Testimonios Selectos Tomo 1

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Trabajo en favor de mis jóvenes amigas

Celebré, pues, reuniones con esas amigas mías. Algunas tenían bastante más edad que yo, y unas cuantas estaban ya casadas. Las había vanidosas e irreflexivas, a quienes mis experiencias les parecían cuentos y no escuchaban mis exhortaciones. Pero me resolví a perseverar en el esfuerzo hasta tanto que aquellas queridas almas, por las que tan vivo interés tenía, se entregasen a Dios. Pasé noches enteras en fervorosa oración por las amigas a quienes había buscado y reunido con el objeto de trabajar y orar con ellas. 1TS 32.1

Algunas se juntaban con nosotras por curiosidad de oir lo que yo diría. Otras se extrañaban del empeño de mis esfuerzos, sobre todo cuando ellas mismas no mostraban interés por su propia salvación. Pero en todas nuestras pequeñas reuniones yo continuaba exhortando a cada una de mis amigas y orando separadamente por ellas hasta lograr que se entregasen a Jesús y reconociesen la valía de su misericordioso amor. Y todas se convirtieron a Dios. 1TS 32.2

Por las noches me veía en sueños trabajando por la salvación de las almas, y me acudían a la mente casos especiales de amigas a quienes iba a buscar después para orar juntas. Excepto una, todas ellas se entregaron al Señor. Algunos de nuestros hermanos más formales recelaban de que yo fuese demasiado celosa por la conversión de las almas; pero el tiempo se me figuraba tan corto, que convenía que cuantos tuviesen la esperanza de la inmortalidad bienaventurada y aguardaran la pronta venida de Cristo, trabajasen sin cesar en favor de quienes todavía estaban sumidos en el pecado al borde terrible de la ruina. 1TS 33.1

Aunque yo era muy joven, se me representaba tan claro a la mente el plan de salvación, y tan señaladas habían sido mis experiencias, que, considerando el asunto, comprendí que era mi deber continuar esforzándome por la salvación de las preciosas almas y orar y confesar a Cristo en toda ocasión. Había puesto todo mi ser al servicio de mi Maestro. Sucediera lo que sucediera, estaba determinada a complacer a Dios y vivir como quien espera la venida del Salvador para recompensar a sus fieles. Me consideraba como una niñita, al allegarme a Dios como a mi Padre y preguntarle qué quería que hiciese. Una vez consciente de mi deber, mi mayor felicidad era cumplirlo. A veces me asaltaban pruebas especiales, pues algunas personas, más experimentadas que yo, trataban de detenerme y enfriar el ardor de mi fe; pero las sonrisas de Jesús que iluminaban mi vida y el amor de Dios en mi corazón, me alentaban a proseguir adelante. 1TS 33.2