Testimonios Selectos Tomo 2

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Capítulo 2—La caída de Satanás

Antes de su rebelión era Lucifer en el cielo un excelso y alto ángel inmediato en categoría al amado Hijo de Dios. Su aspecto, lo mismo que el de los demás ángeles, era benigno y denotaba felicidad. Su frente, alta y espaciosa, indicaba poderosa inteligencia. Su figura era perfecta, y su porte noble y majestuoso. De su semblante irradiaba una luz especial, que resplandecía a su alrededor con mayor esplendor y hermosura que en torno de los demás ángeles. Sin embargo, Cristo, el amado Hijo de Dios, tenía la preeminencia sobre todas las huestes angélicas. Era uno con el Padre antes de que fuesen creados los ángeles. Lucifer tuvo envidia de Cristo, y poco a poco se fué arrogando una autoridad que tan sólo a Cristo correspondía. 2TS 14.1

El gran Creador congregó a la hueste celestial para conferir en presencia de todos los ángeles, honor especial a su Hijo. Estaba sentado el Hijo en el trono con el Padre, y a su alrededor se agrupaba la celeste multitud de santos ángeles. Entonces declaró el Padre que había ordenado que Cristo, su Hijo, fuese igual a él, de modo que doquiera estuviese la presencia del Hijo, fuese lo mismo que su propia presencia. La palabra del Hijo había de ser obedecida tan prontamente como la del Padre. Investía a su Hijo de autoridad para mandar a la hueste celestial. Especialmente iba su Hijo a obrar conjuntamente con él en la proyectada creación de la tierra y de todos los seres vivientes que habían de poblarla. Su Hijo ejecutaría su voluntad y sus designios, pero no haría nada por sí mismo. La voluntad del Padre se cumpliría en el Hijo. 2TS 14.2

Lucifer sentía envidia y celos de Jesucristo. Sin embargo, cuando todos los ángeles se inclinaban ante Jesús reconociendo su supremacía, autoridad superior y gobierno justiciero, también se inclinaba Lucifer con ellos; pero su corazón estaba lleno de envidia y odio. Dios había llamado a Cristo para que tomara parte en sus consejos respecto a sus planes, mientras que Lucifer nada sabía de ellos. No comprendía ni le era permitido enterarse de los propósitos de Dios. Pero a Cristo se le reconocía por soberano del cielo, con poder y autoridad iguales a las del mismo Dios. Lucifer se figuraba gozar de predilección entre todos los ángeles. Había sido sumamente exaltado; pero esto no despertó en él sentimientos de gratitud y alabanza a su Creador. Tenía una misión especial que cumplir. Había estado cerca del Creador, y sobre él habían resplandecido de un modo especial los incesantes rayos de la gloriosa luz que rodeaba al Dios eterno. Recordaba que los ángeles habían obedecido sus mandatos con gozo. ¿No eran sus vestiduras hermosas y refulgentes? ¿Por qué debía honrarse a Cristo más que a él? 2TS 14.3

Se apartó inmediatamente de la presencia del Padre, descontento y henchido de envidia contra Jesucristo. Disimulando sus verdaderos intentos, congregó a la hueste angélica y le presentó su tema, constituido por él mismo. Como si hubiese sufrido agravio, se quejó de que Dios le había postergado al dar la preferencia a Jesús. Añadió que desde allí en adelante ya no tendrían los ángeles la dulce libertad de que habían disfrutado, porque ¿no los acababan de someter a la autoridad de un jefe a quien desde entonces estarían obligados a tributar servil honor? Les dijo que los había convocado para manifestarles que él no se sometería por más tiempo a aquella invasión de sus derechos y de los de ellos; que nunca más rendiría adoración a Cristo; que se arrogaría el honor que debiera habérsele conferido, y que sería el caudillo de cuantos quisieran seguirle y obedecer su voz. 2TS 15.1

Hubo contienda entre los ángeles. Lucifer y los que con él simpatizaban, se esforzaban por reformar el gobierno de Dios. Estaban descontentos y disgustados porque no podían penetrar la inescrutable sabiduría de Dios ni descubrir sus propósitos al exaltar a su Hijo y conferirle tan ilimitado poder y autoridad. Se rebelaron contra la autoridad del Hijo. 2TS 16.1

