Testimonios Selectos Tomo 2

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Capítulo 13—La resurrección

Los discípulos descansaron el sábado, entristecidos por la muerte de su Señor, mientras que Jesús, el Rey de gloria, permanecía en la tumba. Al llegar la noche, vinieron los soldados a guardar el sepulcro del Salvador, mientras los ángeles se cernían invisibles sobre el sagrado lugar. Transcurría lentamente la noche, y aunque todavía era obscuro, los vigilantes ángeles conocían que se acercaba el tiempo de libertar a su Caudillo, el amado Hijo de Dios. Mientras ellos aguardaban con profundísima emoción la hora del triunfo, un potente ángel llegó volando raudamente desde el cielo. Su rostro era como el relámpago y sus vestiduras como la nieve. Su fulgor iba desvaneciendo las tinieblas por donde pasaba, y su brillante esplendor ahuyentaba aterrorizados a los ángeles malignos que habían pretendido triunfalmente que era suyo el cuerpo de Jesús. Un ángel de la hueste que había presenciado la humillación de Cristo y vigilaba la tumba, se unió al ángel venido del cielo y juntos bajaron al sepulcro. Al acercarse ambos, se estremeció el suelo y hubo un gran terremoto. 2TS 85.1

Los soldados de la guardia romana quedaron aterrados. ¿Dónde estaba ahora su poder para guardar el cuerpo de Jesús? No pensaron en su deber ni en la posibilidad de que los discípulos hurtasen el cuerpo del Salvador. Al brillar la luz de los ángeles en torno del sepulcro, más refulgente que el sol, los soldados de la guardia romana cayeron al suelo como muertos. Uno de los dos ángeles echó mano de la enorme losa y empujándola a un lado de la puerta, sentóse encima. El otro ángel entró en la tumba y desenvolvió el lienzo que envolvía la cabeza de Jesús. Entonces, el ángel del cielo, con voz que hizo estremecerse la tierra exclamó: “Tú, Hijo de Dios, te llama tu Padre. ¡Sal!” La muerte no tuvo ya por más tiempo dominio sobre Jesús. Levantóse de entre los muertos, como triunfante vencedor. La hueste angélica contemplaba la escena con solemne admiración. Y al surgir Jesús del sepulcro, esos resplandecientes ángeles se postraron en tierra para adorarle, y le saludaron con cánticos triunfales de victoria. 2TS 85.2

Los ángeles de Satanás hubieron de huir ante la refulgente y penetrante luz de los ángeles celestes, y amargamente se quejaron a su rey de que por violencia se les había arrebatado la presa, pues Aquel a quien tanto odiaban había resucitado de entre los muertos. Satanás y sus huestes se habían ufanado de que su dominio sobre el hombre caído hubiese motivado que el Señor de la vida fuese puesto en el sepulcro; pero poco duró su infernal triunfo, porque al resurgir Jesús de su cárcel como majestuoso vencedor, comprendió Satanás que después de un tiempo habría de morir y que su reino pasaría a poder de su legítimo dueño. Rabiosamente lamentaba Satanás que a pesar de sus esfuerzos no hubiese logrado vencer a Jesús, quien en cambio había abierto para el hombre un camino de salvación, de modo que todos pudieran andar por él y ser salvos. 2TS 86.1

Satanás y sus ángeles se reunieron en consejo para deliberar acerca de cómo podrían aún luchar contra el gobierno de Dios. Mandó Satanás a sus siervos que fueran a los príncipes de los sacerdotes y a los ancianos, y al efecto dijo: “Hemos logrado engañarlos, cegar sus ojos y endurecer sus corazones respecto a Jesús. Les dimos a entender que era un impostor. Pero los soldados romanos de la guardia divulgarán la odiosa noticia de que Cristo ha resucitado. Conseguimos que los príncipes de los sacerdotes y los ancianos odiaran a Jesús y lo matasen. Ahora hemos de hacerles presente que si llega a saberse que Jesús ha resucitado, el pueblo los lapidará por haber condenado a muerte a un inocente.” 2TS 86.2

