales son los principios de la ley, y son los manantiales de la vida.
4TS 265.1
El ideal de Dios para sus hijos es más elevado de lo que puede alcanzar el pensamiento humano más sublime. “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.” Esta orden es una promesa. El plan de la redención contempla nuestro restablecimiento completo del poder de Satanás; Cristo separa siempre del pecado al alma contrita. Vino para destruir las obras del diablo, y ha hecho provisión para que el Espíritu Santo sea impartido a toda alma arrepentida, para guardarla de pecar.—The Desire of Ages, 311.
4TS 265.2
1861
4TS
Testimonios Selectos Tomo 4
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