Los ángeles que permanecieron leales, procuraron reconciliar a aquel poderoso y rebelde ángel con la voluntad de su Creador. Justificaron el acto de Dios al otorgar honor a Cristo, y con robustos argumentos trataron de convencer a Lucifer de que tanta honra gozaba ahora como antes de que el Padre hubiese proclamado el honor conferido a su Hijo. Expusieron claramente que Cristo era el Hijo de Dios, coexistente con él antes de la creación de los ángeles, y que siempre había estado sentado a la diestra de Dios sin que nadie hubiera puesto en duda hasta entonces su apacible y amorosa autoridad, ni que hubiese mandado cosa alguna que no ejecutara gozosamente la hueste angélica. Alegaron, además, que el haber recibido Cristo especial honor de su Padre en presencia de los ángeles, no menoscabaría el honor que Lucifer había recibido hasta entonces. Los ángeles lloraron. Anhelosamente procuraron disuadir a Lucifer de su malvado propósito e inducirle a que rindiese sumisión a su Creador, pues todo había sido hasta entonces paz y armonía y ¿qué consecuencias iba a traer aquella discordante y rebelde voz? 2TS 16.2

Lucifer no quiso escucharlos y se apartó de ellos culpándolos de servilismo. Los ángeles fieles se asombraron al observar que Lucifer lograba éxito en sus esfuerzos para excitar a la rebelión. Les prometía Lucifer a los ángeles un gobierno mejor del que tenían, en el cual todo sería libertad. Muchos le manifestaron su propósito de aceptarle por caudillo y guía. Cuando Lucifer vió que prosperaban sus ofrecimientos, se lisonjeó de poder seducir a todos los ángeles e igualarse al mismo Dios, de suerte que toda la hueste celestial obedeciera sus mandatos y acatase su autoridad. De nuevo le amonestaron los ángeles leales representándole las consecuencias que le acarrearía el persistir en su propósito, pues quien había creado los ángeles era poderoso para quitarle toda autoridad y castigar de señalada manera su audacia y terrible rebeldía. ¡Pensar que un ángel pudiese resistirse contra la ley de Dios, tan sagrada como Dios mismo! Exhortaron a los ángeles rebeldes a que no escucharan los falaces razonamientos de Lucifer, y le aconsejaron a él y a cuantos estaban por él influídos, que fuesen a confesar a Dios su culpa por haber siquiera pensado en discutir su autoridad. 2TS 16.3

Muchos de los que simpatizaban con Lucifer se mostraron dispuestos a escuchar el consejo de los ángeles leales y arrepentirse de su descontento, para recobrar la confianza del Padre y de su amado Hijo. Pero el poderoso rebelde declaró entonces que estaba muy bien enterado de la ley de Dios, y que si se sometía a servil obediencia, se le despojaría de todo honor, sin que se le volviese a confiar su excelsa misión. Añadió que tanto él como sus adeptos habían ido ya demasiado lejos, por lo que le era preciso arrostrar las consecuencias, pues nunca se inclinaría en servil adoración ante el Hijo de Dios, que Dios no le perdonaría, y estaban todos en el trance de afirmar su libertad y conseguir por la fuerza la posición y autoridad que no se les quería conceder de buen grado. Por su obstinada rebelión, Lucifer, el portador de luz, se convirtió en Satanás, el adversario. 2TS 17.1

Los ángeles leales se apresuraron a informar al Hijo de Dios de lo que ocurría entre los ángeles. Encontraron al Padre en conferencia con su amado Hijo para determinar los medios más a propósito para aniquilar para siempre, en beneficio de los ángeles leales, la arrogada autoridad de Satanás. El omnipotente Dios hubiera podido arrojar en seguida del cielo a este jefe de los engañadores; pero no era tal su propósito. Quería conceder al rebelde igualdad de probabilidades para medir su fuerza y poder con su Hijo y sus ángeles leales. En esta batalla, cada ángel se colocaría abiertamente en el bando que prefiriese. No hubiera sido conveniente consentir que ninguno de los secuaces de Satanás continuase habitando en el cielo. Habían aprendido la lección de la verdadera rebelión a la inmutable ley de Dios; y esto es incurable. Si Dios hubiese ejercido su poder castigando al caudillo rebelde, no hubieran manifestado ostensiblemente sus sentimientos los ángeles descontentos; y por ello siguió Dios otra conducta, porque quería demostrar a toda la hueste celestial su justicia y su juicio. 2TS 18.1