Cuando la hueste angélica se marchó del sepulcro y la luz y el resplandor se desvanecieron, los soldados de la guardia levantaron recelosamente la cabeza y miraron en derredor, quedando estupefactos al ver el sepulcro vacío y la losa empujada más allá de la puerta. Se apresuraron a ir a la ciudad para comunicar a los príncipes y ancianos lo que habían visto. Al escuchar aquellos verdugos el maravilloso relato, palideció su rostro y se horrorizaron al pensar en lo que habían hecho. Si el relato era verídico, estaban perdidos. Durante un rato, permanecieron silenciosos mirándose unos a otros, sin saber qué hacer ni qué decir, pues aceptar el relato equivaldría a su propia condenación. Se reunieron aparte para acordar lo que habían de hacer, argumentando que si el relato de los guardias se divulgaba entre el pueblo, se mataría como a asesinos a los que dieron muerte a Jesús. 2TS 87.1

Resolvieron sobornar a los soldados para que no dijesen nada a nadie; y los príncipes y ancianos les ofrecieron una fuerte suma de dinero, diciéndoles: “Decid: Sus discípulos vinieron de noche, y le hurtaron, durmiendo nosotros.” 1 Y cuando los soldados preguntaron qué se les haría por haberse dormido en su puesto, los príncipes les prometieron que persuadirían al gobernador para que no los castigase. Por amor al dinero, los guardias romanos vendieron su honor y se conformaron con el consejo de los príncipes y ancianos. 2TS 87.2

Cuando Jesús, pendiente de la cruz, exclamó: “Consumado es,” las peñas se hendieron, tembló la tierra y se abrieron algunas tumbas. Al resurgir Cristo triunfante de la muerte y del sepulcro, mientras la tierra se tambaleaba y los fulgores del cielo brillaban sobre el sagrado lugar, algunos de los justos muertos, obedientes a su llamamiento, salieron de los sepulcros para atestiguar su resurrección. Aquellos favorecidos santos salieron glorificados. Eran santos escogidos de todas las épocas, desde la creación hasta los días de Cristo. Así es que mientras los príncipes judíos procuraban ocultar la resurrección de Cristo, quiso Dios levantar de sus tumbas a cierto número de santos para atestiguar que Jesús había resucitado y proclamar su gloria. 2TS 87.3

Los resucitados diferían en estatura y aspecto, pues unos eran de más noble continente que otros. Se me informó de que los habitantes de la tierra habían ido degenerando con el tiempo, perdiendo fuerza y donaire. Satanás tenía el dominio de las enfermedades y la muerte, y se habían hecho más visibles en cada época los efectos de la maldición y más evidente el poderío de Satanás. Los que vivieron en los días de Noé y Abrahán parecían ángeles por su robustez, gallardía y aspecto; pero los de cada sucesiva generación resultaban más débiles, más sujetos a las enfermedades y de vida más corta. Satanás ha ido aprendiendo a molestar y debilitar la raza. 2TS 88.1

Los que salieron de sus sepulcros cuando resucitó Jesús, se aparecieron a muchos, diciéndoles que ya estaba cumplido el sacrificio por el hombre; que Jesús, a quien los judíos crucificaron, había resucitado de entre los muertos, y en comprobación de sus palabras, declaraban: “Nosotros fuimos resucitados con él.” Atestiguaban que por el formidable poder de Jesús habían salido de sus sepulcros. A pesar de los mentirosos rumores propagados, ni Satanás y sus ángeles, ni los príncipes de los sacerdotes lograron ocultar la resurrección de Jesús, porque los santos resucitados divulgaron la maravillosa y alegre nueva. También Jesús se apareció a sus entristecidos discípulos, disipando sus temores e infundiéndoles jubilosa alegría. 2TS 88.2

