Mensajes Selectos Tomo 1

225/237

La promesa del espíritu

El Señor quiere que los suyos sean sanos en la fe: que no ignoren la gran salvación que les es tan abundantemente ofrecida. No han de mirar hacia adelante pensando que en algún tiempo futuro se hará una gran obra a su favor, pues ahora es completa la obra. El creyente no es exhortado a que haga paz con Dios. Nunca lo ha hecho ni jamás podrá hacerlo. Ha de aceptar a Cristo como su paz, pues con Cristo están Dios y la paz. Cristo dio fin al pecado llevando su pesada maldición en su propio cuerpo en el madero, y ha quitado la maldición de todos los que creen en él como en un Salvador personal. Pone fin al poder dominante del pecado en el corazón, y la vida y el carácter del creyente testifican de la naturaleza genuina de la gracia de Cristo. A los que le piden, Jesús les imparte el Espíritu Santo, pues es necesario que cada creyente sea liberado de la corrupción, así como de la maldición y condenación de la ley. Mediante la obra del Espíritu Santo, la santificación de la verdad, el creyente llega a ser idóneo para los atrios del cielo, pues Cristo actúa dentro de él y la justicia de Cristo está sobre él. Sin esto, ningún alma tendrá derecho al cielo. No disfrutaríamos del cielo a menos que estuviéramos calificados para su santa atmósfera por la influencia del Espíritu y de la justicia de Cristo. 1MS 462.2

A fin de ser candidatos para el cielo, debemos hacer frente a los requerimientos de la ley: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”. Lucas 10:27. Sólo podemos hacer esto al aferrarnos por fe de la justicia de Cristo. Contemplando a Jesús recibimos en el corazón un principio viviente y que se expande; el Espíritu Santo lleva a cabo la obra y el creyente progresa de gracia en gracia, de fortaleza en fortaleza, de carácter en carácter. Se amolda a la imagen de Cristo hasta que en crecimiento espiritual alcanza la medida de la estatura plena de Cristo Jesús. Así Cristo pone fin a la maldición del pecado y libera al alma creyente de su acción y efecto. 1MS 463.1

Sólo Cristo puede hacer esto, pues “debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del mundo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados”. Hebreos 2:17, 18. La reconciliación significa que desaparece toda barrera entre el alma y Dios, y que el pecador comprende lo que significa el amor perdonador de Dios. Debido al sacrificio hecho por Cristo para los hombres caídos, Dios puede perdonar en justicia al transgresor que acepta los méritos de Cristo. Cristo fue el canal por cuyo medio pudieron fluir la misericordia, el amor y la justicia del corazón de Dios al corazón del pecador. “El es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. 1 Juan 1:9. 1MS 463.2

En la profecía de Daniel se registra de Cristo que expiaría “la iniquidad” y traería “la justicia perdurable”. Daniel 9:24. Toda alma puede decir: “Mediante su perfecta obediencia, Cristo ha satisfecho las demandas de la ley y mi única esperanza radica en acudir a él como mi sustituto y garantía, el que obedeció la ley perfectamente por mí. Por fe en sus méritos, estoy libre de la condenación de la ley. Me reviste con su justicia, que responde a todas las demandas de la ley. Estoy completo en Aquel que produce la justicia eterna. El me presenta a Dios con la vestimenta inmaculada en la cual no hay una hebra que fue entretejida por instrumento humano alguno. Todo es de Cristo y toda la gloria, el honor y la majestad han de darse al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”. 1MS 463.3

Muchos piensan que deben esperar un impulso especial a fin de que puedan ir a Cristo; pero sólo es necesario acudir con sinceridad de propósito, decidiendo aceptar los ofrecimientos de misericordia y gracia que nos han sido extendidos. Hemos de decir: “Cristo murió para salvarme. El deseo del Señor es que sea salvado, e iré a Jesús sin demora, tal como soy. Me aventuraré a aceptar su promesa. Cuando Cristo me atraiga, responderé”. El apóstol dice: “Con el corazón se cree para justicia”. Romanos 10:10. Nadie puede creer con el corazón para justicia y obtener así la justificación por la fe mientras continúe en la práctica de aquellas cosas que prohíbe la Palabra de Dios, o mientras descuide cualquier deber conocido. 1MS 464.1