Servicio Cristiano

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El registro celestial

El mundo necesita misioneros, misioneros locales consagrados, y nadie será registrado en los libros del cielo como cristiano si no tiene un espíritu misionero.—The Review and Herald, 23 de agosto de 1892. SC 110.1

Si los miembros de la iglesia no emprenden individualmente esta obra, demuestran que no tienen relación viva con Dios. Su nombre está registrado como el de siervos perezosos.—Joyas de los Testimonios 2:163. SC 110.2

En todo movimiento religioso hay quienes, si bien no pueden negar que la causa es de Dios, se mantienen apartados y se niegan a hacer esfuerzo alguno para ayudar. Convendría a los tales recordar lo anotado en el cielo, en el libro donde no hay omisiones ni errores, y por el cual seremos juzgados. Allí se registra toda oportunidad de servir a Dios que no se aprovechó; y allí también se recuerda para siempre todo acto de fe y amor.—La Historia de Profetas y Reyes, 472. SC 110.3

En la mañana del 23 de octubre de 1879, a eso de las dos, el Espíritu del Señor descansó sobre mí, y contemplé escenas del juicio venidero... Diez mil veces diez millares estaban congregados delante de un gran trono, sobre el cual estaba sentado’ un personaje de majestuosa apariencia. Delante de él había varios libros y sobre las tapas de cada uno de ellos estaba escrito en letras de oro semejantes a llamas de fuego: “El libro mayor del cielo”. Uno de estos libros, que contenía los nombres de los que aseveran creer en la verdad, fué abierto entonces. Inmediatamente perdí de vista los incontables millones que rodeaban el trono y mi atención se dedicó únicamente a los que profesan ser hijos de la luz y la verdad. ... SC 110.4

Se abrió otro libro en el cual estaban anotados los pecados de los que profesan la verdad. Bajo el encabezamiento del egoísmo venían todos los demás pecados. ... Una clase de personas estaba anotada por haber estorbado la siembra. A medida que el ojo escrutador del juez descansaba sobre ellos, se les revelaban distintamente sus pecados y negligencia. Con labios pálidos y temblorosos reconocían que habían traicionado su santo cometido. Habían recibido advertencias y privilegios, pero no los habían escuchado ni aprovechado. Podían ver ahora que habían presumido demasiado de la misericordia de Dios. En verdad, no tenían que hacer confesiones como las de los viles, bajos y corrompidos; pero, como la higuera, eran malditos porque no llevaron frutos, porque no aprovecharon los talentos que se les habían confiado. Esta clase había hecho de su yo algo supremo, y había trabajado solamente en favor de sus intereses egoístas. No eran ricos para con Dios ni habían respondido a sus derechos sobre ellos. Aunque profesaban ser siervos de Cristo, no le llevaron almas. Si la causa de Dios hubiese dependido de sus esfuerzos, habría languidecido; porque no solamente retenían los recursos que Dios les había prestado, sino que se retenían a sí mismos. ... Habían dejado que otros hiciesen la obra de la viña del Señor y llevasen las más pesadas responsabilidades, mientras que ellos servían egoístamente sus propios intereses temporales. ... SC 111.1

El juez dijo: “Todos serán justificados por su fe y juzgados por sus obras.” ¡Cuán vívidamente aparecía entonces su negligencia y cuán prudente el arreglo de Dios al dar a cada uno una obra que hacer para promover la causa y salvar a sus semejantes! Cada uno debía manifestar una fe viva entre su familia y su vecindario, revelando bondad hacia los pobres, simpatía hacia los afligidos, dedicándose a la obra misionera y ayudando a la causa de Dios con sus recursos. Pero, como en el caso de Meroz, la maldición de Dios descansaba sobre ellos por lo que no habían hecho. Habían amado el trabajo que les producía el mayor provecho en esta vida y frente a sus nombres, en el libro mayor dedicado a las buenas obras, había un lamentable espacio en blanco.—Joyas de los Testimonios 1:520-522. SC 111.2