Testimonios Selectos Tomo 2

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Capítulo 35—Guillermo Miller*

Dios envió a su ángel para que moviese el corazón de un agricultor que antes no creyera en la Biblia, y lo indujese a escudriñar las profecías. Los ángeles de Dios visitaban repetidamente a aquel varón escogido, y guiaban su entendimiento para que comprendiese las profecías que siempre habían estado veladas al pueblo de Dios. Se le dió el primer eslabón de la cadena de verdades y se le indujo a buscar uno tras otro los demás eslabones hasta que se maravilló de la Palabra de Dios, viendo en ella una perfecta cadena de verdades. Aquella palabra que había considerado no inspirada, se desplegaba ahora esplendente y hermosa ante su vista. Echó de ver que unos pasajes de la Escritura son explicación de otros, y cuando no entendía uno de ellos lo encontraba esclarecido por otro. Miraba la sagrada palabra de Dios con gozo, a la par que con profundísimo respeto y reverencia. 2TS 196.1

Según fué prosiguiendo en el escrutinio de las profecías, convencióse de que los habitantes de la tierra estaban viviendo sin saberlo en los últimos tiempos de la historia del mundo. Vió que las iglesias estaban relajadas, que habían desviado su afecto de Jesús para ponerlo en el mundo; que ansiaban honores mundanos en vez del honor que proviene de lo alto; que codiciaban riquezas terrenales en vez de allegar tesoros en el cielo. Vió por doquiera hipocresía, tinieblas y muerte. Su ánimo estaba desgarrado en sí mismo. Dios le llamaba para que abandonara su granja, como había llamado a Eliseo para que dejara los bueyes y el campo de labranza y siguiese a Elías. Tembloroso empezó Guillermo Miller a declarar ante la gente los misterios del reino de Dios, conduciendo a sus oyentes por medio de las profecías al segundo advenimiento de Cristo. Se iba fortaleciendo a cada esfuerzo. Así como Juan el Bautista anunció el primer advenimiento de Jesús y preparó el camino para su venida, también Guillermo Miller y los que se le unieron proclamaron al mundo el segundo advenimiento del Hijo de Dios en las nubes. 2TS 196.2

Se me transportó a la era apostólica y se me mostró que Dios había confiado una obra especial a su amado discípulo Juan. Satanás quiso impedir esta obra e indujo a sus siervos a que matasen a Juan; pero Dios le libró milagrosamente por medio de su ángel. Todos cuantos presenciaron el gran poder de Dios en la liberación de Juan, quedaron atónitos, y muchos se convencieron de que Dios estaba con él, y que era verdadero el testimonio que daba de Jesús. Quienes trataban de matarlo, temieron atentar de nuevo contra su vida, y le fué permitido seguir sufriendo por Jesús. Finalmente sus enemigos le acusaron calumniosamente y fué desterrado a una isla desierta, donde el Señor envió su ángel para revelarle lo que había de suceder en la tierra y la situación de la iglesia en el tiempo del fin, con sus apostasías y la posición que debía ocupar para agradar a Dios y obtener la victoria final. 2TS 197.1

El ángel del cielo llegóse majestuosamente a Juan, reflejando en su semblante la excelsa gloria de Dios. Reveló a Juan escenas de profundo y conmovedor interés en la historia de la iglesia de Dios, y le representó las peligrosas tribulaciones que habrían de sufrir los discípulos de Cristo. Juan los vió atravesando durísimas pruebas en que se fortalecían y purificaban para por fin triunfar victoriosa y gloriosamente salvados en el reino de Dios. El aspecto del ángel rebosaba de gozo y refulgía extremadamente al mostrar a Juan el triunfo final de la iglesia de Dios. 2TS 197.2

Al contemplar el apóstol la liberación final de la iglesia, quedó arrobado por la magnificencia del espectáculo, y con profunda reverencia y pavor postróse a los pies del ángel para adorarle. El mensajero celeste lo alzó instantáneamente del suelo y suavemente le reconvino diciendo: “Mira que no lo hagas: yo soy siervo contigo, y con tus hermanos que tienen el testimonio de Jesús: adora a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía.” 1 Después el ángel le mostró a Juan la celeste ciudad con todo su esplendor y refulgente gloria; y él, absorto y abrumado, olvidándose de la anterior reconvención del ángel, postróse de nuevo a sus pies para adorarle. También esta vez le reconvino el ángel, diciéndole: “Mira que no lo hagas: porque yo soy siervo contigo, y con tus hermanos los profetas, y con los que guardan las palabras de este libro. Adora a Dios.” 2 2TS 198.1

Los predicadores y el pueblo han considerado misterioso el libro del Apocalipsis y de menor importancia que otras partes de las Escrituras sagradas. Pero yo vi que este libro es verdaderamente una revelación dada en especial beneficio de quienes viviesen en los últimos días para guiarlos a discernir su verdadera posición y su deber. Dios dirigió la mente de Guillermo Miller hacia las profecías, y le iluminó en el estudio del Apocalipsis. 2TS 198.2

Si la gente hubiese entendido las visiones de Daniel, seguramente entendiera mejor las visiones de Juan. Pero a su debido tiempo, Dios obró en su siervo elegido, y él, con claridad y el poder del Espíritu Santo, explicó las profecías demostrando la concordancia entre las visiones de Daniel y las de Juan, así como con otros pasajes de la Biblia e infundió en el ánimo de la gente las sagradas y temibles advertencias de la Escritura a que se prepare para el advenimiento del Hijo del hombre. Quienes le oyeron quedaron profundamente convencidos y clero y pueblo, pecadores e incrédulos, se convirtieron al Señor con propósito de disponerse a comparecer ante el Juicio. 2TS 198.3

Los ángeles de Dios acompañaron a Guillermo Miller en su misión. Firme, intrépida y valerosamente, proclamaba el mensaje que se le había confiado. Un mundo sumido en la maldad y una fría y mundana iglesia eran bastante para actualizar todas sus energías y moverlo a sufrir voluntariamente toda clase de penalidades y privaciones. Aunque combatido por los que se llamaban cristianos y por el mundo, y abofeteado por Satanás y sus ángeles, no cesaba Miller de predicar el evangelio eterno a las multitudes siempre que se le deparaba ocasión, pregonando cerca y lejos el grito: “Temed a Dios, y dadle honra; porque la hora de su juicio es venida.” 3 2TS 199.1