Al difundirse la noticia de ciudad en ciudad y de villa en villa, los judíos a su vez temieron por su vida, y disimularon el odio que contra los discípulos abrigaban. Su única esperanza era esparcir el mentiroso relato; y lo aceptaban todos cuantos tenían interés en que fuese verdadero. Pilato tembló al oir que Cristo había resucitado. No podía dudar del testimonio dado, y desde aquella hora no tuvo paz. Por apetencia de mundanos honores, por miedo de perder su autoridad y su vida, había entregado a Jesús a la muerte. Estaba ahora plenamente convencido de que no sólo era un inocente, cuya sangre recaía sobre él, sino que era también el Hijo de Dios. Miserable fué hasta su fin la vida de Pilato. La desesperación y la angustia ahogaron sus goces y esperanzas. Rechazó todo consuelo y murió miserablemente. 2TS 89.1

El corazón de Herodes se había empedernido aún más, y al saber que Cristo había resucitado no fué mucha su turbación. 2TS 89.2

El primer día de la semana muy temprano, antes que amaneciese, las santas mujeres llegaron al sepulcro con aromas para ungir el cuerpo de Jesús. Vieron que la losa había sido apartada de la entrada y el sepulcro estaba vacío. Temerosas de que los enemigos hubiesen robado el cuerpo, se les sobresaltó el corazón; pero de pronto contemplaron a los dos ángeles vestidos de blanco con refulgente rostro. Estos seres celestiales comprendieron la misión que venían a cumplir las mujeres, e inmediatamente les dijeron que Jesús no estaba allí, pues había resucitado, y en prueba de ello podían ver el lugar donde había yacido. Les mandaron que fueran a decir a los discípulos que Jesús iría delante de ellos a Galilea. Con gozoso temor se apresuraron las mujeres a buscar a los afligidos discípulos y les refirieron cuanto habían visto y oído. 2TS 89.3

No podían creer los discípulos que Cristo hubiese resucitado y se encaminaron presurosos al sepulcro con las mujeres que les habían traído la noticia. Vieron que Jesús no estaba allí, y aunque el sudario y los lienzos dejados en el sepulcro eran una prueba, se resistían a creer la buena nueva de que hubiese resucitado de entre los muertos. Volviéronse a sus casas maravillados de lo que habían visto y del relato de las mujeres. Pero María prefirió quedarse cerca del sepulcro, pensando en lo que acababa de ver y angustiada por la idea de que pudiera haberse engañado. Presentía que la aguardaban nuevas pruebas. Su pena recrudecía y prorrumpía en amargo llanto. Se bajó a mirar otra vez el sepulcro, y vió a dos ángeles vestidos de blanco, uno sentado a la cabecera del sepulcro y el otro a los pies. Le hablaron tiernamente preguntándole porqué lloraba, y ella respondió: “Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto.” 2 2TS 90.1

Al volverse atrás, María vió a Jesús allí cerca; pero no lo conoció. El le habló suavemente, preguntándole la causa de su tristeza y a quién buscaba. Pensando María que era el hortelano, le suplicó que si se había llevado a su Señor, le dijera en dónde lo había puesto para llevárselo ella. Entonces Jesús le habló con su propia voz celestial, exclamando: “¡María!” Ella reconoció el tono de aquella voz querida, y prestamente respondió: “¡Maestro!” con tal gozo que quiso abrazarlo. Pero Jesús le dijo: “No me toques: porque aun no he subido a mi Padre: mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.” 3 Alegremente marchó María a comunicar a los discípulos la buena nueva. Pronto ascendió Jesús a su Padre para oir de sus labios que aceptaba el sacrificio y recibir toda potestad en el cielo y en la tierra. 2TS 90.2

Los ángeles rodeaban como una nube al Hijo de Dios, y mandaron levantar las puertas eternas para que entrase el Rey de gloria. Vi que mientras Jesús estaba con aquella brillante hueste celestial en presencia de Dios y rodeado de su gloria, no se olvidó de sus discípulos en la tierra, sino que recibió de su Padre la potestad de volver y compartirla con ellos. El mismo día regresó a la tierra y se mostró a sus discípulos, consintiendo entonces en que le tocasen, porque ya había subido a su Padre y recibido potestad. 2TS 91.1

