Capítulo 32—La reforma en Alemania
A pesar de la persecución contra los santos, se levantaban por doquiera vivos testigos de la verdad de Dios. Los ángeles del Señor efectuaban la obra que se les había confiado. Por los más obscuros lugares buscaban y elegían, sacándolos de las tinieblas, a los varones de honrado corazón, que estaban sumidos en el error y que, sin embargo, como Saulo, eran llamados por Dios para ser escogidos mensajeros de su verdad, que levantaran la voz contra los pecados del que decía ser su pueblo.
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Los ángeles de Dios movieron el corazón de Martín Lutero, Melancton y otros en diversos lugares, despertándoles la sed del viviente testimonio de la Palabra de Dios. El enemigo había irrumpido como una inundación y era preciso levantar bandera contra él. Lutero fué escogido para arrostrar la tormenta alzándose contra las iras de una iglesia degenerada, y así fortalecer a los pocos que permanecían fieles a su santa profesión. Había hecho lo posible por obtener el favor divino mediante las obras, pero no quedó satisfecho hasta que un resplandor de la luz del cielo disipó las tinieblas de su mente y le condujo a confiar, no en las obras, sino en los méritos de la sangre de Cristo. Entonces pudo dirigirse personalmente a Dios, por el único medio de Jesucristo y no por intermedio de papas ni confesores.
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¡Oh, y cuán valiosa fué para Lutero esta nueva y refulgente luz que había alboreado en su entenebrecido entendimiento, y disipado su superstición! La estimaba en más que todos los tesoros del mundo. La Palabra de Dios era nueva para él. Todo lo veía de distinto modo. El libro que había temido por no poder hallar belleza en él, era ahora para él la vida eterna, su gozo, su consuelo y su bendito instructor. Nada podría inducirle a desistir de su estudio. Había tenido temor de la muerte; pero al leer la palabra de Dios, se desvanecieron sus terrores, y admiró el carácter de Dios y le amó. Escudriñó por sí mismo la Biblia y se regocijó en los preciosos tesoros en ella contenidos. Después la escudriñó para la iglesia. Le indignaban los pecados de aquellos en quienes había confiado para salvarse, y al ver a muchos otros envueltos en las mismas tinieblas que a él le habían ofuscado, buscó anhelosamente la ocasión de mostrarles el Cordero de Dios, el único que quita el pecado del mundo.
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Alzando su voz contra los errores y pecados de la iglesia papal, procuró ardientemente quebrantar la cadena de tinieblas que ataba a millares de personas, y las movía a confiar en las obras para su salvación. Anhelaba poder representar a sus entendimientos las verdaderas riquezas de la gracia de Dios y la excelencia de la salvación obtenida por medio de Jesucristo. En el poder del Espíritu Santo clamó contra los pecados de los dirigentes de la iglesia, y no desmayó su valor al tropezar con la borrascosa oposición de los sacerdotes, porque confiaba firmemente en el fuerte brazo de Dios y esperaba seguro que él le diera la victoria. Al estrechar más y más la batalla, recrudecía la cólera del clero romano contra él. Los clérigos no querían reformarse. Preferían que los dejasen en sus comodidades, en sus livianos y libertinos placeres, en su perversidad. También deseaban mantener a la iglesia en tinieblas.
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Lutero era vehemente, celoso, intrépido y resuelto en la reprobación de los pecados y la defensa de la verdad. No le importaban los demonios ni los malvados, pues sabía que estaba asistido por Quien puede más que todos ellos. Era valiente, celoso y osado, y hasta a veces arriesgaba llegar al exceso; pero Dios levantó a Melancton, cuyo carácter era diametralmente opuesto, para que ayudase a Lutero en la obra de la Reforma. Melancton era tímido, temeroso, precavido y pacientísimo. Dios le amaba grandemente. Conocía muy bien las Escrituras y tenía excelente y perspicaz criterio. Su amor a la causa de Dios igualaba al de Lutero. El Señor unió los corazones de estos dos hombres, y fueron amigos inseparables. Lutero ayudaba poderosamente a Melancton cuando éste temía y era tardo en sus pasos, y Melancton le servía de mucho a Lutero cuando éste intentaba precipitar los suyos. Las previsoras precauciones de Melancton evitaron muchas dificultades con que hubiese tropezado la causa si la obra estuviera en las solas manos de Lutero, mientras que otras veces la obra no hubiera prosperado si tan sólo la dirigiese Melancton.
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Los escritos de Lutero tenían tan favorable acogida en la ciudad como en la aldea. Por las noches, los maestros rurales los leían a los pequeños grupos reunidos junto a la chimenea. A cada esfuerzo se iban convenciendo de la verdad algunas almas, las cuales, al recibir gozosamente la palabra, iban a su vez a comunicar a otros la buena nueva.
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Cuando se encendió la persecución contra los instructores de la verdad, siguieron el consejo dado por Cristo: “Cuando os persiguieren en esta ciudad, huid a la otra.” La luz penetraba por doquiera. En alguna parte hallaban abierta los fugitivos una hospitalaria puerta, y allí aposentados predicaban a Cristo, a veces en la iglesia, y si se les negaba este privilegio, en casas particulares o al aire libre. Doquiera encontraban oyentes, allí estaba su consagrado templo. La verdad proclamada con tal energía y convencimiento se propagaba con irresistible fuerza.
2TS 184.2
En vano la autoridad eclesiástica apoyada por la civil intentó aplastar la herejía. En vano recurrieron a las cárceles, tormentos, hogueras y espadas. Millares de creyentes sellaron su fe con su sangre, y sin embargo, prosperaba la obra. La persecución sólo servía para difundir la verdad, y el fanatismo que Satanás había procurado entremezclar con ella, esclarecía el contraste entre la obra de Satanás y la de Dios.
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1859
2TS
Testimonios Selectos Tomo 2
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