Testimonios Selectos Tomo 1

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Sobreponiendose al desaliento

La primera noche después de llegar al lugar de la reunión, el desaliento sobrecogió mi ánimo. Traté de vencerlo, pero me parecía imposible dominar mis pensamientos. Me apesadumbraba el recuerdo de mis pequeñuelos. Habíamos tenido que dejar en el estado de Maine a uno de dos años y ocho meses, y en Nueva York a otro de nueve meses. Acabábamos de efectuar con gran fatiga un molesto viaje, y pensaba en las madres que en sus tranquilos hogares disfrutaban de la compañía de sus hijos. Recordaba nuestra vida pasada y me acudían a la mente las frases de una hermana que algunos días antes me había dicho que debía ser muy agradable viajar por el país sin nada que me estorbase. Seguramente en esto debía ella complacerse. En ese momento preciso, mi corazón se sentía anhelante por mis hijos, especialmente por el pequeñuelo de Nueva York, y acababa de salir de mi dormitorio, donde había estado batallando con mis sentimientos, y, anegada en lágrimas, había buscado al Señor en demanda de fuerzas para acallar toda queja, de modo que alegremente pudiese negarme a mí misma por causa de Jesús. 1TS 132.1

En este estado de ánimo me quedé dormida, y soñé que un ángel se ponía a mi lado preguntándome por qué estaba triste. Le referí los pensamientos que me habían conturbado, y dije: “Yo hago tan poco bien, ¿por qué no podemos estar con nuestros pequeñuelos y disfrutar de su compañía?” El ángel respondió: “Has dado al Señor dos hermosas flores cuya fragancia le es tan grata como suave incienso, y más valiosa a sus ojos que el oro y la plata, porque es ofrenda del corazón. Como ningún otro sacrificio sería capaz, conmueve todas las fibras del corazón. No debes mirar las presentes apariencias, sino atender únicamente a tu deber, a la sola gloria de Dios, y según sus manifiestas providencias. De este modo el sendero se iluminará ante tus pasos. Toda abnegación, todo sacrificio se anota fielmente y tendrá su recompensa.” 1TS 133.1