En esa ocasión no estaba presente Tomás, quien no quiso aceptar humildemente el relato de los demás discípulos, sino que con firme suficiencia declaró que no lo creería a no ser que viera en sus manos la señal de los clavos, y pusiera su mano en el costado que atravesó la lanzada. En esto denotó Tomás falta de confianza en sus hermanos. Si todos hubiesen de exigir las mismas pruebas, nadie recibiría ahora a Jesús ni creería en su resurrección. Pero quería Dios que cuantos no pudiesen ver y oir por sí mismos al resucitado Salvador, recibieran el relato de los discípulos. No agradó a Dios la incredulidad de Tomás. Cuando Jesús volvió otra vez adonde estaban sus discípulos, hallábase Tomás con ellos, y al ver a Jesús, creyó. Pero como había declarado que no quedaría satisfecho sin la prueba de tocar añadida a la de ver, Jesús se la dió tal como la había deseado. Entonces Tomás exclamó: “¡Señor mío, y Dios mío!” Pero Jesús le reprendió por su incredulidad, diciéndole: “Porque me has visto, Tomás, creíste: bienaventurados los que no vieron y creyeron.” 4 2TS 91.2

Mientras las santas mujeres llevaban la noticia de que Jesús había resucitado, los soldados de la guardia romana propalaban la mentira puesta en sus bocas por los príncipes de los sacerdotes y los ancianos, de que los discípulos habían venido por la noche a hurtar el cuerpo de Jesús mientras ellos dormían. Satanás había puesto esta mentira en los corazones y labios de los príncipes de los sacerdotes, y el pueblo estaba listo para creer su palabra. Pero Dios había asegurado más allá de toda duda la veracidad de este importante acontecimiento del que depende nuestra salvación, y fué imposible que los sacerdotes y ancianos lo ocultaran. De entre los muertos se levantaron testigos para evidenciar la resurrección de Cristo. 2TS 92.1

Cuarenta días permaneció Jesús con sus discípulos, alegrándoles el corazón al declararles más abiertamente las realidades del reino de Dios. Los comisionó para llevar testimonio de cuanto habían visto y oído referente a su pasión, muerte y resurrección, así como de que él había hecho sacrificio por el pecado para que cuantos quisieran pudieran acudir a él y encontrar vida. Con fiel ternura les dijo que serían perseguidos y angustiados, pero que hallarían consuelo en el recuerdo de su experiencia y en la memoria de las palabras que les había hablado. Díjoles que él había vencido las tentaciones de Satanás y obtenido la victoria por medio de pruebas y sufrimientos. Ya no tendría Satanás más poder sobre él, pero los tentaría más directamente a ellos y a cuantos creyeran en su nombre. Sin embargo, también podrían ellos vencer como él había vencido. Jesús confirió a sus discípulos el poder de obrar milagros, diciéndoles que aunque los malvados los persiguieran, él enviaría de cuando en cuando sus ángeles para librarlos, sin que nadie pudiera quitarles la vida hasta que su misión fuese cumplida. Entonces podría ser que se les pidiese que sellasen con su sangre los testimonios que hubiesen dado. 2TS 92.2

Los anhelosos discípulos escuchaban gozosamente las enseñanzas del Maestro, regocijándose a cada palabra que fluía de sus santos labios. Sabían ahora con certeza que era el Salvador del mundo. Sus palabras penetraban hondamente en sus corazones, y sentían haber de separarse pronto de su Maestro celestial, y no poder ya oir las consoladoras y compasivas palabras de sus labios. Pero de nuevo se inflamaron sus corazones de amor y excelso júbilo, cuando Jesús les dijo que iba a aparejarles lugar y volver otra vez para llevárselos consigo, de modo que siempre estuviesen con él. También les prometió enviarles el Consolador, el Espíritu Santo, para guiarlos en toda verdad. “Y alzando sus manos, los bendijo.” 5 2TS 93.1