Era el más horrendo crimen rebelarse contra el gobierno de Dios. Todo el cielo parecía conmoverse. Los ángeles se organizaron en compañías mandadas cada una de ellas por un jefe. Satanás guerreaba contra la ley de Dios por la ambición de exaltarse y no querer someterse a la autoridad del Hijo de Dios, el supremo caudillo del cielo. 2TS 18.2

Se convocó a toda la hueste celestial para que compareciese ante el Padre y cada caso fuese determinado. Satanás declaró descaradamente su desagrado por la preferencia dada a Cristo sobre él, añadiendo orgullosamente que debía ser él igual a Dios y admitírsele en los consejos del Padre para tener conocimiento de sus propósitos. Dios respondió a Satanás que únicamente a su Hijo revelaría sus secretos designios, e invitó a toda la hueste celestial, incluso el mismo Satanás, a que le prestara absoluta e incondicional obediencia; pero dijo que él (Satanás) se había hecho indigno de estar en el cielo. Entonces, Satanás señaló soberbiamente a los que simpatizaban con él, que eran cerca de la mitad de la hueste, y exclamó: Estos están conmigo. ¿También los expulsaréis dejando medio vacío el cielo? Después declaró que estaba preparado para resistir a la autoridad de Cristo y defender su lugar en el cielo con el esfuerzo de su poder, oponiendo la fuerza a la fuerza. 2TS 18.3

Lloraron los ángeles fieles al oir las palabras de Satanás y sus soberbias jactancias. Dios manifestó que los rebeldes no debían permanecer por más tiempo en el cielo. Los había mantenido en su dichosa y elevada posición, con tal que obedeciesen la ley dada por Dios para gobierno del superior orden de seres. Pero nada había sido provisto para salvar a los que persistiesen en la transgresión de la ley. Satanás se había envalentonado en su rebelión, y manifestaba su menosprecio de la ley del Creador. No podía soportarla. Aseguraba que los ángeles no necesitaban ley, sino que se les debía dejar libres para obrar según su voluntad que siempre los guiaría hacia lo recto; que la ley era una cortapisa de su libertad, y que la abolición de la ley era uno de los puntos del programa por cuya realización había asumido aquella actitud. Creía que la condición de los ángeles necesitaba mejoramiento. Tal no era el pensamiento de Dios, que había establecido leyes y exaltádolas hasta igualarlas a sí mismo. La felicidad de la hueste angélica consistía en su perfecta obediencia a la ley. Cada ángel tenía asignada su obra especial; y hasta la rebelión de Satán había reinado perfecto orden y armónica acción en el cielo. 2TS 19.1

Entonces hubo guerra en el cielo. El Hijo de Dios, el Príncipe del cielo, y sus leales ángeles, se empeñaron en batalla contra el jefe de los rebeldes y sus secuaces. Triunfaron el Hijo de Dios y los ángeles leales, y Satanás y los suyos fueron arrojados del cielo. Toda la hueste celestial reconoció y adoró al Dios de justicia. No quedó en el cielo ni el más leve vestigio de rebeldía. Todo siguió tan pacífico y armonioso como antes. Los ángeles del cielo deploraron la suerte de los que habían sido sus compañeros en felicidad y bienaventuranza. El cielo sintió su pérdida. 2TS 20.1

El Padre consultó con su Hijo respecto a la ejecución inmediata de su propósito de crear al hombre para que habitase la tierra. Probaría al hombre, de modo que demostrara su lealtad, antes de concederle eterna seguridad. Si soportaba la prueba que Dios creyese más a propósito, llegaría a ser igual a los ángeles. Gozaría del favor de Dios, conversaría con los ángeles y ellos con él. No creyó Dios oportuno colocar al hombre en la imposibilidad de desobedecer. 2TS 20.2